lunes, 23 de abril de 2012

Aprendiendo a orar (3)


El año pasado (2005), dirigió Chema el retiro de quince días que hicieron varios compañeros en el mes de julio en Zenarruza. Era un retiro de silencio. Dice un hermano que les insistía mucho en que hicieran la experiencia del vacío total, como un puro estar con Dios, sin temas ni palabras. Y cuando llegaba la comunicación de la oración, Chema contaba su experiencia de silencio, con sus dificultades, facilidades y resultados, una oración que él practicaba con una de las posturas del “zen”.
Yo creo que de esa intensa oración le nacía la fuerza interior que comunicaba a los demás sin proponérselo.
Tomado del rostro interior de José María Mardones
DEJARME QUERER
Por José María Mardones

Si Dios vive y está en nosotros como el abrazo amoroso que envuelve el universo, entonces de lo que se trata es de dejarse querer. La oración consiste en dejarse abrazar por Dios.
Es como volver a la casa donde siempre nos esperan y, como el hijo pródigo, dejar que nuestro Padre-Madre nos abrace y nos cubra de besos.
La oración es un encuentro amoroso con Dios. Dios está atisbando a ver cuándo me decido a tomar conciencia de su presencia en mi vida para abrazarme. Quizá no lo sienta, ni importa mucho, pero esta es la realidad de fe.
Tengo que cambiar de chip y no pensar –como pensamos en el fondo de nuestro subconsciente- que Dios no se me comunica, que hay una resistencia por su parte.
Las resistencias siempre están de nuestra parte en forma de no dedicación, de falta de silencio, tranquilidad interior y exterior, de apertura y búsqueda en definitiva. Dios siempre está dispuesto; siempre está atisbando nuestra “vuelta” hacia El; siempre está a nuestra espera.
Lo que más deseamos y ansiamos en nuestra vida es que nos quieran. Cuando nos sentimos queridos nos experimentamos llenos y nuestra vida tiene sentido. Y, al contrario, cuando el vacío nos agarra es porque en el fondo hemos dejado de experimentar el amor.
El amor es la fuerza más dinámica del universo. El amor es más fuerte que la muerte, la contra-fuerza de la degradación universal. El amor es la única realidad que se atreve a decirle a las fauces destructoras de la muerte: tú no tienes la última palabra. La esperanza del amor abre las puertas de un futuro de plenitud.
¿Dónde se funda la esperanza del amor si no es en el Amor? ¿No es el Amor lo que andamos buscando por los senderos y revueltas de la vida, por nuestras ansias y desazones? ¿Dónde encontrar, tropezarnos, con el Amor que ansía el corazón humano y que daría un atisbo de esperanza a un mundo bastante terrible?
La oración es un momento de caer en la cuenta, tomar conciencia y vivir, disfrutar, que ya el Amor nos habita. La oración es un encuentro en que el Amor nos quiere.
Si cayéramos en la cuenta de que lo que más ansía mi corazón lo tengo a mano- claro en la luz oscura de la fe-, entonces iríamos a la oración como se va al encuentro con la persona más querida y que más nos quiere. Iríamos con ilusión; iríamos con un enorme deseo de encuentro con aquel que nos quiere; iríamos a gozar y disfrutar, a dejarnos querer.
La oración es un asunto pasivo, enormemente activo: dejarse querer.
Ya sabemos que no es fácil: no nos dejamos querer fácilmente ni en lo humano ni en lo divino. Este es nuestro problema. Requiere soltar amarras, confiarse, dejarse, abandonarse un poco, no estar a la defensiva ni querer monopolizar yo el encuentro.
Pero, si vamos confiando, soltándonos, dejándonos, descubriremos que es cierto que el Amor nos quiere.
Dios está esperándonos siempre en nuestro propio corazón. Llevamos al Amor con nosotros y no nos damos cuenta. Más aún, el Amor nos lleva y no somos conscientes; incluso, no queremos que nos lleve.
Guía mis pasos:
no puedo ver ya
lo que se dice ver allá abajo:
un solo paso cada vez
es bastante para mí.
Yo no he sido siempre así
ni tampoco he rezado siempre
para que Tú me condujeras.
Deseaba escoger y ver mi camino,
pero ahora, condúceme Tú,
siempre más adelante.
Experiencia del Cardenal Newman
Completa en Gritos y Plegarias, 306-7

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