lunes, 30 de abril de 2012

Dar fruto


LECTIO DIVINA (06-05-2012)
Juan 15, 1-8
“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Si uno de mis sarmientos no da fruto, lo corta; pero si da fruto, lo poda y lo limpia para que dé más. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado. Seguid unidos a mí como yo sigo unido a vosotros. Un sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid. De igual manera, vosotros no podéis dar fruto si no permanecéis unidos a mí.
“Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí nada podéis hacer. El que no permanece unido a mí será echado fuera, y se secará como los sarmientos que se recogen y se queman en el fuego.
“Si permanecéis unidos a mí, y si sois fieles a mis enseñanzas, pedid lo que queráis y se os dará. Mi Padre recibe honor cuando vosotros dais mucho fruto y llegáis así a ser verdaderos discípulos míos.
Otras lecturas: Hechos 9.26-31; Salmo 22.26-28, 30-32; 1 Juan 3.18-24
LECTIO:
Este discurso, lleno de fuerza, del Evangelio de Juan traza una vívida imagen de la relación que mantiene Jesús con el Padre y con sus seguidores, personas como tú o como yo.
En la lectura de la semana pasada Jesús se describía a sí mismo como ‘buen pastor’ (Juan 10). En el pasaje de hoy, Jesús habla de sí como ‘la vid verdadera’. Las viñas eran un paisaje común en tiempos de Jesús, al igual que hoy sucede en muchas regiones.
Hoy destacan tres ‘imágenes’: Jesús como vid, el Padre como viñador, y los discípulos como sarmientos. La vid sostiene a los sarmientos: uno no puede producir fruto sin la otra.
El Padre cuida de la vid. Poda los sarmientos estimulándolos para que crezcan fuertes y den una abundante cosecha de fruto. A los sarmientos que no dan fruto los cortan y los echan fuera.
¿Y cómo permanecen los ‘sarmientos’ unidos a la ‘vid’? Jesús ofrece dos ideas: ‘seguid unidos a mí como yo sigo unido a vosotros (versículo 4) y sed ‘fieles a mis enseñanzas’ (versículo 7). Hemos de vivir como Jesús y aceptar la purificación y la ‘poda’ que llevarán a cabo en nuestras vidas las palabras de Jesús (versículo 3).
El objetivo de nuestras vidas y el fruto que hemos de producir consisten en dar gloria y alabanza al Padre. Dicho de manera más sencilla: necesitamos dedicarnos por completo a realizar la voluntad de nuestro Dios amoroso.
MEDITATIO:
Dedica algo de tiempo a pensar en lo que significa para ti ‘permanecer en’ Jesús. Considera también cómo pueden permanecer en ti sus palabras.
¿Cómo te sientes frente a la corrección o la ‘poda’ de Dios? Recuerda cuánto te ama Dios. ¿Te ayuda traer a la memoria que la poda producirá más fruto?
ORATIO:
Para orar hoy, toma una hoja de papel y unos cuantos rotuladores o lápices de colores. Dibuja una vid con sus frutos: basta con unas pocas líneas y unos borrones. Dibuja también algunas raíces. Junto a cada raíz, escribe el nombre de algo que alimente tu relación con Dios. Imagina que tú eres uno de los sarmientos. Dejando aparte la modestia, ya que esto es algo entre Dios y tú nada más, trata de darle nombre a algunos de los frutos que has dibujado en tu sarmiento. Esto ya es más difícil de hacer, pero pídele al Espíritu Santo que te ayude. En alguno de los otros sarmientos, escribe los nombres de personas que afianzan tu relación con Jesús. Considera todo esto con espíritu de oración. Puede que te lleve cierto tiempo, pero cuando estés dispuesto, ofréceselo a Dios en acción de gracias y con confianza en las ‘vendimias’ futuras.
CONTEMPLATIO:
Hechos 9.26-31 explica qué significa estar unido a Jesús: quiere decir estar unido a su Iglesia. Pablo quedó transformado por medio de su conversión. Para dar el fruto que Dios le pedía necesitó reconciliarse con la Iglesia de Jerusalén a la que antes había perseguido.
1 Juan 3.18-24 es muy práctico: cree en Jesús y ama a tu prójimo. Y el amor hacia tus compañeros en la fe no debe consistir en meras palabras, sino que debe ser un amor verdadero ‘que se demuestre con hechos’ (versículo 18).
Lectio Divina de la Sociedad Bíblica España

domingo, 29 de abril de 2012

Cuando el Señor habla al corazón (6)


6. LLAMA AL ESPÍRITU
Llama más a menudo al Espíritu Santo. Él solo puede purificarte, inspirarte, instruirte, inflamarte, “mediadorizarte”, fortificarte, fecundarte.
Es Él quien puede liberarte de todo espíritu mundano, de todo espíritu superficial, de todo espíritu utilitario.
Es Él quien te hace valorar exactamente las humillaciones, el sufrimiento, el esfuerzo, el mérito en la síntesis de la Redención.
Es Él quien proyecta un destello de nuestra sabiduría sobre tus disposiciones interiores conforme al plan de nuestra providencia.
Es Él quien garantiza a la fase meritoria de tu existencia su rendimiento total al servicio de la Iglesia.
Es Él quien te sugiere lo que has de hacer y te inspira lo que has de pedir para que yo pueda actuar por tu actividad y orar por tu oración.
Es Él quien mientras tú prosigues tus actividades te purifica de todo espíritu propio, de todo juicio propio, de todo amor propio, de toda voluntad propia.
Es Él quien mantiene tu vida centrada en mi amor. Es Él quien te impide apropiarte el bien que Él mismo te hace realizar.
Es Él quien prende fuego a tu corazón y le hace vibrar al unísono con el mío.
Es Él quien hace brotar en tu inteligencia esas ideas en las que nada te hacía pensar. Y la medida que Le eres dócil, es Él quien te inspira la decisión oportuna, tal comportamiento saludable, y así mismo tal retorno al desierto.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para desarrollar en ti el espíritu filial para con el Padre: Abba Pater, y el espíritu fraterno para con los demás.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para que tu oración quede centrada sobre la mía y pueda lograr toda su eficacia.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para que tu querer sea firme, inflexible, poderoso. Bien sabes que sin él tú tan sólo eres debilidad, fragilidad.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para gozar de la fecundidad que yo quiero para ti. Sin Él tú no eres sino polvo y esterilidad.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para ver todas las cosas como las veo yo, y para disponer de un índice indiscutible de referencia sobre el valor de los acontecimientos en la síntesis de la Historia vista por dentro.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para prepararte a lo que será tu vida definitiva y ayudarte a orar, a amar, a obrar como si llegases al paraíso.
Cree en la presencia del Espíritu Santo en ti. Él, empero, no puede obrar ni hacerte percibir su divina realidad más que si tú le llamas en unión con Nuestra Señora.
Llámale por ti, pero asimismo por los demás –pues en muchos corazones está como amordazado, atado, paralizado. Es la razón por la que el mundo demasiadas veces marcha mal.
Llámale en nombre de todos los que te salen al paso. Entrará en cada uno según la medida de su receptividad y progresivamente aumentará en cada uno su capacidad.
Llámale en nombre de todas las almas desconocidas que yo te confío y en favor de las cuales tu fidelidad puede lograr gracias valiosas.
Llámale sobre todo en nombre de los sacerdotes y de las almas consagradas, para que en el mundo de hoy se multipliquen los auténticos contemplativos.
El periodo posconciliar es siempre para la Iglesia un periodo delicado en el que la cizaña es sembrada de noche por el inimicus homo con el buen grano.
Quien aspira a mi Espíritu respira la caridad de mi Corazón
¡Cuánto mejor iría el mundo, cuánto más viva y unida estaría la Iglesia, si el Espíritu Santo fuese más ardientemente deseado y acatado con mayor fidelidad!
Pide a mi Madre que te incluya en el cenáculo de las almas pobres y pequeñas que, bajo su dirección materna, merecen para la Iglesia y para el mundo una efusión más abundante y más eficaz de mi Espíritu de amor.
Confianza, hijo mío, Yo quiero que se sienta, cada día más, mi vida palpitar en ti.
Todo lo que me ofreces, todo lo que haces, todo lo que me das, yo lo recibo como Salvador y en la unidad del Espíritu Santo, yo puedo, por mi parte, ofrecérselo al Padre purificado de toda ambigüedad humana, enriquecido con mi amor para beneficio de toda la Iglesia y de toda la humanidad.
¡Ojalá conocieses el poder de unión y de unificación del Espíritu Santo, Espíritu de unidad! Él obra suaviter et fortiter en lo íntimo de los corazones que lealmente se sujetan a su influencia. ¡Hay relativamente tan pocos hombres que le llamen de verdad! Esa es la razón por la que tantas naciones, tantas comunidades, tantas familias viven divididas.
Llámale para que haga crecer nuestra alegría trinitaria en tu alma, esta alegría inefable que dimana del hecho que cada una de nuestras personas, aun  permaneciendo totalmente ella misma, se da sin reserva a las otras dos. Alegría total del don, del trueque, de la comunión incesante, en la que soñamos insertaros libremente.
Fuego de amor cuya única ambición es invadir, pero que, con relación a vosotros, está limitado en su acción y en su intensidad porque estáis distraídos y porque rehusáis entregaros a Mí.
Fuego que quisiera devoraros, no para destruiros, sino para transformaros, para transfiguraros en él –de tal manera que todo lo que toquéis se inflame por contacto-
Fuego de luz y de paz –porque yo pacifico todo lo que conquisto y comparto mi alegría luminosa con todo lo que asumo.
Fuego de unidad donde, respetando las legítimas y enriquecedoras virtualidades individuales, yo suprimo todo lo que divide y todo lo que se enfrenta, para asumirlo todo en mi amor. Pero tienes que desear aún con mayor fuerza mi llegada, mi crecimiento, mi toma de posesión, -tienes que desear la fidelidad al sacrificio y a la humildad, tienes que permitirme que yo me sirva de ti para manifestar la delicadeza de mi bondad.
¡Qué bajo la influencia de mi Espíritu, tú llegues a ser un incendiario de amor!
Siempre se gana tiempo cuando se utiliza el de ponerse bajo la influencia de mi Espíritu y cuando se me da el que yo pido.
El Espíritu Santo no deja de trabajar en lo íntimo de cada ser como en el interior de cada institución humana. Pero son indispensables los apóstoles fieles a sus inspiraciones –dóciles a la jerarquía que me representa y me continúa entre vosotros. Colaboración activa que significa dinamismo a mi servicio – haciendo fructificar lo mejor que podáis los talentos y los recursos, por limitados que sean, que yo os he impartido. Colaboración activa, es decir, fidelidad al trabajo en unión conmigo y en comunión con todos vuestros hermanos. Y todo eso, en la serenidad. Yo no os pido que carguéis sobre vuestros nervios la miseria del mundo, ni tan siquiera las crisis de mi Iglesia –pero sí que los llevéis en vuestro corazón, en vuestra oración y en vuestra oblación.
Mi Espíritu está contigo. Mi Espíritu es luz y vida.
Es luz toda interior sobre cualquier cosa que necesites saber y ver. Él no tiene que revelarte de antemano todos los designios del Padre, pero, en la fe, te proporciona las luces indispensables para tu vida interior y para tu actividad apostólica.
Es vida, es decir: movimiento, fecundidad, poder. Movimiento, ya que actúa por medio de sus impulsos discretos pero tan preciados, motiva tus aspiraciones, inspira tus deseos, orienta tus opciones, estimula tus esfuerzos. Fecundidad, ya que es Él el que aumenta mi vitalidad en ti y acrecienta tu ya innumerable posteridad. Él utiliza tu pobre vida y tus escasos recursos para obrar por ti y atraer hacia mí. Poder, ya que obra no estrepitosamente, sino como el aceite que penetra, empapa, fortalece y facilita la actividad humana impidiendo sus chirridos.
Cuando el Espíritu Santo se precipita sobre un ser humano, lo transforma en un hombre diferente, pues ese hombre se encuentra bajo el dominio directo de Dios.
Que se intensifique tu deseo de la venida más abundante del Espíritu Santo a ti y a la Iglesia. Tú mismo quedarás sorprendido por los frutos que producirá en ti y en aquellos en cuyo nombre le solicites.


Contacto personal

(Reflexión a Jn. 15, 1-8)
Según el relato evangélico de Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más profundo: "Permaneced en mí". Conoce su cobardía y mediocridad. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él no podrán subsistir.
Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y expresivas: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí". Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá.
Jesús emplea un lenguaje rotundo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". En los discípulos ha de correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada". Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.
Jesús no solo les pide que permanezcan en él. Les dice también que "sus palabras permanezcan en ellos". Que no las olviden. Que vivan de su Evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida".
El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y callada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios.
Por eso, en los evangelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El Evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia.
Muchos cristianos buenos de nuestras comunidades solo conocen los evangelios "de segunda mano". Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven su fe sin tener un contacto personal con "las palabras de Jesús".
Es difícil imaginar una "nueva evangelización" sin facilitar a las personas un contacto más directo e inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la experiencia de escuchar juntos el Evangelio de Jesús desde las preguntas, los problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos.
José Antonio Pagola

sábado, 28 de abril de 2012

Buscando a Dios

Por John Powell
Profesor de Loyola University (Chicago)
Recuerdo que hace unos doce años, yo estaba de pie observando a mis alumnos de la universidad mientras entraban al aula para nuestra primera clase de Teología de la Fe. Ese fue el primer día que vi a Tommy.
Mis ojos y mi mente se fijaron en él. Estaba peinando su larga melena rubia, que caía 20 centímetros por debajo de sus hombros. Era la primera vez que veía a un joven con una melena tan larga. Me imagino que era lo que estaba de moda en ese tiempo.
Sé que no es lo que está sobre la cabeza lo que cuenta, sino lo que está dentro, pero como ese día no estaba muy mentalizado, mis emociones se alteraron y de inmediato etiqueté a Tommy bajo la “E” de extraño... muy extraño.
Tommy resultó ser el “ateo de la clase” en mi curso de Teología de la Fe. Objetaba constantemente, sonriendo sarcásticamente, o quejándose por medio de un suspiro o gemido sobre la posibilidad de un Dios Padre que nos ama incondicionalmente. Así y todo, vivimos en una paz relativa durante el semestre, aunque tengo que admitir que a veces sí llegaba a molestarme.
Cuando al terminar el curso vino a entregar su examen final, me preguntó en un tono algo cínico:
¿Cree usted que alguna vez encontraré a Dios?
Inmediatamente decidí usar un poquito de la técnica de la terapia de shock.
¡No!, —le dije muy enfáticamente—.
¿Por qué no? —me respondió—, yo creía que ése era el producto que usted estaba vendiendo.
Dejé que estuviese a unos cinco pasos de la puerta del salón y alcé mi voz para decirle:
¡Tommy! Creo que tú nunca encontrarás a Dios... pero estoy absolutamente seguro de que Él te encontrará a ti.
Él se encogió de hombros y salió de mi clase y de mi vida.
Me quedé algo frustrado por el hecho de que no había captado mi ingeniosa observación: “¡Él te encontrará a ti!”. Por lo menos yo pensaba que había sido ingeniosa.
Un tiempo después me enteré que Tommy se había graduado y me alegré sinceramente.
Más adelante me llegó una triste noticia: supe que Tommy padecía un cáncer terminal.
Antes de que yo pudiera buscarlo, él vino a verme.
Cuando entró en mi despacho tenía un aspecto demacrado y su larga melena había desaparecido debido a la quimioterapia. Pero sus ojos brillaban y su voz tenía la misma firmeza que antes.
Tommy, he pensado mucho en ti... oí que estás enfermo, —le dije en un tono desenfadado—.
Sí, muy enfermo —me respondió—, tengo cáncer en ambos pulmones. Es cuestión de semanas.
¿Me puedes hablar sobre eso?, —le pregunté—.
Por supuesto, ¿que quiere saber?, —me contestó—.
¿Qué se siente al tener solo 24 años y estar muriendo?, —le dije—.
Bueno, podría ser peor.
¿Peor, cómo qué?
Bueno, como llegar a los cincuenta años sin tener valores o ideales; o llegar a los cincuenta creyendo que beber, seducir mujeres y hacer dinero son “lo máximo” de la vida.”
(Empecé a buscar en mi archivo mental donde años antes había clasificado a Tommy bajo la “E” de extraño... Parece ser como si a todo aquel que yo rechazara mediante mi propia calificación, Dios lo devolviera a mi vida para que me educara.)
Pero por lo que en realidad vine a verlo es por algo que usted me dijo el último día de clase.
(¡Se acordó!)
Continuó diciendo:
Yo le pregunté si usted creía que yo llegaría alguna vez a encontrar a Dios. Usted me dijo que ¡No!, cosa que me sorprendió mucho. Entonces usted dijo: “Pero Él te encontrará a ti”. He estado pensando mucho en eso, aunque no se puede decir que mi búsqueda era muy intensa en aquel entonces.
(Mi ingeniosa observación... ¡había pensado mucho en ella!)
Pero cuando los cirujanos me quitaron el tumor que tenía en la ingle y me dijeron que era maligno, ahí fue cuando empecé a buscar seriamente a Dios. Y cuando el cáncer se extendió a mis órganos vitales, de verás que empecé a golpear fuertemente con mis puños las puertas del Cielo... pero Dios no salió. De hecho, no pasó nada.
¿Alguna vez ha tratado de hacer algo con mucho esfuerzo sin obtener ningún resultado?.
Uno se harta psicológicamente, se aburre de tratar y tratar y tratar... y eventualmente, uno deja de tratar.
Bueno, pues un día me desperté y en lugar de estar lanzando mis llamadas inútiles por encima de ese muro de ladrillos a un Dios que posiblemente no estuviera ahí, me rendí....
Decidí que en realidad no me importaba Dios, ni una vida después de la muerte, ni nada que se le pareciera. Decidí pasar el tiempo que me quedara haciendo algo más provechoso.
Pensé en usted y en su clase, y recordé otra cosa que usted nos había dicho: “La mayor tristeza es pasarse la vida sin amar. Pero sería igualmente triste pasar por la vida e irse sin nunca haberle dicho a los que uno ama, que los ama”.
Así que empecé por el más difícil: mi padre.
Él estaba leyendo el periódico cuando me acerqué.
— Papá
— ¿Qué?, —preguntó sin quitar sus ojos del periódico—.
— Papá, quisiera hablar contigo.
— Bueno, habla.
— Papá... es algo verdaderamente importante.
Bajó el periódico lentamente.
— ¿De qué se trata?
— Papá, yo te quiero. Sólo quería que lo supieras.
(Tom me sonrió mientras me contaba con satisfacción, como si sintiera un gozo, cálido y secreto, que fluía a través de su interior..)
El periódico se cayó de sus manos. Entonces mi padre hizo dos cosas que no recuerdo que hubiese hecho antes: lloró y me abrazó.
Estuvimos hablando toda la noche, aunque él tenía que ir a trabajar al día siguiente. Me sentí tan bien de estar cerca de mi padre, de ver sus lágrimas, de sentir su abrazo y de oírle decir que también me quería.
Fue más fácil con mi madre y con mi hermano pequeño. También lloraron conmigo y nos abrazamos y nos dijimos cosas bonitas los unos a los otros.
Compartimos las cosas que habíamos guardado en secreto por tantos años.
Sólo me arrepiento de una cosa: de haber esperado tanto tiempo..
Ahí estaba, comenzando a abrirme a todas las personas que siempre habían estado tan cerca de mí.
Entonces, un día me di la vuelta ¡y ahí estaba Dios! No vino a mí cuando yo se lo rogaba.
Me imagino que yo me portaba como un entrenador de animales aguantando el aro para que saltaran: “¡Vamos, salta! Te doy tres días, tres semanas.”
Aparentemente Dios hace las cosas a SU manera y a SU hora. Pero lo importante es que Él estaba ahí. ¡Me había encontrado!
Usted tenía razón, me encontró aún después de que yo había dejado de buscarlo.
Tom, —le dije casi sin aliento—, yo creo que estás diciendo algo muy importante y más universal de lo que tú te puedas imaginar. Por lo menos para mí, lo que estás diciendo es que la forma más segura de encontrar a Dios: es la de no hacerlo una posesión particular, un solucionador de problemas, un consuelo instantáneo en tiempos de necesidad, sino abrirse al amor.
¿Sabes?, el apóstol Juan dijo: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.”
Tom, ¿podría pedirte un favor?, —pregunté—: Fíjate, cuando te tenía en mi clase eras una verdadera molestia, pero (riendo) ahora puedes compensarme por todo... ¿Vendrías a mi curso de Teología de la Fe y les contarías lo que acabas de contarme? Si yo se lo dijera, no tendría el mismo impacto que puede tener al contárselo tú.
— Me he atrevido con usted, pero no sé si me atreveré con su clase.
— Piénsalo, Tom, y si te sientes listo, llámame.
Tom me llamó a los pocos días y me dijo que estaba preparado para la clase. Que quería hacer eso por Dios y por mí. Así que fijamos la fecha, pero Tom no pudo llegar... Tenía una cita mucho más importante que la mía y mi clase.
Por supuesto que su vida no terminó con la muerte. Sólo cambió. Dio el gran salto de la fe a la visión. Encontró una vida más hermosa que todo lo que haya podido ver el ojo humano o que el oído humano haya escuchado o que la mente del ser humano jamás se haya imaginado.
Antes de que muriera, hablamos una última vez.
No voy a poder llegar a su clase, —me dijo—.
Lo sé, Tom.
¿Les dirá usted por mí? ¿Le dirá... al mundo entero por mí?
Sí, Tom, les diré. Haré todo lo mejor que pueda.
Así que vosotros, que habéis tenido la paciencia de leer esta simple historia sobre el amor de Dios, gracias de corazón.
Y a ti, Tommy, en los brillantes y verdes cerros del Cielo, debes saber que lo he dicho lo mejor que pude...
Si esta historia ha significado algo para ti, pásasela por favor a uno o dos amigos. Es una historia real que no ha sido creada para propósitos publicitarios.
¡Muchas gracias!

viernes, 27 de abril de 2012

Los tsunamis y Dios


En los últimos años, dos tsunamis mataron a más de  330.000 personas y arruinaron la vida de millones de otras. ¿Dónde estaba Dios, en ese momento...? ¿El Dios Amor, dónde estaba?
Es cierto que todos los días abundan los milagros: el  milagro del sol, del viento, de la luz, de la música, de los niños que ríen, del universo que revela secretos cada vez más asombrosos. Cada sueño que se realiza también es un milagro. El agua que corre es un milagro, y también las estrellas que nacen, las flores que se sonríen, los corazones que se abrazan, los cuerpos que se entrelazan, el pan que sabe a cielo, los yuyos que se balancean en la brisa... Todos los días se da el inmenso milagro de la vida, y nunca se oye en el noticiero: “Ya ven. Es evidente: ¡Dios está aquí!"  
Y no. Pues el mundo está también lleno de niños que se mueren de hambre y…  de otros horrores.  ¿Qué hace Dios para detener eso..? Ya ven, Dios no puede existir, y si existe, no es bueno ni todopoderoso. Y si no es bueno ni todopoderoso, no es Dios.   
Un Dios que no usa un antivirus para acabar con todos los bichos que atacan el planeta, no es Dios.  Un verdadero Dios debería poder detectar los huracanes y los tsunamis con sus radares y disponer de un sistema de tipo antimisil para hacerlos añicos antes de que exploten en la cara de la pobre gente.  Pero Dios, parece, no es así. Aun cuando el mundo se derrumbe, no mueve un dedo. ¿Entonces, para qué sirve tener un Dios...? Esta es la gran pregunta.   
Hasta hoy se sigue hablando de un cierto Jesús que apareció, 2000 años atrás, en un pequeño país perdido del Mediterráneo.  Gente no del todo loca nos machaca desde hace siglos, y bajo todos los tonos, que ese hombre era Dios. No tenía nada de Tarzán ni de Einstein.  No sabía nada de los quarks ni había visto en toda su vida un cepillo de dientes.  Nunca había peleado en una guerra, y no era cura.   
Se dice solamente que había nacido en un establo, que se ganó la vida trabajando la madera, y que murió en una cruz. Dicen que era bueno, abierto, muy libre en todo.  
Le tenía mucho cariño a su pueblo, a sus tradiciones, a sus creencias, a sus sueños de paz y de gloria, pero no estaba apegado a nada de eso. 
No se conformaba con lo establecido, ni siquiera con lo que se estimaba haber sido grabado en la roca por el mismo Dios.  
Decía y hacía cosas asombrosas.  No obstante, lo que más asombraba no era que devolviera la vista a los ciegos, sino que se empeñaba en querer abrir los ojos a la gente cerrada para que viera las evidencias que se negaba a ver. 
No era que hiciera hablar a los mudos, sino que osaba decir cosas nuevas sobre Dios, sobre la religión, la moral, los gobernantes, la economía, los ricos, los pobres, las mujeres, los marginales, los delincuentes, los expertos en Biblia, en una palabra, un poco sobre todo, sin repetir como un loro lo que se enseñaba desde siempre en los círculos más respetados. 
Lo más asombroso no era que abriera los oídos a los sordos, sino que hablaba sin pelos en la lengua para ser oído incluso por las piedras.  No era que curara a los leprosos, sino que los amaba, y  salía a la defensa de las prostitutas, comía con gente medio traicionera, se rozaba con delincuentes e impuros.   
La Ley santa de su pueblo era el corazón de su vida, y sin embargo, cuando veía que la gente sencilla no podía soportar su peso, no vacilaba en relativizarla (crimen sin nombre para los poseedores de una verdad petrificada).  
No estaba en contra de la riqueza, solo quería que todos tuvieran parte en ella. Pero como toda la riqueza que sus ojos veían había sido acumulada a costillas del pueblo, sólo sentía un enorme asco por ella.    
Él tenía el mayor respeto por el Templo, que era el majestuoso símbolo de la unidad de su nación, pero desde que una casta de hombres religiosos lo monopolizaba para asentar su poder y promover sus intereses, no podía sino presentir que ese gran monumento no tardaría en perder su aureola, ser abandonado y terminar hecho una pila de escombros.  
En una sociedad donde las mujeres no eran más que un apéndice de los varones, condenadas a pasar la vida a la sombra, Jesús no temió integrar a varias de ellas en su grupo de discípulos y mostrarse con ellas por todas partes a la luz del sol.  
Grupos exasperados por la larga ocupación de su tierra por ejércitos extranjeros, buscaban un líder que se los sacara de encima; creyendo haberlo encontrado en Jesús, lo presionaron para hacerlo rey. Pero Jesús, convencido de que un mundo de justicia y libertad no se edifica sobre el fanatismo y el odio y que de las matanzas no puede brotar la vida, rechazó la oferta y pasó por un apátrida.    
Jesús tuvo sus momentos de éxito, sus horas de popularidad. También sufrió derrotas.  En las horas más bravas, fue abandonado por todos. Fue detenido, torturado, cruelmente asesinado. Murió... perdonando.  Cosa extraña, fue en ese momento de desamparo absoluto, cuando estaba muriéndose en la soledad más total, que un pagano armado hasta los dientes exclamó al pie de la cruz: "¡Verdaderamente ese era hijo de Dios!"  
¿Era Dios...? Si admitimos que Jesús era Dios, debemos deducir que, a  través de Jesús, Dios nos muestra cómo Él actúa con los humanos sobre la tierra de los huracanes y de los tsunamis. La primera cosa que salta a la vista es que no adopta el método del Creador Todopoderoso. No hace despliegue de poder. Actúa, pero no busca impresionar, porque  lo que impresiona corre el riesgo de cegar, de enajenar, de impedir que los humanos sean lo que son o han de ser, es decir, seres capaces de libertad, capaces de pensar, de discernir, de elegir, de hacer millones de cosas por sí mismos, capaces de crear, capaces de inventar, capaces de caminar con sus propias piernas, capaces de hacerse responsables de su destino, capaces de amar.   
Es precisamente propio de los ídolos impedir que los humanos asuman su vida, y es por eso que Dios no actúa así. No es un ídolo. Dios es Dios, y también es profundamente... humano. Tiene la noble debilidad de creer que nosotros, los humanos, a pesar de todas nuestras locuras, somos capaces de mucha  inteligencia y sabiduría.  
Al principio de su carrera, Jesús, se retiró al desierto para reflexionar sobre su porvenir.  En su reflexión se le plantearon tres posibilidades: dominar el mundo y sus riquezas a la manera de los grandes conquistadores; subyugar las mentes por medio del esoterismo y la magia; controlar las masas mediante propaganda, publicidad, pompas, ceremonias y grandes espectáculos.  Jesús tuvo que elegir entre mistificar y embobar a la humanidad a la manera de los ídolos o tomar humildemente el camino de los humanos. Optó por el camino de los humanos.   
¿Que Dios no toma la defensa de los inocentes?  Jesús lo hizo, y por esa precisa razón lo mataron.  
Cada día, la indiferencia para con las poblaciones más inocentes y  vulnerables de la tierra hace más víctimas que miles de tsunamis. Si no, haría tiempo que habríamos inventado lo necesario para proteger a esas poblaciones de las furias del mar y de muchas otras calamidades.  
Dentro de algunos años, millones de personas perderán todo porque las aguas de los océanos habrán subido 50 centímetros, en gran parte por culpa de los autos, de las fábricas y un montón de actividades destructoras del hombre. Tenemos en nuestras manos la capacidad de cambiar eso. Felizmente, muchas personas y organizaciones están luchando para lograr ese cambio, pero, comparadas a la máquina a la que se enfrentan, apenas si tienen el peso de una hormiga. Entonces, un buen día, la catástrofe vendrá. Y, como de costumbre, otra vez se oirá decir: “Ésta es una nueva prueba de que Dios no existe, y si existe, es muy malo."  
Bienaventurados, por lo tanto, quienes que no os dejáis atrapar por la rueda infernal del consumismo idiota, de la producción desenfrenada y de la competencia salvaje que impulsa a consumir en forma cada vez  más suicida.   
Bienaventurados quienes que sentís en vuestro ser profundo alguna ternura por los pájaros, los yuyos, las estrellas y… también por los humanos,  porque sabéis  que todos hemos sido amasados con el mismo barro y formamos  parte de un mismo árbol; el reino de la vida es vuestro.   
Bienaventurados quienes, teniendo hambre y sed de justicia, soñáis con un mundo sin amos ni esclavos y lucháis para que así sea.

martes, 24 de abril de 2012

Aprendiendo a orar (9)


ORAR REPITIENDO UNA PALABRA O FRASE BREVE

Quiero proponeros una oración sencilla y muy profunda: la de orar repitiendo muchas veces en el corazón, una frase o una palabra.
Se trata de repetir pensando una frase o palabra y, más que pensar, en saborear, recrear, descubrir el contenido profundo de esa frase o palabra. Por eso decía, que esta oración consiste en repetir muchas veces la frase en el corazón.
Es una oración muy clásica y conocida. En el fondo, se trata de la oración de jaculatorias, repetir una frase muchas veces.
Pero no contabilizando las veces que lo hago y con eso quedar contento, sino repitiéndola a nuestro propio paso y ritmo, deteniéndonos a ratos, guardando silencio, dejándola reposar en el corazón, sin palabras ni pensamiento, para que vaya calentando el corazón e iluminándolo.
Hoy este tipo de oración ha sido puesto de actualidad a través de la sensibilidad “oriental” que nos recomienda el uso de un mantra, palabra, frase y aún sonido, para centrarnos en el Misterio sin pensar.
En la historia de la espiritualidad hay una frase famosa que ha dado origen a toda una tradición. Es la de Jesús. Repetir y repetir este nombre, Jesús, Jesús… lentamente, suavemente, hasta que quede más que incrustado en nuestra vida y nuestro centro vital, en todo nuestro ser.
El peregrino ruso, una especie de monje y maestro espiritual de la tradición rusa, hacía descansar en esta oración del nombre de Jesús, casi su entera oración.
La experiencia dice que si hacemos durante varias semanas y aún meses este tipo de oración, notaremos cómo la palabra o la frase que elijamos brota cada vez más a menudo en nuestro corazón, estemos donde estemos, en el trabajo, en el autobús,…Y se adapta a nuestro ritmo de vida y hasta de respiración..
La palabra Jesús, o la frase Dios es amor... o enséñame a amar, a orar, etc. es como un estribillo, como una canción, que me acompaña continuamente y llegará el día, dice el peregrino y lo puede verificar cualquiera que lo practique, que, de pronto, se va llenando de más luz, sentido y va iluminando nuestro ser entero produciendo gozo.
Y diremos: ¡ahora lo entiendo! O, realmente Jesús es mi vida, mi razón de ser, mi salvación entera. Todo mi ser sabe que lo que dice la frase o sugiere la palabra es así y lo puedo proclamar a gritos o guardarlo en silencio como un tesoro. Entonces la oración me transforma y desearía que todos supieran lo que yo sé.
Y la historia no termina aquí. Esta oración es inacabable. Pues, tras algunos meses más, o años, repitiendo y gustando a fondo esa frase u otras, vuelve a ocurrir que de nuevo ves cómo se ilumina y te ilumina. Salta el gozo y la alegría profunda. Y podremos decir: creía saber lo que era Dios o Jesús, etc. pero, ahora lo sé mejor. Aquello fue el inicio de un camino que no tiene fin. Puedo seguir profundizando y profundizando sin agotar jamás su contenido.
La alegría, la iluminación entra dentro del Misterio de Dios que es inagotable, inacabable y fuente de una transformación sin término.
Esta oración tiene la ventaja de ser muy sencilla. De poderse hacer siempre y en cualquier momento. Y de ir caminando, suave y lentamente hacia la oración sin palabras ni pensamientos, con el corazón. Hecha de muchos silencios, de saborear las cosas, de apuntar hacia Aquel que nos quiere.
Piensa en su nombre
Di Jesús
Piensa en Él
No te avergüences
Di su nombre
Di Jesús
Cristo
Di Jesús
Cristo
No te avergüences
Cristo
Otra vez,
Cristo
Di Jesús
Cristo
Piensa en Él
Cristo
No te avergüences
Di Jesús
¡Jesucristo!, ¡Jesucristo!, ¡Jesucristo!
Canción de Mincy-Shanklin-Coe
Gritos y plegarias, 85

Aprendiendo a orar (8)


ORAR CON EL EVANGELIO
Hay muchos libros para hacer oración, pero el mejor libro es la Biblia y, dentro de ella, los Evangelios. Este es nuestro libro predilecto.
Por encima de todas las devociones, debemos ser devotos de la Palabra de Dios (que ya sabemos que siempre es también “palabra humana” y por ello requiere preparación y conocimiento).
Sucede, con todo, que orar con los Evangelios exige esfuerzo y cierta disciplina. Pero es fácil conseguirlo. Aquí damos algunas sugerencias.
Orar con los personajes evangélicos de un pasaje.
  Es muy recomendable para asimilar los textos evangélicos, especialmente los que presentan algún personaje además de Jesús, que previamente se han estudiado, analizado o comentado.
  Vale para la oración personal y comunitaria. Después de ponerse en presencia de Dios y solicitar su ayuda para orar bien, se centra uno sobre uno de los personajes del texto. Se puede hacer de la siguiente manera:
  Recrear imaginativamente la escena en cuestión: basta que sea sencilla y me vea dentro de la escena evangélica con Jesús.
  Elegir uno de los personajes de la escena: un apóstol, el paralítico, la mujer encorvada, la gente, los fariseos, el endemoniado… Y meterse dentro del personaje para vivir desde él la escena.
  Dejar que fluyan los acontecimientos viviéndolos desde el personaje: lo que dice o me dice Jesús, el clima que rodea la escena, lo que escucho, lo que siente mi corazón…
  Establecer un diálogo con Jesús: sentir cómo me mira, lo que me dice, le digo,.. siempre escuchando mucho y hablando amistosamente, amorosamente, con El.
  Guardar momentos de silencio, de sólo agradecer y estar con El.
Ya se entiende que el mismo pasaje puede servir para varias oraciones si voy usando los diversos personajes.
Contemplar a Jesús
Se puede y se debe hacer oración con el personaje Jesús. Es decir, meterse dentro de la escena evangélica para ver a Jesús, desde cerca, fijarse, contemplarle, captar sus sentimientos, lo que sentía y movía su corazón, su pasión por el Reino de Dios, etc.
Se procede de la misma manera que antes: se recrea la escena y se sitúa uno al lado de Jesús para escucharle, verle, espiar amistosamente sus gestos, su mirada, su pasión, su dolor, su cariño…
Conviene en este caso, igual que en el anterior, dar mucho juego al corazón y a la voluntad. Y quedarse ratos en silencio: mirando, estando, gozando de que Jesús sea así, nos diga que Dios es de esta manera, ame tanto al ser humano, a mí, deseando parecerme a El, que El me enseñe, me conduzca, me guíe. En definitiva, dejándome amar por El.
Orar con el Evangelio tiene muchas ventajas. Permite asimilar los textos no sólo con la cabeza, sino con el corazón para llevarlos a la vida.
Cada uno debiera ir haciendo suyos textos que le digan mucho, que resuenen dentro de sí y que resultan iluminadores y llenos de luz para la propia vida.
Facilita el conocimiento cordial, amistoso, cercano, de la figura de Jesús. Acercarse al Jesús del Evangelio, con un poco de ayuda y comentarios, permite conocer la figura humana de Jesús en sus diversos registros y en su dimensión que apunta al Misterio. Nos permite tratar con el lado humano del Dios vertido hacia nosotros
oración de Jesús al Padre
Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes
y se las has revelado a los pequeños,
pues tal ha sido tu beneplácito.
Todo me ha sido entregado por mi Padre.
Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre
y nadie conoce quién es el Padre, sino el Hijo
y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Dichosos los ojos de los que ven lo que vosotros estáis viendo.
Lc. 10, 21-24