lunes, 16 de abril de 2012

Cuando el Señor habla al corazón (1)

1. ESCÚCHAME Y HÁBLAME
Escucha. Fíjate. Recoge. Asimila. Practica. Lo sé, es difícil escucharme cuando la cabeza está llena de ruido. Es imprescindible el silencio. Es imprescindible el desierto. La aridez y el vacío espantan. Pero si eres fiel, si perseveras, no lo dudes, tu Amado dejará oír su voz y arderá tu corazón, y este calor interno te procurará la paz y la fecundidad. Saborearás entonces cuán suave es tu Señor, cuán liviana su carga. Experimentarás fuera del tiempo que me consagres con exclusividad la realidad del Dilectus meus Mihi et Ego illi.
Cuanto – no obstante los obstáculos, las repugnancias o las tentaciones de cobardía- más se multipliquen los momentos en que me busques y me encuentres para escucharme, tanto más sensible será mi respuesta, tanto más te animará mi Espíritu sugiriéndote no sólo lo que Yo quiero que digas, sino también lo que quiero que hagas- con la seguridad, además, de que cuanto digas y cuanto hagas será fecundo.
Mi Palabra y esa luz que de ella emana atribuyen su verdadero lugar a todas las cosas en la síntesis de mi inmenso Amor, respecto a la eternidad, pero sin menoscabar en lo más mínimo el valor propio de cada ser y de cada acontecimiento.
Tu misión no es tan sólo tratar de insertarme en todo lo humano, sino facilitarme asimismo la asunción de todo lo humano para que yo lo consagre a la Gloria de mi Padre.
Mírame. Háblame. Escúchame.
Yo soy no sólo testigo de la verdad, sino la Verdad. Yo soy no sólo canal de vida, sino la misma Vida. Quien Me sigue, progresa por el camino de la Luz, y la Luz que Yo soy se incrementa en él.
Sí, háblame con espontaneidad de cuanto te preocupa. Yo dejo múltiples oportunidades a tu iniciativa personal. No vayas a creer que lo que te atañe pueda dejarse indiferente, ya que tú eres algo de Mí. Lo esencial para ti es no olvidarte de Mí, acudir a Mí con todo el amor y toda la confianza de que, en la actualidad, eres capaz.
Yo te hablo en lo íntimo del alma, en esas regiones en las que tu mentalidad se enriquece comulgando con la mía. No es indispensable que tú captes con claridad, sobre la marcha, lo que te digo. Más importante es la impregnación de tu pensamiento por el mío. Más tarde podrás traducir y expresar.
Hay que compadecerse de los que nunca Me oyen y se marchitan lamentablemente. ¡Ojalá vinieran a Mí con un alma de niño! Yo te doy gracias, Padre, porque encubriste estas cosas a los orgullosos y se las has descubierto a los pequeños y a los humildes. Si alguien se estima pequeño, que venga a Mí y beba. Sí, que beba la leche de mi pensamiento.
Intensifica tu atención. Sólo Yo puedo darte la luz que de manera tan apremiante necesitas. En mi luz es donde tu espíritu se fortalecerá, donde tus pensamientos se clarificarán, de donde surgirán las soluciones a los problemas que se te plantean.
Yo quisiera servirme de ti cada día más y más. Para eso, fija incesantemente en Mí tu voluntad. Despréndete de ti mismo. Determina en ti una mentalidad de miembro cuya única razón de vivir soy Yo, y Yo la única finalidad de tu vida.
Pídeme auxilio despacito, sosegadamente, con amor. No te imagines que Yo sea insensible a las delicadezas del amor. Sí, sí, tú Me amas; con todo, trata de probármelo cada día mejor.
Cuéntame tu jornada. Y no es que Yo no la conozca, pero Me gusta oírtela contar, como le gusta a la mamá el balbuceo de su hijo cuando vuelve de la escuela. Manifiéstame tus deseos, tus proyectos, tus pesares, tus dificultades. ¿O es que no crees que Yo sea capaz de ayudarte a superarlos?
Háblame de mi Iglesia, de los obispos, de tus colegas, de las misiones, de las religiosas, de las vocaciones, de los enfermos, de los pecadores, de los pobres, de los obreros; sí, de esa clase obrera que tiene sobradas virtudes para no ser cristiana, por lo menos en optativo. ¿No es entre los trabajadores,  maltratados muchas veces y muchas veces agobiados por las preocupaciones y los contratiempos, donde se encuentra más generosidad profunda y mayor aptitud para responder Sí a mis llamadas, cuando éstas no se hacen inaudibles por el contratestimonio de los que se parapetan tras de mi Nombre?
Háblame de cuántos sufren en su espíritu, en su carne, en su corazón, en su dignidad. Háblame de todos los que mueren en la actualidad o que van a morir –conscientes de ello por lo que están o aterrados o, por el contrario, sosegados-, y de cuántos van a morir sin siquiera darse cuenta.
Háblame de mi crecimiento en el mundo y de mi actuación en lo íntimo de los corazones; de lo que realizo asimismo en el cielo para Gloria de mi Padre, de María y de todos los Bienaventurados.

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