Por Jean Pierre de Caussade
Capítulo XI
En el puro abandono en Dios todo lo que parece oscuridad es actividad de la fe
Caminando a ciegas, en total seguridad
Hay un género de santidad en el que todas las comunicaciones divinas son luminosas y claras. En cambio, en la vía pasiva de la fe, todo lo que Dios comunica participa de su naturaleza y de la tiniebla inaccesible que rodea su trono. Y el alma se ve confusa, perdida en la oscuridad. Teme a veces, como el profeta, ir a caer en la fosa, caminando a través de las tinieblas.
No, alma fiel, no temas nada. En tu camino, bajo la guía solícita de Dios, no hay nada más seguro e infalible que las tinieblas de la fe. ¿Pero hacia qué lado ir, cuando la fe se hace tan obscura? Camina por donde buenamente puedas. Cuando uno no tiene camino y avanza en una oscuridad total, no se puede extraviar. No es posible dirigirse a ninguna meta y no hay objeto alguno ante los ojos.
«Pero yo siento como si cayera en cada momento en un precipicio. Todo me apena. Ya me doy cuenta de que obro por abandono en Dios, pero parece como si no pudiera hacer nada obrando por las virtudes. Oigo a todas las virtudes, que se lamentan porque me alejo de ellas. Y cuanto más me conmueven y afectan esas quejas, más siento obscuramente que me alejo de ellas. Estimo sinceramente la virtud, pero me muevo por la inclinación interior. No estoy seguro de que me lleve bien, pero nada puede impedirme que lo crea».
El espíritu ansía la luz, pero el corazón no quiere sino las tinieblas. Todas las personas y espíritus lúcidos agradan a mi espíritu, pero mi corazón sólo gusta de conversaciones y palabras que no comprende en absoluto. Y todo su estado y camino son efectos del don de la fe, que lleva a amar y gustar de principios, verdades y caminos de los que el espíritu no tiene ni objeto, ni ideas, y en los que tiembla, se estremece y se tambalea.
La seguridad está, no sé cómo, en el fondo de mi corazón, y éste camina según es impulsado, convencido de la bondad de su impulso, no por evidencia, sino por testimonio de su fe. Es imposible que Dios guíe un alma sin comunicarle una certeza de la bondad de su camino, tanto más grande cuanto menos se siente. Y esta certeza afirma su victoria sobre todas las criaturas, sobre todos los miedos y los esfuerzos, sobre todas las ideas espirituales.
Es inútil entonces gritar, luchar, buscar mejor. La esposa siente al Esposo sin sentirlo, pues cuando ella le va a tocar, Él desaparece. Siente que el Esposo la rodea con su brazo derecho [Cant 2,6], y prefiere perderse, abandonándose a su guía, que le va llevando sin razón y sin orden, a tratar de asegurarse, esforzándose en seguir los caminos señalados por la virtud.
A oscuras, en la paz del abandono
Vamos, pues, alma mía, vamos a Dios por el abandono, y ya que la virtud exige industria y esfuerzos, confesémosle nuestra impotencia y confiemos en que Dios no permitirá que no podamos andar a pie, si Él no ha decidido en su bondad llevarnos en brazos.
Y siendo así ¿qué necesidad tenemos de luz, Señor, de ver y sentir, de seguridad, ideas y reflexiones, ya que no vamos a pie, sino llevados en brazos de la Providencia? Cuantas más tinieblas, abismos, obstáculos, muertes, desiertos, temores, persecuciones, sequedades, pobrezas, aburrimientos, angustias, desesperaciones, purgatorios e infiernos haya en nuestro camino, más grandes serán nuestra fe y nuestra confianza. Bastará con levantar los ojos a ti para vernos protegidos de tan grandes peligros.
Entonces nos olvidaremos de los caminos y de sus condiciones, nos olvidaremos de nosotros mismos y, absolutamente abandonados a la sabiduría, bondad y potencia de nuestro Guía, solamente nos acordaremos de amarte, de evitar todo pecado, incluso el más pequeño, y de cumplir las obligaciones de nuestro deber.
Éste será el único cuidado, Amor querido, que tú encargas a tus queridos hijos pequeños, ocupándote tú de todo el resto. Y ellos, cuanto más terrible sea este resto, más esperan y reconocen tu presencia. No se preocupan más que de amar, como si ellos ya no existieran. Y cumplen sus pequeños deberes como un niño que en el regazo de su madre se ocupa en sus entretenimientos, como si en el mundo no existieran más que su madre y sus juegos.
El alma ha de ir más allá de todo lo que le hace sombra. La noche no es tiempo de obrar, sino de descansar. La luz de la razón solamente puede acrecentar las tinieblas de la fe, y el rayo de luz que las atraviesa ha de venir de más alto que ellas.
Cuando Dios se comunica a un alma como vida, no se presenta ya a sus ojos como camino y como verdad [Jn 14,6]. La esposa busca al Esposo en la noche [Cant 3,1], y él está detrás de ella, la tiene entre sus manos y la impulsa. Ella le busca delante, sin encontrarle. Pero él ya no es objeto de ideas, sino principio e impulso.
En la acción divina hay recursos secretos e inesperados, maravillosos y desconocidos, para todas las necesidades, problemas y perturbaciones, caídas y contradicciones, incertidumbres e inquietudes, así como para las dudas de unas almas que ya no confían en su propia acción. Cuanto más se complica la situación, más feliz se espera el desenlace.
Un cántico nuevo: todo va bien
El corazón asegura: «todo irá bien», pues es Dios quien realiza la obra. No hay miedo. El mismo miedo, la privación, la desolación no son más que versos de cánticos de tinieblas, que son cantados con entusiasmo sin omitir ni una sílaba, en la certeza de que todo culmina en el Gloria Patri. Así es como de su extravío hace el alma su propio camino. Las mismas tinieblas sirven para guiar, y las dudas para dar seguridad. Y cuanto menos ve Isaac dónde encontrar algo para hacer el sacrificio, más lo espera todo Abraham de la Providencia [Gén 22,7-8].
Las almas que caminan en la luz cantan cánticos de luz, y las que caminan en tinieblas cantan un cántico de tinieblas. Hay que dejar que cada uno cante de principio a fin la partitura que Dios le ha dado. No hay que añadir nada a lo que Él completa, sino dejar que caigan una a una las gotas de hiel de esas divinas amarguras embriagantes. Jeremías, Ezequiel, pasando por estas tinieblas, no tenían más palabras que suspiros y sollozos, y no encontraban consolación sino en la continuación de sus lamentos. Por eso, quien hubiera detenido el curso de sus lágrimas, nos habría privado de algunas de las páginas más hermosas de la Escritura. El mismo Espíritu que llena de desolación es el único que puede consolar. Son aguas diferentes que manan de una misma fuente.
En tinieblas absolutas
Cuando Dios sorprende a un alma, ésta debe temblar; y cuando la amenaza, ha de anonadarse. No hay más que dejar que actúe y se desarrolle la acción divina, pues ella lleva a lo largo de su curso el mal y la medicina.
Llorad, queridas almas, temblad, pasad por la inquietud y la agonía. No hagáis ningún esfuerzo por evitar estos temblores divinos, estos gemidos celestiales. Recibid en el fondo de vuestras almas las mismas olas que aquel mar de amargura arrojó sobre el alma santa de Jesús. Id siempre adelante y el mismo aliento de gracia que hizo correr vuestras lágrimas ha de secarlas. Se disiparán las nubes, el sol irradiará su luz, la primavera os cubrirá de flores [Cant 2,11-12], y lo que sigue a vuestro abandono os hará encontrar la variedad admirable que lleva en sí el curso de la acción divina.
Soñando o despertados por Dios
En realidad, es cosa muy vana que el hombre se preocupe. Todo lo que en él sucede es algo semejante a un sueño, en el que una sombra sigue y destruye la sombra precedente, sucediéndose en los que duermen las imaginaciones, unas tristes, otras alegres. El alma no es sino el juguete de estas apariencias que se devoran entre sí. El despertar le hace ver al alma que nada de eso tenía importancia alguna, y ya no se tiene en cuenta de todas esas impresiones ni los peligros ni las felicidades del sueño.
Puede decirse, Señor, que tú tienes dormidos en tu seno a todos tus hijos mientras dura la noche de la fe. Y que te complaces en hacer pasar por sus almas una infinita variedad de sentimientos, que en el fondo no son más que santas y misteriosas ensoñaciones. Éstas, a quienes están sumergidos en esa noche y sueño, causan verdaderos temores, angustias y sufrimientos, que en el día de la gloria tú disiparás y convertirás en verdaderas y firmes alegrías.
Será entonces, al despertar del sueño, cuando las almas santas, completamente lúcidas y libres para discernir, se llenarán de admiración al conocer las sutilezas y las invenciones, las delicadezas y trucos amorosos del Esposo, y entenderán hasta qué punto «sus caminos son inescrutables» [Rm 11,33], verán cómo era imposible descifrar sus enigmas, descubrir sus artimañas, y cómo no había modo alguno de recibir consolación cuando Él quería infundir temor y alarma. Al despertarse, Jeremías, David y otros como ellos, pudieron ver que aquello que les había desolado inconsolablemente era motivo de gozo para Dios y sus ángeles.
Trucos del Amor divino providente
«No despertéis a la esposa» [Cant 3,5], espíritus hábiles, artificios, acciones humanas. Dejadla sufrir, temblar, correr, buscar. Es cierto, el Esposo juega a engañarla y se disfraza, mientras ella sueña y sus penas no son más que sueños nocturnos. Pero dejad que siga durmiendo, dejad que el Esposo trabaje en esta alma querida suya, y represente en ella lo que solamente Él sabe trazar y expresar. Dejadle continuar con sus representaciones. Él la despertará en su momento.
José hace llorar a Benjamín [Gén 44,1-17; 45,1-6, haciendo esconder dinero en los sacos de su hermanos y su propia copa en el costal del niño]. Servidores de José, ¡no descubráis su secreto al pequeño! José le engaña, y su engaño pone a prueba toda su astucia. Benjamín y sus hermanos se ven sumidos en un dolor inmenso, pero no es sino un juego de José. Los pobres hermanos no ven otra cosa que un mal sin salida. No les digáis nada, que él solucionará todo. Él mismo les despertará de su engaño, y admirarán su sabiduría, que les ha hecho ver un mal tan grande y desesperado en lo que para ellos va a ser causa de la mayor alegría.
Quietistas
Quietistas ignorantes y sin experiencia, que pretendéis en la esposa una paz y una insensibilidad que no hubo en Jesús y en María, ni en David o los profetas, ni en los apóstoles: ¡qué poco conocéis el poder de la acción divina, su extensión y su fuerza, la variedad y eficacia de las sombras de la pura fe! No tenéis ni idea del sueño de la esposa en esta noche profunda. Vuestra doctrina se manifiesta falsa en las admirables operaciones y juegos que el Espíritu Santo nos describe en el Cantar de los Cantares. Todas sus palabras están desmintiendo vuestras doctrinas.
En pura fe, en un purgatorio
¡El estado de pura fe es un estado de pura cruz! Todo allí es sombrío, todo es penoso. Es una noche que entenebrece todo lo que se presenta. El alma, es cierto, está resignada, incluso está contenta de la felicidad de Dios, pero no siente nada que no sea un purgatorio, en el que todo lo que siente y percibe es sufrimiento, y el mayor de todos es no hallar en sí misma más que resignación, y tener una tendencia tan fuerte hacia su propia felicidad, como si la de Dios viniera a serle indiferente y lejana.
¡Qué diferencia tan grande hay entre obrar según principios objetivos, por un principio ideal, de imitación o de doctrina, y obrar por el principio de la moción divina! El alma es empujada hacia adelante sin ver el camino abierto ante sus ojos. No va ni por donde ella ha visto, ni según lo que ha leído. Así es como va la acción propia, y no puede ir de otro modo, ni asumir otros riesgos. Pero la acción divina es siempre nueva, no vuelve nunca sobre sus antiguos pasos, y va abriendo siempre caminos nuevos. Las almas que ella conduce no saben dónde van, y sus senderos no están ni en los libros ni en sus reflexiones. La acción divina les va abriendo camino continuamente y entran en él empujadas por su impulso.
Un guía amigo nos guía en la noche
Cuando uno es conducido por un guía a través de un país desconocido, de noche, por los campos, sin camino, según su instinto, sin tomar consejo de nadie, y sin querer descubrir sus planes, ¿puede tomarse otra actitud que la del abandono? ¿Sirve de algo mirar dónde está uno, interrogar a los que pasan, consultar el mapa o a otros viajeros? El plan y, por decirlo así, el capricho del guía, que quiere que se confíe en él, se verían contrariados por todo eso. Le agrada poner a prueba la inquietud y la desconfianza del que es conducido, pues lo que pretende es que se confíe totalmente a él; y si se asegura de que es bien guiado, ya no habría ahí ni fe ni abandono.
La acción divina es esencialmente buena, y no quiere en absoluto ser cambiada o controlada. Comenzó a obrar desde la creación del mundo y, desde entonces, fecunda e inagotable, obra sin limitación alguna, dando cada día y momento nuevas pruebas de su poder. Hacía esto ayer, y hoy hace esto otro. Es la misma acción que se va aplicando a todos los momentos por medio de efectos siempre nuevos, y así se irá desplegando eternamente.
Dios conduce en la noche a sus santos
Esa acción divina es la que ha hecho a Abel, Noé, Abraham, bajo modelos diferentes. Isaac es un original suyo, y Jacob no es una copia ni de José ni de él. Moisés no ha tenido a nadie semejante entre sus antepasados. David y los profetas son todos distintos de los patriarcas. San Juan Bautista es más grande que todos ellos.
Jesucristo es el primogénito: los apóstoles obran más por la moción de su espíritu que por la imitación de sus obras. Y Jesucristo no se ha imitado a sí mismo, ni ha seguido a la letra sus propias doctrinas. El Espíritu divino inspira siempre su santa alma, y él, abandonado siempre a su inspiración, no tiene necesidad de consultar al momento precedente para dar forma al siguiente. La moción de la gracia da forma a todos sus instantes siguiendo el modelo de las verdades eternas que la Santísima Trinidad guarda en su invisible e impenetrable sabiduría. El alma de Jesucristo recibe en cada momento las órdenes y las realiza, haciéndolas visibles. El Evangelio nos va mostrando la continuidad de estas verdades en la vida de Jesucristo, y Él mismo, siempre vivo y operante, vive y obra continuamente, también hoy, nuevas cosas en las almas santas.
Abandono perfecto de Jesucristo
Así pues, si queréis vivir evangélicamente, vivid en pleno y puro abandono a la acción de Dios. Jesucristo es la fuente de este abandono, y «es el mismo ayer y hoy y siempre» [Heb 13,8], para continuar siempre su vida y no para recomenzarla. Lo que Él hizo, hecho está, y lo que resta, lo va haciendo en todo momento. Cada santo recibe una parte de esta vida divina. Jesucristo es siempre el mismo, aunque sea diferente en cada uno de sus santos. La vida de cada santo es la misma vida de Jesucristo, es un Evangelio nuevo.
Las mejillas del Esposo son comparadas a los jardines y arreates, llenos de flores perfumadas [Cant 5,13]. La acción divina es el jardinero que diversifica su jardín de modo admirable. Es éste un jardín que no se parece a ningún otro, y entre todas sus flores no hay dos que sean iguales, gracias al abandono por el que se entregan ellas el cultivo del jardinero, dejándole hacer en ellas cuanto le place, contentándose ellas con hacer lo que es propio de su naturaleza y condición. El Evangelio, toda la Escritura y la ley común se resumen en dejarle hacer a Dios y hacer aquello que Él exige de nosotros.
Camino fácil, sencillo, recto
Ésta es, sin más, la acción fácil, sencilla y propia de todos los instrumentos divinos. Es el único secreto del abandono, un secreto sin secreto, un arte sin artificio. Es el camino recto. Dios, que lo exige a todos, lo ha manifestado claramente, haciéndolo inteligible y muy sencillo. Lo que hay de oscuro en el camino de la pura fe no es aquello que el alma debe practicar, sino aquella acción que Dios se ha reservado. Nada más fácil y claro que lo primero. El misterio está en lo que Dios hace por sí mismo.
Considerad, por ejemplo, lo que sucede en la Eucaristía. Lo que es necesario para consagrar el cuerpo de Jesucristo es tan sencillo y fácil que cualquiera, por basto que sea, puede realizarlo, si tiene el carácter sacerdotal. Y sin embargo, es el misterio de los misterios, donde todo permanece escondido y oculto, tan incomprensible, que cuando se es más iluminado y espiritual, más fe se necesita para creerlo.
El camino de la pura fe es en esto algo semejante. Su objetivo es encontrar a Dios en cada momento, y esto es lo más alto, lo más místico, lo más beatífico que pueda haber. Es un fondo inagotable de pensamientos, discursos y escrituras, es un conjunto y una fuente de maravillas. Sin embargo, para lograr un objetivo tan prodigioso ¿qué es lo que hace falta? Una cosa solo: dejar hacer a Dios y hacer todo lo que Él quiere, según el propio estado.
Camino oculto y oscuro
No puede haber en la vida espiritual nada más sencillo y más al alcance de todos. Éste es, pues, el camino maravilloso y oscuro. Para caminar por él el alma necesita una gran fe, pues todo se presenta tan dudoso que la razón siempre halla motivos para protestar. Aquí es preciso creer en lo que no se ve. A juicio de los judíos, los profetas fueron santos, pero este Jesús es un «embaucador» [Mt 27,63; Lc 23,2.5.14]. ¡Qué poca fe tiene el alma que, como ellos, se escandaliza de Él!
Desde el principio del mundo Jesucristo vive en nosotros, y en nosotros obra durante toda su vida. Aquél que se nos entrega hasta el fin del mundo permanece siempre. Jesús vivió y vive hoy una vida que comenzó en sí mismo, que continúa en sus santos y que no terminará jamás. ¡Oh, vida de Jesús, que comprende y excede todos los siglos! Si todo el mundo es incapaz de contener todo lo que podría escribirse acerca de Jesús, todo lo que Él hizo o dijo, toda su vida; si el Evangelio no nos da sino unos pocos trazos; si sus primeros tiempos son tan desconocidos y tan fecundos, ¿cuántos Evangelios sería preciso escribir para contar la historia de todos los instantes de esta vida mística de Jesucristo, que multiplica sus maravillas hasta el infinito y las multiplicará eternamente, pues en realidad todos los tiempos no son sino la historia de la acción divina?
Evangelio vivo y diario que sigue escribiendo el Espíritu Santo
El Espíritu Santo ha hecho consignar en caracteres infalibles e indudables algunos instantes de esa larga historia. Ha recogido en las Escrituras algunas gotas de ese mar, manifestando los secretos e ignorados caminos por los que Jesucristo ha aparecido en el mundo. En medio de la confusión de los hijos de los hombres, se ven así los canales y venas por donde se reconoce el origen, la raza, la genealogía de este Primogénito. Todo el Antiguo Testamento es solamente un caminito entre los innumerables e inescrutables caminos de esta obra divina, que así señala no más que lo necesario para llegar hasta Jesús. Y el resto ha quedado escondido en los tesoros de la sabiduría del Espíritu divino.
En efecto, de todo este océano de la acción divina solamente ha manifestado un hilillo de agua que, llegando hasta Jesús, se pierde en los apóstoles y queda abismado en el Apocalipsis. De manera que el único objeto de nuestra fe es el resto de la historia de la acción divina, es decir, toda la vida mística que Jesús lleva en las almas santas hasta el fin de los siglos.
Todo cuanto se ha escrito es sólo lo más evidente. Pero ahora nosotros estamos en los siglos de la fe, y el Espíritu Santo escribe los Evangelios solamente en los corazones. Todas las acciones y momentos de los santos son Evangelio del Espíritu Santo, en el que las almas son el papel, y sus sufrimientos y acciones son la tinta. El Espíritu Santo, por la pluma de su acción, escribe un Evangelio vivo, que solamente podrá ser leído en el día de la gloria, cuando, después de salir de la prensa de esta vida, sea publicado.
¡Qué bellísima historia! ¡Qué libro tan hermoso escribe el Espíritu Santo en el presente! Almas santas, es un libro que está en prensa todavía, pero no hay día en que no se vayan componiendo las letras, aplicando la tinta, imprimiendo las hojas. Nosotros, sin embargo, permanecemos en la noche de la fe, y el papel resulta más negro que la tinta. No se aprecia en los caracteres sino pura confusión, es como una lengua de otro mundo, no se entiende nada. Es un Evangelio que solamente podréis leer en el cielo.
La fe sabe leer este Libro de Vida
Si pudiéramos ver la vida y mirar todas las criaturas no en sí mismas, sino en su principio. Más aún, si pudiéramos ver la vida de Dios en todos los objetos, cómo los mueve la acción divina, cómo los mezcla, los junta, los opone, los impulsa entre términos contrarios, reconoceríamos entonces que todo tiene su razón de ser, su medida, proporción y relación en esta obra divina.
Pero ¿cómo leer este libro en el que los caracteres son desconocidos, innumerables, todos revueltos y cubiertos de tinta? Si la combinación de veinticuatro letras puede ser tan inmensa que basta para componer infinidad de volúmenes diferentes, cada uno admirable en su género, ¿quién podrá expresar lo que Dios hace en el universo? ¿Quién será capaz de leer y entender el sentido de un libro tan inmenso, en el que no hay letra que no tenga su forma particular, y que en su pequeñez no encierre profundos misterios?
Los misterios no se ve ni se sienten: son objetos de la fe. Y la fe los cree, juzgándolos buenos y verdaderos, sólo por su principio divino, pues en sí mismos son tan obscuros, que todas sus apariencias no sirven más que para ocultarlos y esconderlos, y para cegar a quienes pretenden juzgarlos por la sola razón.
Espíritu Santo, enséñame a leer el momento presente
¡Oh, Espíritu divino, enséñame a leer en este libro de la vida! Quiero hacerme discípulo tuyo y, como un niño pequeño, creer lo que no alcanzo a entender. Me basta que mi Maestro lo diga. Él ha dicho esto, lo ha pronunciado, ha juntado las letras de este modo, y eso me basta. Pienso que todo es como Él lo ha dicho, aunque no entiendo nada, porque Él es la verdad infalible. Todo lo que dice, todo lo que ve, es la verdad. Él quiere que se junten ciertas letras para formar un nombre, y de éste se deriven otros. No hay más que tres, que seis, no hay más que aquello, pues basta: con menos no tendría sentido. Él es el único que, conociendo los pensamientos, es capaz de juntar las letras para hacer un escrito. Todo tiene significado, todo posee un sentido perfecto. Esta línea termina aquí, porque así conviene. No falta una coma, ni hay un punto inútil.
Esto lo creo ahora, en el presente, y cuando en el día de la gloria me sean revelados tantos misterios, alcanzaré a ver con claridad todo lo que ahora no comprendo sino confusamente, todo lo que se me muestra tan revuelto y embrollado, tan desordenado e imaginario. Y entonces todo me alegrará, me llenaré de un gozo eterno por la bondad y el orden, la razón, la sabiduría y las incomprensibles maravillas que descubriré.
Todo lo que vemos ahora es vanidad y mentira. La verdad de las cosas está en Dios. ¡Y qué diferentes son las ideas de Dios de nuestras ilusiones! ¿Cómo entender, si no, que estando continuamente advertidos de que todo esto que pasa en el mundo no es más que una sombra, una figura, un misterio de fe, nos conduzcamos, sin embargo, en todo humanamente, guiados por el sentido natural de las cosas, que no alcanza nunca a descifrar el enigma?. Caemos una y otra vez en la trampa, como insensatos, porque no levantamos los ojos al principio divino, a la fuente, al origen de las cosas, donde todo tiene otro nombre y otras cualidades, donde todo es sobrenatural, divino, santificante, donde todo es parte de la plenitud de Jesucristo, donde todo es piedra de la Jerusalén celeste [Apoc. 3,12], donde todo se integra y hace entrar en este edificio maravilloso.
Vivimos según lo que vemos y sentimos, y hacemos inútil esta luz de la fe que podría conducirnos con tanta seguridad por este laberinto, donde hay tantas tinieblas e imágenes, entre las que nos extraviamos como necios. No avanzamos guiados por la fe, que solamente ve a Dios y las cosas en Dios, y que vive siempre de Él, dejando a un lado lo visible, y yendo más allá de las figuras.
La fe es la antorcha del tiempo, y ella sola alcanza la verdad invisible, toca lo impalpable, ve todo este mundo como si no existiese, pues ve algo muy distinto de lo que es aparente. La fe es la llave de los tesoros, la llave del abismo [Apoc 9,1] y de la ciencia de Dios [Lc 11,52]. La fe denuncia la mentira de todas las criaturas, y por ella Dios se revela y manifiesta en todas las cosas, divinizándolas. Ella es la que quita el velo y descubre la verdad eterna.
Cuando un alma recibe esta inteligencia de la fe, Dios le habla por medio de todas las criaturas. El universo es para ella una Escritura viviente, que el dedo de Dios traza incesantemente ante sus ojos. La historia de todos los momentos que pasan es una historia sagrada. Los Libros santos, que el Espíritu de Dios ha inspirado, no son para ella más que el comienzo de las enseñanzas divinas.
Todo lo que sucede y que no está consignado en las Escrituras es para ella una continuación de éstas. Y lo que está escrito no es más que el comentario de lo que no está. La fe juzga del uno por lo otro. La síntesis escrita no es más que la introducción a la historia de la plenitud de la acción divina, que se encuentra resumida en las Escrituras. El alma descubre en ella los secretos para penetrar en los misterios que encierran toda su plenitud.
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