miércoles, 31 de agosto de 2011

Haz tú lo mismo

 (Reflexión a Lc. 10, 25-37)

     Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un maestro de la ley termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién debe amar y a quién puede excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de la gente.

     Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde con un relato que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor al necesitado.

     En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos bandidos. Agredido y despojado de todo, queda en la cuneta medio muerto, abandonado a su suerte. No sabemos quién es. Sólo que es un «hombre». Podría ser cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido por la violencia, la enfermedad, la desgracia o la desesperanza.

     «Por casualidad» aparece por el camino un sacerdote. El texto indica que es por azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo suyo no es bajar hasta los heridos que están en las cunetas. Su lugar es el templo. Su ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando llega a la altura del herido, «lo ve, da un rodeo y pasa de largo».

     Su falta de compasión no es sólo una reacción personal, pues también un levita del templo que pasa junto al herido «hace lo mismo». Es más bien una actitud y un peligro que acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la gente lucha, trabaja y sufre.

     Cuando la religión no está centrada en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los que sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia de la vida profana, preserva del contacto directo con el sufrimiento de las gentes y nos hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas. Según Jesús, no son los hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón.

     Por el camino llega un samaritano. No viene del templo. No pertenece siquiera al pueblo elegido de Israel. Vive dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño negocio de comerciante. Pero, cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo o no. Se conmueve y hace por él todo lo que puede. Es a éste a quien hemos de imitar. Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú lo mismo». ¿A quién imitaremos al encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la crisis económica de nuestros días?

José Antonio Pagola 

martes, 30 de agosto de 2011

Portadores del evangelio

(Reflexión a Lc. 10, 1-12.17-20)
 
         Lucas recoge en su evangelio un importante discurso de Jesús, dirigido no a los Doce sino a otro grupo numeroso de discípulos a los que envía para que colaboren con él en su proyecto del reino de Dios. Las palabras de Jesús constituyen una especie de carta fundacional donde sus seguidores han de alimentar su tarea evangelizadora. Subrayo algunas líneas maestras.

         «Poneos en camino». Aunque lo olvidamos una y otra vez, la Iglesia está marcada por el envío de Jesús. Por eso es peligroso concebirla como una institución fundada para cuidar y desarrollar su propia religión. Responde mejor al deseo original de Jesús la imagen de un movimiento profético que camina por la historia según la lógica del envío: saliendo de sí misma, pensando en los demás, sirviendo al mundo la Buena Noticia de Dios. "La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad" (Benedicto XVI).

         Por eso es hoy tan peligrosa la tentación de replegarnos sobre nuestros propios intereses, nuestro pasado, nuestras adquisiciones doctrinales, nuestras prácticas y costumbres. Más todavía, si lo hacemos endureciendo nuestra relación con el mundo. ¿Qué es una Iglesia rígida, anquilosada, encerrada en sí misma, sin profetas de Jesús ni portadores del Evangelio.

         «Cuando entréis en un pueblo... curad a los enfermos y decid: está cerca de vosotros el reino de Dios». Ésta es la gran noticia: Dios está cerca de nosotros animándonos a hacer más humana la vida. Pero no basta afirmar una verdad para que sea atractiva y deseable. Es necesario     revisar nuestra actuación: ¿qué es lo que puede llevar hoy a las personas hacia el Evangelio? ¿cómo pueden captar a Dios como algo nuevo y bueno?

         Seguramente, nos falta amor al mundo actual y no sabemos llegar al corazón del hombre y la mujer de hoy. No basta predicar sermones desde el altar. Hemos de aprender a escuchar más, acoger, curar la vida de los que sufren... Sólo así encontraremos palabras humildes y buenas que acerquen a ese Jesús cuya ternura insondable nos pone en contacto con Dios, el Padre Bueno de todos.

         «Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa». La Buena Noticia de Jesús se comunica con respeto total, desde una actitud amistosa y fraterna, contagiando paz. Es un error pretender imponerla desde la superioridad, la amenaza o el resentimiento. Es antievangélico tratar sin amor a las personas sólo porque no aceptan nuestro mensaje. Pero, ¿cómo lo aceptarán si no se sienten comprendidos por quienes nos presentamos en nombre de Jesús? 

José Antonio Pagola

lunes, 29 de agosto de 2011

La vocación personal. El examen de conciencia.

      Llevo ya años oyendo a sacerdotes, religiosos y seglares comprometidos, durante los ejercicios y fuera de ellos, que han abandonado hace mucho la práctica del "Examen de Conciencia". Se les ha convertido en pura rutina sin sentido. ¿Qué sentido tiene, preguntan, recorrer un día tras otro, cuando no dos veces al día, los puntos de lo que se les enseñó que era el "Examen de Conciencia": primero, dar gracias a Dios por los beneficios de creación, redención, santificación, vocación, dones personales, etc.; seguidamente pedir luz para ver sus faltas y pecados; luego examinarse para encontrar algunos pecados, etc. (con frecuencia no pueden encontrar ninguno, dicen, pero seguramente que tienen alguno...); y por fin hacer un acto de contrición y propósito de la enmienda, sin saber exactamente lo que se proponen enmendar, hacer o dejar de hacer...?.

     Tanto me ha impresionado esta historia tan repetida que me he preguntado seriamente cual podría ser la razón por la que esta práctica tradicional, pero profunda y espiritual, se ha convertido en “rutinaria” para tantos cristianos comprometidos y consagrados. Creo que he averiguado la razón: el “examen de conciencia” lo hemos convertido en un ejercicio de pura moralidad, cuando de hecho es el ejercicio diario de discernimiento.

     La moralidad como tal pertenece al Antiguo Testamento; lo típico del Nuevo no es la pura moralidad sino el discernimiento. Como cristianos, discípulos de Jesús, nuestro criterio de conducta y acción no es puramente lo justo en cuanto se opone a lo injusto, lo bueno en cuanto se opone a lo malo. La ley del Nuevo Testamento es la ley del amor, escrita no en placas de piedra fuera de nosotros mismos, sino en nuestro interior, en nuestros corazones. El cristiano, persona del Nuevo Testamento, pregunta dónde está el “mayor amor”: no es moralmente libre para escoger una de dos alternativas cuando las dos son buenas. Por medio del discernimiento, trata de encontrar dónde le llama el “mayor amor”, y según eso decide. En este sentido, como ejercicio de discernimiento, el “Examen de Conciencia” es el ejercicio típico del Nuevo Testamento.

     Lo característico del discernimiento cristiano es que está basado en la experiencia: el discernimiento de espíritus es un cerner las experiencias internas para rastrear su orientación, y así determinar su origen, si son de Dios, para abrazarlas y hacerlas propias; si del mal espíritu, para rechazarlas. Segundo, para ocuparnos de nuestras experiencias tenemos que empezar por hacernos conscientes de ellas, por eso, precisamente, porque se trata de un ejercicio de discernimiento, el “Examen de Conciencia” es un examen de consciencia, consciencia de nuestra experiencia real y concreta, cualquiera que sea.

     Llama la atención que, tanto en latín como en las lenguas derivadas del latín, una misma palabra significa la conciencia moral y la psicológica: castellano, francés, italiano. Ignacio popularizó el examen de conciencia, que es en realidad el “examen de consciencia”, como un ejercicio de discernimiento.

     ¿Cómo lo hemos de hacer?. ¿Cuáles son los pasos concretos?


1.- Acción de gracias.

     Porque se trata de un ejercicio típicamente cristiano, comenzamos dando gracias. La imagen de la vida espiritual cristiana no es la de una persona que lucha por llegar hasta Dios. Según la revelación bíblica, la primacía o iniciativa la tiene Dios: Él es el que está siempre viniendo a nuestras vidas con sus dones, su gracia, su amor y su poder; nuestro papel es el de recibirle activamente a Él y a su acción salvadora.

     Por eso, para situar nuestro "examen de conciencia" en su contexto apropiado como ejercicio típicamente cristiano, comenzamos por reconocer la venida de Dios a nuestras vidas, sus dones, su gracia, su acción dentro de nosotros: le damos gracias.


2.- Experiencia.

     Dentro de ese contexto típicamente cristiano empezarnos nuestro ejercicio de discernimiento. Lo cual quiere decir que primero nos fijamos en la experiencia real del día, sea positiva o negativa. Si hemos de afrontarla, tenemos que hacernos conscientes de ella, y luego aceptarla como es.

a) Conciencia o caer en la cuenta de la experiencia como ha tenido lugar en realidad.

b) Aceptación de la misma.

     Tenemos que detenernos en esta fase de la aceptación porque con harta frecuencia se da por hecha. Deberíamos distinguir claramente entre "aprobar" y "aceptar": "aprobar" o "desaprobar" implica un juicio, mientras que "aceptar" o "no aceptar" es una actitud. Hay muchas cosas que Dios no puede "aprobar" en lo que digo o hago, y no obstante me "acepta" incondicionalmente en esas mismas cosas. Estoy certísimo de ello. Esta actitud de Dios para conmigo la debo tener también yo. La experiencia me ha enseñado que o confundimos "aprobación" y "aceptación", "desaprobación" y "no aceptación". o damos por descontado que la "conciencia" o "caer en la cuenta" de una experiencia supone ipso facto su "aceptación". Lo que pasa de hecho es que tenemos una especie de dinámica interna espontánea de "no aceptación" que funciona en cada uno de nosotros. Y uno de los grandes frutos de mi experiencia de dirección espirituales es haber visto que la “no aceptación” de la experiencia humana real es un obstáculo fundamental que en tanta gente de buena voluntad bloquea el crecimiento efectivo humano y espiritual.

     Valdría la pena explorar lo espontáneamente que esta dinámica interna nuestra de "no aceptación" nos domina en la práctica. O huimos de la experiencia que hemos tenido, o le cobramos miedo, o nos sentimos culpables, la reprimimos o suprimirnos -todas formas de "no aceptación"-. ¿Cómo vamos a tratar una experiencia si comenzamos por hacer tabula rasa de ella?

     Pongamos por ejemplo mi consciencia de haber sido impaciente, de haberme enfadado y perdido los estribos. Sin caer en la cuenta, adopto en mi interior, pero sin formularla en palabras (ahí está la insidia, porque si la formulara muchas veces la reconocería), una de estas dos posturas: o comienzo a lamentarme, en términos que implícitamente quieren decir: "En el fondo soy un buen chico, lo que pasa es que no me entienden, desgraciado de mí"; o me atrinchero justificándome, como si dijera: "Es que me han provocado y se han llevado lo que se merecían". No es difícil descubrir que la queja del uno y la autojustificación del otro son, psicológicamente una forma de “no aceptación”.

     Ahora bien, para demostrar que en mi “Examen de Conciencia” tengo que tratar no solamente los casos de experiencia "negativa" sino también “positiva”, tomemos este ejemplo: veo que he sido verdaderamente servicial. También aquí puedo tomar una de dos posturas extremas: o comienzo a "sentirme incómodo por sentirme complacido" en el sentido que no me atrevo a reconocer que he obrado bien (se me ha acostumbrado a no reconocer lo bueno que hago por temor de enorgullecerme); o hasta tal punto exagero mi experiencia que me considero como un modelo de virtud por haber sido tan amable (me encuentro dispuesto a que se proponga como modelo), que no son sino otras tantas formas sutiles de “no aceptación”.

     Esto demuestra la absoluta necesidad de emplear tiempo y energía para aceptar realmente nuestra experiencia: no podemos dar esta “aceptación” por descontada.


3.- “Libertad” por medio del discernimiento.

     Sólo cuando hayamos aceptado conscientemente nuestra experiencia real y concreta, cualquiera que sea, podemos ser cristianos auténticos en y por medio de esa misma experiencia. Lo característicamente cristiano, hemos visto, es darse y entregarse al Señor, es decir, hacerse “libre” para el Señor, abrírsele, y a los demás en Él en la experiencia humana concreta y real.

     Pero cada uno de nosotros tiene, en su "vocación personal", su manera profundamente personal y única de ser "cristiano", es decir, de darse, o hacerse "libre", en toda experiencia humana. Dicho con otras palabras, cada uno de nosotros tiene un criterio de discernimiento único y secreto en medio de toda nuestra experiencia humana.

     La fase específicamente "cristiana" del "Examen de Conciencia" es, por tanto, que al llegar aquí nos pongamos en la actitud de nuestra "vocación personal", la cual nos "liberará" de nosotros mismos para llegar hasta el Señor en y por medio de nuestra experiencia real y concreta. Y ello tanto en las experiencias llamadas "negativas" como en las "positivas.

     Poniendo juntos todos estos pasos, puedo ahora ofrecer esta definición o descripción del "Examen de Conciencia": es, en la oración, una reorientación del corazón que comienza por la acción de gracias, y pasa seguidamente a centrarse en el Señor por medio de la propia experiencia real y conscientemente aceptada.

     El sacramento de la reconciliación está íntimamente ligado con el "Examen de Conciencia" tal como lo hemos definido. Para la mayoría de los católicos, que tienen la idea cristiana justa de la economía sacramental, la práctica de la "confesión" obligatoria en el caso de pecados graves no presenta dificultad. Lo que muchos de ellos no parecen entender ni estimar es el sentido que pueda tener la “confesión de devoción”.

     Si el "Examen de Conciencia" significa, como he dicho, mi esfuerzo diario para entregarme a mí mismo en el crisol de mi experiencia real y concreta que es mi esfuerzo diario por ser auténticamente “cristiano”, entonces la “confesión de devoción” significará llevar ese esfuerzo, de vez en cuando o a intervalos periódicos (quincenales, mensuales…) al culmen de la expresión sacramental.

     La mejor manera es concentrarse en una o dos zonas que la práctica fiel del examen de conciencia nos revele como particularmente necesitadas. El arrepentimiento se concentra así en una zona concreta, y la gracia del sacramento se canaliza también hacia la misma, lo que nos ayuda a crecer en ese preciso aspecto de la vida y servicio cristianos. La experiencia ha demostrado que,"en la práctica, la "confesión de devoción" no surte sus efectos de vida cristiana a causa de la disgregación del esfuerzo en demasiadas zonas y un terreno demasiado amplio.
 

   


La vocación personal. El examen particular.

      La sola mención del “Examen Particular” despierta enseguida recuerdos de esfuerzos, generalmente estériles, de los primeros estadios de la formación espiritual para mantener una experiencia de “contabilidad espiritual”: o tomábamos u defecto y apuntábamos día tras día las faltas que cometíamos, procurando disminuir su número progresivamente; o elegíamos una virtud y contábamos los actos que lográbamos realizar a diario, procurando aumentar su número de un día a otro.

     Si tenemos en cuenta la experiencia de tantas personas que se formaron en la práctica del "Examen Particular" así entendida, tendremos que reconocer que esta clase de “contabilidad espiritual” sencillamente no funcionaba: muy pronto se abandonaba por “inútil” e “imposible”. Nada menos que el P. Luis de la Palma, el gran escritor y director espiritual de fines del siglo XVI y principios del XVII indica que según su experiencia y la de otros que dirigía, esta manera de practicar el "Examen Particular" era por lo general inútil.

     Con todo, los autores espirituales clásicos han calificado el examen particular como "el pulso de la vida espiritual". Recuerdo que. siendo novicio,se me aseguró como de muy buena tinta -si bien hasta la fecha no he podido verlo documentado- que San Ignacio confesó haber llevado el "examen particular" los últimos veinte o veinticinco años de su vida sobre la vanidad, ambición, vanagloria. Sea como sea, uno se siente inclinado a tachar de piadosa exageración las ponderaciones de los autores espirituales sobre el examen particular como "pulso de la vida espiritual". Yo lo descarté al comienzo de mi formación en la Compañía, como tampoco di crédito al dicho de que San Ignacio llevó el examen particular sobre la vanidad, la ambición y la vanagloria los últimos veinte o veinticinco años de su vida (precisamente los años en que experimentó las grandes gracias místicas que Dios le concedía con tanta profusión). "Estos santos siempre tienen que salir con algo 'piadoso' sobre sí mismos", recuerdo que fue mi reacción.

     ¿Quién era de hecho este Ignacio de Loyola cuando Dios le sorprendió en Pamplona rompiéndole la pierna de un cañonazo? Nos lo dice él mismo en las primeras líneas de su Autobiografía (nn. l; 4-6): su único sueño era de ganar honra, realizar grandes proezas por su rey y su dama. Fue entonces cuando Dios le asió y le dio un giro de 180 grados. Le dijo a Ignacio: "Estás soñando sobre tu mayor gloria; ¿sabes el significado que he dado a tu vida? No tu mayor gloria sino mi mayor gloria (la mayor gloria de Dios )". Yo no tengo duda de que la "vocación personal" de Ignacio era la mayor gloria de Dios. Ignacio no lo olvidó jamás; cuanto mayores eran los dones que Dios le prodigaba, más vigilante se hacía para emplearlos en la mayor gloria (a la cual seguía inclinado), pero no la suya sino la de Dios. ¿Sería sorprendente, si pudiéramos probarlo, que su examen particular en sus últimos veinte o veinticinco años versaba sobre la vanidad, ambición. vanagloria?

     Lo que esto, pero sobre todo mi propia experiencia personal junto con mi ministerios espirituales, me ha revelado es que el "examen particular" es con toda verdad el examen "particular", "específico" o "único", el propio de una persona. ¿Y qué hay más "particular", "específico" y "único" de una persona que su “vocación personal”? No deja de ser significativo que en castellano la palabra "particular" no es simplemente lo opuesto a "general", como ocurre en inglés, por ejemplo, sino que muchas veces se emplea para referirse a un individuo, como cuando se dice: "este particular me lo dijo".

     El "examen particular" no es, pues, algo diferente de la "vocación personal". En este sentido más profundo, no hay muchos temas de "examen particular"; cada persona tiene sólo uno, y no es otro que su "vocación personal". No es extraño que el "examen particular" llegue a ser el criterio exclusivo de discernimiento de una: persona para toda la gama de la experiencia humana, su manera propia y específica de disponerse a encontrar al Señor en la situación en que se halle. En resumen, es su manera personal y exclusiva de "hallar a Dios en todas las cosas", de ser "contemplativo en la acción". De esta forma, la práctica del "examen particular" abarca toda la vida espiritual. ¿Sería una exageración decir que el "examen particular" es de verdad "el pulso de la vida espiritual"? Porque no se puede decir que uno está espiritualmente vivo si no vive el significado que Dios le ha conferido en la vida; pues en tal caso, puede decirse que está muerto.


Práctica del Examen Particular

     He hecho antes referencia al Padre Luis de la Palma y su magistral comentario de los Ejercicios Espirituales, "Camino Espiritual". Yo lo leí siendo joven estudiante de Filosofía en Barcelona (1952-1955). Lo que este ilustre director de espíritu enseña sobre la práctica del "examen particular" me resultó ya entonces esclarecedor y aun liberador.

     Dejando de lado los métodos que he calificado de "contabilidad espiritual", la Palma ofrece otra manera de practicar el “examen particular”, aun cuando su idea de "examen particular" está todavía atada a concentrarse en una zona particular (positiva o negativa) de nuestra vida diaria real. Su sugerencia puede parecer engañosamente sencilla; de hecho responde a una profunda intuición de la naturaleza de la vida espiritual cristiana y de su desarrollo.

     La práctica del "examen particular", dice la Palma, consiste en elegir algunos momentos muy concretos del día -momentos bien determinados y ciertos, aunque sean pocos- y en ellos ponerse en la actitud del punto escogido como tema para el “examen particular” Nada de hacer sumas de cuántas veces he faltado o dejado de faltar (el caso de una zona "negativa") o las veces que he practicado una virtud (zona "positiva"); todo lo que hay que hacer es comprobar si hemos sido fieles al número fijo de momentos escogidos para ponernos en la actitud respectiva.

     ¿Engañosamente sencillo, verdad? Y. sin embargo, contiene la profunda intuición de que la libertad humana no tiene otro papel que desempeñar en la vida espiritual sino disponerse activamente para recibir a Dios, que es quien hace el resto. A Él pertenece la iniciativa y la primacía de la acción: Dios es el que está siempre viniendo a nuestras vidas para salvarlas y redimirlas ("Viene, viene, siempre viene", como cantó nuestro gran poeta laureado Rabindranath Tagore en su Gitanjali.). Si nuestros corazones están “dispuestos” para Dios, experimentaremos la unión con el Señor. En concreto, lo que la Palma sugiere no es otra cosa que un "disponerse" regularmente a ser o hacer lo que uno fija como tema de su "examen particular". Si lo hacemos fielmente en los momentos determinados, tendremos todas las probabilidades de que no seamos cogidos de improviso: seremos o haremos lo que cuidadosa y diligentemente hayamos decidido ser o hacer.

     Hasta aquí La Palma. Después de recibir la gracia no sólo de discernir mi propia "vocación personal" sino de experimentar su poderoso influjo para mi vida y trabajo, he captado más radicalmente aún lo que es la práctica auténtica del "examen particular". Si, como he explicado, el "examen particular" no es diferente de la "vocación personal", si la "vocación personal" es la manera irrepetiblemente única y propia mía de disponerme para el Señor, entonces la forma más relevante para mí de practicar el "examen particular" es asumir en profundidad la actitud de mi "vocación personal" en esos momentos concretos que he escogido en mi vida diaria. Esto mismo me dispone como ninguna otra cosa podría disponerme para salir al encuentro del Señor en las personas, acontecimientos y circunstancias de tiempo, lugar y actividad de la vida diaria. Es, en último análisis, mi manera exclusiva y personal de "hallar a Dios en todas las cosas".
 
 


La vocación personal (Conclusión)

      Para concluir debo confesar que no he leído hasta ahora nada sobre la "vocación personal": no he encontrado ningún escrito sobre el tema -puede que lo haya- pero confieso que no lo conozco, ni he oído a nadie hablar de él en ningún foro. Lo que he compartido es, en todos sus detalles, mi propia experiencia y -puedo añadir- la maravillosa experiencia de muchas personalas a las que he tenido la fortuna de acompañar en mi ministerio espiritual. Lo que he expuesto no ofrece otra garantía que la de una experiencia profundamente vivida, pero siempre teológicamente respaldada.

     No se me oculta que todo lo que he expuesto sobre la "Vocación Personal" puede ser tachado de exageradamente individualista, sin tener cuenta alguna del compromiso y responsabilidades sociales. Por esto tengo una última palabra que decir, basada asimismo en la experiencia, y no en teoría alguna.

     Hay una diferencia enorme entre "individualismo" y "personalismo". "Persona" connota necesariamente libertad abierta a los demás, no cerrada dentro de sí (que esto es "individualismo"), que cree, se desarrolla y madura precisamente por medio dc las relaciones interpersonales que establece. Lo que Carl Rogers enseña en su "On Becoming A Person" es profundamente acertado: nos vamos haciendo "personas" precisamente por medio de las relaciones interpersonales que establecemos. "Persona" y "comunidad" no son términos que se excluyen mutuamente, sino íntimamente correlativos. La "persona" se hace "persona" solamente dentro de la comunidad, y la comunidad lo es de veras solamente si está hecha de personas que viven su propia vida y responsabilidad (en la que sus miembros hacen responsablemente propios los objetivos y tareas de la comunidad).

     No estará de más recordar, en este contexto, que la "vocación personal" es precisamente la manera, irrepetiblemente única, que uno tiene de darse y entregarse, no de encerrarse dentro de sí. En otras palabras, la “vocación personal” es precisamente la manera irrepetiblemente única que uno tiene de abrirse a la comunidad, a la realidad social, las responsabilidades sociales, el compromiso social.

     Hace poco cayó en mis manos la obra de T. S. Eliot. "Old Possum's Book of Practical Cats" con su encantador poema "Poner nombre a los gatos". Tanto me entusiasmó su lectura, y vi tan claramente que no estaba escrito sólo "para niños" (como era su intención cuando lo escribió en los años 30), sino muy especialmente para adultos, que suelo concluir mis charlas sobre este tema con este poema. Con él concluiré también este librito, reconociendo mi deuda al gran poeta Eliot.

PONER NOMBRE A LOS GATOS

No creáis que es cosa fácil
poner nombre a vuestro gato.
Me diréis que estoy chiflado,
me llamaréis mentecato;
pero -os digo de verdad-
los nombres deben ser tres.

Uno para el uso diario:
Pedro, Alonso, Augusto, Andrés,
nombres serios, respetables,
pero nada originales.

Hay nombres más divertidos
para dama o caballero:
Platón, Electra, Esculapio,
Florinda, Sansón, Bolero.

Pero a un gato le conviene
tener un nombre especial,
uno que a él solo le cuadre,
un nombre particular.

¿Cómo podría, si no,
mantener la cola erguida,
atusarse los bigotes,
cortejar a su querida?

De estos nombres especiales
yo guardo todo un muestrario:
Munkustrap, Quaxo, Alarico,
Mandolina, Cerulario.

Pero hay un nombre secreto
que nadie puede acertar,
que sólo el gato conoce,
el gato, y ninguno más.

Cuando le veáis sumido
en honda meditación,
es porque está meditando
en la escondida razón
del nombre especial que tiene:
nombre inefable y efable,
nombre secreto, recóndito,
profundo, inescudriñable.
 
   


La vocación personal IV

IV.- TRANSFORMACIÓN EN PROFUNDIDAD POR MEDIO DE LA VOCACIÓN PERSONAL

     Aunque todo lo dicho hasta ahora sobre la "vocación personal" ha arrojado ya luz abundante sobre la profunda transformación vital que se opera al discernirla y realizarla con fidelidad, quisiera ahora destacar y desarrollar algunas de las importantes consecuencias que se siguen en la vida y tarea diarias.


1.- Toma de decisiones en la vida diaria

     No es ningún secreto que el discernimiento es hoy la palabra de moda en la espiritualidad cristiana. El estado actual del mundo y de la Iglesia lo hacen necesario y urgente.

     Cuando se habla de discernimiento para la toma de decisiones, que es, de paso, una de las aportaciones más originales que ha hecho San Ignacio por medio de sus Ejercicios a la tradición cristiana de discernimiento, se dice, y aún se escribe, que el proceso de discernimiento es demasiado complicado y requiere demasiado tiempo para aplicarlo a los detalles de la vida diaria. Lo mejor que podemos hacer, se añade, es usar un proceso prudencial para llegar a una decisión: un rápido sopesar los pros y los contras, y tomar el lado donde se inclina la balanza.

     No estoy de acuerdo. Estoy convencido de que la "vocación personal", una vez discernida, llega a ser el criterio de discernimiento de toda decisión, aun en los detalles de la vida diaria. Mi “vocación personal” es para mí "voluntad de Dios" en el sentido más profundo de esta socorrida frase. Por tanto, cuando tengo que elegir entre dos extremos, es mi "vocación personal la que debe ayudarme a decidir, por medio del discernimiento, cual de ellos es la llamada de Dios, la vacación de Dios para mí. Examinando las dos alternativas por separado a la luz de la actitud de mi “vocación personal”, que he asumido en profundidad, puedo “experimentar” interiormente en cuestión de minutos cual “armoniza” con mi vocación personal y cual “desentona” con ella. Mi vocación personal constituye la consolación fundamental de mi vida; asumiéndola en profundidad me pongo inmediatamente en contacto con mi Jesús personal. La opción o alternativa que refuerce y ahonde mi consolación fundamental es la llamada del Señor en mi caso personal y único.

     En la renovación de la ética y la teología moral, se habla mucho de una “ética existencial”. Toda opción que me sale al paso es una llamada a esa persona única que soy. Si las dos alternativas de la elección que hay que hacer son de hecho buenas, no estoy moralmente libre para escoger una cualquiera, eso sería moverse en el Antiguo Testamento, guiarse por el criterio moral de bueno o malo. Porque pertenezco al Nuevo Testamento, tengo una llamada al “amor mayor”: a la llamada que me hace, a mí en concreto, mi Jesús personal. Y el criterio para el discernimiento de esa llamada única y específica no es otro que mi “vocación personal”. Si después de hacer mi discernimiento por medio de mi vocación personal, sigo esa llamada, estoy viviendo una relación de amor profundamente personal con el Señor. Si por el contrario elijo descuidarla e ignorarla, no sólo quebranto una ley moral, algo así como quebrantar una norma del tráfico; estoy de hecho haciendo traición a un amor personal. La calidad y profundidad de transformación personal que esto supone salta a la vista: no hay necesidad de exponerlas.

     A esta luz he comenzado a captar a un nuevo nivel dc profundidad lo que San Ignacio quiere decir con su característico "magis". su "más amar" y "mayor servicio, alabanza y gloria de su Divina Majestad". El “más” y “mayor” ignacianos no comportan un elemento o factor cuantitativo; se refieren a la “singularidad” o “especificidad” cualitativa de una respuesta personal. Dicho de otra forma, tiene referencia directa a lo que he llamado “vocación personal”. Asimismo he visto con nueva luz lo que tan acertadamente nos enseña Ignacio sobre la primacía de "la ley interna de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones” (Const. 134). ¿No se trata de la ley del Nuevo Testamento que los profetas anunciaron establecería Dios en nuestros corazones (cf. Jer 31, 31-34: Ez 11, l7-20; 36, 24-28)? ¿Y qué es esa ley personalizada de “mayor amor” sino la realidad misma de la "vocación personal"? ¡Qué trascendental es todo esto para la tónica y cualidad de la vida y servicio cristianos!


2.- Hallar a Dios en todas las cosas

     La vocación personal es la manera personalísima y única que cada uno tiene de ser “cristiano”, a saber, como hemos dicho antes, su manera propia y únic de darse y entregarse en toda experiencia humana. Lo cual equivale a decir que, cualquiera que sea la experiencia humana que estemos teniendo, podemos ponemos en contacto con el Señor de una manera enteramente personal y única en y por medio de esa misma experiencia humana. En otras palabras, podemos hallar a Dios en todas las cosas, o para usar la famosa frase de Jerónimo Nadal, se puede ser "simul in actione contemplativus" (contemplativo en la misma acción).

     Otra forma de expresar esto mismo, que emerge desde lo hondo de la dinámica de los Ejercicios, es que hay que tener una progresiva libertad inerior, un corazón progresivamente libre para hallar a Dios en todas las cosas, amarle en todas y a todas en El conforme a su santísima voluntad. (Cf. la Contemplación para alcanzar amor como fruto del proceso de ahondar la libertad interior que se verifica a través de los Ejercicios: EE 233; cf. también Const. 288). Ahora bien, el Señor nos ha dotado a cada uno con un secreto personal para llegar a ser y permanecer "libres" cualquiera que sea la experiencia que atravesemos: la “vocación personal” que ha dado a cada uno.

     Todo esto arroja nueva y abundante luz sobre lo que San Ignacio popularizó en sus Ejercicios bajo la forma de medios muy concretos y específicos para alcanzar “libertad interior” en el corazón mismo de la vida real, a saber, el examen de conciencia y el examen particular.

     Bien entendido, el examen de conciencia no es un ejercicio de pura moralidad sino un ejercicio diario de discernimiento. Es un ejercicio típico del Nuevo Testamento por el que procuro ser auténtico cristiano en y por medio de mi experiencia real diaria. Porque solamente cuando haya aceptado conscientemente mi experiencia concreta y real, cualquiera que fuere, puedo adoptar una actitud cristiana respecto de a misma, esto es, entregarme y rendirme al Señor, o hacerme “libre” para Él, en y por medio de mi experiencia. Y siempre dispongo de mi propio secreto, único y personal para hacer precisamente esto, gracias a mi “vocación personal”. Nada extraño que a este ejercicio de discernimiento típicamente cristiano, se le haya empezado a llamar en inglés “Consciousness Examen”, que podría traducirse por “examen de consciencia”. La re-interpretación consiste en esto: es, en la oración, una reorientación del corazón que comienza con una acción de gracias, y que seguidamente se mueve hacia un centrarse en el Señor por medio de la propia experiencia real, conscientemente aceptada. Que existe una manera personalísima de hacer precisamente esto es la importancia especial que tiene la “vocación personal” para el discernimiento diario.

     ¿Y qué es el examen particular? Yo no entendí el sentido auténtico del "examen panicular" ni cómo podía ser literalmente "el pulso de la vida espiritual”, como los autores clásicos espirituales lo llamaban, hasta que recibí la gracia de mi propia vocación personal y experimenté su poder de transformación en la vida y trabajo diarios. El "examen particular" para cada persona es, según he podido apreciar, el examen peculiar, específico, característico de esa persona. Por lo mismo. no difiere en nada de su "vocación personal". Y así es como se convierte en cl criterio único dc discernimiento cristiano de esa persona en el remolino de la experiencia humana, la forma única y específica de esa persona para disponerse a salir al encuentro del Señor en toda situación humana, cualquiera que ella sea. En último análisis, es la forma personalísima que tiene cada uno para "hallar a Dios en todas las cosas". ¿Sería, por lo tanto, disparatado concluir que vivir el "examen particular" abarca toda la amplitud de la vida espiritual? Sólo si vivo el significado dado por Dios en mi vida diaria tengo vida: si no, estoy muerto. ¿No es esto lo que llamamos “pulso”?.


3.- Formación: básica y permanente

     En materia de formación, educación o pedagogía, es hoy axiomático afirmar que lo que en último término forma o educa a una persona no es lo que le viene de fuera sino el desarrollo de sus propios recursos internos. La psicología moderna, especialmente la psicología educativa, lo ha puesto fuera de duda. La misma raíz etimológica de la palabra "educar" (del latín educere) sugiere este proceso de "sacar fuera" las riquezas y recursos que se ocultan dentro.

     Pero cuales son esos más ricos recursos que residen dentro dc la persona si no es su irrepetiblemente único y más auténtico "yo"? Ayudar a descubrir o discernir esos recursos internos más íntimos es, pues, formar o educar en el más profundo sentido, radical y fundamentalmente. Todo lo demás que se aporte desde fuera será verdaderamente formativo solamente en cuanto tenga relación con ese "significado" personal y único de la vida. Si falta esta relación, se arroja junto al camino, para ser pisado y devorado por los pájaros del cielo" (cf. Lc 8, 5).

     Esto demuestra ya el verdadero significado de lo que hoy acostumbramos llamar "formación permanente”. Esencialmente la formación permanente no consiste en un programa de "reciclaje", por válido que sea. Los recursos más íntimos de nuestro ser, el "significado" irrepetiblemente único de cada persona: esa es la fuente y el secreto de toda formación permanente; la "vocación personal" es la antena viva que está siempre captando de la atmósfera -toda la ancha gama de la experiencia humana- lo que tiene "significado" para su desarrollo y formación permanente. Toda "motivación" fluye de un "significado". Lo que en el ámbito de su experiencia no tenga relación con el "significado" en la vida, se deja de lado; solamente lo que la tiene se va arracimando en tomo a este significado personal para el desarrollo y crecimiento ulteriores. Quien, por lo tanto, viva su vocación personal está en constante formación permanente, en el más profundo sentido de la palabra.
 
   


La vocación personal III

III.- DISCERNIMIENTO Y CONFIRMACIÓN DE LA VOCACIÓN PERSONAL

1.- Discernimiento.

     La experiencia me ha enseñado que el modo privilegiado dc discernir la "vocación personal” es haciendo los Ejercicios Espirituales ignacianos. Como ya lo he expuesto en el primer capítulo de este libro, el sentido más profundo y radical de la "Elección" ignaciana -objeto dc los Ejercicios- es el discernimiento de la "vocación personal".

     Es claro -para todo el que haya captado la dinámica de los Ejercicios- que el ejercitante se entrega a una profunda y prolongada experiencia de oración que le lleva a una experiencia de discernimiento por medio de una dirección espiritual regular y competente. No es una experiencia de oración que se deja al azar: su objeto es el proceso normativo de la historia de la salvación.

     Quien quiera salvarse tiene que introducirse, en su modo propio y único, en ese proceso normativo historia de la salvación, que no es otro que el desenvolvimiento histórico del misterio de Cristo, único Mediador y Salvador. En esa experiencia de oración, Dios va librando la persona del ejercitante a un nivel cada vez más profundo: no sólo al nivel manifiesto de pecado, imperfección y desorden (Primera Semana), sino más profundamente aún al de los valores y escalas de valores y criterios de vida del ejercitante (contemplaciones de la Segunda Semana), y a más hondura todavía al nivel de las seguridades de la vida celosamente protegidas y custodiadas por el ejercitante, primero en los oscuros rincones de la mente (meditación de "Dos Banderas"), luego en las sutiles motivaciones de la voluntad ("Tres Binarios"), y finalmente en los escondidos repliegues del corazón ("Tres Maneras de Humildad").

     Con esta progresiva dinámica de hacer más honda su libertad interior el ejercitante ha ido abriéndose más y más a la acción del Espíritu de Dios y a los retos que contra ella plantean los malos espíritus. En otras palabras, pasa por los altibajos de una experiencia espiritual interior, cuidadosa y diligentemente observados. Reflexionar sobre esta experiencia tras el haber sido librado al más profundo nivel existencial (el que he llamado el nivel de las "seguridades" de la vida) equivale a hacer esta reflexión con los ojos de Dios y no con la visión distorsionada con que el ejercitante empezó los ejercicios. No es extraño que el ejercitante pueda distinguir, corno en una vista panorámica de su accidentada experiencia interior, las constantes de la presencia y acción divinas por medio de los signos y frutos del Espíritu. Así es como la línea u orientación consistente de la llamada de Dios para la salvación es trazada en la vida irrepetiblemente única, del ejercitante. Usando la terminología ignaciana que hemos citado en el primer capítulo sobre la "Elección", ésta es para la persona del ejercitante, irrepetiblemente única, “la voluntad de Dios en la disposición (es decir, el arreglo, orden u orientación) de su vida para la salud del ánima" (EE 1). Este es, en otras palabras, el “yo” más íntimo y verdadero del ejercitante, el “nombre” único y exclusivo con que Dios le llama, a saber, su “vocación personal”.

     No debe sorprendernos que sea así. Si el ejercitante se ha metido, en su modo irrepetiblemente único, en el proceso normativo de la historia de la salvación por medio de una experiencia de oración profunda y prolongada, es seguro que el Espíritu le conducirá a través de un proceso de progresiva libertad interior hasta descubrir o discernir el reflejo de esa línea objetiva, normativa, de la salvación en su vida personal, en otras palabras, discernirá su "vocación personal". Y si recordamos que el proceso objetivo de la historia de la salvación, es, profundamente personalizado el desarrollo histórico del misterio del Único Salvador y Mediador Jesucristo. entonces lo que el ejercitante termina discerniendo es muy realmente el “rostro” singularmente único de su Jesús.


2.- Confirmación.

     Además de la “confirmación” de la "Elección" (en nuestro caso “vocación personal") que tiene lugar. dentro de la dinámica de los Ejercicios. en lo que Ignacio llama Tercera y Cuarta Semanas, la experiencia de dirección de ejercicios me ha enseñado dos líneas muy importantes de “confirmación” de la vocación personal.

a) Como en estos últimos 26 años he estado orientando la experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio al discernimiento de la "vocación personal", lo que fácilmente se comprenderá a la luz dc mi profunda convicción sobre el significado real y radical dc la "Elección" ignaciana, he terminado por observar unos cuantos rasgos muy consistentes en la experiencia del ejercitante en el período de "confirmación" que sigue al del discernimiento.

     El ejercitante descubre con entusiasmo que la "vocación personal" que ha discernido estaba pasmosamente presente en su vida desde el principio. Es toda una experiencia ver el entusiasmo con que el ejercitante rememora la existencia de su propia "vocación personal" en las sucesivas fases de su vida. Mi respuesta a este entusiasmo por parte del ejercitante es siempre este comentario: "¿Te extraña que tu vocación personal haya estado presente a lo largo de toda tu vida? Si ésta es de veras tu vocación personal, entonces tenía que estar presente: no se te ha dado en estos ejercicios sino “desde el vientre de tu madre”, como dice la Escritura (cf Is 49, 1: 'El Señor me llamó desde el nacimiento, del vientre de mi madre me llamó por mi nombre'). Acabas de descubrirlo, de 'discernirlo', pero te fue dado desde el principio".

     Una línea muy significativa de "confirmación" de la vocación personal es, pues, que está escrita en la historia concreta de una persona y en el dinamismo interno de su vida (es decir, el movimiento de las fuerzas internas).

     Más arriba he expresado mi convicción, nacida de experiencias concretas, sobre la íntima relación que existe entre psicología y espiritualidad. La confirma el hecho de que tantísimas escuelas de psicología y consejería psicológica han acabado por recurrir al método que he descrito para confirmar la vocación personal. El Análisis Transaccional habla de "guión de la vida"; Ira Progoff está enseñando a su gente a descubrir las “líneas maestras” de su vida escribiendo un diario personal; más recientemente la "Psicosíntesis" hace a los suyos averiguar los "modelos de síntesis" de sus vidas. Pero ¿qué es más fundamental y radicalmente el "guión de la vida" de una persona, o su “línea maestra” o su "modelo de síntesis” que su vocación personal?, podemos preguntarnos después de lo que he expuesto sobre ésta. Y nótese bien que el Análisis Transaccional habla de los muchos "guiones de la vida" de una persona, Progoff de muchas "líneas maestras", y la Psicosíntesis de varios "modelos de síntesis", mientras que la "Vocación Personal" es el único e irrepetible “guión de vida” dado por Dios, la única "línea maestra", el único "modelo de síntesis" de su vida. Lo que demuestra una vez más que la espiritualidad es el nivel más profundo el más alto de la psicología, según se mire.

b) Una pregunta que cabe hacer a! hablar de la "vocación personal" es esta: ¿sigue siendo la misma en cada caso o puede cambiar en el curso de la vida? La respuesta a esta pregunta revela una nueva línea de confirmación de la vocación personal.

     La experiencia me ha enseñado tanto en mi propio caso como en los de mis dirigidos, que si bien hay un elemento o aspecto que nunca cambia ni puede cambiar en la vocación personal, hay otro elemento o aspecto que cambia con la vida. Ya hemos visto que la vocación personal es esencialmente un "espíritu" que anima todos los niveles de la vocación jerárquicamente estructurada: por ejemplo cada uno de aquellos diez sacerdotes jesuitas tiene su manera propia de ser cristiano sacerdote, religioso, jesuita. Esta manera propia y exclusiva. este "espíritu", no cambia: ¿cómo podría cambiar siendo algo dado por Dios como mi singularidad "desde el vientre de mi madre" para toda la vida? Ahora bien, en la economía de la Encarnación el espíritu "puro" no existe: está siempre encarnado, tiene carne y cuerpo Esa encarnación es la que cambia con las cambiantes circunstancias de la vida. Y así la vocación personal recibe un nuevo “aspecto”, una nueva "coloración" una nueva "dimensión" según se avanza en la vida.

     Y ésta es precisamente otra forma más de confirmar nuestra vocación personal: ese encontrarse con lo mismo, pero con que no es del todo lo mismo, en la vocación personal conforme se avanza en la vida y según cambian las circunstancias. Este carácter dinámico de la vocación personal muestra lo profundamente vinculada que está con la vida y las transformaciones que ésta experimenta: es una propiedad de todo lo orgánico y vivo desarrollarse y cambiar, pero manteniéndose arraigado en una misma identidad fundamental.

     Rasgo peculiar de todo “significado” es que dure y perdure. Nunca nos cansa, y de hecho, en la travesía de la vida vamos echando por la borda lo que no tiene sentido o significado, y continuamos aferrados a lo que lo tiene. Lo que ocurre es que el "significado" se hace cada vez más "significativo" y relevante. Y si esto ocurre con el "significado" en general. ¿qué diremos del significado radical y único que Dios ha conferido a la vida de una persona, la "vocación personal"?.
 
   


La vocación personal II

II.- LA VOCACIÓN PERSONAL

     Un tema fundamental que atraviesa de parte a parte la Biblia es el ser "llamado por su nombre”. No es éste el lugar de acumular los numerosos textos bíblicos, pletóricos de significado. que tratan de este tema. Se trata de lo siguiente: para Dios, yo no soy uno de tantos, no un número de serie ni una tarjeta catalogada; soy irrepetiblemente único, porque Dios “me llama por mi nombre”. Puedo ciertamente definir esta realidad como "identidad personal", "orientación personal en la vida", o mi "yo" más íntimo y verdadero. Yo prefiero usar la terminología bíblica y llamarla "vocación personal". Hartas veces hemos restringido la palabra "vocación" a las vocaciones sacerdotales y religiosas; quizá a regañadientes empezamos ya a hablar cada vez más de la vocación matrimonial y laica. La Biblia llama "vocación" a toda llamada de Dios a cualquier orientación o misión específica en la vida.

     Como mejor puedo ilustrar cl significado de "Vocación Personal” es seguramente contando uno de los muchos incidentes que me han ocurrido.

     Hace años vino a yerme un jesuita de edad mediana, ya fallecido. Era un amigo mío. así que empezó a hablarme de su vida personal con toda espontaneidad. Me dijo que hacía anos que no hacía oración, y que las raras veces que se ponía a hacerla, en realidad no oraba. Estaba presente física y materialmente, pero nada más. Según me hablaba, tuve la impresión de que estaba como obsesionado por esta supuesta negligencia suya en la oración. Y pensé que. si tenía que ayudarle, primero tenía que distanciarlo de su “negligencia en la oración" para darle perspectiva. Le dije como quien no da importancia a la cosa: "Dices que llevas mucho tiempo sin hacer oración. Pero dime: ¿no te has sentido alguna vez espontáneamente cerca de Dios, no porque realizases un esfuerzo mental, sino espontáneamente; no has sentido alguna vez el corazón levantado y tú mismo en contacto con Dios, en unión con Él?” Apenas había formulado mi pregunta cuando exclamó: "Claro que sí, siempre que echo una mirada a mi vida pasada y veo lo bueno que Dios ha sido para conmigo, me siento inmediatamente cerca de Dios, en contacto con Él, unido con Él". Viendo que se había animado y que me hablaba con el corazón en la mano, le interrumpí: "Tal y como hablas, sientes mucho la bondad de Dios. ¿No se te ha ocurrido orar sobre la bondad de Dios?". "Nunca", contestó, y sorprendido por mi pregunta. se puso a la defensiva y me espetó agresivamente: "Además, ¿cuánto tiempo piensas que podría orar sobre la bondad de Dios?", como dándome a entender que pronto se cansaría de hacerlo. Yo le había escuchado con todo cuidado y le dije suavemente: “Acabas de decirme que nunca lo habías probado; ¿qué tal si haces una prueba antes de pronunciar sentencia?" "Muy bien", dijo, y se fue.

     Unas tres semanas más tarde irrumpió en mi cuarto y se puso a desembuchar sobre su gran descubrimiento: "Sabes, Herbie, ya puedo orar sobre la bondad de Dios, puedo orar siempre sobre la bondad de Dios". Debo hacer una confesión: supongo que yo había quedado un poco picado por su actitud agresiva hacía tres semanas y le dije con no poco cinismo: "Bueno, no han pasado más que tres semanas; si continuas un poco más, a lo mejor te cansas". Entonces, aquel jesuita que se había expresado con tanto entusiasmo sobre su gran descubrimiento de que podía orar siempre sobre la bondad de Dios, se desinfló a ojos vistas y se escabulló de mi cuarto. Comprendí al momento lo que había ocurrido y me dije: "Oh Dios, le he perdido por echármelas de listo con mi cinismo". Pero si yo no había sido bueno aquel día, Dios lo es siempre.

     Contra todas mis expectativas, aquel jesuita de edad mediana volvió a verme, no después de tres semanas sino de cuatro meses y medio largos. Esta vez no "irrumpió" en mi habitación; entró casi de puntillas y me aseguró hablando muy bajito: "De veras, Herbie, puedo orar siempre sobre la bondad dc Dios". Para ahora debí de aprender la lección; le invité a sentarse. El comenzó a confiárseme con una sinceridad conmovedora sobre todo lo que la bondad de Dios había llegado a suponer para él: no ya el secreto de su oración, sino también el secreto de su apostolado, de sus relaciones dentro y fuera de su comunidad jesuita, incluso de su descanso y su recreo. Cuando terminó, yo estaba tan conmovido que le dije con toda espontaneidad: "Mi querido amigo, has encontrado tu Vocación Personal; la bondad de Dios".

     Este incidente me va a permitir ahora desarrollar a distintos niveles lo que es la "Vocación Personal", una realidad tan rica y fecunda que no es posible abarcarla toda entera de una mirada. Tenemos que abordarla desde distintos ángulos y a diferentes niveles.


1.- La vocación personal: secreto de unidad e integración en medio de la vida.

     Todos deseamos unidad e integración. pero especialmente los que nos dedicamos al apostolado activo. La aspiración más profunda que me llega de los apóstoles activos en mi labor como director espiritual es a la unidad y la integración: "Tengo tantas cosas que hacer a lo largo del día, esto, aquello y lo de más allá, que acabo la jornada deshecho, desparramado, disperso. Ojalá pudiera hacer una sola cosa en profundidad”. ¿No es verdad que cuanto más avanzamos en perfección y madurez, tanto más sencillos nos hacemos, pero no con una sencillez de empobrecimiento, sino de plenitud?.

     De hecho, podríamos hacer una sola cosa, como el jesuita de mi historia. El secreto de su oración era “la bondad de Dios”, porque la oración no es algo que nosotros damos a Dios (no hay nada que podamos darle): es más bien un abrirle el corazón para que Él se nos pueda dar. ¿Y dónde se abre más nuestro corazón sino en las profundidades de nuestro más íntimo ser donde nos sentimos más hondamente tocados, allí donde verdaderamente somos nosotros mismos, en ese último rincón donde cada uno es único? El secreto del apostolado de aquel jesuita, de sus relaciones, de su descanso y su recreo era también "la bondad de Dios", porque en todo esto, como decía él, no tenía que hacer más que ser "el Dios bueno" para los demás. La "bondad de Dios" había llenado de tal forma su corazón y su ser que se sentía obligado a convertirse en el canal dc la bondad de Dios para con los demás, tanto en su apostolado como en todo lo demás. Su “vocación personal”, la bondad de Dios, había llegado a ser el secreto de unidad e integración dentro de su vida.

     Alguno podría preguntar cómo "la bondad de Dios", siendo una cosa tan general, puede ser algo irrepetiblemente único. Abrid la Biblia y encontraréis “la bondad de Dios" cada dos páginas. Pero permítaseme apurar la imagen: si yo abro la Biblia y leo las palabras "bondad de Dios", veré dos palabras importantes, pero dos palabras importantes entre otras muchas palabras igual de importantes. En cambio, cuando nuestro jesuita, al abrir la Biblia, leía la frase "bondad de Dios", no veía en ellas dos palabras de igual importancia que las otras; esas dos palabras destacaban sobre las otras como llamaradas, palabras escritas con fuego: para él eran “espíritu y vida" (cf. Jn 6, 63).

     Hay además una profunda razón psicológica que nos ayuda a captar cómo una frase como "la bondad de Dios" puede hacerse irrepetiblemente única. Si alguna vez hemos intentado compartir una profunda experiencia personal con un íntimo amigo, sabemos por experiencia que llega un momento en que desistimos y decimos impotentes: “Lo siento, pero no puedo expresarte lo que realmente experimenté: si no me preguntas, lo sé; si me preguntas, no lo sé”. “Persona est ineffabilis, persona est incommunicabilis”: lo que es más personal es inefable, incomunicable. El conocimiento personal, lo que San Ignacio llama tan admirable y repetidamente “conocimiento interno”, no es un conocimiento conceptual; es un conocimiento del corazón. Sólo podemos reducir a palabras lo que podemos reducir a conceptos. Esta es la razón por que, al compartir una profunda experiencia personal, nos quedamos cortos y no podemos expresarla adecuadamente. ¿Sorprenderá ahora que cuando tratamos de formular lo que descubrimos como la singularidad que Dios nos ha conferido, a saber, nuestra experiencia personal más íntima, la formulemos con palabras inadecuadas, que suenan a generalidades, pero que a nosotros nos hablan, desde lo íntimo de nuestro ser, de nuestro “yo” más recóndito y verdadero, nuestra irrepetible singularidad?

     Mi propia experiencia al ayudar a otros a discernir y vivir su “vocación personal”, como también mi propio caso, lo prueban abundantemente. He aquí algunas “vocaciones personales” concretas de personas reales que muy amablemente me han autorizado a hacer uso de este conocimiento, siempre que lo crea oportuno: “Estoy contigo”, “amor paciente”, “amor que perdona”, “aceptación incondicional”, “permaneced en mi amor”, “simplemente regalo”, “solo Él puede siempre allí” (donde la palabra clave es “allí”, terriblemente personal para el interesado). Y tengo para mí que la vocación personal del Dios-Hombree, Jesús, estaba cifrada en esta sola palabra, “Abba”, que resumía toda su vida y misión: me lo está gritando en los evangelios, por ejemplo, Jn. 5-10 para recoger el único argumento que tiene Jesús en su controversia con los escribas y fariseos; Lc. 10, 21 para ver su reacción en una experiencia de consolación desbordante; Lc. 22, 39 y ss. Para su reacción en el abismo de la desolación, siempre es “Abba”. Todas las vocaciones personales citadas nos suenan a generalidades, incluso el “Abba” de Jesús. También nosotros decimos "Abba". porque Jesús ha compartido su "Abba" con nosotros. Pero para Jesús "Abba" significaba algo sumamente personal y único, muy diferente de lo que significa para nosotros; algo podemos barruntar en los evangelios de su irrepetible singularidad. Quiero decir que la formulación verbal de la “vocación personal” suena a generalidad a los que la leen u oyen,. Pero lo que dice a la persona cuya vocación expresa es algo irrepetiblemente único.

     Por lo mismo, no sería nada sorprendente que varias personas expresen su "vocación personal" -siempre inadecuadamente- con una misma fórmula, por ejemplo "Yo estoy contigo” . Pero lo que estas palabras quieren decir para cada una de estas personas es algo irrepetiblemente único. Es lo que mi experiencia dc dirección espiritual me ha enseñado: puedo palpar esa singularidad en la reacción total que produce en el interesado para su comportamiento en la vida.


2.- Vocación personal: significado único dado por Dios.

     Como año y medio después que recibí la gracia de discernir mi propia "vocación personal", leí por primera vez la obra "Man's Search for Meaning” de Victor Frankl. Conforme avanzaba en su lectura, los ojos se me iban abriendo más y más: todo lo que decía el autor encontraba una profunda resonancia dentro de mí, y yo me decía entusiasmada y repetidamente: “Creo que sé lo que dice este señor". En su libro, Frankl cuenta cómo llegó a descubrir su nueva escuela de psicoterapia -"Logoterapia"- cuando estuvo internado en el campo de concentración nazi de Auschwitz. Cuenta cómo, con su adiestrado ojo clínico, empezó a advertir que sus compañeros de prisión se estaban consumiendo y muriendo físicamente más que nada porque se consumían y morían psicológicamente: no encontraban sentido a la vida y se daban por vencidos. Como quien no quiere la cosa, hablando casualmente con ellos, Frankl empezó a recoger “significados” en las vidas de sus compañeros de prisión. Luego, con mucha naturalidad y sin que ellos cayeran en la cuenta, empezó a reinsertar estos mismos "significados" en la vida de los respectivos compañeros de prisión. Lo que siguió le llenó de asombro. Aquellos compañeros suyos -y el libro cita ejemplos concretos- hombres derrumbados que se habían rendido a su sino. revivieron de pronto y pudieron aguantar cualquier tortura, cualquier prueba, cualquier dificultad de la vida del campo. gracias al "significado" o "significados” reintroducidos en su vida y que ellos habían hecho suyos. Así es como Frankl descubrió su "Logoterapia", es decir, la curación ("terapia") por medio del significado ("logos"). La acepción primaria de la palabra "logos" es "significado"; la segunda, "palabra".

     Leyendo y releyendo el libro de Frankl, caí en la cuenta de que el autor hablaba de uno de tantos "significados" posibles en la vida de una persona y que se movía a nivel psicológico, mientras que yo me movía a nivel espiritual y hablaba, no de uno de tantos significados posibles dados por el hombre, sino del único significado conferido por Dios que tiene toda persona humana. Como estudiante de psicología y de espiritualidad, he mantenido siempre y crecido en la convicción de que no debe existir divorcio entre estas dos disciplinas, o mejor, estos dos mundos: ambos están íntima y orgánicamente relacionados, como lo están la naturaleza y la gracia. Yo lo expreso diciendo que la espiritualidad es el más alto o el más profundo nivel de la psicología, según se mire.

     Pero además existe una relación muy íntima entre los dos aspectos de la "vocación personal" que he venido ilustrando. La "vocación personal" es el secreto de unidad e integración de nuestra vida precisamente porque es el significado único dado por Dios. Nada unifica e integra la vida en profundidad como el "significado"; instintivamente dejamos a un lado lo que no lo tiene para retener, interiorizar y asimilar lo que lo tiene.

     Un ejemplo familiar lo aclarará. Cuando no sabíamos psicología, solíamos hablar de "resolver" los problemas de la gente. Si se me permite recurrir a una imagen. diría que echábamos mano de un par de tijeras, "recortábamos" el problema y lo tirábamos. Ya no hablamos así. Sé que no puedo desentenderme de mi historia real con solo desearlo; lo que ha sido un "problema" en mi vida seguirá siendo parte de mí mismo. Si deja de ser “problemático”, no es porque haya dejado de ser parte de mi vida. Deja de ser problemático, decimos –y fijémonos de paso en el lenguaje que usamos- porque ha “encontrado su puesto”, “tiene sentido”, “se ha integrado”. Era problemático cuando salía fuera como una arista: ahora está "pulido", "integrado" en mi vida.


3.- Vocación personal: perspectivas cristológicas.

     Objetivamente hablando, ninguna llamada viene de Dios a persona alguna si no es en la persona dc Cristo Jesús; y nadie responde a una llamada de Dios si no es en la persona de Cristo Jesús. Esta no es más que una manera de expresar la verdad fundamental bíblica de la única mediación de Cristo: "Sólo hay un Dios y un mediador entre Dios y los hombres. cl hombre Cristo Jesús" (1 Tim 2, 5).

     Por lo tanto, toda vocación está contenida en Cristo Jesús: la personalidad de Cristo Jesús es tan infinitamente rica que abraza todas las llamadas y todas las vocaciones. Si cada uno de nosotros tiene su "vocación personal", ésta debe estar contenida en Cristo Jesús. Esto quiere decir que la personalidad de Cristo tiene una faceta, un "rostro", que es propio de cada uno de nosotros, de forma que cada uno puede con toda verdad hablar de "mi Jesús", y no sólo "piadosamente" sino con un profundo sentido teológico y doctrinal.

     Esto es lo que la teología del bautismo cristiano señala muy significativamente. La frase neotestamentaria "ser bautizado en Cristo Jesús" (= baptiszein eis Christon Iesoun, e.gr. Rom 6:3) sugiere que cada uno de nosotros ha sido "sumergido en" (=baptizein) Cristo Jesús - sacramentalmente, desde luego. Inicialmente "se viste de" o "es vestido en" Cristo Jesús de una manera personal que es única. El Padre, que sólo tiene sus complacencias en Cristo, discierne el "rostro" de Jesús en cada uno de nosotros y dice: “Tú eres mi hijo amado; en ti me complazco” (cf. Mc 1:11). El resto de nuestra vida cristiana -la tarea cristiana, por decirlo así- tiene por objeto ir poniendo este personalísimo Jesús a la medida de la madurez, porque el plan de Dios para cada uno de nosotros es que "nos conformemos a la imagen de su Hijo" (Rom 3, 29). que "lleguemos... al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13), no ya de forma genérica sino de una manera enteramente personal, única, peculiar.

     Entonces, la vocación personal, y es importante subrayarlo, no es un ideal personal abstracto; es una persona, la persona de Cristo Jesús, y ello de una forma profundamente única. Por tanto, puedo con toda verdad hablar de “mi Jesús” transformando así toda mi vida cristiana en lo que siempre se me enseñó que consistía, pero sin decirme cómo: una relación de amor entre Cristo Jesús y yo, siempre creciente y profundamente interpersonal, pero que no deja de abrirse a mis responsabilidades sociales y compromisos de testimonio y misión cristianos.

     Volviendo a mi relato del jesuita de mediana edad que vio que su vocación personal era “la bondad de Dios”: ¿quién era su Cristo Jesús? Pues el Buen Jesús de la parábola del Buen Samaritano, o el de la parábola del Buen Pastor, o el Jesús del que dice Hechos 10, 38, resumiendo toda su vida y misión, “pasó haciendo bien”.

     Ahora podemos comenzar a comprender por qué la vocación personal es el significado singularísimo dado por Dios a una persona. Para Dios no hay “significado” fuera de Cristo Jesús: Cristo Jesús es el “logos” del Padre, y la acepción primaria de “logos”, como ya hemos dicho, es “significado”. En un himno maravilloso de amplias perspectivas cósmicas, San Pablo proclama que todo ha sido creado en, por medio de y para Cristo Jesús; que todo ha sido recreado, renovado y reconciliado en, por medio de y para Cristo Jesús (Col 1:12-20). Cristo Jesús es el Alfa y Omega de toda la creación y de toda recreación; es el único "significado" que existe para el Padre.

     Y así, los tres enfoques que he empleado para entender la belleza y profundidad de la “vocación personal” están íntimamente relacionados y enlazados. Hemos visto que la "vocación personal" es el más profundo secreto de unidad e integración en nuestra vida precisamente porque es el único significado que Dios le ha dado; y es el único significado que Dios le ha dado precisamente porque es para cada uno de nosotros su Jesús personal. Para el Padre no existe significado fuera de Cristo Jesús.


4.- Consecuencias para entender la Vocación Personal.

     Por lo que llevo dicho resulta evidente que la “vocación personal” no está al mismo nivel que otras vocaciones jerárquicamente estructuradas. Sí tornamos como ejemplo un grupo de diez sacerdotes jesuitas, cada uno tendrá los siguientes cuatro niveles de vocación jerárquicamente estructurada: la vocación cristiana, la sacerdotal, la religiosa y la jesuita. La "vocación personal" de cada uno de ellos no sería un quinto nivel añadido a los otros cuatro, sino el espíritu que anima cada uno de los cuatro niveles de vocación jerárquicamente estructurada. En otras palabras, cada uno de estos diez sacerdotes jesuitas tiene su propia manera personal y única de ser cristiano, sacerdote, religioso y jesuita. Y si nos hacemos cargo de lo que tan consistente y vigorosamente enseña el Nuevo Testamento sobre la nota y carácter distintivos del "cristiano", a saber, el criterio típicamente "cristiano" de discernimiento, que es la donación y entrega de sí, o sea, la "cruz" en su sentido teológico y espiritual, entonces, cada uno de nosotros, sin excepción tiene su propia manera característica y única de darse y entregarse en toda experiencia humana. A ninguno de nosotros se le escaparán las consecuencias que esto tiene para una profunda transformación personal en la vida real. Volveré sobre ellas en el último capítulo de este librito.

     Tiene que quedar claro que la “vocación personal” no se mueve a nivel de hacer o de función, sino a nivel de ser. Es un trágico error que muchas personas interpreten la "vocación" en términos de mera función o mero hacer. El nivel de función o de hacer está condenado a entrar en crisis tarde o temprano, es propio de su misma naturaleza. Si cuando viene la crisis, no me quedan recursos a nivel de ser en que apoyarme, porque mi idea de "vocación" está toda ella resuelta en términos de mera función o mero hacer, mi crisis será total. Esta es frecuentemente la trágica historia de no pocas personas. Pero si al sobrevenir la crisis, puedo apoyarme en mis recursos a nivel de "ser" -posesión mía personalísima por mi "vocación personal"- no tengo por qué temer; puedo capear el temporal y sortear la crisis, más aún, "integrarla" gracias al "significado" personalísirno que puedo encontrar en medio de la crisis a nivel de "ser" Todo hacer fluye del ser.

     No estará fuera de lugar indicar aquí las consecuencias, de largo alcance para la espiritualidad apostólica, que se siguen de lo que acabo de exponer. No es ningún secreto que la "disponibilidad para la misión" es una de las notas distintivas de una auténtica espiritualidad apostólica. Si el "significado" de mi vida descansa en el nivel de "ser", que es mucho más pro fundo y radical que el del "hacer" en que funciono, entonces puedo encontrar un profundo "significado" en cualquier "misión" que reciba. Esto no excluye el diálogo con la autoridad competente sobre mis dotes, mi capacidad, mi experiencia, incluso de mis problemas de carácter y temperamento; en último término, después de un diálogo sincero estaré verdaderamente "disponible para la misión" según sean las necesidades de las situaciones y del mayor servicio apostólico.