viernes, 30 de septiembre de 2011

Dios ama el mundo

(Reflexión a Jn. 3, 14-21)

     No es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.

     «Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.

     Primero. Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no sólo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Sólo quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.

     Segundo. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano II: La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.

     Tercero. Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Sólo con el corazón lleno de amor a todos, nos podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo.

     Cuarto. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos, que introducen entre nosotros amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren…? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor.

José Antonio Pagola

jueves, 29 de septiembre de 2011

Un templo nuevo

(Reflexión a Jn. 2, 13-25)

     Los cuatro evangelistas se hacen eco del gesto provocativo de Jesús expulsando del templo a «vendedores» de animales y «cambistas» de dinero. No puede soportar ver la casa de su Padre llena de gentes que viven del culto. A Dios no se le compra con «sacrificios».

     Pero Juan, el último evangelista, añade un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que, tras la destrucción del templo, él «lo levantará en tres días». Nadie puede entender lo que dice. Por eso, el evangelista añade: «Jesús hablaba del templo de su cuerpo».

     No olvidemos que Juan está escribiendo su evangelio cuando el templo de Jerusalén lleva veinte o treinta años destruido. Muchos judíos se sienten huérfanos. El templo era el corazón de su religión. ¿Cómo podrán sobrevivir sin la presencia de Dios en medio del pueblo?

     El evangelista recuerda a los seguidores de Jesús que ellos no han de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús, «destruido» por las autoridades religiosas, pero «resucitado» por el Padre, es el «nuevo templo». No es una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios.

     Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu.

     En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no basta el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».

     Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para mujeres. En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida. Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como Señor, pero él es nuestro verdadero templo.

José Antonio Pagola

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Lenguaje de gestos

(Reflexión a Jn. 2, 1-11)

     El evangelista Juan no dice que Jesús hizo "milagros" o "prodigios". Él los llama "signos" porque son gestos que apuntan hacia algo más profundo de lo que pueden ver nuestros ojos. En concreto, los signos que Jesús realiza, orientan hacia su persona y nos descubren su fuerza salvadora.

     Lo sucedido en Caná de Galilea es el comienzo de todos los signos. El prototipo de los que Jesús irá llevando a cabo a lo largo de su vida. En esa "transformación del agua en vino" se nos propone la clave para captar el tipo de transformación salvadora que opera Jesús y el que, en su nombre, han de ofrecer sus seguidores.

     Todo ocurre en el marco de una boda, la fiesta humana por excelencia, el símbolo más expresivo del amor, la mejor imagen de la tradición bíblica para evocar la comunión definitiva de Dios con el ser humano. La salvación de Jesucristo ha de ser vivida y ofrecida por sus seguidores como una fiesta que da plenitud a las fiestas humanas cuando éstas quedan vacías, «sin vino» y sin capacidad de llenar nuestro deseo de felicidad total.

     El relato sugiere algo más. El agua solo puede ser saboreada como vino cuando, siguiendo las palabras de Jesús, es «sacada» de seis grandes tinajas de piedra, utilizadas por los judíos para sus purificaciones. La religión de la ley escrita en tablas de piedra está exhausta; no hay agua capaz de purificar al ser humano. Esa religión ha de ser liberada por el amor y la vida que comunica Jesús.

     No se puede evangelizar de cualquier manera. Para comunicar la fuerza transformadora de Jesús no bastan las palabras, son necesarios los gestos. Evangelizar no es solo hablar, predicar o enseñar; menos aún, juzgar, amenazar o condenar. Es necesario actualizar, con fidelidad creativa, los signos que Jesús hacía para introducir la alegría de Dios haciendo más dichosa la vida dura de aquellos campesinos.

     A muchos contemporáneos la palabra de la Iglesia los deja indiferentes. Nuestras celebraciones los aburren. Necesitan conocer más signos cercanos y amistosos por parte de la Iglesia para descubrir en los cristianos la capacidad de Jesús para aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida.

     ¿Quién querrá escuchar hoy lo que ya no se presenta como noticia gozosa, especialmente si se hace invocando el evangelio con tono autoritario y amenazador? Jesucristo es esperado por muchos como una fuerza y un estímulo para existir, y un camino para vivir de manera más sensata y gozosa. Si solo conocen una "religión aguada" y no pueden saborear algo de la alegría festiva que Jesús contagiaba, muchos seguirán alejándose.

José Antonio Pagola

martes, 27 de septiembre de 2011

Aprender a vivir

(Reflexión a Jn. 1, 35-42)

     El evangelista Juan ha puesto un interés especial en indicar a sus lectores cómo se inició el pequeño grupo de seguidores de Jesús. Todo parece casual. El Bautista se fija en Jesús que pasaba por allí y les dice a los discípulos que lo acompañan: «Éste es el Cordero de Dios».

     Probablemente, los discípulos no le han entendido gran cosa, pero comienzan a «seguir a Jesús». Durante un tiempo, caminan en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto con él. Están siguiendo a un desconocido y no saben exactamente por qué ni para qué.

     Jesús rompe el silencio con una pregunta: «¿Qué buscáis?» ¿Qué esperáis de mí? ¿Queréis orientar vuestra vida en la dirección que llevo yo? Son cosas que es necesario aclarar bien. Los discípulos le dicen: «Maestro, ¿dónde vives?» ¿Cuál es el secreto de tu vida? ¿Qué es vivir para ti? Al parecer, no buscan conocer nuevas doctrinas. Quieren aprender de Jesús un modo diferente de vivir. Quieren vivir como él.

     Jesús les responde directamente: «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis información de fuera. Venid a vivir conmigo y descubriréis cómo vivo yo, desde dónde oriento mi vida, a quiénes me dedico, por qué vivo así.

     Este es el paso decisivo que necesitamos dar hoy para inaugurar una fase nueva en la historia del cristianismo. Millones de personas se dicen cristianas, pero no han experimentado un verdadero contacto con Jesús. No saben cómo vivió, ignoran su proyecto. No aprenden nada especial de él.

     Mientras tanto, en nuestras Iglesias no tenemos capacidad para engendrar nuevos creyentes. Nuestra palabra ya no resulta atractiva ni creíble. Al parecer, el cristianismo, tal como nosotros lo entendemos y vivimos, interesa cada vez menos. Si alguien se nos acercara a preguntarnos «dónde vivís» «qué hay de interesante en vuestras vidas», ¿cómo responderíamos?

     Es urgente que los cristianos se reúnan en pequeños grupos para aprender a vivir al estilo de Jesús escuchando juntos el evangelio. Él es más atractivo y creíble que todos nosotros. Puede engendrar nuevos seguidores, pues enseña a vivir de manera diferente e interesante.

José Antonio Pagola

lunes, 26 de septiembre de 2011

LOS FRUTOS DEBIDOS

LECTIO DIVINA (02-10-2011)

Mateo 21, 33-43

“Escuchad otra parábola: El dueño de una finca plantó una viña, le puso una cerca, construyó un lagar y levantó una torre para vigilarla. Luego la arrendó a unos labradores y se fue de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, mandó unos criados a recibir de los labradores la parte de la cosecha que le correspondía. Pero los labradores echaron mano a los criados: golpearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. El dueño envió otros criados, en mayor número que al principio; pero los labradores los trataron a todos del mismo modo.  “Por último mandó a su propio hijo, pensando: “Sin duda, respetarán a mi hijo.”

Pero cuando vieron al hijo, los labradores se dijeron unos a otros: “Este es el heredero; matémoslo y nos quedaremos con la viña.” Así que le echaron mano, lo sacaron de la viña y lo mataron.

 “Pues bien, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué creéis que hará con aquellos labradores?”

Le contestaron:

–Matará sin compasión a esos malvados y dará la viña a otros labradores que le entreguen a su debido tiempo la parte de la cosecha que le corresponde.
Jesús les dijo:

–¿Nunca habéis leído lo que dicen las Escrituras?:
“La piedra que despreciaron los constructores
es ahora la piedra principal.
Esto lo ha hecho el Señor
y nosotros estamos maravillados.”

“Por eso os digo que a vosotros se os quitará el reino, y se le dará a un pueblo que produzca los frutos debidos.

Otras Lecturas: Isaías 5, 1-7; Salmo 80, 8, 11-15, 18-19; Filipenses 4, 6-9
LECTIO
Nos encontramos en los días que median entre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y su crucifixión. Jesús narra esta parábola mientras enseña en el templo.

La metáfora  del pueblo de Israel como viña de Dios tenía que resultarles familiar a sus oyentes. Son sumamente sorprendentes los paralelos existentes con la lectura de Isaías 5, 1-7 utilizada en la liturgia de hoy. Dios planta con todo esmero la viña y espera que dé fruto, pero todo lo que produce son agrazones. Isaías fue uno de los muchos profetas enviados por Dios para advertir al pueblo que, o se arrepentía y se convertía a Dios, o tendría que enfrentarse al juicio.

Jesús hace todavía más explícito el significado de esta parábola e incorpora añadiduras muy significativas.

La viña se les confía a unos arrendatarios para que la cuiden. Llegada la época de la vendimia, el propietario envía a unos siervos suyos para recoger su parte. Los labradores no atienden a los criados, sino que apalean a unos y matan a otros. Por último, el dueño envía a su propio hijo confinado en que al menos a él le respetarán. Pero los arrendatarios también matan al hijo, pensando que de esa manera podrán hacerse con la viña.

Antes de revelar el significado de la parábola, Jesús le pregunta a la gente qué debería hacer el propietario con los labradores. Sin darse cuenta de que están pronunciando su propia sentencia, la gente responde: “dará la viña a otros labradores” (versículo 41). Después de haber provocado la indignación de la gente contra el proceder de los arrendatarios, Jesús pone de manifiesto el aguijón que oculta la parábola: ¡ellos son los arrendatarios! (versículo 41). Se les aplicará la sentencia que ellos mismos han dictado. La viña (el reino de Dios) le será entregada “a un pueblo que produzca los frutos debidos”.

La añadidura más significativa que introduce Jesús es el hecho de identificarse con el hijo del propietario. Y lo hace citando de manera indirecta el Salmo 118. Se trata de otra oportunidad de conversión que se les ofrece a los dirigentes judíos, pero la rechazan y siguen adelante para dar pleno cumplimento a la parábola al empeñarse en dar muerte a Jesús.
MEDITATIO
Esta parábola era una advertencia dirigida a los dirigentes judíos, pero ¿qué lecciones podemos sacar nosotros de cara a nuestra vida actual?
Considera el significado del Salmo 118, 22-23. Al rechazar a Jesús las autoridades judías rechazaron al más importante de sus profetas. Rechazaron al Hijo de Dios,  a su Mesías y Salvador. ¿Corremos también nosotros el peligro de rechazar la autoridad de Jesús en nuestras vidas?
¿Cuál es el “fruto debido” que espera Jesús de sus seguidores de hoy día?
¿Qué podemos aprender de Isaías 5, 7 respecto al tipo de comportamiento que Dios espera de su pueblo?
ORATIO
Responde a Dios en la oración. Pídele que te muestre cómo vivir una vida que dé más fruto para él.
CONTEMPLATIO
Medita sobre Jesús como piedra angular, la piedra más importante de todas. ¿Es él la piedra angular de tu vida? ¿Ocupa el puesto de mayor honor?

Lectio Divina de la Sociedad Bíblica España


Hambre de espiritualidad

 (Reflexión a Jn. 1, 29-34)

     Las primeras generaciones cristianas sabían muy bien que "bautizarse" significa literalmente sumergirse en el agua, bañarse o limpiarse. Por eso, diferenciaban muy bien el "bautismo de agua" que impartía el Bautista en las aguas del Jordán y el "bautismo de Espíritu Santo" que reciben de Jesús.

     El bautismo de Jesús no es un baño corporal que se recibe sumergiéndose en el agua, sino un baño interior en el que nos dejamos empapar y penetrar por su Espíritu, que se convierte dentro de nosotros en un manantial de vida nueva e inconfundible.

     Por eso, los primeros cristianos bautizaban invocando el nombre de Jesús sobre cada bautizado. Pablo de Tarso dice que los cristianos están bautizados en "Cristo" y, por eso, han de sentirse llamados a "vivir en Cristo", animados por su Espíritu, interiorizando su experiencia de Dios y sus actitudes más profundas.

     No es difícil observar en la sociedad moderna signos que manifiestan un hambre profunda de espiritualidad. Está creciendo el número de personas que buscan algo que les dé fuerza interior para afrontar la vida de manera diferente. Es difícil vivir una vida que no apunta hacia meta alguna. No basta tampoco pasarlo bien. La existencia termina haciéndose insoportable cuando todo se reduce a pragmatismo y frivolidad.

     Otros sienten necesidad de paz interior y de seguridad para hacer frente a sentimientos de miedo y de incertidumbre que nacen en su interior. Hay quienes se sienten mal por dentro: heridos, maltratados por la vida, desvalidos, necesitados de sanación interior.

     Son cada vez más los que buscan algo que no es técnica, ni ciencia, ni ideología religiosa. Quieren sentirse de manera diferente en la vida. Necesitan experimentar una especie de "salvación"; entrar en contacto con el Misterio que intuyen en su interior.

     Nos inquieta mucho que bastantes padres no bauticen ya a sus hijos. Lo que nos ha de preocupar es que muchos y muchas se marchan de nuestra Iglesia sin haber oído hablar del "bautismo del Espíritu" y sin haber podido experimentar a Jesús como fuente interior de vida.

     Es un error que en el interior mismo de la Iglesia se esté fomentando, con frecuencia, una espiritualidad que tiende a marginar a Jesús como algo irrelevante y de poca importancia. Los seguidores de Jesús no podemos vivir una espiritualidad seria, lúcida y responsable si no está inspirada por su Espíritu. Nada más importante podemos hoy ofrecer a las personas que una ayuda a encontrarse interiormente con Jesús, nuestro Maestro y Señor.

José Antonio Pagola

domingo, 25 de septiembre de 2011

¿Estamos decepcionando a Dios?

 (Reflexión a Mt. 21, 33-43)

     Jesús se encuentra en el recinto del Templo, rodeado de un grupo de altos dirigentes religiosos. Nunca los ha tenido tan cerca. Por eso, con audacia increíble, va a pronunciar una parábola dirigida directamente a ellos. Sin duda, la más dura que ha salido de sus labios.

     Cuando Jesús comienza a hablarles de un señor que plantó una viña y la cuidó con solicitud y cariño especial, se crea un clima de expectación. La «viña» es el pueblo de Israel. Todos conocen el canto del profeta Isaías que habla del amor de Dios por su pueblo con esa bella imagen. Ellos son los responsables de esa "viña" tan querida por Dios.

     Lo que nadie se espera es la grave acusación que les va a lanzar Jesús: Dios está decepcionado. Han ido pasando los siglos y no ha logrado recoger de ese pueblo querido los frutos de justicia, de solidaridad y de paz que esperaba.

     Una y otra vez ha ido enviando a sus servidores, los profetas, pero los responsables de la viña los han maltratado sin piedad hasta darles muerte. ¿Qué más puede hacer Dios por su viña? Según el relato, el señor de la viña les manda a su propio hijo pensando: «A mi hijo le tendrán respeto». Pero los viñadores lo matan para quedarse con su herencia.

     La parábola es transparente. Los dirigentes del Templo se ven obligados a reconocer que el señor ha de confiar su viña a otros viñadores más fieles. Jesús les aplica rápidamente la parábola: «Yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».

     Desbordados por una crisis a la que ya no es posible responder con pequeñas reformas, distraídos por discusiones que nos impiden ver lo esencial, sin coraje para escuchar la llamada de Dios a una conversión radical al Evangelio, la parábola nos obliga a hacernos graves preguntas.

     ¿Somos ese pueblo nuevo que Jesús quiere, dedicado a producir los frutos del reino o estamos decepcionando a Dios? ¿Vivimos trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo estamos respondiendo desde el proyecto de Dios a las víctimas de la crisis económica y a los que mueren de hambre y desnutrición en África?

     ¿Respetamos al Hijo que Dios nos ha enviado o lo echamos de muchas formas "fuera de la viña"? ¿Estamos acogiendo la tarea que Jesús nos ha confiado de humanizar la vida o vivimos distraídos por otros intereses religiosos más secundarios?

     ¿Qué hacemos con los hombres y mujeres que Dios nos envía también hoy para recordarnos su amor y su justicia? ¿Ya no hay entre nosotros profetas de Dios ni testigos de Jesús? ¿Ya no los reconocemos?

José Antonio Pagola


sábado, 24 de septiembre de 2011

Allanar el camino hacia Jesús

 (Reflexión a Jn. 1, 6-11)

     «Entre vosotros hay uno que no conocéis». Estas palabras las pronuncia el Bautista refiriéndose a Jesús, que se mueve ya entre quienes se acercan al Jordán a bautizarse, aunque todavía no se ha manifestado. Precisamente toda su preocupación es «allanar el camino» para que aquella gente pueda creer en él. Así presentaban las primeras generaciones cristianas la figura del Bautista.

     Pero las palabras del Bautista están redactadas de tal forma que, leídas hoy por los que nos decimos cristianos, no dejan de provocar en nosotros preguntas inquietantes. Jesús está en medio de nosotros, pero ¿lo conocemos de verdad?, ¿comulgamos con él?, ¿le seguimos de cerca?

     Es cierto que en la Iglesia estamos siempre hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Pero luego se nos ve girar tanto sobre nuestras ideas, proyectos y actividades que, no pocas veces, Jesús queda en un segundo plano. Somos nosotros mismos quienes, sin darnos cuenta, lo «ocultamos» con nuestro protagonismo.

     Tal vez, la mayor desgracia del cristianismo es que haya tantos hombres y mujeres que se dicen «cristianos», en cuyo corazón Jesús está ausente. No lo conocen. No vibran con él. No los atrae ni seduce. Jesús es una figura inerte y apagada. Está mudo. No les dice nada especial que aliente sus vidas. Su existencia no está marcada por Jesús.

     Esta Iglesia necesita urgentemente «testigos» de Jesús, creyentes que se parezcan más a él, cristianos que, con su manera de ser y de vivir, faciliten el camino para creer en Cristo. Necesitamos testigos que hablen de Dios como hablaba él, que comuniquen su mensaje de compasión como lo hacía él, que contagien confianza en el Padre como él.

     ¿De qué sirven nuestras catequesis y predicaciones si no conducen a conocer, amar y seguir con más fe y más gozo a Jesucristo? ¿En qué quedan nuestras eucaristías si no ayudan a comulgar de manera más viva con Jesús, con su proyecto y con su entrega crucificada a todos. En la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos podemos irradiarla con nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero todos podemos ser una voz que invita y alienta a centrar el cristianismo en Jesucristo.

José Antonio Pagola

viernes, 23 de septiembre de 2011

Crecimiento y creatividad

(Reflexión a Lc. 24, 46-53)

     Los evangelios nos ofrecen diversas claves para entender cómo comenzaron su andadura histórica las primeras comunidades cristianas sin la presencia de Jesús al frente de sus seguidores. Tal vez, no fue todo tan sencillo como a veces lo imaginamos. ¿Cómo entendieron y vivieron su relación con él, una vez desaparecido de la tierra?

     Mateo no dice una palabra de su ascensión al cielo. Termina su evangelio con una escena de despedida en una montaña de Galilea en la que Jesús les hace esta solemne promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Los discípulos no han de sentir su ausencia. Jesús estará siempre con ellos. Pero ¿cómo?

     Lucas ofrece una visión diferente. En la escena final de su evangelio, Jesús «se separa de ellos subiendo hacia el cielo». Los discípulos tienen que aceptar con todo realismo la separación: Jesús vive ya en el misterio de Dios. Pero sube al Padre «bendiciendo» a los suyos. Sus seguidores comienzan su andadura protegidos por aquella bendición con la que Jesús curaba a los enfermos, perdonaba a los pecadores y acariciaba a los pequeños.

     El evangelista Juan pone en boca de Jesús unas palabras que proponen otra clave. Al despedirse de los suyos, Jesús les dice: «Yo me voy al Padre y vosotros estáis tristes... Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que recibáis el Espíritu Santo». La tristeza de los discípulos es explicable. Desean la seguridad que les da tener a Jesús siempre junto a ellos. Es la tentación de vivir de manera infantil bajo la protección del Maestro.

     La respuesta de Jesús muestra una sabia pedagogía. Su ausencia hará crecer la madurez de sus seguidores. Les deja la impronta de su Espíritu. Será él quien, en su ausencia, promoverá el crecimiento responsable y adulto de los suyos. Es bueno recordarlo en unos tiempos en que parece crecer entre nosotros el miedo a la creatividad, la tentación del inmovilismo o la nostalgia por un cristianismo pensado para otros tiempos y otra cultura.

     Los cristianos hemos caído más de una vez a lo largo de la historia en la tentación de vivir el seguimiento a Jesús de manera infantil. La fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda que, terminada la presencia histórica de Jesús, vivimos "el tiempo del Espíritu", tiempo de creatividad y de crecimiento responsable. El Espíritu no proporciona a los seguidores de Jesús "recetas eternas". Nos da luz y aliento para ir buscando caminos siempre nuevos para reproducir hoy su actuación. Así nos conduce hacia la verdad completa de Jesús.

José Antonio Pagola

jueves, 22 de septiembre de 2011

Creer por experiencia propia

(Reflexión a Lc. 24, 35-47)

     No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que sólo puede ser captado y comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.

     Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar.

     Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.

     El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».

     Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi sólo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?

     Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».

     Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.

José Antonio Pagola

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Recordar más a Jesús

(Reflexión a Lc. 24, 13-35)

     El relato de los discípulos de Emaús nos describe la experiencia vivida por dos seguidores de Jesús mientras caminan desde Jerusalén hacia la pequeña aldea de Emaús, a ocho kilómetros de distancia de la capital. El narrador lo hace con tal maestría que nos ayuda a reavivar también hoy nuestra fe en Cristo resucitado.

     Dos discípulos de Jesús se alejan de Jerusalén abandonando el grupo de seguidores que se ha ido formando en torno a él. Muerto Jesús, el grupo se va deshaciendo. Sin él, no tiene sentido seguir reunidos. El sueño se ha desvanecido. Al morir Jesús, muere también la esperanza que había despertado en sus corazones. ¿No está sucediendo algo de esto en nuestras comunidades? ¿No estamos dejando morir la fe en Jesús?

     Sin embargo, estos discípulos siguen hablando de Jesús. No lo pueden olvidar. Comentan lo sucedido. Tratan de buscarle algún sentido a lo que han vivido junto a él. «Mientras conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos». Es el primer gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de reconocerlo, pero Jesús ya está presente caminando junto a ellos, ¿No camina hoy Jesús veladamente junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo siguen recordando?

     La intención del narrador es clara: Jesús se acerca cuando los discípulos lo recuerdan y hablan de él. Se hace presente allí donde se comenta su evangelio, donde hay interés por su mensaje, donde se conversa sobre su estilo de vida y su proyecto. ¿No está Jesús tan ausente entre nosotros porque hablamos poco de él?

     Jesús está interesado en conversar con ellos: «¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?» No se impone revelándoles su identidad. Les pide que sigan contando su experiencia. Conversando con él, irán descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos cuando, guiados por su palabra, hagan un recorrido interior. Es así. Si en la Iglesia hablamos más de Jesús y conversamos más con él, nuestra fe revivirá.

     Los discípulos le hablan de sus expectativas y decepciones; Jesús les ayuda a ahondar en la identidad del Mesías crucificado. El corazón de los discípulos comienza a arder; sienten necesidad de que aquel "desconocido" se quede con ellos. Al celebrar la cena eucarística, se les abren los ojos y lo reconocen: ¡Jesús está con ellos!

     Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías. Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.

José Antonio Pagola

martes, 20 de septiembre de 2011

Cargar con la cruz

(Reflexión a Lc. 23, 35-43)

     El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.

     Habituados a proclamar la "victoria de la Cruz", corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.

     Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso.

     No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí... que cargue con su cruz y me siga».

     Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.

     El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave: "La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella".

     ¿No hemos de revisar todos cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él de manera más responsable y comprometida?

José Antonio Pagola

lunes, 19 de septiembre de 2011

AUTÉNTICOS SERVIDORES

LECTIO DIVINA (25-09-2011)

Mateo 21, 28-32

Jesús les preguntó:

–¿Qué os parece esto? Un hombre que tenía dos hijos le dijo a uno de ellos: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña.” El hijo le contestó: “¡No quiero ir!”, pero después cambió de parecer y fue. Luego el padre se dirigió al otro y le dijo lo mismo. Este contestó: “Sí,  señor, yo iré”, pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo lo que el padre quería?

–El primero –contestaron ellos.

Entonces Jesús les dijo:

–Os aseguro que los que cobran los impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que vosotros en el reino de Dios. Porque Juan el Bautista vino a mostraros el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los cobradores de impuestos y las prostitutas sí le creyeron. Vosotros, aun después de ver todo eso, no cambiasteis de actitud ni le creísteis.

Otras Lecturas: Ezequiel 18, 25-28; Salmo 25, 4-9; Filipenses 2, 1-11
LECTIO
Para entender esta parábola nos conviene volver la mirada al comienzo de este capítulo. Mateo 21 se abre presentándonos a Jesús que llega a Jerusalén, y es recibido con honores de héroe. Algunos proclaman que es “hijo de David” o incluso el Mesías tanto tiempo esperado. Jesús, poco después, provoca el caos en el templo: vuelca las mesas, desparrama el dinero del templo y expulsa a quienes estaban comprando y vendiendo.

No es de extrañar que los jefes de los sacerdotes y los ancianos quieran saber con qué autoridad actúa de aquella manera (versículo 23). Jesús, a su vez, les hace una pregunta astuta respecto a Juan Bautista, lo cual les deja desconcertados (versículos 25-27).

Jesús reafirma su argumento contra los dirigentes religiosos contándoles la parábola de los dos hijos. El padre le pide al hijo mayor que vaya a trabajar a su viña. El hijo se niega a hacerlo, pero después cambia de idea y va a trabajar. El otro hijo comienza aceptando, pero sus acciones no concuerdan con sus palabras, y no actúa en consecuencia. Los dirigentes religiosos se ven forzados a concluir que fue el hijo mayor quien en realidad hizo lo que quería el padre.

Jesús entonces manifiesta que son las prostitutas y los recaudadores de impuestos quienes actúan como el hijo mayor. Mientras rechazan en principio el llamamiento de Dios para servirle, más tarde cambian de actitud y aceptan el mensaje de Juan. Y aceptan también el mensaje de Jesús. Se convierten y comienzan a vivir según la pauta del evangelio.

Lo sorprendente de la conclusión es que los dirigentes religiosos están en realidad actuando como el otro hijo. Mantienen las apariencias externas de la religiosidad, pero se niegan a cumplir la voluntad de Dios. Rechazan a los mensajeros de Dios. Rechazaron a Juan Bautista y ahora rechazan a su propio Mesías.
MEDITATIO
Esta parábola nos ofrece la oportunidad de comprobar nuestra relación para con Dios. Puede que inicialmente le dijéramos “sí”, pero ¿seguimos obedeciéndole? ¿O nos limitamos a mantener las apariencias de que le servimos mientras en realidad hacemos sólo lo que queremos?
Considera cómo quiere Dios que le sirvas en este momento concreto de tu vida. ¿De qué manera estás respondiendo a su llamada?
¿Qué podemos aprender de esta parábola respecto a la gracia de Dios y a nuestra actitud hacia los demás?
ORATIO
Elabora tu propia respuesta a la llamada de Dios. En estos versos del Salmo 25, 5, 9-10 puedes encontrar una oración muy útil:

“Guíame, encamíname en tu verdad,
pues tú eres mi Dios y salvador.
¡En ti confío a todas horas¡
Guía por su camino a los humildes;
¡los instruye en la justicia!
Él siempre procede con amor y verdad
con quienes cumplen su pacto
y sus mandamientos.
CONTEMPLATIO
Lee Filipenses 2, 1-11. Medita sobre la maravillosa descripción de la humildad y grandeza de Jesús en los versos 5-11. Y considera luego tu respuesta a la exhortación de Pablo:

“No hagáis nada por rivalidad u orgullo, sino con humildad; y considere cada uno a los demás como mejores que él mismo. Que nadie busque su propio bien, sino el bien de los otros.”

Lectio Divina de la Sociedad Bíblica España

Estad siempre despiertos

(Reflexión a Lc. 21, 25-36)

     Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.

     También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza son un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.

     Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.

     La Iglesia actual marcha a veces como una anciana "encorvada" por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. "Con la cabeza baja", consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.

     Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos.

     «Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.

     Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido,buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.

     «Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?

José Antonio Pagola

domingo, 18 de septiembre de 2011

El enigma de Jesús

 José Antonio Pagola
Jesucristo: Catequesis Cristológicas (B.4)

Jesús no se ha detenido mucho en hablarnos de sí mismo. Más bien, nos ha hablado con hechos, actuando de una manera tan sorprendente, enigmática y original, que la comunidad cristiana posterior se verá obligada, a la luz de la resurrección, a utilizar diversos títulos que expresen lo mejor posible el misterio encerrado en Jesús.

Ciertamente, Jesús no se ha designado nunca con ciertos títulos que más tarde le atribuirán con razón las comunidades creyentes (Señor Salvador, Hijo de Dios, Palabra de Dios, Imagen del Padre, Dios).. Tampoco es fácil saber si Jesús se ha definido a sí mismo con el título de Hijo del Hombre, aunque muchos piensen así, apoyados en buenas razones.

Más interesante es ver la actitud de Jesús ante el título de Mesías (Cristo). Bastantes de sus contemporáneos han creído ver en Jesús el Mesías esperado en Israel, es decir, el Enviado por Yavé para establecer el reino davídico, liberando al pueblo judío de la dominación romana. Sin embargo, Jesús no se designa a sí mismo con el nombre de Mesías y adopta una postura de reserva cuando otros lo consideran como tal. No niega nunca ser el Mesías pero tampoco acepta este título indiscriminadamente (Mc 8, 29-33). Indudablemente, este título es ambiguo y ambivalente. Jesús no rechaza para sí abiertamente este título que encerraba tantas esperanzas de liberación para el pueblo. Pero, tampoco lo acepta sin más, ya que para muchos evocaba la figura de un liberador político-militar que Jesús no intenta ser. Más tarde, la comunidad cristiana, sin peligro ya de caer en malentendidos o falsas interpretaciones lo llamará así, y precisamente este nombre de Cristo se convertirá en el más importante para recoger la fe de los creyentes que ven en Jesús el verdadero liberador del hombre, el único que puede responder a las esperanzas y aspiraciones de la humanidad.

El testimonio de Jesús sobre sí mismo no debemos pues buscarlo tanto en los nombres que haya podido usar para definirse a sí mismo, sino en la actitud sorprendente y enigmática que ha adoptado durante su vida.

a. La autoridad de jesúsfrente a la Ley

Jesús se presenta como el único que puede interpretar legítimamente la Ley de Moisés. Pero además, tiene la audacia de ponerse frente a esa Ley que, para el pueblo judío, recoge de manera suprema la voluntad de Dios. Con una autoridad y libertad sin precedentes, Jesús contrapone a la Ley antigua su nuevo mensaje que contiene, según él, la verdadera voluntad de Dios. (“Se dijo a los antepasados, pero yo os digo” en Mt 5, 21-48).

Jesús no invita a sus contemporáneos a que obedezcan a la Ley de Moisés, sino les pide que escuchen sus palabras (Mt 7, 24-27).

Esta actitud de Jesús es nueva, sorprendente, sin paralelismos en la tradición judía. Al atribuirse una autoridad que rivaliza y desafía a la de Moisés, Jesús se está colocando por encima de Moisés y está pretendiendo conocer, con certeza suprema e inmediata la voluntad verdadera del mismo Dios (Mt 11, 27). ¿Quién pretende ser Jesús? ¿Cómo puede estar seguro de conocer la verdadera voluntad de Dios? ¿De dónde le viene esta autoridad y libertad para adoptar esta actitud inaudita?

b. La concesión del perdón a los pecadores

Uno de los datos mejor atestiguados sobre Jesús de Nazaret es que ha compartido la misma mesa con pecadores a los que nunca un judío piadoso se hubiera acercado (Mc 2, 15; Lc 15,2). Esta actitud de Jesús no es solamente un desafío a las normas de convivencia y prejuicios de los grupos “selectos” de Israel. No es solo un gesto de solidaridad de Jesús hacia los más despreciados de su sociedad, ofreciéndoles su confianza y amistad. Es algo más profundo. Según la mentalidad judía de la época, compartir el mismo pan y participar juntos en la bendición inicial de Yavé significa sentirse solidarios delante de Dios. Así, Jesús se atreve a unirse a los pecadores delante de Dios y celebrar anticipadamente la fiesta final porque está convencido de que los publicanos y las prostitutas llegan antes al Reino de Dios (Mt 21, 31).

Además, Jesús ofrece el perdón de Dios a estos hombres y mujeres que, según la teología oficial de la época, deberían huir de El (Mc 2m 1-12; Lc 7, 36-50). Y lo hace de manera gratuita, sin exigirles una penitencia previa, con lo cual adopta una actitud sin precedentes en la historia judía. El mismo Bautista acoge a los pecadores pero para hacer penitencia. Jesús los acoge para concederles el perdón de Dios.

Y cuando es criticado por la sociedad judía, Jesús justifica su actuación apelando a la conducta misma de Dios: Dios es amor y perdón. Si él acoge a los pecadores y los perdona es porque al obrar así no hace sino actualizar el perdón de Dios a todo hombre perdido (Lc 15).

Con esta actitud, Jesús no solo se pone en contra de la Ley judía, sino que pasa a ocupar un lugar que, según la convicción y la fe judía, solo puede tener Dios. ¿Cómo puede estar seguro Jesús de que Dios actúa así con los pecadores? ¿Con qué derecho identifica su actuación con la de Dios? ¿Cómo puede pretender enseñar a los hombres a través de su actuación cómo es Dios en realidad?

c. El comienzo de la liberación del hombre

De todos los judíos conocidos en la antigüedad, Jesús es el único que se atreve a afirmar que el tiempo de salvación ya ha llegado. De manera modesta, oculta, casi insignificante, pero con verdadera fuerza, el Reinado de Dios en la vida del hombre se está abriendo camino ya ahora (Mc 4,30-32; Mt 13, 31-33).

Más concretamente, Jesús vive convencido de que con su actuación y su mensaje, él mismo está ya haciendo realidad la acción salvadora de Dios en medio de los hombres. Los que conviven con él están siendo testigos de algo único (Lc 10, 23-24; 14, 31-32).

Jesús cree en la victoria salvadora de Dios no solo como una realidad futura final, sino como algo que comienza con él, con sus gestos, con su mensaje. Con él se ha asegurado ya la liberación del hombre pues Dios está actuando ya en medio de la vida (Lc 11, 20; Mt 12, 28).

Esto significa que Jesús se considera un factor decisivo para la salvación del hombre. La suerte final de los hombres depende de la postura que adopten ante él (Lc 12, 8). Pero, ¿por qué? ¿Cómopuede Jesús decir: “Quien quiera salvar su vida, la perderá. Pero, quien pierda su vida por mí y por esta Buena Noticia, la salvará”? (Mc 8, 35). ¿Cómo puede asegurar Jesús que Dios ha comenzado de manera decisiva a liberar al hombre precisamente con él, a partir de él?

d. La invocación a Dios como Padre

Jesús, al dirigirse a Dios en su oración, emplea una expresión sorprendente e inusitada. La sociedad que conoció Jesús veneraba tanto la grandeza y majestad de Dios que se evitaba pronunciar el nombre santo de Yavé. En la conversación ordinaria se acudía a otras expresiones o giros (y. g. el Altísimo; el Santo, alabado sea; la Gloria; el Señor de los cielos, etc). En la lectura litúrgica de las Escrituras era sustituido por el término solemne de “Adonay” (nuestro Señor). Solo, una vez al año lo pronunciaba el Sumo Sacerdote, y lo hacía en medio de música y cantos litúrgicos que impedían se escuchara su voz.

En este ambiente, resulta todavía más sorprendente la actitud de Jesús que se dirige siempre a Dios llamándole “Abba” (Mc 14, 36). Este término no significa sencillamente “Padre”. Era una expresión infantil empleada generalmente por los niños para dirigirse a sus padres ( papito). Jesús se dirige a Yavé con la misma confianza y familiaridad con que un niño judío se dirigía a su padre. Ningún judío se habría atrevido a llamar así a Yavé.

Esta actuación de Jesús causó tal impresión que los primeros cristianos no han querido traducir esta palabra al griego; la han conservado en su original arameo, tal como la pronunciaba Jesús: “Abba” (Rin 8,15).

En su relación con Dios, Jesús manifiesta no solo una confianza desconocida, sino, incluso, la conciencia de vivir en una relación única con El, distinta de la que puedan tener otros hombres (Mt 11, 27). ¿Por qué? ¿Dónde se apoya esta confianza absoluta en Dios? ¿Por qué se atreve a invocar a Dios con conciencia especial de hijo? ¿Cómo puede pretender una relación única con Dios distinta y superior a la de los demás hombres?

Para continuar el estudio de Jesús

1. Lectura

Se puede leer de manera seguida un evangelio íntegro: y. g. el de Lucas, para tratar de obtener una visión de conjunto de la imagen que ofrece de Jesús uno de los primeros cristianos. Es conveniente leer tratando de recoger los rasgos fundamentales de la actuación de Jesús y las ideas centrales que se repiten en su mensaje.

Se pueden también leer atentamente las citas que se ofrecen en esta catequesis, con el fin de descubrir cada uno personalmente la figura de Jesús a partir de los escritos evangélicos.

2. Preguntas para una reflexión

- ¿Qué se piensa sobre Jesús en los ambientes que tú conoces?

- ¿Qué aspectos del mensaje, la actuación o la personalidad de Jesús resultan más difíciles de aceptar por el hombre de hoy? ¿Por qué?

- Para ti personalmente, ¿qué es lo más importante en Jesucristo? ¿Por qué?

- Qué exigencias concretas plantea a nuestras comunidades creyentes el seguimiento en serio a Jesús?

- Para ti, ¿qué significa concretamente hoy creerle a Jesús?

3. Bibliografía

Entre las muchas obras existentes sobre Jesús, señalamos algunas de especial interés para lograr una visión más completa sobre Jesús.

- G.H. DODD, El fundador del Cristianismo. (Barcelona 1974). Ed. Herder. Obra sencilla donde se recoge con claridad lo que fundamentalmente podemos saber sobre Jesús.

- J. BLANK, Jesús de Nazaret: Historia y mensaje. (Madrid, 1973). Ed. Cristiandad. Estudio que recoge con sencillez y precisión los resultados de la investigación actual sobre Jesús.

- Ch. DUQUOC, Jesús, hombre libre. (Salamanca, 1976). Ed. Sígueme. Síntesis sencilla de cristología. Una obra extraordinaria para conocer el origen de la fe en Cristo.

- W. TRILLING, Jesúsy los problemas de su historicidad. (Barcelona, 1970). Ed. Herder. La mejor obra histórica de Jesús. Se trata de un estudio más técnico aunque de lectura no demasiado difícil.

- A. NOLAN, ¿Quién es este hombre? (Santander, 1981). Ed. Sal Terrae. Sugestiva obra sobre la personalidad humana de Jesús y la buena noticia que él proclamó.

- J.A.PAGOLA, Jesús de Nazaret. El hombre y su mensaje. (San Sebastián, 1984). Ed. Idatz. Estudio que recoge el trabajo de los investigadores y presenta de manera clara la personalidad de Jesús en su contexto socio-político y la alternativa que él ofrece con su vida y su mensaje.