lunes, 23 de abril de 2012

La Inquisición que vuelve


Desaparezcan palabras como "anatema", "execración", "excomunión" y "penas eclesiásticas"
“El testimonio de vida cristiana en humildad y pobreza, que dan los teólogos "condenados" o "condenables", es prueba fehaciente del compromiso con la Iglesia que han contraído”
Santa o no santa, con estricta profanación de cuanto contiene el término "santa", la Inquisición está volviendo otra vez a la Iglesia. Esto no quiere decir que hubiera desaparecido del todo. Quiere decir que en la actualidad adquiere remozada vigencia, por lo que titulares de prensa idénticos al que preside e inspira estas reflexiones, se encuentran con asiduidad y preocupación en cualquiera de las publicaciones de corte religioso y en la mayoría de los medios de comunicación social. Este es el hecho del que hay que partir con rigor histórico, siempre con piedad, respeto y consideración.
El renacimiento y restauración del "Santo Tribunal de la Inquisición - "Santo Oficio"- es bien patente. El cambio del nombre por el de "Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe", ni cambia el sistema, ni los procedimientos, propósitos y consecuencias. Teólogos de prestigio viven en permanente amenaza de descalificación y condena.
Vaya por delante que sus efectos, tan negativos en la mayoría de los casos, no se consuman y finiquitan en áreas puramente religiosas y de la propia conciencia. La sociedad cristiana imperante en demarcaciones -países, regiones, ciudades y colectividades-, acusa en grado muy relevante toda desautorización, y consecuente descrédito para sus teólogos.
Al igual que en tiempos pretéritos inquisitoriales, el diálogo y la previa admonición no siempre se hacen presentes, y menos con motivaciones instigadas por la caridad, la comprensión y el deseo cristiano de evitarles escándalos a los más débiles y a la misma Iglesia.
Da la impresión de que en realidad, lo que pretenden los "inquisidores" es "impartir lecciones de sabiduría y de primacía", acabar de una vez, y hasta de raíz, con los "disidentes", seguir mereciendo a perpetuidad el puesto sinodal o curial que detentan, y hacerlo además con el convencimiento más o menos forzado, de que así les prestan un grato servicio a Dios y a la Iglesia.
Con el intento y propósito de apagar la reflexión, el estudio, la dedicación a la investigación y la consagración a convicciones que no reportan beneficios terrenales, se corre el gravísimo riesgo de que se quebrante la fe y hasta que algún día sople con fuerza mayor el Espíritu.
Los "inquisidores" tienen hoy concluyentemente prohibido encaminar a la hoguera a sus condenados. Los más elementales derechos humanos así lo prohíben, gracias sean dadas a Dios, y el "malicidio" está expatriado. No obstante, el cristiano, aún admitiendo respeto a la vida, a la luz de la fe piensa que el de la felicidad a la vida eterna podría padecer serio quebranto, a consecuencia de la reprobación-censura dictada por los "representantes oficiales de Dios en la tierra".
Por favor, por amor de Dios, y por respeto a los diccionarios, tachen de los dicasterios romanos,- y de aquí en adelante, también de los diocesanos-, palabras y conceptos tales como "anatema", "execración", "excomunión" y "penas eclesiásticas". Y además, firmen y den la cara quienes fueron los responsables directos del documento descalificador, y de las razones y argumentos sobre los que lo sustentan.
Piensen que vivir teologalmente, es decir, con el pensamiento puesto al servicio de Dios y de nuestros hermanos los hombres, reclama una situación interior de sosiego, de paz y equilibrio ajena a cualquier temor de ser conducido a la pública desacreditación por los curiales de turno.
El testimonio de vida cristiana en humildad y pobreza, que dan los teólogos "condenados" o "condenables", es prueba fehaciente del compromiso con la Iglesia que han contraído, en discordancia a veces con el que se les asigna a los "inquisidores" curiales.
Desde aquí aliento a quienes todavía siguen reflexionando e investigando por su cuenta en la Iglesia, en relación con cuestiones y misterios que configuran los tratados teológicos, descartando la eventualidad de que hasta esos mismos territorios puedan ser alcanzados - y en España todavía más -, por alguna condena. También esta vulneraría, - ¡y de qué modo¡- los derechos humanos.

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