lunes, 2 de abril de 2012

XVI.- Muerto en la Cruz (Jn. 19, 28-30)



Estamos acostumbrados a verlo así, tal y como el paso nos lo presenta. Clavado en la cruz, la cabeza reclinada y una llaga en el costado de la que fluye sangre y agua. Antes de llegar a esta situación Jesús había dicho “queda terminado”. ¿Qué es lo que ha concluido? La culminación del proyecto creador del Padre, lo que Él quiso desde el principio y no pudo culminar por culpa de todos los adanes en este mundo nacidos. El proyecto era la divinización del hombre, respetando su libertad, mediante su identificación con el querer de Dios. Es el fin de su proyecto creador y también su forma de realizarlo, amando como Él, que es Amor, ama. En este Hombre crucificado se ha culminado el proyecto, es hombre verdadero cuya vida entera ha sido, mediante una entrega sin condiciones, amar como el Padre Dios ama, hasta la entrega total de su vida. Pero su vida nace, como de su fuente, del Amor que es el Padre, origen permanente de la vida. Por eso en esta culminación del proyecto creador, su presencia reluce como nunca en Jesús y esta presencia de la fuente misma de la vida es totalmente incompatible con la muerte. Lo que nos permite descubrir en esa cabeza reclinada que físicamente está muerto pero la muerte no interrumpe su vida. Es como un sueño que adormece facultades y funciones pero que no destruye su vida. Por eso la cabeza reclinada, postura que se adopta para dormir. "Sufrió la muerte en su cuerpo pero recibió vida por el Espíritu" (1ª Ped. 3, 18‑19).

Así, "reclinando la cabeza, entregó el Espíritu”. Es como si la muerte física rompiera su Humanidad haciendo surgir el Espíritu que lo llenaba para darlo a los demás, ya que su misión no acababa con su muerte. Su vida, su historia y su misión es cuando, libres de las limitaciones de su corporeidad material y de las impuestas por los verdugos, entrega lo que le llenaba a todos los que con Él quieran identificarse. La llaga del costado, expresión del odio del mundo es convertida en expresión del amor creador de vida. Por ella fluye, como un torrente, el Amor creador siempre de vida, representado en la sangre y el agua símbolos del Espíritu que se derrama sobre toda carne.



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