Resulta extraño escuchar en el Evangelio de este segundo domingo de Pascua a Tomás confesando ante la comunidad su incredulidad; “si no meto mis dedos en sus llagas, no lo creo”.
Al pobre Tomás le hemos colgado muchos sambenitos: “positivista, escéptico, ateo”.
No justificamos la incredulidad de Tomás, al no creer en el testimonio de la comunidad. Pero sí justificamos, al menos, su sinceridad.
Tendríamos que preguntarnos si muchos de los que hoy se dicen creyentes lo son de verdad. Y si muchos que llamamos “ateos” lo son realmente.
Si a alguno de nuestros cristianos creyentes que cada domingo van a misa, alguien se atreve a llamarles “ateos”, a buen seguro que les damos un tremendo disgusto, y hasta es posible que nos quiten el habla por buen tiempo.
¡Ateo, yo…!
Pues, mira por dónde, el primer título y acusación que se dio a los cristianos fue precisamente el de “ateos”.
En las actas del Martirio de San Policarpo, Obispo de Esmirna, a principios del siglo II, se dice cómo la turba pide a gritos su cabeza gritando: “¡Mueran los ateos!”
Y San Justino se da por aludido con esta acusación y escribe: “He aquí que se nos da el nombre de ateos, y, si de esos supuestos dioses se trata, ciertamente, confesamos ser ateos”.
Nosotros somos demasiado creyentes. Lo creemos todo:
· Creemos a la que nos echa las cartas.
· Creemos a los que reemplazan el Espíritu por las energías cósmicas.
· Creemos a los que nos hacen depender de los astros, en vez de la Providencia de Dios.
· Creemos a los que nos ofrecen esas religiones de paz sicológica.
· Creemos en el “Dios poder”.
· Creemos en el “Dios éxito”.
· Creemos en el “Dios tener”.
· Creemos en el “Dios que nos castiga”.
· Creemos en el “Dios que quiere que suframos”.
· Creemos en el “Dios que nos envía el cáncer”.
Hoy nadie podrá tacharnos de ateos porque, todos los dioses, los pequeños y los grandes, entran en nuestra fe. Hoy no rechazamos a ninguno de esos dioses que están en venta en los escaparates: el Dios consumo, el Dios sexo, el Dios pornografía, el Dios video.
Los primeros cristianos eran considerados “ateos” porque se negaban a creer en las falsas divinidades, en los falsos dioses del paganismo griego y romano.
En cambio hoy, cristianos y paganos, vamos teniendo los mismos dioses. Es posible que, como cuando Pablo entra en el areópago y descubre aquel nicho vacío “para el Dios desconocido”, también en el areópago de nuestro corazón haya un lugar “para el Dios desconocido”, para el Dios en el que, por otra parte, decimos creer: el verdadero Dios. Nuestro Dios, en medio de todos los demás dioses. Pero como el “Dios desconocido”.
A decir verdad, ateo no es el que niega a Dios. El verdadero ateo es aquel que “cree en dioses falsos”. Y auténtico creyente es el que se niega a creer en “estos dioses falsos”.
Hoy necesitamos más cristianos “ateos”.
· “Ateos” que se niegan a creer en las falsas divinidades de nuestra cultura.
· “Ateos” que se niegan a creer que todo depende del progreso.
· “Ateos” que se niegan a creer que todo depende del poder y del tener.
· “Ateos” que hacen un discernimiento claro y saben diferenciar entre el verdadero Dios y los falsos dioses.
· “Ateos” que se niegan a creer en un Dios que sólo está encerrado en un templo y prefieren creer en ese Dios de la revelación que está en el templo, en las plazas, en casa, en la playa.
O como diría el profeta Zacarías : “En aquel día los cascabeles de los caballos y las ollas de las casas serán tan santos como los vasos sagrados del templo”. (Zac 14,20-21)
Y que, en palabras de Orígenes, “el santuario no hay que buscarlo en un lugar, sino en los actos, en la vida, en las costumbres. Si son según Dios, si se cumplen conforme a su mandato, poco importa que estés en tu casa o en la plaza, ni siquiera importa que te encuentres en el teatro; si vives al Verbo de Dios, tú estás en el templo, no lo dudes”. Personalmente añadiría: “porque tú mismo eres su mejor templo”.
Gracias, Tomás, porque con la incredulidad que te impide creer en el testimonio de tu comunidad que te anuncia al resucitado, nos obligas a nosotros a preguntarnos si en nuestra fe no habrá mezclado mucho de ateísmo.
Tendremos que creer en el testimonio de los que “lo han visto”. Pero también tendremos que discernir si todos los que hablan de él lo han visto de verdad.
Pensamiento: Saber discernir no es ser ateo, sino querer ser un creyente consciente.
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