lunes, 31 de octubre de 2011

PERMANECED DESPIERTOS

LECTIO DIVINA (06-11-2011)

Mateo 25, 1-13

“El reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cerca de medianoche se oyó gritar: “¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!” Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: “Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse.” Pero las muchachas previsoras contestaron: “No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas.” Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda, y se cerró la puerta. Llegaron después las otras muchachas, diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos!” Pero él les contestó: “Os aseguro que no sé quiénes sois.” “Permaneced despiertos –añadió Jesús–, porque no sabéis el día ni la hora.

Otras Lecturas: Sabiduría 6, 12-16; Salmo 63, 1-7; 1 Tesalonicenses 4, 13-18
LECTIO
El estilo directo con que comienza este pasaje indica que el texto forma parte de una sección más larga. En realidad se trata de un apartado de la doctrina “escatológica”  contenida en los capítulos 24-25.

Esta es la primera de una serie de tres parábolas referentes a la venida del Hijo del Hombre para llevar a cabo el juicio final. Veremos las siguientes en las dos próximas semanas.

Es probable que Jesús quisiera que fuese entendida en dos planos distintos:  refiriéndose en ambos casos a su primera y última venida.

Hay algo que reseñare en esta parábola, y es que Jesús se apoya en gran medida en la tradición judía de contrastar la sabiduría y la necedad. El autor de Proverbios personifica estas cualidades en dos mujeres que salen en busca de hombres ofreciéndoles cada una su propio estilo de vida. En esta parábola, las cinco jóvenes doncellas son las que se preparan de antemano para la llegada del novio. Contrastan con las cinco necias que,  al llegar su momento, no están preparadas.  Jesús utiliza esta parábola para recalcar lo importante que es estar preparado y dispuesto para su segunda venida. En Mateo 24, 36-44 Jesús nos enseña que debemos estar preparados para lo inesperado. Volverá, de eso podemos estar bien seguros. Pero nadie sabe cuándo sucederá, ni siquiera él mismo Jesús; sólo Dios Padre conoce el momento exacto. Par quienes vivan en aquel momento en la tierra, será cuando no estén esperándole (versículo 44).

La parábola también tenía otro objetivo: hablar directamente a los contemporáneos de Jesús. El tema central de todas las conversaciones desde su entrada triunfal en Jerusalén (Mateo 21, 1-11) ha si se trata del Mesías prometido de Israel. En Mateo 9, 15 Jesús ya se había referido a sí mismo como “el novio”. En otra parábola anterior (Mateo 22, 1-14), Jesús hablaba de “los invitados” que se negaban a asistir al banquete de bodas que había preparado el rey en honor de su hijo. El pueblo de Israel llevaba siglos anhelando a su Mesías. Ellos eran los invitados. Y cuando llega el momento en que el Mesías está viviendo en medio de ellos, algunos están preparados pero otros, como las vírgenes necias están desprevenidos.
MEDITATIO
En Mateo 7, 24-27 Jesús contrapone dos hombres que están construyendo sus casas.  El prudente construye sobre roca, mientras que el necio construye sobre arena.  El uno escuchó la enseñanza de Jesús y la obedeció. También el otro la escuchó,  pero no la siguió. ¿De que manera nos puede ayudar este contraste para entender la parábola que contemplamos este domingo?
¿Has reconocido a Jesús como el Mesías que volverá como juez?
¿Vives tu vida como un verdadero seguidor de Jesús? ¿Concuerda tu estilo de vida con lo que dices creer?
ORATIO
En 1 Tesalonicenses 4, 13-18 Pablo nos recuerda la esperanza de salvación que tenemos en Jesús. Da gracias por que mediante la muerte y resurrección de Jesús podemos ser perdonados y reconciliados con Dios. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a vivir cada día en obediencia a él.
CONTEMPLATIO
Medita sobre estos versos de Proverbios 3, 5-7:

“Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia.
Ten presente al Señor en todo lo que hagas, y él te llevará por el camino
recto. No te creas demasiado sabio; honra al Señor y apártate del mal.”

Lectio Divina de la Sociedad Bíblica España


El grito de la mujer

(Reflexión a Mt. 15, 21-28)

     Cuando, en los años ochenta, Mateo escribe su evangelio, la Iglesia tiene planteada una grave cuestión: ¿Qué han de hacer los seguidores de Jesús? ¿Encerrarse en el marco del pueblo judío o abrirse también a los paganos?

     Jesús sólo había actuado dentro de las fronteras de Israel. Ejecutado rápidamente por los dirigentes del templo, no había podido hacer nada más. Sin embargo, rastreando en su vida, los discípulos recordaron dos cosas muy iluminadoras. Primero, Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una fe más grande que entre sus propios seguidores. Segundo, Jesús no había reservado su compasión sólo para los judíos. El Dios de la compasión es de todos.

     La escena es conmovedora. Una mujer sale al encuentro de Jesús. No pertenece al pueblo elegido. Es pagana. Proviene del maldito pueblo de los cananeos que tanto había luchado contra Israel. Es una mujer sola y sin nombre. No tiene esposo ni hermanos que la defiendan. Tal vez, es madre soltera, viuda, o ha sido abandonada por los suyos.

     Mateo sólo destaca su fe. Es la primera mujer que habla en su evangelio. Toda su vida se resume en un grito que expresa lo profundo de su desgracia. Viene detrás de los discípulos «gritando». No se detiene ante el silencio de Jesús ni ante el malestar de sus discípulos. La desgracia de su hija, poseída por «un demonio muy malo», se ha convertido en su propio dolor: «Señor ten compasión de mí».

     En un momento determinado la mujer alcanza al grupo, detiene a Jesús, se postra ante él y de rodillas le dice: «Señor socórreme». No acepta las explicaciones de Jesús dedicado a su quehacer en Israel. No acepta la exclusión étnica, política, religiosa y de sexos en que se encuentran tantas mujeres, sufriendo en su soledad y marginación.

     Es entonces cuando Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». La mujer tiene razón. De nada sirven otras explicaciones. Lo primero es aliviar el sufrimiento. Su petición coincide con la voluntad de Dios.

     ¿Qué hacemos los cristianos de hoy ante los gritos de tantas mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas? ¿Las dejamos de lado justificando nuestro abandono por exigencias de otros quehaceres? Jesús no lo hizo.

José Antonio Pagola

viernes, 28 de octubre de 2011

A la Iglesia le ha entrado miedo

(Reflexión a Mt. 14, 22-33)

     Seguramente, aprovechando los momentos difíciles de sus idas y venidas por el lago de Galilea, Jesús educaba a sus discípulos para enfrentarse a tempestades futuras más peligrosas. Mateo «trabaja» ahora uno de estos episodios para ayudar a las comunidades cristianas a liberarse de sus «miedos» y de su «poca fe».

     Los discípulos están solos. Esta vez no los acompaña Jesús. Su barca está «muy lejos de tierra», a mucha distancia de él, y un «viento contrario» les impide volver. Solos en medio de la tempestad, ¿qué pueden hacer sin Jesús?

     La situación de la barca es desesperada. Mateo habla de las tinieblas de la «noche», la «fuerza del viento» y el peligro de «hundirse en las aguas». Con este lenguaje bíblico, conocido por sus lectores, va describiendo la situación de aquellas comunidades cristianas, amenazadas desde fuera por el rechazo y la hostilidad, y tentadas desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿No es ésta nuestra situación hoy?

     Entre las tres y las seis de la madrugada, «se les acerca Jesús andando sobre el agua», pero los discípulos son incapaces de reconocerlo. El miedo les hace ver en él «un fantasma». Los miedos son el mayor obstáculo para conocer, amar y seguir a Jesús como «Hijo de Dios» que nos acompaña y salva en la crisis.

     Jesús les dice las tres palabras que necesitan escuchar: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Quiere trasmitirles su fuerza, su seguridad y su confianza absoluta en el Padre. Pedro es el primero en reaccionar. Su actuación es, como casi siempre, modelo de entrega confiada y ejemplo de miedo y poca fe. Camina seguro sobre las aguas, luego «le entra miedo»; va confiado hacia Jesús, luego olvida su Palabra, siente la fuerza del viento y comienza a «hundirse».

     En la Iglesia de Jesús ha entrado el miedo y no sabemos cómo liberarnos de él. Tenemos miedo al desprestigio, la pérdida de poder y el rechazo de la sociedad. Nos tenemos miedo unos a otros: la jerarquía endurece su lenguaje, los teólogos perdemos libertad, los pastores prefieren no correr riesgos, los fieles miran con temor el futuro.

     En el fondo de estos miedos hay miedo a Jesús, poca fe en él, resistencia a seguir sus pasos. Él mismo nos ayuda a descubrirlo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué dudáis tanto?

José Antonio Pagola

jueves, 27 de octubre de 2011

Dadles vosotros de comer

(Reflexión a Mt. 14, 13-21)

     El evangelista Mateo no se preocupa de los detalles del relato. Sólo le interesa enmarcar la escena presentando a Jesús en medio de la «gente» en actitud de «compasión». Lo hace también en otras ocasiones. Esta compasión está en el origen de toda su actuación.

     Jesús no vive de espaldas a la gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel pueblo. «Ve el gentío, le da lástima y cura a los enfermos». Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas pobres gentes. Así ha de vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.

     El tiempo pasa y Jesús sigue ocupado en curar. Los discípulos le interrumpen con una propuesta: «Es muy tarde; lo mejor es “despedir” a aquella gente y que cada uno se “compre” algo de comer». No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los dejan en manos de las leyes económicas dominadas por los terratenientes: que se «compren comida». ¿Qué harán quienes no pueden comprar?

     Jesús les replica con una orden lapidaria que los cristianos satisfechos de los países ricos no queremos ni escuchar: «Dadles vosotros de comer». Frente al «comprar», Jesús propone el «dar de comer». No lo puede decir de manera más rotunda. El vive gritando al Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también quienes no lo pueden comprar.

     Los discípulos siguen escépticos. Entre la gente sólo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso, pueden «sobrar» doce cestos de pan. Esta es su alternativa. Una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos suficientes para todos.

     En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados. Europa no tiene alma cristiana y «despide» como delincuentes a quienes vienen buscando pan. Y, mientras tanto, en la Iglesia son muchos los que caminan en la dirección marcada por Jesús; la mayoría, sin embargo, vivimos sordos a su llamada, distraídos por nuestros intereses, discusiones, doctrinas y celebraciones. ¿Por qué nos llamamos seguidores de Jesús?

José Antonio Pagola

miércoles, 26 de octubre de 2011

La decisión

(Reflexión a Mt. 13, 44-52)

     No era fácil creer a Jesús. Algunos se sentían atraídos por sus palabras. En otros, por el contrario, surgían no pocas dudas. ¿Era razonable seguir a Jesús o una locura?

     Hoy sucede lo mismo: ¿merece la pena comprometerse en su proyecto de humanizar la vida o es más práctico ocuparnos cada uno de nuestro propio bienestar? Mientras tanto, se nos puede pasar la vida sin tomar decisión alguna.

     Jesús cuenta dos pequeñas parábolas para seducir el corazón de aquellos campesinos. Un pobre labrador está cavando en un terreno que no es suyo. De pronto encuentra un «tesoro escondido». No es difícil imaginar su sorpresa y alegría. No se lo piensa dos veces. «Lleno de alegría», vende todo lo que tiene y se hace con el tesoro.

     Lo mismo le sucede a un rico «comerciante en perlas finas». De pronto se encuentra una perla de valor incalculable. Su olfato de experto no le engaña. Rápidamente toma una decisión. Vende todo lo que tiene y se hace con la perla.

     El reino de Dios está «oculto». Muchos no han descubierto todavía el gran proyecto que tiene Dios de un mundo nuevo. Sin embargo, no es un misterio inaccesible. Está «oculto» en Jesús, en su vida y en su mensaje. Una comunidad cristiana que no ha descubierto el reino de Dios no sabe para qué ha nacido Jesús.

     El descubrimiento del reino de Dios altera la vida de quien lo descubre. Su «alegría» es inconfundible. Ha encontrado lo esencial de la vida, lo mejor de Jesús, el valor que puede cambiar su vida. Si los cristianos no descubrimos el proyecto de Jesús, en la Iglesia no habrá alegría.

     Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más importante que «buscar el reino de Dios y su justicia». Todo lo demás viene después, es relativo y debe quedar subordinado al proyecto de Dios.

     Esta es la decisión más importante que hemos de tomar en la Iglesia y en las comunidades cristianas: liberarnos de tantas cosas accidentales para comprometernos en el reino de Dios. Despojarnos de lo superfluo. Olvidarnos de otros intereses. Saber «perder» para «ganar» en autenticidad. Si lo hacemos, estamos colaborando en la conversión de la Iglesia.

José Antonio Pagola

martes, 25 de octubre de 2011

Tener oídos y no oír

(Reflexión a Mt. 13, 1-23)

     Las parábolas de Jesús han cautivado siempre a sus seguidores. Los evangelios han conservado cerca de cuarenta. Seguramente, las que Jesús repitió más veces o las que con más fuerza se grabaron en el corazón y el recuerdo de sus discípulos. ¿Cómo leer estas parábolas? ¿Cómo captar su mensaje?

     Mateo nos recuerda antes que nada que las parábolas han sido «sembradas» en el mundo por Jesús. «Salió Jesús de su casa» a enseñar su mensaje a la gente, y su primera parábola comienza precisamente así: «Salió el sembrador a sembrar». El sembrador es Jesús. Sus parábolas son una llamada a entender y vivir la vida tal como la entendía y vivía él. Si no sintonizamos con Jesús, difícilmente entenderemos sus parábolas.

     Lo que Jesús siembra es «la palabra del Reino». Así dice Mateo. Cada parábola es una invitación a pasar de un mundo viejo, convencional y poco humano a un «país nuevo», lleno de vida, tal como lo quiere Dios para sus hijos e hijas. Jesús lo llamaba «reino de Dios». Si no seguimos a Jesús trabajando por un mundo más humano, ¿cómo vamos a entender sus parábolas?

     Jesús siembra su mensaje «en el corazón», es decir, en el interior de las personas. Ahí se produce la verdadera conversión. No basta predicar las parábolas. Si el «corazón» de la Iglesia y de los cristianos no se abre a Jesús, nunca captaremos su fuerza transformadora.

     Jesús no discrimina a nadie. Lo que ocurre es que a los que son «discípulos» y caminan tras sus pasos Dios les da a «conocer los secretos del Reino». A los demás no. Los discípulos tienen la clave para captar las parábolas; su conocimiento del proyecto de Dios será cada vez más profundo. Pero los que no dan el paso, y viven sin hacer la opción por Jesús no entienden su mensaje, y lo poco que escuchan lo terminan perdiendo.

     Nuestro problema es terminar viviendo con el «corazón embotado». Entonces sucede algo inevitable. Tenemos «oídos», pero no escuchamos ningún mensaje. Tenemos «ojos», pero no miramos a Jesús. Nuestro corazón no entiende nada. ¿Cómo se siembra el evangelio en nuestras comunidades cristianas? ¿Cómo despertamos entre nosotros la acogida al Sembrador?

José Antonio Pagola

lunes, 24 de octubre de 2011

En actitud de conversión

(Reflexión a Mt. 23, 1-12)

     Jesús habla con indignación profética. Su discurso dirigido a la gente y a sus discípulos es una dura crítica a los dirigentes religiosos de Israel. Mateo lo recoge hacia los años ochenta para que los dirigentes de la Iglesia cristiana no caigan en conductas parecidas.

     ¿Podremos recordar hoy las recriminaciones de Jesús con paz, en actitud de conversión, sin ánimo alguno de polémicas estériles? Sus palabras son una invitación para que obispos, presbíteros y cuantos tenemos alguna responsabilidad eclesial hagamos una revisión de nuestra actuación.

     «No hacen lo que dicen». Nuestro mayor pecado es la incoherencia. No vivimos lo que predicamos. Tenemos poder pero nos falta autoridad. Nuestra conducta nos desacredita. Nuestro ejemplo de vida más evangélica cambiaría el clima en muchas comunidades cristianas.

     «Cargan fardos pesados sobre los hombros de la gente... pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar». Es cierto. Con frecuencia, somos exigentes y severos con los demás, comprensivos e indulgentes con nosotros. Agobiamos a la gente sencilla con nuestras exigencias pero no les facilitamos la acogida del evangelio. No somos como Jesús que se preocupaba de hacer ligera su carga pues era sencillo y humilde de corazón.

     «Todo lo que hacen es para que los vea la gente». No podemos negar que es muy fácil vivir pendientes de nuestra imagen, buscando casi siempre "quedar bien" ante los demás. No vivimos ante ese Dios que ve en lo secreto. Estamos más atentos a nuestro prestigio personal.

     «Les gustan los primeros puestos y los asientos de honor... y que les hagan reverencias por la calle». Nos da vergüenza confesarlo, pero nos gusta. Buscamos ser tratados de manera especial, no como un hermano más. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser distinguido y reverenciado por la comunidad cristiana?

     «No os dejéis llamar maestros... ni guías... porque uno solo es vuestro Maestro y vuestro Guía: Cristo». El mandato evangélico no puede ser más claro: renunciad a los títulos para no hacer sombra a Cristo; orientad la atención de los creyentes sólo hacia él. ¿Por qué la Iglesia no hace nada por suprimir tantos títulos, prerrogativas, honores y dignidades para mostrar mejor el rostro humilde y cercano de Jesús?

     «No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra porque uno solo es vuestro Padre del cielo». Para Jesús el título de Padre es tan único, profundo y entrañable que no ha de ser utilizado por nadie en la comunidad cristiana. ¿Por qué lo permitimos?

José Antonio Pagola

EL QUE SE HUMILLA...

LECTIO DIVINA (30-10-2011)

Mateo 23, 1-12

Después de esto, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: “Los maestros de la ley y los fariseos son los encargados de interpretar la ley de Moisés. Por lo tanto, obedecedlos y haced todo lo que os digan. Pero no sigáis su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra. Atan cargas pesadas, imposibles de soportar, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo. Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar sobre la frente y en los brazos cajitas con textos de las Escrituras, y vestir ropas con grandes borlas. Desean los mejores puestos en los banquetes, los asientos de honor en las sinagogas, ser saludados con todo respeto en la calle y que la gente los llame maestros.

“Pero vosotros no os hagáis llamar maestros por la gente, porque todos sois hermanos y uno solo es vuestro Maestro. Y no llaméis padre a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el que está en el cielo. Ni os hagáis llamar jefes, porque vuestro único Jefe es Cristo. El más grande entre vosotros debe servir a los demás. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.

Otras Lecturas: Malaquías 1, 14 - 22, 2, 8-10; Salmo 131; 1 Tesalonicenses 2, 7-9, 13
LECTIO
Mateo escribió su relato evangélico siguiendo el de Marcos e incluye prácticamente todo el material de éste. Pero también aporta muchas mas enseñanzas de Jesús. Dicho material propio está organizado en cinco libros o bloques, comenzando con el Sermón de la Montaña en los capítulos 5-7. Sigue, en el capítulo 10, el envío de los discípulos. Continúa con las parábolas del reino en el capítulo 13, y la doctrina sobre la vida de la comunidad en el nuevo reino de Dios en el capítulo 18. La lectura de este domingo esta justo antes de la última sección, los capítulos 24-25, que se centran en la segunda venida y el juicio final.

Una parte fundamental de esta enseñanza abarca la denuncia de los dirigentes religiosos de Israel. Jesús los acusa de ser unos hipócritas. Sin lugar a dudas, son expertos en la Ley de Moisés, pero no llevan a la práctica lo que predican. Esto indigna a Jesús, porque imponen a la gente pesadas cargas pero no están dispuestos a “tocarlas ni siquiera con un dedo” (versículo 4) ni tampoco son capaces de cargar con ellas. Está actitud contrasta abiertamente con la de Jesús, que impone un yugo y una carga ligeros (Mateo 11, 30).

Tanto antes de este pasaje como después del mismo descubrimos que los pecados de los dirigentes son aún más graves por el hecho de que descuidan la enseñanzas de la ley que realmente importan, los mandamientos mayores (Mateo 22, 37-39), y la justicia, la misericordia y la fidelidad (Mateo 23, 23).

Por eso, a la vez que Jesús recomienda a la gente que cumplan la ley, les aconseja que no imiten el estilo de vida de sus dirigentes religiosos. En vez de servir a Dios y a su pueblo, los responsables se han vuelto interesados, rebosan orgullo y andan obsesionados con su propia importancia y su posición en la sociedad.

El espíritu de servicio y la humildad, de los que dio muestra Jesús lavándoles los pies a los discípulos (Juan 13), son el modelo para la comunidad del reino de Jesús. Como cristianos debemos volver nuestra mirada hacia Jesús como maestro, dirigente y Mesías. Y también debemos ver a Dios como nuestro padre celestial. En el reino de Dios, la grandeza se encuentra en el servicio humilde.
MEDITATIO
Si no ocupas un puesto de responsabilidad en tu comunidad eclesial, puede resultarte fácil pensar que este pasaje no se te aplica a ti. Sin embargo, también tiene mucho que ver con la actitud y el comportamiento de los cristianos “de a pie”.  Dedica algo de tiempo a meditar esas palabras.
¿Cómo puedes fomentar en ti la actitud humilde de un siervo?
¿Qué clase de dirigentes espera Jesús para su iglesia?
ORATIO
Los responsables de la iglesia cargan ante Dios con la responsabilidad de atender espiritualmente a su pueblo. Ora por tus dirigentes. Pídele a Dios que los proteja y los haga fuertes.

Pídele a Dios que te ayude a enfrentarte con las parcelas de orgullo que hay en tu propia vida.
CONTEMPLATIO
Reflexiona sobre estos versos del Salmo 131:

“Señor, mi corazón no es ambicioso
ni mis ojos altaneros,
ni voy tras cosas grandes y extraordinarias
que están fura de mi alcance.
Al contrario, estoy callado y tranquilo,
como un niño recién amamantado
que está en brazos de su madre.
¡Soy como un niño recién amamantado!
Israel, espera en el Señor ahora y siempre.

Lectio Divina de la Sociedad Bíblica España

Nuevo inicio

(Reflexión a Jn. 20, 19-31)

     Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?

     Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no le tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?

     El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad de seguidores. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarse del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.

     Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre encomendó a Jesús.

     Lo que necesita hoy la Iglesia no es sólo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un "nuevo inicio" a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Sólo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Sólo él puede impulsar la comunión. Sólo él puede renovar nuestros corazones.

     No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

     Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es sólo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

José Antonio Pagola

sábado, 22 de octubre de 2011

No seas incrédulo sino creyente

(Reflexión a Jn. 20, 19-31)

     La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».

     ¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado? ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.

     A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».

     Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».

     ¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.

     No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.

José Antonio Pagola

viernes, 21 de octubre de 2011

Vivir de su presencia

 (Reflexión a Jn. 20, 19-31)

     El relato de Juan no puede ser más sugerente e interpelador. Sólo cuando ven a Jesús resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma. Recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la misma misión que él había recibido del Padre.

     La crisis actual de la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen a un nivel profundo. Con frecuencia, la idea de la resurrección de Jesús y de su presencia en medio de nosotros es más una doctrina pensada y predicada, que una experiencia vivida.

     Cristo resucitado está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre de ordinario nuestros proyectos. Tras veinte siglos de cristianismo, Jesús no es conocido ni comprendido en su originalidad. No es amado ni seguido como lo fue por sus discípulos y discípulas.

     Se nota enseguida cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente como habitada por esa presencia invisible, pero real y activa de Cristo resucitado. No se contentan con seguir rutinariamente las directrices que regulan la vida eclesial. Poseen una sensibilidad especial para escuchar, buscar, recordar y aplicar el Evangelio de Jesús. Son los espacios más sanos y vivos de la Iglesia.

     Nada ni nadie nos puede aportar hoy la fuerza, la alegría y la creatividad que necesitamos para enfrentarnos a una crisis sin precedentes, como puede hacerlo la presencia viva de Cristo resucitado. Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra pasividad casi innata, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno, seguiremos haciendo «lo mandado», sin alegría ni convicción. ¿Dónde encontraremos la fuerza que necesitamos para recrear y reformar la Iglesia?

     Hemos de reaccionar. Necesitamos de Jesús más que nunca. Necesitamos vivir de su presencia viva, recordar en toda ocasión sus criterios y su Espíritu, repensar constantemente su vida, dejarle ser el inspirador de nuestra acción. Él nos puede transmitir más luz y más fuerza que nadie. Él está en medio de nosotros comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.

José Antonio Pagola

jueves, 20 de octubre de 2011

La resurrección, buena noticia para los hombres

José Antonio Pagola

Jesucristo: Catequesis Cristológicas (D.5)

     La resurrección de Cristo es la mejor noticia que podíamos recibir los hombres.

     Ahora sabemos que Dios es incapaz de defraudar las esperanzas del hombre que le invoca como Padre. Dios es Alguien con fuerza para vencer la muerte y resucitar todo lo que puede quedar muerto (2 Co 1,9; Ef 1, 18-20). Dios es Alguien que no está conforme con este mundo injusto en el que los hombres somos capaces de crucificar al mejor hombre que ha pisado nuestra tierra. Dios es Alguien empeñado en salvar al hombre por encima de todo, incluso, por encima de la muerte.

     Ya el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. La vida no es un enigma sin meta ni salida. Conocemos ya de alguna manera el final. A esta vida crucificada vivida con el espíritu de Jesús, solo le espera la resurrección (Rm 8, 11). Todos aquellos que luchen por ser cada día más hombres, un día lo serán. Todos aquellos que trabajen por construir un mundo más humano y justo, un día lo conocerán. Todos los que, de alguna manera hayan creído en Cristo y hayan vivido con su espíritu, un día sabrán lo que es VIVIR.

     “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees tú esto?” (Jn 11, 25).

Para continuar el estudio de la resurrección de Jesús

1. Lectura

     Estudiar los relatos evangélicos de la resurrección de Jesús, tratando de descubrir las enseñanzas para nuestra fe (Mc 16; Mt 28; Lc 24; Jn 20-21).

2. Preguntas para una reflexión

- La fe en la resurrección de Jesús, ¿puede tener algún interés para un hombre enfrentado a los problemas diarios de nuestra sociedad? ¿Por qué?

- La fe en Cristo resucitado, ¿debe influir concretamente en nuestra visión de la vida? ¿Cómo?

- Señala algunos rasgos que deberían caracterizar la esperanza de un cristiano.

3. Bibliografía

- H. SCHLIER, De la resurrección de Jesucristo. (Bilbao, 1970). Ed. Desclée de Brower. Pequeño estudio que recoge bien lo más esencial de nuestra fe en Cristo resucitado.

- X. LEON-DUFOUR, Resurrección deJesúsy mensaje pascual. (Salamanca, 1973). Ed. Sígueme. El estudio más completo y reciente realizado por un exégeta católico. Obra de carácter técnico, escrita por un especialista.

- L. BOFF, La resurrección de Cristo. Nuestra resurrección en la muerte. (Santander, 1981). Ed. Sal Terrae. Una relectura de la resurrección de Jesús y de sus implicaciones para nuestra propia resurrección.


La resurrección, punto de partida para descubrir a Cristo

José Antonio Pagola

Jesucristo: Catequesis Cristológicas (D.4)

     A partir de la resurrección y a su luz, los primeros creyentes volvieron a recordar la actuación y el mensaje de Jesús y, reflexionando sobre su vida y su muerte, fueron descubriendo la verdadera personalidad de Jesucristo.

Legitimación de la vida y el mensaje de Jesús

     La muerte de Jesús en la cruz, abandonado por todos y condenado en nombre de la Ley, parecía dejar claro que Jesús era un falso profeta abandonado también por Dios. Ahora los discípulos comprenden que no es así. Dios lo ha resucitado desautorizando a todos los que lo habían rechazado (Hch 2, 23-24). Al resucitarlo, Dios le ha dado la razón y ha legitimado y confirmado con su gesto vivificador, el mensaje y la actuación de Jesús.

     Jesús tenía razón, Dios está con él. Los discípulos comprenden que en la vida y el mensaje de este hombre se encierra algo único e incomparable, que es necesario anunciar a todos los hombres: Jesús ofrece verdaderas garantías para alcanzar una liberación definitiva, incluso, por encima de la muerte.

El valor salvador de la muerte de Jesús

     Si Dios ha resucitado a Jesús, ¿por qué ha permitido su muerte? El Dios que ha resucitado a Jesús, ¿qué hacía en la hora de su ejecución? ¿Dónde estaba en el momento de su asesinato? Los discípulos han comprendido que la muerte de Jesús no ha sido un accidente, una desgracia cualquiera, una injusticia más. Esta muerte ha sido algo previsto y preparado en los designios de Dios. Esta muerte ha sido para salvación del hombre.

     Este Dios que en la resurrección se ha manifestado plenamente identificado con Jesús, estaba también con él en la cruz. Al abandonar a Jesús, en realidad, se estaba abandonando a sí mismo por amor a los hombres. En Cristo, moribundo en la cruz, estaba Dios compartiendo nuestra vida humana hasta el fracaso y la destrucción total, y realizando el máximo gesto de su solidaridad y su amor salvador al hombre. “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2 Co 5, 19)

Jesús confesado como Mestas e Hijo de Dios

     Si Jesús ha sido resucitado por Dios, los discípulos comprenden que no deben seguir esperando a ningún otro Mesías. Las promesas de Dios han encontrado ya su cumplimiento en Jesús. Es Jesús el Mesías esperado, pero lo es de una manera que ha rebasado todas las esperanzas del pueblo.

     En este Mesías resucitado se encierra algo inesperado. La muerte de Jesús ha dejado claro que el

     Mesías es un hombre débil, mortal como nosotros. La muerte nos iguala a todos y, si Jesús ha muerto, quiere decir que es hombre como todos nosotros. Pero, la resurrección, nos descubre en Jesús algo nuevo, que ciertamente Israel no esperaba. Si Jesús ha resucitado quiere decir que es un hombre que vive una relación única con Dios. En Jesús hay algo que no se puede encontrar en los demás hombres. A partir de la Resurrección, los discípulos descubrirán cada vez con más claridad, que Dios estaba en él, que Dios en este hombre ha querido compartir nuestra vida humana (véase siguiente catequesis).

El Señor vive para siempre en Dios

     La muerte de Jesús no ha sido su destrucción, sino su paso a la vida del Padre. Jesús estuvo muerto pero ahora está vivo (Ap 1, 17-18). Resucitado, vive en una condición nueva junto al Padre (Filp 2, 8-11). Con razón, se le puede llamar ya Señor de la vida y de la muerte (Rin 14, 7­9). Los cristianos ya no se sienten solos. Cristo no es un difunto. Los creyentes saben que junto al Padre tienen a Cristo intercediendo y preocupándose por todos los hombres (Hb 7, 25; Rm 8, 34).

El Resucitado vive en medio de los creyentes

     El Señor no solo vive ahora para los hombres, sino entre los hombres. Los discípulos viven animados por la presencia viva del Resucitado (Lc 24, 13-35). Cuando hablan del Resucitado no están hablando de un personaje del pasado, sino de alguien vivo que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

     La comunidad creyente no se siente huérfana. El Resucitado camina con nosotros como “jefe que nos lleva a la vida” (Hch 3, 15). Es necesario saber descubrirlo en nuestras asambleas (Mt 18, 20), saber escucharlo en el Evangelio (Mt 7, 24-27), dejarnos alimentar por él en la cena eucarística (Lc 24, 28-31), saber encontrarlo en todo hombre necesitado (Mt 25, 31-46).

El retorno del Resucitado

     Cristo, resucitado por el Padre, solo es el “primero que ha resucitado de entre los muertos” (Col 1, 18-19). El se nos ha anticipado a todos para alcanzar esa vida definitiva que nos está también reservada a nosotros. Su resurrección es fundamento y garantía de la nuestra (1 Co 15, 20-23). Uno de los nuestros, un hermano nuestro, Jesús de Nazaret, ha resucitado abriendo una salida a esta vida nuestra que termina fatalmente en la muerte. Su resurrección nos abre la posibilidad de alcanzar la liberación última y total (1 Co 15, 22; Ef 2, 4-6). Si vivimos desde Cristo, un día resucitaremos con El. “Dios que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza” (1 Co 6, 14).

     Por eso, los creyentes, en medio de las luchas, los sufrimientos y las dificultades de cada día, ponen su mirada en el Resucitado que un día volverá a consumar y llevar a su término todos nuestros esfuerzos de liberación: “Ven, Señor, Jesús” (Ap 22, 20)


La resurrección de Jesús

José Antonio Pagola

Jesucristo: Catequesis Cristológicas (D.3)

     Los primeros cristianos viven convencidos de que Jesús ha sido resucitado por Dios. Pero, ¿qué significa esto para aquellos hombres? ¿Qué entendían por resurrección de Jesús? ¿Qué querían decir al hablar de Cristo resucitado?

No es un retorno a su vida anterior

     La resurrección de Jesús no es una vuelta a su vida anterior para volver de nuevo a morir un día de manera ya definitiva. No es una simple reanimación de su cadáver, como pudo ser el caso de Lázaro o la hija de Jairo. La resurrección de Jesús no es como estas “resurrecciones”. Jesús no regresa a esta vida sino que entra en la vida definitiva de Dios. Por eso, los primeros predicadores dicen que Jesús ha sido “exaltado” por Dios (Hch 2, 33), y los relatos evangélicos presentan a Jesús viviendo ya una vida que no es la nuestra. Pablo nos dice con claridad que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más porque ahora vive en Dios (RM 6, 9-10).

No es una supervivencia de su alma inmortal

     Los cristianos no han entendido nunca la resurrección de Jesús como una supervivencia misteriosa de su alma inmortal. Jesús resucitado no es “un alma inmortal” ni un fantasma. Es un hombre completo, vivo, concreto, que ha sido liberado de la muerte con todo lo que constituye su personalidad. Para los primeros creyentes, a este Jesús resucitado que ha alcanzado ahora toda la plenitud de la vida, no le puede faltar cuerpo.

No es una prodigiosa operación biológica

     Los primeros cristianos no describen nunca la resurrección de Jesús como una operación prodigiosa en la que el cuerpo y el alma de Jesús ha vuelto a unirse para siempre. Su atención se centra en el gesto creador de Dios que ha levantado al muerto Jesús a la Vida. La resurrección de Jesús no es un nuevo prodigio, sino una intervención creadora de Dios.

No es una permanencia de Jesús en el recuerdo de los suyos

     La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús y no a los discípulos. Es algo que ha acontecido en el muerto Jesús y no en la mente o en la imaginación de los discípulos. No es que “ha resucitado” la fe de los discípulos a pesar de haber visto a Jesús muerto en la cruz. El que ha resucitado es Jesús mismo. No es que Jesús permanece ahora vivo en el recuerdo de los suyos. Es que Jesús realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva de Dios.

Intervención resucitadora de Dios

     A los primeros cristianos no les gusta decir “Jesús ha resucitado”. Prefieren emplear otra expresión: “Jesús ha sido resucitado por Dios” (Hch 2, 24; 3,15).. Para ellos, la resurrección es una actuación del Padre que con su fuerza creadora y poderosa ha levantado al muerto Jesús a la vida definitiva y plena de Dios. Para decirlo de alguna manera, Dios le espera a Jesús al otro lado de la muerte para liberarlo de la destrucción, vivificarlo con su fuerza creadora, levantarlo de entre los muertos e introducirlo en la vida indestructible de Dios.

     Los primeros cristianos han empleado diversos lenguajes para sugerir de qué se trata. Es interesante escucharle a Pablo. Según él, Jesús ha sido resucitado por la fuerza de Dios que es la que le hace vivir su nueva vida de resucitado (Ef 1, 19-20; 2 Co 13, 4). Jesús ha sido resucitado por la gloria de Dios, es decir, por esa fuerza que nos descubre toda la grandeza gloriosa de Dios (Rm 6, 4); por eso, Cristo resucitado posee un “cuerpo glorioso” (Filp 3,21) que no significa un cuerpo luminoso, majestuoso, sino una personalidad llena de la fuerza transformadora de Dios. Jesús ha sido resucitado por el Espíritu de Dios, es decir, por su Aliento creador (Rm 8, 11); por eso, Cristo resucitado posee “un cuerpo espiritual” (1 Co 15, 35-49) que no significa un cuerpo inmaterial, etéreo, invisible, sino una personalidad penetrada por el Aliento vital y creador de Dios.

     Este paso de Jesús de la muerte a la vida definitiva, es un acontecimiento que desborda esta vida en que nosotros nos movemos. Por eso, no lo podemos constatar y observar como hacemos con tantos otros acontecimientos que suceden entre nosotros. Pero es un hecho real, que ha sucedido. Más aún, para los creyentes es el acontecimiento más real, importante y decisivo que ha sucedido para la historia de la humanidad.


El encuentro de los primeros creyentes con el resucitado

José Antonio Pagola

Jesucristo: Catequesis Cristológicas (D.2)

     A partir de todo este material del que hoy podemos todavía disponer nosotros, vamos a tratar de acercarnos a la experiencia que vivieron los primeros discípulos.

     Lo que primeramente observamos es la dificultad que experimentan estos hombres para expresar y hacernos presentir un poco este acontecimiento inesperado y desconcertante: Jesús, el crucificado, al que ellos han podido ver muerto, ahora se les presenta lleno de vida. Se trata de una experiencia compartida por bastantes, repetida en diversas circunstancias y que ellos tratan de describir de alguna manera, acudiendo a diversas expresiones y procedimientos narrativos (Jesús es el de antes pero ya no es el mismo, está presente en medio de sus discípulos pero no le pueden retener, es alguien real y concreto pero no pueden convivir con él como antes).

     Estos hombres no nos describen nunca el acontecimiento mismo de la resurrección. Ellos nos hablan de su encuentro con el ya resucitado que se les impone lleno de vida y transforma totalmente sus personas. Veamos algunos rasgos de su experiencia.

El Crucificado se deja ver vivo

     La fórmula que emplean con más frecuencia indica que Jesús, que había quedado oculto tras el misterio de la muerte, se deja ver, se hace visible, se vuelve a encontrar con los suyos. Se trata de un encuentro cuya iniciativa no está en los discípulos sino en Jesús. Es el mismo Jesús vivo el que interviene en sus vidas, se les hace presente y se les impone lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad.

Un encuentro que afecta al hombre entero

     No se puede describir adecuadamente estos encuentros llamándolos sencillamente “visiones” o “apariciones”. Tampoco es acertado preguntarse si se trata de visiones objetivas o subjetivas, externas o internas. Según los discípulos, Jesús se les impone como alguien vivo, en un encuentro que afecta la totalidad de sus personas.

     Pablo llama a su experiencia “gracia”, regalo de Dios (1 Co 15, 10) y cuando quiere describirla, nos dice que “ha sido alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12) y que “ha descubierto el poder de su resurrección” (Flp 3, 10). Por eso, cuando los creyentes tratan de presentar esta experiencia de manera narrativa, la describen con una gran variedad: Jesús resucitado les saluda, les da la paz, los bendice, los llama, les enseña, los consuela, los envía a una gran misión. Es decir, el encuentro con el Resucitado los ha cogido, los ha transformado y ha puesto en marcha la fe de la pequeña comunidad.

El descubrimiento del enigma de Jesús

     El encuentro con el Resucitado les ha descubierto a estos hombres el misterio encerrado en Jesús. Así llama Pablo a su experiencia “el descubrimiento de Jesús” (Ga 1, 12). Por eso, entiende así su encuentro con el Resucitado: “Dios ha querido revelar en mí a su Hijo” (Ga 1, 16). En este encuentro han descubiert o los discípulos que Jesús, a pesar de haber terminado en una cruz, es el Cristo esperado por el pueblo, y, todavía más, es el Señor de la vida y de la muerte porque en él ha comenzado ya la resurrección, es decir, la liberación total y definitiva de los hombres.

Acontecimiento transformador

     Se trata de un acontecimiento que ha transformado totalmente a los discípulos. Aquellos hombres que se resistían a aceptar el mensaje de Jesús, comienzan ahora a anunciar el Evangelio con una convicción total. Aquellos hombres cobardes que no habían sido capaces de mantenerse junto a Jesús en el momento de la crucifixión, comienzan ahora a arriesgar su vida por defender la causa del Crucificado.

     Es particularmente significativo el caso de Pablo de Tarso. El encuentro con Cristo resucitado lo ha convertido de perseguidor de las comunidades cristianas en testigo y predicador de la Buena Noticia de Cristo (Ga 1, 23; Filp 3, 5-14; Co 15, 9-10).

Llamada a una misión

     Los discípulos viven el encuentro con el Resucitado como llamada a anunciar el Evangelio. Los encuentros de los Once con el Resucitado terminan invariablemente en una llamada a la evangelización (Mt 28, 18-20; Mc 16, 15; Lc 24, 28; Jn 20,21). Concretamente, Pablo entiende su experiencia pascual como una exigencia pascual como una exigencia a predicar la fe entre los gentiles (Ga 1, 15-16). Si atendemos a los primeros cristianos, encontrarse con el Resucitado es sentirse llamado a anunciar la Buena Noticia de Cristo (Lc 24, 36; Jn 20, 17-18).

Experiencia prolongada en la vida

     El encuentro con el Resucitado no es un momento privilegiado sin continuidad posterior en sus vidas. Estos hombres reviven en su vida diaria el destino doloroso de Jesús crucificado y el paso a la vida del Resucitado. La resurrección del Crucificado les ayuda a entender y vivir su vida difícil de cada día con otro sentido y otra profundidad. Desde su propia vida comprenden y viven mejor el misterio de Cristo muerto y resucitado. “Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Co 4,10).