José Antonio Pagola
Jesucristo: Catequesis Cristológicas (E.3)
A partir de la resurrección de Jesús, los cristianos comprendemos la vida del hombre de una manera radicalmente nueva y nos enfrentamos a la existencia con su horizonte nuevo.
El mal no tiene la última palabra
Si hay resurrección, ya el sufrimiento, el dolor, la injusticia, la opresión, la muerte, no tienen la última palabra. El mal ha quedado “despojado” de su fuerza absoluta.
Si la muerte, último y mayor enemigo del hombre, ha sido vencida, el hombre no tiene ya por qué doblegarse de manera irreversible ante nada y ante nadie. Las muertes, las luchas, las lágrimas de los hombres continuarán, pero, si se vive con el espíritu del Resucitado, no terminarán en el fracaso. Los cristianos nos enfrentamos al mal y al sufrimiento de la vida diaria, sabiendo que a una vida “crucificada” solo le espera resurrección. Nos sostiene la palabra de Jesús: “En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (In 16, 33).
La historia del hombre tiene una meta
Con la resurrección de Jesús se nos ha desvelado el sentido último de la historia. Ahora sabemos que la humanidad no camina hacia el fracaso, la historia de los hombres no es algo enigmático, oscuro, sin meta ni salida alguna. La vida de los hombres no es un breve paréntesis entre dos vacíos silenciosos. En el Resucitado se nos descubre ya el final, el horizonte que da sentido a la historia humana.
Una nueva fuerza liberadora
La fe en la resurrección es fuente de liberación. El que cree en la resurrección tiene una nueva fuerza de liberación ya que su vida no puede, en definitiva, ser detenida por nada ni por nadie. La fe en la resurrección puede y debe dar a los creyentes capacidad para vivir entregados sin reservas, con el espíritu de Jesús, de manera incondicional y sin presupuestos. La fe en la resurrección se debe convertir para el creyente en una llamada a la liberación individual y colectiva.
La fuerza resucitadora del amor
En la resurrección de Jesús descubrimos la fuerza resucitadora del Espíritu. Lo que ha resucitado a Jesús y lo ha levantado de la muerte es el Espíritu que lo animó a lo largo de su vida. Y es ese mismo Espíritu y ese mismo amor el que nos resucitará a nosotros si vivimos impulsados por él (Rm. 8, 11).
Una vida animada por el Espíritu de Jesús no terminará en la muerte. Resucitaremos en la medida en que hayamos vivido con el Espíritu de Cristo. De todos nuestros esfuerzos, luchas, trabajos y sudores, permanecerá lo que haya sido realizado en el Espíritu de Jesús, lo que haya estado animado por el amor (Ga 6, 7-9).
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