lunes, 2 de abril de 2012

IV.- La oración en el Huerto (Lc. 22, 39-46)





Fue allí "como de costumbre", pues era un lugar, fuera de la ciudad a donde se retiraba y reunía con sus discípulos (Jn. 18, 2). Para este evangelio “pasaron el torrente Cedrón y entraron en un huerto". El huerto es símbolo de vida. También lo señala en su crucifixión y sepultura: "en el sitio donde lo crucificaron había un huerto y en el huerto un sepulcro nuevo (19, 41). Todo lo cual nos está advirtiendo que la pasión y la muerte de Jesús no tienen sentido sin la vida. En Jesús, que es la Vida, estas cambian de sentido, pues en la misma muerte está naciendo la Vida, como canta el himno ¡Oh cruz fiel!: "la gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de la herida".

Esto no anula el sufrimiento que va a acompañar a Jesús en su entrega. No será apacible sino pasión el modo de realizarla. El trago será amargo por eso recurre al Padre por si es posible llevarla adelante sin tanto horror. Es en esos momentos de soledad inmensa -los suyos están dormidos- cuando Lucas recurre a lo que la imagen que comentamos nos muestra: "se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba" (Lc. 22,43). El recurso a ángeles es frecuente en ambos testamentos. Representan mensajeros eficaces de intervenciones divinas y, a veces, presencializan la acción del mismo Dios. En este caso es una intervención del Padre que "anima" al Hijo en su entrega aunque ésta sea tan dolorosa.

Esta presencia, y en este momento, nos pregunta inevitablemente ¿quería Dios esta pasión y su desenlace la muerte?  Podemos respondernos que no y, también que sí. No porque El nunca quiere el mal ni para su Hijo ni para nadie, está frente a él, es el anti-mal. Y si porque hace suya la voluntad del Hijo que ha decidido dar la vida para la salvación del hombre, respetando, en la forma de realizarse, la libertad errada de este. Hace suyo ‑designio‑ lo que es elección del Hijo, y le anima a realizarlo. Esta connivencia muestra para siempre la plenitud del Amor, en su expresión más rotunda, del Hijo a los hombres y la del Padre.




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