lunes, 29 de octubre de 2012

Lo importante


(Reflexión a Mc. 12, 28-34)
Un escriba se acerca a Jesús. No viene a tenderle una trampa. Tampoco a discutir con él. Su vida está fundamentada en leyes y normas que le indican cómo comportarse en cada momento. Sin embargo, en su corazón se ha despertado una pregunta: "¿Qué mandamiento es el primero de todos?" ¿Qué es lo más importante para acertar en la vida?
Jesús entiende muy bien lo que siente aquel hombre. Cuando en la religión se van acumulando normas y preceptos, costumbres y ritos, es fácil vivir dispersos, sin saber exactamente qué es lo fundamental para orientar la vida de manera sana. Algo de esto ocurría en ciertos sectores del judaísmo.
Jesús no le cita los mandamientos de Moisés. Sencillamente, le recuerda la oración que esa misma mañana han pronunciado los dos al salir el sol, siguiendo la costumbre judía: "Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón".
El escriba está pensando en un Dios que tiene poder de mandar. Jesús le coloca ante un Dios cuya voz hemos de escuchar. Lo importante no es conocer preceptos y cumplirlos. Lo decisivo es detenernos a escuchar a ese Dios que nos habla sin pronunciar palabras humanas.
Cuando escuchamos al verdadero Dios, se despierta en nosotros una atracción hacia el amor. No es propiamente una orden. Es lo que brota en nosotros al abrirnos al Misterio último de la vida: "Amarás". En esta experiencia, no hay intermediarios religiosos, no hay teólogos ni moralistas. No necesitamos que nadie nos lo diga desde fuera. Sabemos que lo importante es amar.
Este amor a Dios no es un sentimiento ni una emoción. Amar al que es la fuente y el origen de la vida es vivir amando la vida, la creación, las cosas y, sobre todo, a las personas. Jesús habla de amar "con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser". Sin mediocridad ni cálculos interesados. De manera generosa y confiada.
Jesús añade, todavía, algo que el escriba no ha preguntado. Este amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. Sólo se puede amar a Dios amando al hermano. De lo contrario, el amor a Dios es mentira. ¿Cómo vamos a amar al Padre sin amar a sus hijos e hijas?
No siempre cuidamos los cristianos esta síntesis de Jesús. Con frecuencia, tendemos a confundir el amor a Dios con las prácticas religiosas y el fervor, ignorando el amor práctico y solidario a quienes viven excluidos por la sociedad y olvidados por la religión. Pero, ¿qué hay de verdad en nuestro amor a Dios si vivimos de espaldas a los que sufren?
José Antonio Pagola

jueves, 25 de octubre de 2012

La mujer encorvada


Por Eloy Roy
La mujer no podía enderezarse. Hacía dieciocho años, dieciocho siglos, milenios que andaba doblada, agachada, encerrada en sí misma, amarrada.
Era obra del mandinga, decía la gente, pues no era un secreto que las mujeres tenían inclinación hacia él. Pactaban con él para hacer cosas raras. Curaciones, por ejemplo, dar a luz, ver cosas...
Primero hemos tapado a las mujeres de pies a cabeza y las enclaustramos. Muchas fueron apedreadas porque se creía que eran pocas las que no tenían algo de putas. Imputarles los defectos y pecados de los hombres era lo común. Si un hombre violaba, estrangulaba, destrozaba, mataba, enseguida se decía: "busquen a la mujer"...
Luego las hemos quemado vivas. ¿Caía una desgracia sobre el pueblo? Era culpa de alguna bruja. Se lanzaba entonces una caza de brujas hasta dar con una. Si una mujer tenía demasiado cariño a algún gato, si salía a recoger hongos extraños por los bosques, si iba mucho a misa o iba demasiado poco, si tenía los ojos enrojecidos (¿cómo no, si las pasaba cocinando encima de las llamas del hogar? Pero no se pensaba así tan lejos...); si tenía una verruga o alguna mancha rara sobre el cuerpo, esa mujer, con toda seguridad, era bruja. Se la quemaba viva en la plaza del mercado. Muerto el perro, se acababa la rabia... No más granizo, no más gripe, no más incendios, no más males de dientes en el pueblo. Por un momento al menos. Todo el mundo estaba contento.
Durante dieciocho siglos, o milenios, a las mujeres se les ha obligado a vivir dobladas, replegadas sobre sí mismas, atadas. Se las sometía a tareas repugnantes y a trabajos muy duros. E incluso a la mutilación, como sucede en algunas culturas. O a la violación, a la esclavitud sexual y a los crímenes de honor, como sucede aún todos los días. Cientos de millones de mujeres no han podido nacer, o fueron matadas al nacer, por el único "error" de no ser varones. Porque no ser varón y ser mujer nomás, para muchos aún, es una tara, un accidente de la naturaleza o, en el mejor de los casos, un mal necesario.
Las mujeres tenían el derecho de ser sirvientas, juguetes, muñecas o trofeos del varón. Tenían el deber de hacer gozar al varón y darle descendientes, pero ellas mismas no debían gozar. Por cierto, los varones querían a las mujeres, pero en esas condiciones.
Ellas podían bordar y tocar piano, pero los grandes estudios les estaban prohibidos; no podían hacer cheques ni firmar contratos, ni votar. Para entrar en una iglesia debían envolverse en miles de trapos.
Puesto que esa era la triste suerte de las mujeres, no extraña el que, hasta hoy en día, el buen judío ortodoxo, al salir de la cama, haga esta oración a Dios, cada mañana: "Te doy gracias, Señor, por no haberme hecho mujer."
En nuestras sociedades menos tradicionales, las cosas han cambiado. Tras luchas épicas, llevadas sin armas y sin derramar una gota de sangre, las mujeres lograron por sí solas conquistar el reconocimiento de su dignidad y de sus derechos esenciales. Pero mucho camino queda aún por recorrer para que las mujeres de todas partes sobre el planeta sean felices de ser mujeres.
En América Latina, en donde se encuentra la mayor concentración de católicos del mundo, las mujeres llenan las iglesias. Sin ellas, la Iglesia se habría muerto. Pero allí, como en otras partes del mundo, la alta jerarquía ha decretado que, cuando la mujer fue creada por Dios, él la hizo irremediablemente incapaz de celebrar una pobre misa. Eso estaría inscrito para la eternidad en el genoma femenino...
Esta misma jerarquía está actualmente movilizando todas las fuerzas de la Iglesia para largar una "Nueva evangelización" a escala mundial. Pues bien, mal que les pese a estos señores, aquí va una Buena Noticia de parte de Jesús que no vendría mal que la inscriban para la eternidad en el genoma de la Iglesia:
Una mujer estaba allí. No pedía nada. Hacía dieciocho años que vivía doblada en dos, encerrada en sí misma, amarrada. "Estaba tan encorvada que no podía enderezarse de ninguna manera" Jesús la vio y se conmovió hasta las tripas. Extendió sobre ella su mano fraternal y le dijo: ¡"Mujer, quedas liberada! " Al instante la mujer se incorporó y quedó derecha como un árbol. (Lucas 13, 10-14).
La alta jerarquía arremetió enseguida contra Jesús por haber curado a alguien justo un día sábado. Aquello estaba terminantemente prohibido en virtud de la alta sacralidad de ese día.
Con los obsesionados de lo sagrado y guardianes de lo "inmutable" es siempre lo mismo: una mujer vale menos que un burra o una vaca (por favor, leer bien el texto), y todo lo que no está controlado por ellos es obra del diablo.
Irónicamente, fue por amarrarse a leyes o creencias "inmutables" como nuestra pobre Iglesia (que por otra parte hizo cosas muy buenas en su historia) logró convertirse a sí misma en una vieja mujer completamente encorvada. Esperemos que la Buena noticia de Jesús con relación a ese problema le dé ganas de enderezarse y ponerse de nuevo a crecer derecha como un árbol. Y que, al nombre de Jesús, en todas las iglesias del mundo y fuera de ellas, las mujeres de la Tierra gocen de la entera libertad de andar sin miedo y con la frente en alto. Y que puedan dar misas si a Dios le gusta.
Seguro que a Dios le ha de gustar puesto que a la mujer, al igual que el varón, él mismo la creó a "su imagen y semejanza" (Génesis 1, 26-27).

miércoles, 24 de octubre de 2012

Con ojos nuevos


(Reflexión a Mc. 10, 46-52)
La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "Ánimo, levántate, que te llama". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: "Maestro, que pueda ver". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el camino".
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.
José Antonio Pagola

lunes, 22 de octubre de 2012

"La jerarquía eclesiástica justifica, legitima, defiende y protege el sistema"




Los teólogos progresistas denuncian el "pecado de omisión" que supone "callarse o hacer declaraciones tibias"


“una Iglesia, cuya jerarquía guarda silencio o se expresa con una ambigüedad pretendidamente neutral ante una situación tan extremadamente grave, no puede ser la Iglesia que quiso Jesús de Nazaret”
I
(Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII).- La Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, sensible a los dramas humanos que está generando la crisis, queremos expresar nuestra solidaridad con los sectores más vulnerables de la sociedad que sufren en carne propia las consecuencias de una crisis de la que no son responsables y compartir las siguientes reflexiones.
1. Después de cuatro años hablando y lamentándonos de la crisis económica, creemos que hay un factor fundamental de este patético problema, que, a nuestro juicio, no se ha valorado aún debidamente en su justa dimensión y en sus consecuencias, y sin el cual la crisis no tendrá remedio. Dicho factor consiste en que la crisis ha sido provocada, no sólo por la economía, sino, como componente muy decisivo, por la corrupción. Los desastres que está causando han sido motivados por el dinero y el capital, pero también, y quizá en mayor medida, por la falta de ética y la desvergüenza de quienes han tenido la mayor responsabilidad en este desastre.
2. Con razón se ha dicho que las creencias sociales se diferencian de las ciencias exactas en que las convicciones afectan a la realidad. Nuestra realidad social y humana está tan deteriorada porque ha nacido de convicciones perversas. Sobre todo, la convicción de que lo que importa en la vida es el lucro y la ganancia, el disfrute y el derroche, sin reparar en los medios ilícitos con los que eso se ha conseguido por personas y grupos influyentes, concretamente en el tejido social de nuestro país.
3. La consecuencia inevitable de este estado de cosas ha sido el triunfo de poderes y de pautas de conducta que nos está llevando hacia un modelo de sociedad desigual en el que un reducido número de ciudadanos goza de unos ingresos económicos y de unos derechos de los que carece el resto de la población. Pensamos que en esto se concentra el problema más grave que se nos plantea ahora. Un problema del que muchos de los ciudadanos no acaban de tomar conciencia, ya que un sector importante de la población confía en que España, y los países que estamos pagando las peores consecuencias de la crisis, se recuperarán de este desastre y volverán recuperar el estado del bienestar del que han disfrutado durante las últimas décadas.
Así las cosas, creemos urgente que la ciudadanía tome conciencia de que estamos ante el final de un ciclo cultural, político y económico. Los poderes públicos están poniendo las bases de otro modelo de sociedad, que las personas mayores recuerdan con espanto: el viejo modelo en el que un grupo de familias poderosas gozaban de privilegios económicos, educativos, sanitarios y legales, que no estaban al alcance de la gran mayoría de los españoles y de las españolas.
4. Al afirmar esto, creemos que lo más grave y peligroso, que se nos viene encima, además del hecho doloroso de que el desempleo crezca y se prolongue durante años, es que nos están quitando nuestros derechos fundamentales, al tiempo que la cultura, la educación y la sanidad se están convirtiendo en poco tiempo en privilegios de los pocos afortunados que pretenden dominarnos a los demás.
5. No es ajena a esta situación la pésima gestión de muchos políticos y la corrupción de algunos de ellos, que está produciendo daños graves a la democracia y generando descrédito de la misma en mucha gente.
5. Valoramos positivamente las manifestaciones y actitudes solidarias de algunos obispos. Pero, al tomar conciencia de esta aterradora situación y de este proyecto opresor, que se nos oculta intencionadamente mediante mentiras incesantes, nos preocupa especialmente el silencio de un sector importante de la Iglesia jerárquica o la postura condescendiente con las injustas medidas gubernamentales ante un estado de cosas que entraña tanto dolor e inseguridad en los individuos y en las familias, y tanta desesperanza ante el futuro incierto y grave que se nos avecina. Creemos que los obispos, en España y en Europa, están cometiendo el mayor escándalo de los últimos tiempos. Las religiones, y concretamente la Iglesia católica en nuestro país, siguen teniendo un peso de autoridad moral importante, que puede ser decisivo en asuntos que afectan de forma tan directa a la conducta moral de los ciudadanos y a la felicidad o la infelicidad de quienes peor lo pasan en la vida.
Callarse o hacer declaraciones tibias en esta situación es el peor "pecado de omisión" que ahora mismo se puede cometer. Estamos ante un escándalo que clama al cielo. No se puede comprender cómo nuestros obispos protestan por las cuestiones que afectan a la moral sexual, tal como ellos la entienden y la proponen, o por la defensa de sus privilegios económicos y legales, al tiempo que se muestran insensibles ante el sufrimiento de tantas personas que se ven obligadas a cargar con el yugo más pesado que los empobrecidos tienen que soportar. En esto se juega el ser o no ser de la Iglesia. Porque una Iglesia, cuya jerarquía guarda silencio o se expresa con una ambigüedad pretendidamente neutral ante una situación tan extremadamente grave, no puede ser la Iglesia que quiso Jesús de Nazaret.
6. Ante esta actitud de la jerarquía católica, gran parte de opinión pública considera que la institución eclesiástica se ha integrado en el sistema económico-político que se nos ha impuesto es parte del sistema, lo justifica, lo legitima, lo defiende y lo protege. Por eso, nos preguntamos: ¿Cómo se puede predicar el Evangelio de Jesús de Nazaret en tales condiciones? La Iglesia necesita una renovación a fondo y una recuperación evangélica. Cuando, en estos días, recordamos la figura ejemplar del papa Juan XXIII y el cincuenta aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II, pedimos de forma apremiante:
- A los obispos, que las actitudes solidarias y las denuncias radicales contra los poderosos de nuestro tiempo se constituyan en criterio rector de nuestras vidas: la opción por los empobrecidos, la austeridad, la solidaridad con los marginados, la mesa compartida con quienes carecen del sustento diario, la compasión con los que sufren, la justicia y el trabajo por la paz, y que renuncien a los privilegios que les otorgan los Acuerdos de 1979, ya que les impiden impide optar por los sectores marginados.
- A las organizaciones cristianas de base, movimientos apostólicos obreros y algunas instituciones eclesiales de las diferentes tradiciones cristianas, que sigan trabajando solidariamente, como lo vienen haciendo, en favor de las víctimas de la crisis. Dichos colectivos cuentan con nuestro apoyo y nuestra colaboración.
-A los gobernantes de la Nación, de las Comunidades Autónomas y de los Municipios, que en el ejercicio del gobierno den ejemplo de honradez, respeto, tolerancia y defiendan la dignidad de las personas y la igualdad de derechos que establece nuestra Constitución, como los fundamentos básicos sobre los que se asiente la recuperación de nuestra sociedad.
Madrid, 19 de octubre de 2010

Querido divorciado - (Lo que los curas no pueden decir. ¿O sí?)


¿Qué le dirías tú, lector amigo, a un divorciado católico que te viene a llorar el dolor del trato que nosotros, su Iglesia, le damos?
Yo le respondí todo esto. Un poco largo quizás, pero quise cuestionarle a la luz del Evangelio que yo he leído. Puede que algunos hayan leído "otro".
Y con esto termino las dos partes de mi revisada meditación sobre el divorcio.

Mi querido Andrés:
Me cuentas el dolor que te causa no poder comulgar. Estás "excomulgado de hecho" por tu condición de "católico divorciado vuelto a casar". Así llevas muchos años y, a veces, la culpabilidad te corroe las entrañas. Quieres ser fiel a la doctrina de la Iglesia y no ves salida. Esa doctrina te obliga a permanecer apartado de la Comunión y te anima -farisaica paradoja- a vivir en comunión...
¿Recuerdas quienes sufrían ese "apartheid" en tiempos del Señor? Algunos de aquellos leprosos desafiaron la prohibición y se acercaron a quien podía darles la salud y la paz. Esas experiencias evangélicas deberían darte ya alguna pista.
Las normas generales no siempre se pueden aplicar a todos. Por encima de las normas está la "conciencia profunda". La propia doctrina oficial lo reconoce. ¡Menos mal!
Claro que, antes de nada, conviene distinguir dos clases de divorcios:


1) El divorcio por capricho que empuja a no aguantar lo más mínimo y dar rienda suelta a la satisfacción corporal y sensible. El voluble egoísmo junta y separa. La pareja no es más que un instrumento para mi satisfacción. Cuando no sirve a mis propósitos la tiro o la sustituyo como sustituyo un sofá demodé.
Los que hemos rebasado los cincuenta conocemos perfectamente la insidiosa tentación de cambiar a nuestra cincuentona por dos de veinticinco. Desde mucho antes ya nos persigue ese diablo bizco que sólo mira lo apetitoso para el instinto. Tengo la impresión de que éste es el divorcio que condena el Evangelio. Pero no es tu caso, ni el de la mayoría de católicos de buena voluntad que se ven abocados a una ruptura no deseada.
2) El divorcio por necesidad, para poder seguir viviendo, porque la yunta con quien camina en dirección contraria es mortífera. Hubo un error de inicio, se formalizó una boda legal pero no real. Allí no había unidad, ni amor verdadero, ni compatibilidad, ni consciencia suficiente. Como mucho fue un precipitado fogonazo de juventud provocado por carencias afectivas, inmadurez, instinto y ceguera. Ni estabas preparado, ni supiste prepararte, ni vislumbraste las espeluznantes consecuencias de tu equivocación.
¿Me voy aproximando a tu caso? ¿Condenarías a alguien a permanecer anclado en el "dolor del error" toda la vida? ¿No existe posibilidad de rectificación para los matrimoniados por error? ¿Les condenarías a vagar separados y solos por las estepas de la vida? Tal vez las respuestas a estas preguntas te ayudarán a comprender y comprenderte.

Aclarada esta diferencia esencial, vayamos ahora a las ataduras doctrinales que te privan de los sacramentos. Puede que la Jerarquía no quiera o no pueda variar sus esquemas porque piense que una mayor "liberalización" perjudicaría a la ya liberal sociedad en que vivimos. Deben advertirnos de la gravedad de los errores en este campo porque la familia ha de estar protegida de la volubilidad del individuo y no pueden ser los hijos los paganos del poco esfuerzo de reconciliación de sus padres.
En situaciones extremas los católicos deberíamos acudir a la propia Iglesia para que analice y resuelva si hubo o no matrimonio verdadero. En mi opinión "hay muchas más nulidades de las que se solicitan y declaran". Los católicos acudimos a los ágiles tribunales civiles y huimos de la parsimonia eclesiástica. Lo uno no quita lo otro.
El sentido común me dice que si me casé por la Iglesia, debería también someter mi fracaso a la Iglesia. Sé que hay circunstancias que hacen esto prácticamente imposible por el tema de las jurisdicciones territoriales y la movilidad geográfica de los separados. También sé que la lentitud procesal de los tribunales eclesiásticos, sus exigencias formalistas, su mermada fama y su imaginaria carestía, disuaden a muchos católicos. ¡Nos equivocamos! Deberíamos, como mínimo, informarnos.
Me cuentas que, en tu caso, no tienes posibilidad real de acudir a esa solución, que eres un "divorciado católico" de muchos, que llevas con dolor la situación en que te hemos colocado. Pero eso es compatible con procurar la REALIDAD de una "vida espiritual profunda", aún en contra de la TEÓRICA situación jurídica en que estás atrapado. Hay personas importantes en la Iglesia que claman por avanzar en la doctrina sobre los divorciados, como el Cardenal Martini que pedía un Concilio -nada menos- sobre este tema.
Si yo estuviera en tu caso, no dejaría de confesar y comulgar. Trataría con todas mis fuerzas de vivir unido a ese Dios en quien creo, por encima de la obligación impuesta de vivir desterrado. Sin duda me saltaría el destierro. Claro que, para eso, tienes que encontrar un sacerdote comprensivo que quiera confesarte. La Comunión la puedes recibir de cualquiera, basta con acercarse. Siempre que seas discreto y no levantes escándalo.
Para quebrantar la norma sin sentirte culpable tendrías que avanzar hacia una conciencia PROFUNDA (la que se fía del discernimiento propio y las aspiraciones profundas; en tu caso, la aspiración a vivir más íntimamente unido al Señor).
Tendrías que tomar distancia de la rigidez de la conciencia CEREBRAL (la que sigue ciegamente normas, reglas y libros) y salir de la alienación a la conciencia SOCIAL (la que se somete rigurosamente al "ambiente humano" en que vive, sin discernimiento personal).
La primera es la conciencia de que habla Pablo: "Nos sentimos orgullosos de que nuestra conciencia nos asegure que nos hemos comportado con todo el mundo, y especialmente con vosotros, con la sencillez y la sinceridad que Dios da, y no por la sabiduría humana, sino por la gracia de Dios" (2Cor, 1,12).
Es decir, hay que madurar y aprender a descender a la conciencia profunda, dándola prioridad sobre las otras dos, propias de etapas inmaduras. No se trata de eliminarlas sino de ponerlas en su lugar. La conciencia profunda es el íntimo reducto de la persona, que tiene en cuenta todas las realidades (interiores y exteriores) en que está inmersa, es la brújula que pivota siempre sobre el Dios personal que nos habita.
Mientras no consigas bajar a la conciencia profunda no serás libre ni autónomo, seguirás siendo un niño agarrado a la mano de mamá: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Cuando llegué a hombre, desaparecieron las cosas de niño" (1Cor 13,11). "Mientras el heredero es niño, en nada se diferencia de un esclavo, aunque sea el dueño de todo" (Gal 4,1).
Algún día te escribiré sobre los terribles daños que causa la religión que no promueve la autonomía y libertad de las personas. Confundir "religiosidad" con "sometimiento" (algo que se patrocina con mucha frecuencia) nos conduce a la alienación, inseguridad, temor, rigidez, culpabilidad, escrúpulos, incluso neurastenia, depresión y agresividad sectaria. Es un tremendo fraude, aunque sea realizado con buena intención, más propio de sectas que de verdaderas religiones.
En este momento te sientes atado por el texto que me envías: "Cuando los fieles divorciados vueltos a casar se separan o viven en plena continencia, pueden ser admitidos nuevamente a los sacramentos" (1). Esa es la norma, ciertamente. Ahora dime qué solución prefieres: ¿Separarte de tu actual esposa, con la que reconstruiste una familia con dos pequeños? ¿O vivir con ella en total continencia?
No sé a quién se le ocurrió esa redacción pero basta leer para darse cuenta que repugna al sentido común. Y lo digo así, abiertamente, para que nuestros dirigentes se enteren que la VIDA REAL no cabe en esos almidones que nos han planchado.
Qué distante y distinto ese texto que te aprisiona de aquél del primer Concilio de Jerusalén: "El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas que las imprescindibles" (He 15,28). Me parece que hay evidentes contradicciones entre la doctrina original y sus complejas derivaciones posteriores.
Con el afán de tenerlo todo atado, normalizado y cuadriculado, nos han construido una torre doctrinal enorme, mayor que la de Babel, sin la mínima concesión a la conciencia, al discernimiento o al raciocinio personales.
Somos una Iglesia ferroviaria que ha dejado de ser camino (alegres pasos, libres y autónomos, hacia la felicidad auténtica) para convertirse en una interminable y compleja red de rígidos raíles. Sobre ellos circulan los fieles herméticamente encerrados en vagones precintados con obligatorias consignas, debidamente fiscalizados por autoridades rigurosas e inamovibles, desfasadas de su tiempo generalmente, con atuendo de brujos más que de apóstoles.
No me extraña que nos asalte muchas veces esa sensación de falta de oxígeno y vida. Nos enseñan:
- "sometimiento" en vez de "discernimiento",
- "cumplimiento" (cumplo y miento) en vez de "seguimiento",
- "erudición" en vez de "conversión",
- "rito" en vez de "vida interior".
En nuestras catequesis (e incluso en la formación de nuestros curas) se memorizan historias, teorías y cánones (formación intelectual) pero no se forman conciencias, ni se camina hacia la maduración personal real. La fidelidad propuesta es obediencia ciega a las "voces externas", en vez de escucha y docilidad a la "voz interior" del dulce Huésped que nos anida.
La gente de nuestro tiempo, sin embargo, ama el aire, la libertad, la naturaleza, la solidaridad, la racionalidad, la creatividad y el progreso. Luego se preguntarán por qué se vacían las iglesias llenas de rígidas rutinas, oraciones incoherentes y homilías vacuas…
A pesar de todo, me duelo pero no me escandalizo. Sé que nuestra Iglesia está dirigida por hombres falibles que hacen lo que pueden y suplen sus carencias dándose más importancia de la que tienen: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas" (Sal 127).
Y no te confundas, amigo mío, no defiendo una Iglesia blandengue, sin columna vertebral, sometida al capricho de cada cual. Ése sería el otro peligrosísimo extremo. Suspiro por una Comunidad caminante, que proponga y no imponga, que anime y nunca rechace, que promueva la libertad, la maduración, la conciencia y los carismas personales, que crea visceralmente en el Espíritu, el gran olvidado.
Pero volvamos a tu caso. En los temas complejos, como éste, no es fácil conciliar la norma general con las necesidades particulares. Los dirigentes tienden al rigor y los fieles deberíamos anclarnos en la comprensión y la misericordia. Sigue siendo verdad que "el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2,27).
Por eso, amigo mío, hay que acudir a la sincera conciencia personal, piloto de la vida concreta de cada uno. Tienes la obligación de buscar la luz que te guíe y alimente. No puedes "alienarte", sin más, a lo que otros dicten. Nadie tiene el derecho de imponerte caminos que te restan vida o repugnan a tu inteligencia. Los apóstoles hubieran pasado hambre -como tú ahora- si hubieran cedido al legalista rigor de los fariseos y no hubieran cogido espigas en sábado.
Por lo que me has contado deduzco que en tu primer matrimonio ("no-matrimonio") hubo una nulidad plena (tu conciencia te lo descubrirá si te miras con sinceridad). Me parece que no sabías lo que hacías y los hechos posteriores lo demuestran. Además no puedes pedir la "nulidad oficial" porque tus circunstancias no lo permiten. ¿Puedes pensar que el Señor te quiere ATRAPADO en esa especie de tierra de nadie y alejado de sus sacramentos?
Desde luego, yo creo en un Dios que me atrae y me quiere cerca, en cualquier circunstancia, por encima de cualquier norma, aunque haya tenido un accidente de vida o haya cometido un garrafal error al emparejarme. Mis aspiraciones interiores no pueden ser retenidas por ningún código humano. Abandonaría la gruta del destierro, como los leprosos, y me acercaría al Jesús que comprende, cura y nunca rechaza.
No entra en mi cabeza cómo en su Iglesia se puede legislar institucionalizando el rechazo a unos hermanos por la desgracia de haberse equivocado en una opción de vida, tomada -casi con seguridad- con inconsciencia cierta.
Te recomiendo que leas y releas este texto: "¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Porque estoy persuadido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes ni las futuras, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35).
Continúa después con este otro: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mc 2,17). Después discierne si debes o no debes acercarte a los sacramentos.
¡Perdóname si algo de lo que digo te perturba! Ya sabes que sólo se critica lo que se ama porque "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio". Mi amor a mi Iglesia me hace desear apasionadamente su transformación y conversión, empezando por uno mismo naturalmente. Me has pedido sinceridad y ahí la tienes.
Una única advertencia: Que las decisiones de tu conciencia no causen escándalo a otros más débiles o ignorantes. Por tanto sé prudente a la hora de actuar. Se trata de vivir lo más cerca posible del Dueño de la vida sin causar escándalo a los "niños" de mayor o menor edad.
Sé consciente de que estas letritas no agotan el tema del divorcio, ni interpretan tu situación, ni pretenden que las sigas. Sería salirte de una alienación para meterte en otra.
He pretendido simplemente darte algunas pistas para que puedas tomar tus propias decisiones. Si te sirven, me sentiré pagado. En todo caso, no dejes de buscar al Señor y dejarte encontrar por Él. Me parece que no puedes consentir que "la falta de unos papeles" (los de la nulidad) te alejen del Señor. Eso sería un disparate.
Un abrazo inmenso Andrés. Que el Dios de la Paz te inunde, te permita encontrar tu conciencia profunda y su Camino.
________________________
(1) De la Exhortación Apostólica Familiaris consortio (22-11-1981), punto 6, posterior al Sínodo de los Obispos sobre la familia (1980).

viernes, 19 de octubre de 2012

Iglesia Titanic y nueva evangelización


Eloy Roy, pecador
Querida Iglesia, ya no eres la barca de Pedro, sino una vetusta nave de la orgullosa y ahora difunta White Star Line. Imbuida de tus glorias pasadas, te crees insumergible ya que dices: ¡"Soy infalible! "... Abre los ojos. La banquisa está allí muy cerca, sobre tu derecha.
A tu barco dale enseguida un vigoroso golpe de timón hacia la izquierda, si no te vas a hundir como el Titanic, tú, la reina de los mares, tú, la nueva Tiro... (Ezequiel 27, 25-36). El deber de conversión es también para ti, sabes.
Es cierto que por la izquierda se corren grandes riesgos, pero hoy en día es allí donde se encuentra el pescado. Porque es allí donde late el corazón, el sueño, la utopía, la intuición de ese Reino, por el cual Jesús dio su vida. O haces rumbo a toda máquina hacia estas tierras mal desbrozadas que necesitan de ti, o te vas a pique al fondo del mar.
Desde Marshall McLuhan, todo el mundo sabe que "el medio es el mensaje", o, si prefieres, "el mensaje es el mensajero". De tanto no encarnar lo que intenta transmitir, el mensajero termina perdiendo toda credibilidad. Y al final, muchos le dan la espalda tanto al mensaje como al mensajero.
Hoy en día mucha gente se burla de Dios y no le presta más atención al Evangelio, porque la Iglesia, que se presenta al mundo como mensajera de ambos, ya tiene muy poca credibilidad.
Qué conste, aquí no me refiero sino a la gran Iglesia en su aspecto imperial, con sus estructuras, su mentalidad, su forma de gobierno, su moral y sus parafernalias de épocas muertas. Y no, por cierto, a estos pequeños grupos de fieles lúcidos y valientes que, en varias partes del mundo, encuentran aún la forma de seguir adelante a pesar de no ser tomados en cuenta por la gran iglesia, o de verse forzados a vivir al margen de ella.
Por de pronto, tú que te identificas tan "humildemente"... como la única y verdadera Iglesia de Cristo, has manifestado tu firme propósito de re-evangelizar a esta parte del mundo que has perdido. Nada más normal puesto que para eso has sido inventada. Pero hace treinta años que te propones lo mismo y no pasa nada.
Has de entender que para evangelizar no existen mil medios, sino uno solo: que tú misma te vuelvas Evangelio de pies a cabeza, en tu corazón, en tus vértebras, en tus huesos, es decir, en tu forma de ser, de pensar, de vivir, de organizarte, de trabajar y de hablar.
El mayor obstáculo a tu proyecto de evangelización, no lo busques lejos, porque tú misma eres ese obstáculo. Mírate en el espejo y, con la mano en el corazón, dime si Jesús se reconocería en ti. ¿Puede uno leer fácilmente sobre tus rasgos el Evangelio de Jesús? Te apuesto que no. Sería como pedir a un analfabeto que descifrara unos jeroglíficos mayas o unos ideogramas chinos. Personalmente no puedo hacer tal lectura, a pesar de que yo tenga algunas nociones de chino...
Te suplico, deja, por favor, de confundir la Buena Noticia de Jesús con tu indecente y ridículo alineamiento con la augusta sabandija que embauca y estruja al mundo.
Renuncia a tu obsesión enfermiza por el sexo, tema que en tus tribunas ha llegado a copar todo el espacio que por derecho divino corresponde exclusivamente al anuncio alegre de la Buena Noticia a los pobres y a los oprimidos.
Deja de ver enemigos por todas partes cuando, en realidad, no tienes peor enemigo que tú misma.
Además, antes de sentirte continuamente perseguida por el mundo entero, deja de acosar a los que muy afortunadamente no piensan del todo como tú.
Si, a veces, te cuesta demasiado predicar toda la verdad de Jesús ante los crímenes contra la humanidad que cada día se cometen en el mundo, sería mejor que te calles. Pues de tanto adaptar el evangelio a tus intereses de clase, lo has vuelto estéril y tan nefasto como la mentira.
Si, por fin, se te ocurre que haya en ti cosas que no se pueden ni se deben cambiar, ten por seguro que realmente te estás tomando por Dios y que por lo tanto ya no se puede esperar nada de ti (Ezequiel 28, 1-19).
Pero sigo pensando que todavía puedes esquivar la banquisa, si quieres.

Lo mejor del Concilio


Por Dolores Aleixandre
Cuando empezó el Concilio yo llevaba una cofia almidonada de campesina borgoñona del s. XVIII que sobresalía por los lados y sólo me permitía mirar de frente. Al acabar el Concilio, la habíamos cambiado por otra que se ajustaba a la cabeza y hacía ya posible una mirada panorámica: todo un símbolo de la ampliación de visión y ensanchamiento de horizontes que se vivía a nivel eclesial.
Lo mejor del Concilio creo que fue permitirnos vivir la experiencia de que lo que parecía inmutable, mutaba, lo atado se desataba y lo petrificado se derretía. Y eso grabó en nuestras conciencias la convicción de que lo esencial del Evangelio es muy poco y casi todo lo demás es cuestionable, reversible y adaptable.
Se desmoronaban las murallas de la Jericó eclesial y se invitaba a todos pasear por sus parques y avenidas: la llamada a la santidad dejaba de ser propiedad privada de clérigos y religiosos y se convertía en una vocación universal que nos igualaba a todos.
La Biblia, considerada libro sagrado e inaccesible en vitrinas herméticas, se convertía en Palabra viviente, se instalaba en la mesa camilla de nuestra casa y viajaba con nosotros en transporte público. La liturgia se sacudía las sandalias de tanto polvo de rituales arcanos y vestimentas extrañas y la Eucaristía volvía a ser Pan roto y compartido que circulaba en la comunidad de hermanos y hermanas.
¿Lo peor? La falta de estrategias pedagógicas para explicar los cambios y un optimismo demasiado ingenuo y poco previsor: impidió calcular el poder que iban a seguir ejerciendo los sectores reacios al Concilio que, con la curia vaticana a la cabeza, ejercían mando en plaza y tenían en su mano la palanca del freno.

¿Qué cambió?
Dejar de mirar el mundo alejándose irremisiblemente de Dios y amenazando a la Iglesia: nos invitaron a contemplarlo confiando en la presencia fiel de Dios y de su amor irrevocable a la humanidad.
Llamar a la Iglesia "Pueblo de Dios" consiguió que le caducara el código de barras al anterior "modelo piramidal". Esta nueva imagen conecta tanto con la propuesta evangélica de circularidad fraterna (en la que la silla del Padre vacía, en expresión feliz de Carlos Domínguez) que sigue manteniendo su poder de atracción a pesar de los intentos de sofocarla.
Ha emergido la dignidad de la conciencia, con la belleza de Eva en el jardín de la creación y han salido huyendo como sabandijas un sin fin de normas, rúbricas, prescripciones y observancias inverosímiles que se habían ido colando por las rendijas de la praxis cristiana.
Habían ejercido su ridículo poderío más tiempo del conveniente con la ventaja para el estamento clerical de que dejaban en sus manos el control de las conciencias: no hay más que recordar aquellas confesiones del "sonsáqueme, padre", respondiendo a preguntas infames tipo "cuántas veces" y "con quién" que le amargaron la infancia a más de uno.
Ahora intentan volver a colarse y unos cuantos estarían encantados de su retorno, pero la conciencia cristiana adulta se ha enderezado como aquella mujer encorvada del Evangelio: ya no estamos dispuestos a perder el estatuto de los hijos para recaer en la sumisión de los siervos o en el infantilismo de los menores de edad.
En cuanto a los frenos y retrocesos y más allá de la responsabilidad de la jerarquía, que tiene su cuota, también otros hemos puesto trabas al fluir del torrente conciliar. La generación de los que vivimos aquellos cambios corremos el peligro de sacralizarlos sin admitir que se pongan en cuestión. Tenemos que ser más flexibles y estar dispuestos a someter a discernimiento los "formatos" en que hemos vivido el Concilio, aceptando que muchos de ellos necesitan de nuevo "aggiornamento".
Pobres de nosotros si nos volvemos tan "ultras" como los que, del otro lado, se cerraron y se siguen cerrando a moverse de sus posturas.
El Ciervo, Octubre 2012

Si Jesús tuvo mujer...


 Por José Arregui
A estas alturas de la historia, y con la que está cayendo, me avergüenza escribir sobre si Jesús fue célibe o estuvo casado (o si tuvo compañera o compañero). Pero todo lo que tiene que ver con la sexualidad sigue trayendo a mal traer a muchos católicos, y puede que no esté de más un comentario; puede incluso que sea oportuno.
Un trocito de papiro donde Jesús dice "mi esposa" ha provocado revuelo, aunque nunca tuvieron tal intención el inocente papiro, si es auténtico, ni la afortunada mujer de Jesús, si la tuvo.
Supongo que los lectores estarán al tanto de la noticia, pero resumo los datos. Todo empezó el 18 de septiembre, cuando la profesora Karen King, de la Universidad de Harvard (EEUU), en el curso de un Congreso en Roma, se refirió a un pequeño fragmento de papiro, de 4x8 centímetros, que un coleccionista privado le había confiado hacía dos años para que lo analizara.
Está escrito por las dos caras, pero solamente se pueden leer las ocho líneas de una cara. Y está en copto, el antiguo egipcio con caracteres griegos, utilizado aún en la liturgia de los cristianos coptos, egipcios o no. A la espera de pruebas definitivas, la profesora King cree que el papiro data del siglo IV y recoge la traducción copta del original griego escrito en la segunda mitad del siglo II.
Pues bien, en la cuarta línea se lee: "Y Jesús les dijo: Mi esposa (...)". Eso es todo. ¿Y qué hay ahí de novedoso o de escandaloso? De novedoso no mucho y de escandaloso nada, pero lo segundo depende de los prejuicios de quien lo lea.
Si el papiro es realmente del siglo IV, sería el único texto conocido en que se hace mención de una "esposa" de Jesús, si bien el Evangelio de Felipe (del s. III) llama a María de Magdala "compañera" (que puede significar "esposa") de Jesús y afirma que éste "la amaba más que a los demás". El "Evangelio de María" (s. II) dice también que Jesús amaba a María de Magdala más que a las demás mujeres.
Seamos cautos. Hace unos meses, algunos investigadores del Laboratorio Europeo de Física de Partículas de Ginebra anunciaron haber descubierto unas partículas atómicas (neutrinos) más veloces que la luz, lo que echaría por tierra toda la física de Einstein. Luego se descubrió que había sido un error de medición. Pero no pasa nada. Así avanza la ciencia.
Del precioso papiro, de momento no sabemos ni siquiera si es auténtico, aunque los primeros análisis apuntan que sí. Tampoco el término "esposa" del texto hay que entenderlo necesariamente de manera literal: los escritos gnósticos de la época utilizaban a menudo el lenguaje 'esponsal' como metáfora de una relación espiritual profunda. Puede ser. Pero precisamente por eso, porque todavía no sabemos, no debiera haberse apresurado tanto el diario vaticano "L'Osservatore romano" a declarar, en su editorial del 27 de Septiembre, que el papiro es "en todo caso, falso". Serán los nervios o incluso la angustia.
Pero ¿por qué los nervios y la angustia en una cuestión tan interesante para la historia y tan irrelevante para la fe cristiana? Yo también pienso que lo más probable es que Jesús fuera célibe, al menos en los dos años que duró aproximadamente su actividad profética, antes de ser crucificado (de su vida anterior no sabemos nada). Es muy inverosímil que los escritos cristianos más antiguos que conocemos no nos dieran ninguna noticia de la mujer de Jesús, si la hubiera tenido.
Pero aunque Jesús hubiese sido célibe, ¿cómo puede alguien pensar todavía que eso sería un plus para su ser de profeta y de buen samaritano? ¿Cómo se puede creer todavía que es más santo el celibato que el matrimonio? ¿Cómo puede haber todavía gente que se pone nerviosa ante un trocito de papiro y dos palabras tan humanas y bellas en boca de Jesús: "Mi mujer"?


Para orar. ESPIRITUALIDAD ENCARNADA

Tú, que no quieres en modo alguno
ser amado contra lo creado,
sino glorificado a través de la creación,
danos, hoy y cada día:

La atención a lo real
en su riqueza y en su complejidad.

El coraje humilde para decidir y actuar
sin tener garantizado el acierto y, menos aún, el éxito.

La paciencia para lo que solo germina a largo plazo,
para lo que no está en nuestras manos acelerar.

Un vivir reconciliado con nuestro cuerpo
imprevisible, vulnerable, amable.

El trabajo con su gozo y su fatiga,
y el sufrimiento por quienes no pueden trabajar.

Una apertura sin defensas
a la presencia de los otros
que nos visitan muy dentro
si dejamos que entren con su irreductible diversidad.

Solo así entenderemos tu encarnación.
Solo así podremos vivir encarnados.

Florentino Ulibarri