martes, 8 de octubre de 2013

Creer sin agradecer


(Comentario a Lc. 17, 11-19)
El relato comienza narrando la curación de un grupo de diez leprosos en las cercanías de Samaría. Pero, esta vez, no se detiene Lucas en los detalles de la curación, sino en la reacción de uno de los leprosos al verse curado. El evangelista describe cuidadosamente todos sus pasos, pues quiere sacudir la fe rutinaria de no pocos cristianos.
Jesús ha pedido a los leprosos que se presenten a los sacerdotes para obtener la autorización que los permita integrarse en la sociedad. Pero uno de ellos, de origen samaritano, al ver que está curado, en vez de ir a los sacerdotes, se vuelve para buscar a Jesús. Siente que para él comienza una vida nueva. En adelante, todo será diferente: podrá vivir de manera más digna y dichosa. Sabe a quién se lo debe. Necesita encontrarse con Jesús.
Vuelve “alabando a Dios a grandes gritos”. Sabe que la fuerza salvadora de Jesús solo puede tener su origen en Dios. Ahora siente algo nuevo por ese Padre Bueno del que habla Jesús. No lo olvidará jamás. En adelante vivirá dando gracias a Dios. Lo alabará gritando con todas sus fuerzas. Todos han de saber que se siente amado por él.
Al encontrarse con Jesús, “se echa a sus pies dándole gracias”. Sus compañeros han seguido su camino para encontrarse con los sacerdotes, pero él sabe que Jesús es su único Salvador. Por eso está aquí junto a él dándole gracias. En Jesús ha encontrado el mejor regalo de Dios.
Al concluir el relato, Jesús toma la palabra y hace tres preguntas expresando su sorpresa y tristeza ante lo ocurrido. No están dirigidas al samaritano que tiene a sus pies. Recogen el mensaje que Lucas quiere que se escuche en las comunidades cristianas.
“¿No han quedado limpios los diez?”.¿No se han curado todos? ¿Por qué no reconocen lo que han recibido de Jesús? “Los otros nueve, ¿dónde están?”. ¿Por qué no están allí? ¿Por qué hay tantos cristianos que viven sin dar gracias a Dios casi nunca? ¿Por qué no sienten un agradecimiento especial hacia Jesús? ¿No lo conocen? ¿No significa nada nuevo para ellos?
“¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. ¿Por qué hay personas alejadas de la práctica religiosa que sienten verdadera admiración y agradecimiento hacia Jesús, mientras algunos cristianos no sienten nada especial por él? Benedicto XVI advertía hace unos años que un agnóstico en búsqueda puede estar más cerca de Dios que un cristiano rutinario que lo es solo por tradición o herencia. Una fe que no genera en los creyentes alegría y agradecimiento es una fe enferma.
José Antonio Pagola

domingo, 6 de octubre de 2013

¿Somos creyentes?


(Comentario a Lc. 17, 5-10)
Jesús les había repetido en diversas ocasiones: “¡Qué pequeña es vuestra fe!”. Los discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?
Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: “Auméntanos la fe”. Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
La crisis religiosa de nuestros días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos “cristianos” nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.
¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: “Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno repetirlas con corazón sencillo.
Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.
No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.
Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.
José Antonio Pagola

viernes, 27 de septiembre de 2013

Romper la indiferencia


(Comentario a Lc. 16, 19-31)
Según Lucas, cuando Jesús gritó “no podéis servir a Dios y al dinero”, algunos fariseos que le estaban oyendo y eran amigos del dinero “se reían de él”. Jesús no se echa atrás. Al poco tiempo, narra una parábola desgarradora para que los que viven esclavos de la riqueza abran los ojos.
Jesús describe en pocas palabras una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.   
El relato describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos. El rico va vestido de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El rico banquetea espléndidamente no solo los días de fiesta sino a diario, el pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a la boca lo que cae de la mesa del rico. Sólo se acercan a lamer sus llagas los perros que vienen a buscar algo en la basura.
No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra. Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.
No nos engañemos. Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a unas horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta.
Es inhumano encerrarnos en nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del malestar”. Es cruel seguir alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y es de nadie.
Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto.
El Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos cuando podemos actuar.
José Antonio Pagola

martes, 17 de septiembre de 2013

No solo crisis económica


Comentario a Lc. 16, 1-13
“No podéis servir a Dios y al Dinero”. Estas palabras de Jesús no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios.
Desgraciadamente, la Riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular.
Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los demás... Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en peligro al ser humano y al mismo Planeta.
Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir el drama humano en el que vivimos inmersos.
Cada vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte.
Ya ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad?
La crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común?
La disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y fractura social.
Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas pueden ser en estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos puede hacer más humanos y más cristianos.
José Antonio Pagola

viernes, 13 de septiembre de 2013

El gesto más escandaloso


(Comentario a Lc. 15, 1-32)
El gesto más provocativo y escandaloso de Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con simpatía especial a pecadoras y pecadores, excluidos por los dirigentes religiosos y marcados socialmente por su conducta al margen de la Ley. Lo que más irritaba era su costumbre de comer amistosamente con ellos.
De ordinario, olvidamos que Jesús creó una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen de él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. Lucas nos dice que “los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para escucharle”. Al parecer, encuentran en él una acogida y comprensión que no encuentran en ninguna otra parte.
Mientras tanto, los sectores fariseos y los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio moral y religioso ante el pueblo, solo saben criticar escandalizados el comportamiento de Jesús: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Cómo puede un hombre de Dios comer en la misma mesa con aquella gente pecadora e indeseable?
Jesús nunca hizo caso de sus críticas. Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que hablaban con tanta seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros asientos en las sinagogas. El conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a los pecadores; ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo. Nadie ha de oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito.
Por eso, Jesús les ofrece su comprensión y su amistad. Aquellas prostitutas y recaudadores han de sentirse acogidos por Dios. Es lo primero. Nada tienen que temer. Pueden sentarse a su mesa, pueden beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su acogida los va curando por dentro. Los libera de la vergüenza y la humillación. Les devuelve la alegría de vivir.
Jesús los acoge tal como son, sin exigirles previamente nada. Les va contagiando su paz y su confianza en Dios, sin estar seguro de que responderán cambiando de conducta. Lo hace confiando totalmente en la misericordia de Dios que ya los está esperando con los brazos abiertos, como un padre bueno que corre al encuentro de su hijo perdido.
La primera tarea de una Iglesia fiel a Jesús no es condenar a los pecadores sino comprenderlos y acogerlos amistosamente. En Roma pude comprobar hace unos meses que, siempre que el Papa Francisco insistía en que Dios perdona siempre, perdona todo, perdona a todos..., la gente aplaudía con entusiasmo. Seguramente es lo que mucha gente de fe pequeña y vacilante necesita escuchar hoy con claridad de la Iglesia.
José Antonio Pagola

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Carta de Laicidad del Estado Francés

1. La nación establece como misión fundamental de la escuela no sólo la transmisión de conocimientos, sino también el compartir con los alumnos los valores de la República.
La república es laica
2. Francia es una república indivisible, laica, democrática y social. Ella garantiza la igualdad de todos los ciudadanos delante de la ley en todo el territorio y respeta todas las religiones.
3. La república laica establece la separación entre las religiones y el estado, que es neutral en lo que respecta a las convicciones religiosas o espirituales. No existe una religión de estado.
4. La laicidad garantiza la libertad de conciencia de todos: cada uno es libre de creer o no creer. Ella permite la libre expresión de las propias convicciones, en el respeto de las convicciones de los otros y en los límites del orden público.
5. La laicidad permite el ejercicio de la ciudadanía, conciliando la libertad de cada uno con la igualdad y la fraternidad de todos, en el contexto del interés general.
6. La república garantiza el respeto de todos los propios principios en los institutos escolares.
La escuela es laica
7. La laicidad en la escuela ofrece a los estudiantes las condiciones adecuadas para forjar la propia personalidad, ejercitar el líbero arbitrio y formarse a la ciudadanía. Ella tutela de cualquier forma de proselitismo y de toda expresión plausible de prejuzgar sus libres elecciones.
8. Ella garantiza el acceso a una cultura común y compartida.
9. Permite a los estudiantes el ejercicio de la libertad de expresión en los límites del buen funcionamiento de la escuela y del pluralismo de las convicciones.
10. Establece el rechazo a toda violencia y discriminación, garantiza la igualdad entre hombres y mujeres y encuentra el propio fundamento en la cultura del respeto y de la comprensión del otro.
11. Todo el personal tiene que transmitir a los estudiantes el sentido y el valor de la laicidad, como también de los otros principios fundamentales de la república, y debe también vigilar para que estos se apliquen en el contexto escolar.
12. El personal tiene que dar a conocer la presente carta a los padres de los estudiantes.
13. El personal debe ser absolutamente neutral y en el ejercicio de las propias funciones no debe, por tanto, expresar las propias convicciones políticas o religiosas.
14. Los profesores son laicos. Con el fin de garantizar a los estudiantes una apertura lo más objetiva posible a las concepciones del mundo, como también a la amplitud y la corrección del saber, no se excluye a priori ninguna materia de la esfera científica o pedagógica.
15. Ningún estudiante puede apelar a una convicción política o religiosa para contestar a un profesor el derecho de tratar una parte del programa.
16. Las normas de comportamiento en relación a los diversos ambientes escolares, especificadas en el reglamento interno, son respetuosas de la laicidad. Está prohibido apelar a la propia pertenencia religiosa para rechazar conformarse a las reglas aplicables en la escuela de la república. En los institutos escolares públicos está prohibido exhibir símbolos o uniformes mediante los cuales los estudiantes ostenten de forma clara una pertenencia religiosa.
17. Los estudiantes tienen la responsabilidad de difundir estos valores dentro del propio instituto con sus reflexiones y actividades.

domingo, 8 de septiembre de 2013

No de cualquier manera


(Comentario a Lc. 14, 25-33)
Jesús va camino de Jerusalén. El evangelista nos dice que le “acompañaba mucha gente”. Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A algunos les preocupa hoy cómo va descendiendo el número de los cristianos. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número.
De pronto “se vuelve” y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y responsable. No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona.
Jesús les habla, en primer lugar de la familia. Aquellas gentes tienen su propia familia: padres y madres, mujer e hijos, hermanos y hermanas. Son sus seres más queridos y entrañables. Pero, si no dejan a un lado los intereses familiares para colaborar con él en promover una familia humana, no basada en lazos de sangre sino construida desde la justicia y la solidaridad fraterna, no podrán ser sus discípulos.
Jesús no está pensando en deshacer los hogares eliminando el cariño y la convivencia familiar. Pero, si alguien pone por encima de todo el honor de su familia, el patrimonio, la herencia o el bienestar familiar, no podrá ser su discípulo ni trabajar con él en el proyecto de un mundo más humano.
Más aún. Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.
Jesús sigue hablando con crudeza: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo”. Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.
No se puede ser cristiano de cualquier manera. No hemos de confundir la vida cristiana con formas de vivir que desfiguran y vacían de contenido el seguimiento humilde, pero responsable a Jesús.
Sorprende la libertad del Papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que poco tienen que ver con los discípulos de Jesús: “cristianos de buenos modales, pero malas costumbres”, “creyentes de museo”, “hipócritas de la casuística”, “cristianos incapaces de vivir contra corriente”, cristianos “corruptos” que solo piensan en sí mismos, “cristianos educados” que no anuncian el evangelio...
José Antonio Pagola

miércoles, 28 de agosto de 2013

Sin excluir


(Comentario a Lc. 14, 1.7-14)
Jesús asiste a un banquete invitado por “uno de los principales fariseos” de la región. Es una comida especial de sábado, preparada desde la víspera con todo esmero. Como es costumbre, los invitados son amigos del anfitrión, fariseos de gran prestigio, doctores de la ley, modelo de vida religiosa para todo el pueblo.
Al parecer, Jesús no se siente cómodo. Echa en falta a sus amigos los pobres. Aquellas gentes que encuentra mendigando por los caminos. Los que nunca son invitados por nadie. Los que no cuentan: excluidos de la convivencia, olvidados por la religión, despreciados por casi todos. Ellos son los que habitualmente se sientan a su mesa.
Antes de despedirse, Jesús se dirige al que lo ha invitado. No es para agradecerle el banquete, sino para sacudir su conciencia e invitarle a vivir con un estilo de vida menos convencional y más humano: “No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote... Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
Una vez más, Jesús se esfuerza por humanizar la vida rompiendo, si hace falta, esquemas y criterios de actuación que nos pueden parecer muy respetables, pero que, en el fondo, están indicando nuestra resistencia a construir ese mundo mas humano y fraterno, querido por Dios.
De ordinario, vivimos instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a nuestra vida a los que, a su vez, nos pueden invitar. Eso es todo.  
Esclavos de unas relaciones interesadas, no somos conscientes de que nuestro bienestar solo se sostiene excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad gratuita, sencillamente, para poder vivir. Hemos de escuchar los gritos evangélicos del Papa Francisco en la pequeña isla de Lampedusa: “La cultura del bienestar nos hace insensibles a los gritos de los demás”. “Hemos caído en la globalización de la indiferencia”. “Hemos perdido el sentido de la responsabilidad”.
Los seguidores de Jesús hemos de recordar que abrir caminos al Reino de Dios no consiste en construir una sociedad más religiosa o en promover un sistema político alternativo a otros también posibles, sino, ante todo, en generar y desarrollar unas relaciones más humanas que hagan posible unas condiciones de vida digna para todos empezando por los últimos.
José Antonio Pagola

viernes, 23 de agosto de 2013

Confianza, sí. Frivolidad, no.


(Comentario a Lc. 13, 22-30)
La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.
Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la “salvación eterna” que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un “final feliz”; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, “los que practican la injusticia”.
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.
José Antonio Pagola

martes, 13 de agosto de 2013

Sin fuego no es posible


(Reflexión a Lc. 12, 49-53)
En un estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: “Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”. ¿De qué está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los exegetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.
El fuego que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en nuestro propio corazón. No es posible defenderse de su llamada tras el escudo de ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.
¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza  de su libertad creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.
José Antonio Pagola

viernes, 9 de agosto de 2013

Vivir en minoría


(Reflexión a Lc. 12, 32-48)
Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.
“Mi pequeño rebaño”. Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de “levadura” oculto en la masa, una pequeña “luz” en medio de la oscuridad, un puñado de “sal” para poner sabor a la vida.
Después de siglos de “imperialismo cristiano”, los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.
“No tengas miedo”. Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. El nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.
“Vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.
“Vended vuestros bienes y dad limosna”. Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Será comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir “misericordia”. Este es el significado original del término griego.
Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico. El Papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.
José Antonio Pagola

miércoles, 7 de agosto de 2013

La Iglesia romana es machista


¿No fueron las mujeres las primeras en organizar las Iglesias?
No se pueden poner puertas al campo ni compuertas al río de la vida. Si las mujeres (70% de los fieles) se lo propusieran, la Iglesia católica cambiaría radicalmente o saltaría por los aires, hecha añicos. A continuación un extracto sacado del libro "El Evangelio de las mujeres".
Las mujeres de Aristófanes ("La asamblea de las mujeres"), cuatro siglos antes de que Cristo apareciese, constataban que todo andaba mal en el mundo de los hombres y decidieron coger ellas las riendas del poder. Instauraron una original comunidad igualitaria. Cada ciudadano debería aportar a la colectividad todo lo que le perteneciese; a su vez, tendría derecho al sustento y al goce del sexo, puestos también en común. Esta utopía comunitaria, pura fantasía de Aristófanes, la desarrollarían posteriormente Platón y otros filósofos.
Si mi padre vino a casa con esa comedia bajo el brazo fue porque, de algún modo, retrataba las preocupaciones de mi madre; y quiso gastarle una broma.
- ¿También tú, como Praxágora, pretendes soliviantar a las mujeres de Tyro para que tomen el poder en la Iglesia? -se chanceó sin malicia alguna.
Mi madre hablaba de que un grupo de mujeres estaba dispuesto a plantear la candidatura de una mujer para suceder al obispo muerto. Mi padre, aunque no había recibido el bautismo ni pensaba hacerlo, estaba muy bien informado sobre las cuestiones de nuestra fe.
- No te rías, Pionio -se molestó mi madre-. Si reivindicamos los puestos de autoridad en la Iglesia no es por afán de protagonismo sino porque así fue en un principio. Los obispos se han olvidado de que la igualdad entre hombres y mujeres fue una de las verdades esenciales de nuestra fe. ¿Dónde se había visto antes que un rabí escogiese discípulas y se dejase acompañar por ellas día y noche? Creo sinceramente que gobernaríamos mejor que ellos... ¿No hemos demostrado hasta la saciedad que sabemos administrar nuestras casas? ¿No fueron las mujeres las primeras en organizar las Iglesias...?
A continuación, como en una larga letanía, mi madre fue pasando lista de las venerables mujeres que habían dejado huella en las primeras comunidades cristianas. Habló de la inteligente Lydia, natural de Tiatira, en el Asia proconsular. La primera mujer que abrazó el cristianismo en Europa y convirtió su casa de Filipos en iglesia. De Dámaris de Tesalónica que, con otras mujeres principales de la sinagoga, fue el alma de aquella comunidad.
De la celebérrima Priscila, líder por naturaleza. Ella y su esposo acompañaron al apóstol Pablo en sus viajes. Fundó y organizó Iglesias. Sus casas, tanto en Corinto como en Éfeso y en Roma, siempre fueron lugar de reunión de los cristianos. Esta mujer fue la que adoctrinó al filósofo Apolo, un maestro muy elocuente de Alejandría. ¡Qué inmensa labor desempeñaría esta mujer para que Pablo, en su carta a los cristianos de Roma, escriba que él y todas las Iglesias de los gentiles le deben eterno agradecimiento!
De Febe, mujer de mucha valía y buena posición social, en cuya mansión se reunía la Iglesia de Cencreas. Ocupó el cargo de obispo y gobernó su iglesia con el beneplácito de todos. Como estas mujeres, hubo otras muchas en aquellos primeros tiempos que presidieron sus congregaciones con gran acierto y aprobación unánime. De una tal Junia, de la que Pablo escribió que fue judía como él, concautiva con él, cristiana antes que él, noble y distinguida entre los apóstoles. De Trifena y Trifosa. De Pérside. De la madre de Rufo, de quien el apóstol Pablo dice cariñosamente que fue como madre suya. De Claudia, mujer del senador Pudente y madre del obispo romano Lino. De Apia, en cuya casa se reunía la Iglesia de Colosas. De Julia. De la hermana de Nereo. De Evodia y Síntique. De Loide y Eunice. De Ninfas...
- Si los hombres -concluyó mi madre-, que escribieron y manipularon los Evangelios a su favor, no han podido borrar todos esos nombres, ¿cuántas más mujeres, como éstas, no tuvo que haber?
- Que las mujeres jugaron al principio un gran papel, está fuera de duda -le concedió mi padre, después de escuchar con secreta satisfacción su largo alegato-. Sin su apoyo económico y asistencial, Jesús no hubiese tenido la libertad de movimientos que tuvo. Tampoco se puede negar que presidieron y gobernaron las congregaciones de fieles que se reunían en sus casas por mucho que ahora los obispos quieran negarlo... Pero -subrayó mi padre-, si queréis que el cristianismo se consolide y perdure, tendréis que aceptar las reglas de juego de nuestra sociedad que relega a las mujeres al interior de la casa. En esto, puede que los obispos sean mucho más prácticos que vosotras.
La conclusión a la que llegó mi padre no satisfizo a mi madre.
- ¿También tú, como el filósofo Aristóteles, has caído en ese tópico legendario, por no decir vulgar, de que la naturaleza niega a la mujer la capacidad de mandar? ¿Acaso autoridad y masculinidad son categorías substancialmente unidas e inseparables?
Mi padre, sorprendido de esta salida, le replicó:
- Grecia, cuna de la democracia, sólo concedió el derecho de ciudadanía a los hombres libres... Jamás incluyó en esta categoría a los niños, a los esclavos y a las mujeres... Muchos filósofos, antes y después de Aristóteles sostuvieron que las mujeres son inferiores al hombre por naturaleza, y, por lo tanto, incapaces de desempeñar puestos de autoridad... Esas ideas han calado y echado profundas raíces en nuestra sociedad... Yo admiro mucho, tú lo sabes, el temple de Jesús que se atrevió, él solo, a luchar por cambiar esas convicciones. Su fracaso fue rotundo. ¿Vais a ser capaces, tú y tus compañeras, de conseguirlo?
Mi madre, tomando pie de las últimas palabras, continuó, por su cuenta, el panegírico de Jesús.
- El Salvador defendió a las mujeres, a los pobres, a los miserables. Comió con todo tipo de gente. Frecuentó su trato, sin hacer acepción de personas. Se saltó las barreras sociales. Atacó duramente, hasta parecer despiadado, los vínculos que sostienen la familia patriarcal... Las cartas de Pablo hablan de unas mujeres que luchaban con fe para a obrar esos cambios... Trataban de construir en este mundo un reino de iguales del que la Iglesia sería el fermento... Una Iglesia, bien distinta por cierto, es la que están configurando los obispos...
- ¿Te has preguntado por qué? -como mi madre permaneciese en silencio, continuó- Ya te lo dije antes. Una cosa fueron las iglesias domésticas y otra, muy distinta, cuando esas iglesias saltan a la calle. Mientras todo se redujo al ámbito familiar, la autoridad de la mujer no fue cuestionada. Sus funciones estaban dentro de su cometido como gestora de la casa. Pero, al convertirse esas iglesias domésticas en corporaciones públicas, las cosas cambian. Tienen que atenerse a las reglas que rigen en nuestra sociedad y funcionar como cualquier otra institución similar. ¿Conoces tú algún gremio, concejo o comunidad, dónde manden las mujeres? Ni está bien visto ni ningún hombre permitiría tal cosa. Puede que eso sólo haya existido en la ficción, como en esa comedia de Aristófanes que te regalé.
- ¿Qué me quieres decir? ¿Adónde quieres ir a parar?
- Muy sencillo. Los obispos se han percatado de que las Iglesias, para que sean viables y puedan existir sin problemas con las autoridades, tienen que acomodarse a nuestras costumbres. ¡Es cuestión de supervivencia!
- Pero eso supondría traicionar las enseñanzas del Salvador; renunciar a uno de sus legados más valiosos...
- Esa es la disyuntiva que se os plantea a las mujeres. O contemporizáis con las costumbres de nuestra sociedad o lucharéis en vano por esa igualdad del hombre y la mujer. Yo creo que los obispos ya han hecho su opción; y vosotras, si os empecináis con vuestras ideas, os vais a estrellar contra la dura realidad.
Mi madre, volviendo a Aristófanes, citó un párrafo del coro que se sabía de memoria.
- Ahora es la ocasión de obrar con entera democracia -recitó-, ya que nuestra República necesita un plan lleno de sabiduría y honradez.
- Temo que el pueblo no quiera aceptar ninguna innovación -le contestó mi padre, repitiendo textualmente otro parlamento; y agregó-: ¿Sabes qué te tengo que decir? Si tuviese que elegir entre la comunidad de Aristófanes y la comunidad del apóstol Pedro, me quedo con la de aquél, más humana y alegre. La de Pedro me asusta... Los apóstoles parece que no se enteraron de los cambios que introdujo Jesús y continuaron anclados en su fe judía...