miércoles, 28 de agosto de 2013

Sin excluir


(Comentario a Lc. 14, 1.7-14)
Jesús asiste a un banquete invitado por “uno de los principales fariseos” de la región. Es una comida especial de sábado, preparada desde la víspera con todo esmero. Como es costumbre, los invitados son amigos del anfitrión, fariseos de gran prestigio, doctores de la ley, modelo de vida religiosa para todo el pueblo.
Al parecer, Jesús no se siente cómodo. Echa en falta a sus amigos los pobres. Aquellas gentes que encuentra mendigando por los caminos. Los que nunca son invitados por nadie. Los que no cuentan: excluidos de la convivencia, olvidados por la religión, despreciados por casi todos. Ellos son los que habitualmente se sientan a su mesa.
Antes de despedirse, Jesús se dirige al que lo ha invitado. No es para agradecerle el banquete, sino para sacudir su conciencia e invitarle a vivir con un estilo de vida menos convencional y más humano: “No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote... Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
Una vez más, Jesús se esfuerza por humanizar la vida rompiendo, si hace falta, esquemas y criterios de actuación que nos pueden parecer muy respetables, pero que, en el fondo, están indicando nuestra resistencia a construir ese mundo mas humano y fraterno, querido por Dios.
De ordinario, vivimos instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a nuestra vida a los que, a su vez, nos pueden invitar. Eso es todo.  
Esclavos de unas relaciones interesadas, no somos conscientes de que nuestro bienestar solo se sostiene excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad gratuita, sencillamente, para poder vivir. Hemos de escuchar los gritos evangélicos del Papa Francisco en la pequeña isla de Lampedusa: “La cultura del bienestar nos hace insensibles a los gritos de los demás”. “Hemos caído en la globalización de la indiferencia”. “Hemos perdido el sentido de la responsabilidad”.
Los seguidores de Jesús hemos de recordar que abrir caminos al Reino de Dios no consiste en construir una sociedad más religiosa o en promover un sistema político alternativo a otros también posibles, sino, ante todo, en generar y desarrollar unas relaciones más humanas que hagan posible unas condiciones de vida digna para todos empezando por los últimos.
José Antonio Pagola

viernes, 23 de agosto de 2013

Confianza, sí. Frivolidad, no.


(Comentario a Lc. 13, 22-30)
La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.
Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la “salvación eterna” que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un “final feliz”; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, “los que practican la injusticia”.
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.
José Antonio Pagola

martes, 13 de agosto de 2013

Sin fuego no es posible


(Reflexión a Lc. 12, 49-53)
En un estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: “Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”. ¿De qué está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los exegetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.
El fuego que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en nuestro propio corazón. No es posible defenderse de su llamada tras el escudo de ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.
¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza  de su libertad creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.
José Antonio Pagola

viernes, 9 de agosto de 2013

Vivir en minoría


(Reflexión a Lc. 12, 32-48)
Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.
“Mi pequeño rebaño”. Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de “levadura” oculto en la masa, una pequeña “luz” en medio de la oscuridad, un puñado de “sal” para poner sabor a la vida.
Después de siglos de “imperialismo cristiano”, los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.
“No tengas miedo”. Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. El nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.
“Vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.
“Vended vuestros bienes y dad limosna”. Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Será comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir “misericordia”. Este es el significado original del término griego.
Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico. El Papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.
José Antonio Pagola

miércoles, 7 de agosto de 2013

La Iglesia romana es machista


¿No fueron las mujeres las primeras en organizar las Iglesias?
No se pueden poner puertas al campo ni compuertas al río de la vida. Si las mujeres (70% de los fieles) se lo propusieran, la Iglesia católica cambiaría radicalmente o saltaría por los aires, hecha añicos. A continuación un extracto sacado del libro "El Evangelio de las mujeres".
Las mujeres de Aristófanes ("La asamblea de las mujeres"), cuatro siglos antes de que Cristo apareciese, constataban que todo andaba mal en el mundo de los hombres y decidieron coger ellas las riendas del poder. Instauraron una original comunidad igualitaria. Cada ciudadano debería aportar a la colectividad todo lo que le perteneciese; a su vez, tendría derecho al sustento y al goce del sexo, puestos también en común. Esta utopía comunitaria, pura fantasía de Aristófanes, la desarrollarían posteriormente Platón y otros filósofos.
Si mi padre vino a casa con esa comedia bajo el brazo fue porque, de algún modo, retrataba las preocupaciones de mi madre; y quiso gastarle una broma.
- ¿También tú, como Praxágora, pretendes soliviantar a las mujeres de Tyro para que tomen el poder en la Iglesia? -se chanceó sin malicia alguna.
Mi madre hablaba de que un grupo de mujeres estaba dispuesto a plantear la candidatura de una mujer para suceder al obispo muerto. Mi padre, aunque no había recibido el bautismo ni pensaba hacerlo, estaba muy bien informado sobre las cuestiones de nuestra fe.
- No te rías, Pionio -se molestó mi madre-. Si reivindicamos los puestos de autoridad en la Iglesia no es por afán de protagonismo sino porque así fue en un principio. Los obispos se han olvidado de que la igualdad entre hombres y mujeres fue una de las verdades esenciales de nuestra fe. ¿Dónde se había visto antes que un rabí escogiese discípulas y se dejase acompañar por ellas día y noche? Creo sinceramente que gobernaríamos mejor que ellos... ¿No hemos demostrado hasta la saciedad que sabemos administrar nuestras casas? ¿No fueron las mujeres las primeras en organizar las Iglesias...?
A continuación, como en una larga letanía, mi madre fue pasando lista de las venerables mujeres que habían dejado huella en las primeras comunidades cristianas. Habló de la inteligente Lydia, natural de Tiatira, en el Asia proconsular. La primera mujer que abrazó el cristianismo en Europa y convirtió su casa de Filipos en iglesia. De Dámaris de Tesalónica que, con otras mujeres principales de la sinagoga, fue el alma de aquella comunidad.
De la celebérrima Priscila, líder por naturaleza. Ella y su esposo acompañaron al apóstol Pablo en sus viajes. Fundó y organizó Iglesias. Sus casas, tanto en Corinto como en Éfeso y en Roma, siempre fueron lugar de reunión de los cristianos. Esta mujer fue la que adoctrinó al filósofo Apolo, un maestro muy elocuente de Alejandría. ¡Qué inmensa labor desempeñaría esta mujer para que Pablo, en su carta a los cristianos de Roma, escriba que él y todas las Iglesias de los gentiles le deben eterno agradecimiento!
De Febe, mujer de mucha valía y buena posición social, en cuya mansión se reunía la Iglesia de Cencreas. Ocupó el cargo de obispo y gobernó su iglesia con el beneplácito de todos. Como estas mujeres, hubo otras muchas en aquellos primeros tiempos que presidieron sus congregaciones con gran acierto y aprobación unánime. De una tal Junia, de la que Pablo escribió que fue judía como él, concautiva con él, cristiana antes que él, noble y distinguida entre los apóstoles. De Trifena y Trifosa. De Pérside. De la madre de Rufo, de quien el apóstol Pablo dice cariñosamente que fue como madre suya. De Claudia, mujer del senador Pudente y madre del obispo romano Lino. De Apia, en cuya casa se reunía la Iglesia de Colosas. De Julia. De la hermana de Nereo. De Evodia y Síntique. De Loide y Eunice. De Ninfas...
- Si los hombres -concluyó mi madre-, que escribieron y manipularon los Evangelios a su favor, no han podido borrar todos esos nombres, ¿cuántas más mujeres, como éstas, no tuvo que haber?
- Que las mujeres jugaron al principio un gran papel, está fuera de duda -le concedió mi padre, después de escuchar con secreta satisfacción su largo alegato-. Sin su apoyo económico y asistencial, Jesús no hubiese tenido la libertad de movimientos que tuvo. Tampoco se puede negar que presidieron y gobernaron las congregaciones de fieles que se reunían en sus casas por mucho que ahora los obispos quieran negarlo... Pero -subrayó mi padre-, si queréis que el cristianismo se consolide y perdure, tendréis que aceptar las reglas de juego de nuestra sociedad que relega a las mujeres al interior de la casa. En esto, puede que los obispos sean mucho más prácticos que vosotras.
La conclusión a la que llegó mi padre no satisfizo a mi madre.
- ¿También tú, como el filósofo Aristóteles, has caído en ese tópico legendario, por no decir vulgar, de que la naturaleza niega a la mujer la capacidad de mandar? ¿Acaso autoridad y masculinidad son categorías substancialmente unidas e inseparables?
Mi padre, sorprendido de esta salida, le replicó:
- Grecia, cuna de la democracia, sólo concedió el derecho de ciudadanía a los hombres libres... Jamás incluyó en esta categoría a los niños, a los esclavos y a las mujeres... Muchos filósofos, antes y después de Aristóteles sostuvieron que las mujeres son inferiores al hombre por naturaleza, y, por lo tanto, incapaces de desempeñar puestos de autoridad... Esas ideas han calado y echado profundas raíces en nuestra sociedad... Yo admiro mucho, tú lo sabes, el temple de Jesús que se atrevió, él solo, a luchar por cambiar esas convicciones. Su fracaso fue rotundo. ¿Vais a ser capaces, tú y tus compañeras, de conseguirlo?
Mi madre, tomando pie de las últimas palabras, continuó, por su cuenta, el panegírico de Jesús.
- El Salvador defendió a las mujeres, a los pobres, a los miserables. Comió con todo tipo de gente. Frecuentó su trato, sin hacer acepción de personas. Se saltó las barreras sociales. Atacó duramente, hasta parecer despiadado, los vínculos que sostienen la familia patriarcal... Las cartas de Pablo hablan de unas mujeres que luchaban con fe para a obrar esos cambios... Trataban de construir en este mundo un reino de iguales del que la Iglesia sería el fermento... Una Iglesia, bien distinta por cierto, es la que están configurando los obispos...
- ¿Te has preguntado por qué? -como mi madre permaneciese en silencio, continuó- Ya te lo dije antes. Una cosa fueron las iglesias domésticas y otra, muy distinta, cuando esas iglesias saltan a la calle. Mientras todo se redujo al ámbito familiar, la autoridad de la mujer no fue cuestionada. Sus funciones estaban dentro de su cometido como gestora de la casa. Pero, al convertirse esas iglesias domésticas en corporaciones públicas, las cosas cambian. Tienen que atenerse a las reglas que rigen en nuestra sociedad y funcionar como cualquier otra institución similar. ¿Conoces tú algún gremio, concejo o comunidad, dónde manden las mujeres? Ni está bien visto ni ningún hombre permitiría tal cosa. Puede que eso sólo haya existido en la ficción, como en esa comedia de Aristófanes que te regalé.
- ¿Qué me quieres decir? ¿Adónde quieres ir a parar?
- Muy sencillo. Los obispos se han percatado de que las Iglesias, para que sean viables y puedan existir sin problemas con las autoridades, tienen que acomodarse a nuestras costumbres. ¡Es cuestión de supervivencia!
- Pero eso supondría traicionar las enseñanzas del Salvador; renunciar a uno de sus legados más valiosos...
- Esa es la disyuntiva que se os plantea a las mujeres. O contemporizáis con las costumbres de nuestra sociedad o lucharéis en vano por esa igualdad del hombre y la mujer. Yo creo que los obispos ya han hecho su opción; y vosotras, si os empecináis con vuestras ideas, os vais a estrellar contra la dura realidad.
Mi madre, volviendo a Aristófanes, citó un párrafo del coro que se sabía de memoria.
- Ahora es la ocasión de obrar con entera democracia -recitó-, ya que nuestra República necesita un plan lleno de sabiduría y honradez.
- Temo que el pueblo no quiera aceptar ninguna innovación -le contestó mi padre, repitiendo textualmente otro parlamento; y agregó-: ¿Sabes qué te tengo que decir? Si tuviese que elegir entre la comunidad de Aristófanes y la comunidad del apóstol Pedro, me quedo con la de aquél, más humana y alegre. La de Pedro me asusta... Los apóstoles parece que no se enteraron de los cambios que introdujo Jesús y continuaron anclados en su fe judía...

En desacuerdo con el Papa


La ordenación de mujeres. No se trata de un dogma de fe.
Con optimismo tal vez desmesurado, llegué a pensar que precisamente al Papa Francisco le tuviera reservado la Divina Providencia el atrevimiento reparador de pedirle perdón a la humanidad por el comportamiento discriminatorio que la Iglesia mantuvo y mantiene en relación con la mujer.
Pero, tal y como reflejan recientes declaraciones, el nuevo Obispo de Roma opta por suscribir el aserto de Karl Rhaner, el teólogo más importante de los últimos tiempos, al reconocer con desesperanza que "la ordenación sacerdotal de la mujer en la Iglesia católica es cuestión de siglos". Al ser preguntada el Papa acerca del tema, se manifestó de la siguiente manera : "La Iglesia ha hablado ya y ha dicho que no. Así lo suscribió Juan Pablo II con fórmula definitiva. Esta puerta, por tanto, está ya cerrada. La Virgen María era, y es, más importante que los Apóstoles, los obispos, diáconos y sacerdotes. No obstante, reconozco que sigue faltando una explicación- reflexión teológica más profunda".
Sin necesidad de pedir disculpas por pensar de manera distinta, pero siempre con humildad y respeto, creo legítimamente cristiano manifestar mi desacuerdo, coincidente en este caso con el de tantos miembros de la Iglesia, con inclusión de teólogos, biblistas y pastoralistas.
Precisamente la reiterativa catequesis del Papa Francisco de que "la Iglesia es femenina, esposa y madre, que no puede entenderse sin la mujer que le confiere fecundidad", había estimulado a muchos y a muchas a acariciar la posibilidad de que la consagración sacerdotal de la mujer estaba cercana, inaplazable y hasta inminente, por lo que los pasos hacia su consecución se aligerarían en la actualidad con la presencia y actividad del "Papa renovador por la gracia de Dios".
Los católicos, con predilecta mención para las mujeres, estamos adoctrinados y convencidos del relieve tan singular y del puesto sagrado que en la teología de la salvación se le asigna a la Virgen., Madre de Dios. Pero aquí no se trata ahora de eso. Se trata de que, reconociendo con gratitud, devoción, alegría, dogma, piedad y religiosidad popular, los privilegios tan excepcionales de la Virgen, las mujeres sigan estando terminantemente imposibilitadas para la ordenación sacerdotal, si alguna se siente vocacionada y capacitada para el ministerio.
Los argumentos bíblicos y teológicos que se aportan no convencen a muchos. Convencen a más los contra-argumentos. Y no se trata de un dogma de fe, o algo similar. Es cuestión de cánones y de disciplina eclesiástica. Es decir, de la curia. El diagnóstico de una buena parte del pueblo de Dios y que quienes sociológicamente manifiestan interés por el tema, lo formulan como el penúltimo signo del discriminador machismo "religioso" que pervive en la Iglesia, siempre jerárquicamente al resguardo de hipotéticas "invasiones" de pecatrices.
Extraña de modo inefable que, tan sensibilizado el Papa Francisco con las aspiraciones del pueblo más pueblo y más marginado, como es el colectivo femenino, no haya ya roto esquemas añejos que imposibilitan el rejuvenecimiento de la Iglesia, al ausentara a las mujeres de los órganos de dirección en la institución eclesiástica. Repudiar a la mujer de la religión equivale a anquilosar esta a perpetuidad. Establecer alianza con ella, le aporta dosis de incuestionable perennidad. La mujer, por mujer, es siempre, y en todo, más joven que el hombre, por hombre.
No es pastoralmente rentable olvidar que todo intento de programar y poner en práctica el ecumenismo, pasará necesariamente por el asentimiento y promoción del sacerdocio de la mujer, haciendo uso consagrado de los términos "pastoras" y "obispas". Así lo demandan las demás Iglesias cristianas, con excepción de las consideradas fervorosa e intransigentemente conservadoras.
Cuente el Papa Francisco con los rezos de hombres y mujeres para que teólogos, historiadores y canonistas profundicen en los evangelios, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles y en la vida y vivencias de las primitivas comunidades cristianas, en las que hombres y mujeres participaban con derechos y deberes idénticos.

domingo, 4 de agosto de 2013

Contra la insensatez


(Comentario a Lc. 12, 13-21)
Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.
José Antonio Pagola