Por John Powell
Profesor de Loyola University (Chicago)
Recuerdo que hace unos doce años, yo estaba de pie observando a mis alumnos de la universidad mientras entraban al aula para nuestra primera clase de Teología de la Fe. Ese fue el primer día que vi a Tommy.
Mis ojos y mi mente se fijaron en él. Estaba peinando su larga melena rubia, que caía 20 centímetros por debajo de sus hombros. Era la primera vez que veía a un joven con una melena tan larga. Me imagino que era lo que estaba de moda en ese tiempo.
Sé que no es lo que está sobre la cabeza lo que cuenta, sino lo que está dentro, pero como ese día no estaba muy mentalizado, mis emociones se alteraron y de inmediato etiqueté a Tommy bajo la “E” de extraño... muy extraño.
Tommy resultó ser el “ateo de la clase” en mi curso de Teología de la Fe. Objetaba constantemente, sonriendo sarcásticamente, o quejándose por medio de un suspiro o gemido sobre la posibilidad de un Dios Padre que nos ama incondicionalmente. Así y todo, vivimos en una paz relativa durante el semestre, aunque tengo que admitir que a veces sí llegaba a molestarme.
Cuando al terminar el curso vino a entregar su examen final, me preguntó en un tono algo cínico:
— ¿Cree usted que alguna vez encontraré a Dios?
Inmediatamente decidí usar un poquito de la técnica de la terapia de shock.
— ¡No!, —le dije muy enfáticamente—.
— ¿Por qué no? —me respondió—, yo creía que ése era el producto que usted estaba vendiendo.
Dejé que estuviese a unos cinco pasos de la puerta del salón y alcé mi voz para decirle:
— ¡Tommy! Creo que tú nunca encontrarás a Dios... pero estoy absolutamente seguro de que Él te encontrará a ti.
Él se encogió de hombros y salió de mi clase y de mi vida.
Me quedé algo frustrado por el hecho de que no había captado mi ingeniosa observación: “¡Él te encontrará a ti!”. Por lo menos yo pensaba que había sido ingeniosa.
Un tiempo después me enteré que Tommy se había graduado y me alegré sinceramente.
Más adelante me llegó una triste noticia: supe que Tommy padecía un cáncer terminal.
Antes de que yo pudiera buscarlo, él vino a verme.
Cuando entró en mi despacho tenía un aspecto demacrado y su larga melena había desaparecido debido a la quimioterapia. Pero sus ojos brillaban y su voz tenía la misma firmeza que antes.
— Tommy, he pensado mucho en ti... oí que estás enfermo, —le dije en un tono desenfadado—.
— Sí, muy enfermo —me respondió—, tengo cáncer en ambos pulmones. Es cuestión de semanas.
— ¿Me puedes hablar sobre eso?, —le pregunté—.
— Por supuesto, ¿que quiere saber?, —me contestó—.
— ¿Qué se siente al tener solo 24 años y estar muriendo?, —le dije—.
— Bueno, podría ser peor.
— ¿Peor, cómo qué?
— Bueno, como llegar a los cincuenta años sin tener valores o ideales; o llegar a los cincuenta creyendo que beber, seducir mujeres y hacer dinero son “lo máximo” de la vida.”
(Empecé a buscar en mi archivo mental donde años antes había clasificado a Tommy bajo la “E” de extraño... Parece ser como si a todo aquel que yo rechazara mediante mi propia calificación, Dios lo devolviera a mi vida para que me educara.)
— Pero por lo que en realidad vine a verlo es por algo que usted me dijo el último día de clase.
(¡Se acordó!)
Continuó diciendo:
— Yo le pregunté si usted creía que yo llegaría alguna vez a encontrar a Dios. Usted me dijo que ¡No!, cosa que me sorprendió mucho. Entonces usted dijo: “Pero Él te encontrará a ti”. He estado pensando mucho en eso, aunque no se puede decir que mi búsqueda era muy intensa en aquel entonces.
(Mi ingeniosa observación... ¡había pensado mucho en ella!)
Pero cuando los cirujanos me quitaron el tumor que tenía en la ingle y me dijeron que era maligno, ahí fue cuando empecé a buscar seriamente a Dios. Y cuando el cáncer se extendió a mis órganos vitales, de verás que empecé a golpear fuertemente con mis puños las puertas del Cielo... pero Dios no salió. De hecho, no pasó nada.
¿Alguna vez ha tratado de hacer algo con mucho esfuerzo sin obtener ningún resultado?.
Uno se harta psicológicamente, se aburre de tratar y tratar y tratar... y eventualmente, uno deja de tratar.
Bueno, pues un día me desperté y en lugar de estar lanzando mis llamadas inútiles por encima de ese muro de ladrillos a un Dios que posiblemente no estuviera ahí, me rendí....
Decidí que en realidad no me importaba Dios, ni una vida después de la muerte, ni nada que se le pareciera. Decidí pasar el tiempo que me quedara haciendo algo más provechoso.
Pensé en usted y en su clase, y recordé otra cosa que usted nos había dicho: “La mayor tristeza es pasarse la vida sin amar. Pero sería igualmente triste pasar por la vida e irse sin nunca haberle dicho a los que uno ama, que los ama”.
Así que empecé por el más difícil: mi padre.
Él estaba leyendo el periódico cuando me acerqué.
— Papá
— ¿Qué?, —preguntó sin quitar sus ojos del periódico—.
— Papá, quisiera hablar contigo.
— Bueno, habla.
— Papá... es algo verdaderamente importante.
Bajó el periódico lentamente.
— ¿De qué se trata?
— Papá, yo te quiero. Sólo quería que lo supieras.
(Tom me sonrió mientras me contaba con satisfacción, como si sintiera un gozo, cálido y secreto, que fluía a través de su interior..)
El periódico se cayó de sus manos. Entonces mi padre hizo dos cosas que no recuerdo que hubiese hecho antes: lloró y me abrazó.
Estuvimos hablando toda la noche, aunque él tenía que ir a trabajar al día siguiente. Me sentí tan bien de estar cerca de mi padre, de ver sus lágrimas, de sentir su abrazo y de oírle decir que también me quería.
Fue más fácil con mi madre y con mi hermano pequeño. También lloraron conmigo y nos abrazamos y nos dijimos cosas bonitas los unos a los otros.
Compartimos las cosas que habíamos guardado en secreto por tantos años.
Sólo me arrepiento de una cosa: de haber esperado tanto tiempo..
Ahí estaba, comenzando a abrirme a todas las personas que siempre habían estado tan cerca de mí.
Entonces, un día me di la vuelta ¡y ahí estaba Dios! No vino a mí cuando yo se lo rogaba.
Me imagino que yo me portaba como un entrenador de animales aguantando el aro para que saltaran: “¡Vamos, salta! Te doy tres días, tres semanas.”
Aparentemente Dios hace las cosas a SU manera y a SU hora. Pero lo importante es que Él estaba ahí. ¡Me había encontrado!
Usted tenía razón, me encontró aún después de que yo había dejado de buscarlo.
— Tom, —le dije casi sin aliento—, yo creo que estás diciendo algo muy importante y más universal de lo que tú te puedas imaginar. Por lo menos para mí, lo que estás diciendo es que la forma más segura de encontrar a Dios: es la de no hacerlo una posesión particular, un solucionador de problemas, un consuelo instantáneo en tiempos de necesidad, sino abrirse al amor.
¿Sabes?, el apóstol Juan dijo: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.”
Tom, ¿podría pedirte un favor?, —pregunté—: Fíjate, cuando te tenía en mi clase eras una verdadera molestia, pero (riendo) ahora puedes compensarme por todo... ¿Vendrías a mi curso de Teología de la Fe y les contarías lo que acabas de contarme? Si yo se lo dijera, no tendría el mismo impacto que puede tener al contárselo tú.
— Me he atrevido con usted, pero no sé si me atreveré con su clase.
— Piénsalo, Tom, y si te sientes listo, llámame.
Tom me llamó a los pocos días y me dijo que estaba preparado para la clase. Que quería hacer eso por Dios y por mí. Así que fijamos la fecha, pero Tom no pudo llegar... Tenía una cita mucho más importante que la mía y mi clase.
Por supuesto que su vida no terminó con la muerte. Sólo cambió. Dio el gran salto de la fe a la visión. Encontró una vida más hermosa que todo lo que haya podido ver el ojo humano o que el oído humano haya escuchado o que la mente del ser humano jamás se haya imaginado.
Antes de que muriera, hablamos una última vez.
— No voy a poder llegar a su clase, —me dijo—.
— Lo sé, Tom.
— ¿Les dirá usted por mí? ¿Le dirá... al mundo entero por mí?
— Sí, Tom, les diré. Haré todo lo mejor que pueda.
Así que vosotros, que habéis tenido la paciencia de leer esta simple historia sobre el amor de Dios, gracias de corazón.
Y a ti, Tommy, en los brillantes y verdes cerros del Cielo, debes saber que lo he dicho lo mejor que pude...
Si esta historia ha significado algo para ti, pásasela por favor a uno o dos amigos. Es una historia real que no ha sido creada para propósitos publicitarios.
¡Muchas gracias!
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