Por Juan Rubio
Revista Vida Nueva. Nº 2.796
El clérigo y escritor inglés, profesor en Oxford, Robert Burton (1577-1640), autor de un significativo tratado sobre la melancolía, detuvo a los miembros de un tribunal de teólogos que acusaba a un compañero con juicios severos. Y dijo: “Una palabra hiere más profundamente que una espada”.
Se habían cebado con él y la autoridad de sus palabras detuvo a los incendiarios jueces (como ha pasado recientemente en España con un joven teólogo, que encontró un maestro con autoridad que detuvo su condena en las bambalinas).
Y es que hay palabras que hieren y deben cuidarse para que no abran heridas. Lo decía el teólogo alemán, Franz Rosenzweig, colaborador de Martin Buber: “El lenguaje es más que sangre”. Él había sido el gran compañero de sus andanzas por los textos bíblicos.
No son solo las alusiones a la homosexualidad las inoportunas. El texto entero es preocupante. Cuando la Iglesia contempla la palabra de perdón en la cruz, este prelado lanza una espada hiriente.
Precisamente el día en el que la Iglesia dedica su liturgia al silencio contemplativo de la Cruz, símbolo de amor y ternura, el Viernes Santo, el obispo de Alcalá de Henares, Reig Plá, en la celebración de la Pasión del Señor, retransmitida por La 2, rompió ese silencio mandando al infierno a mujeres que abortan, jóvenes que beben los fines de semana, homosexuales que frecuentan bares de alterne, etc.
No son solo las alusiones a la homosexualidad las inoportunas. El texto entero es preocupante. Cuando la Iglesia contempla la palabra de perdón, ternura y de misericordia en la soledad de la cruz, este prelado lanza una espada hiriente en un foro público, como es la televisión (la falta de presupuesto obliga a la programación a convertirse en madrileña).
Es como si faltaran ideas y un estribillo cansino se hubiera instalado en nuestra Iglesia. Goethe decía que “se tiende a poner palabras allí donde faltan las ideas”. Y la liturgia de ese día es tan rica en ideas y símbolos que hasta se recomienda que la homilía sea sencilla, sugerente, parca en palabras, para no romper el eco del silencio que ha dejado la sobria lectura de la Pasión según san Juan.
No podían dar crédito muchos de los que, imposibilitados para acudir a los templos, seguían los oficios por televisión. Madres, esposas, hijas. Padres que abrían los ojos escuchando cómo mandaba al infierno a sus hijos por ir de botellón o por dudar de su identidad sexual y afrontarla con serenidad y altura de miras.
La palabra puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, aumentar la compasión… Y también sembrar vientos que traigan tempestades.
A la Iglesia se le pide que sea un recinto de verdad, justicia, perdón y misericordia, no patíbulo. Lenguaje apocalíptico. “El infierno son los otros”, decía Camus. No es que sea políticamente incorrecto lo que ha dicho el prelado. Es que no se ajusta al estilo cristiano, y menos en un día en el que la sangre del madero se vierte sobre todos los hombres y mujeres que lo miran buscando el bálsamo de la misericordia entrañable y no la espada de la palabra que los expulsa a las tinieblas.
Alguien debería decir o hacer algo. La palabra es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo, realiza empresas absolutamente divinas. Puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión. Y también sembrar vientos que traigan tempestades.
No era necesaria esa incendiaria homilía. Y no valen los matices, las interpretaciones, la caballería ciega. “Inspíranos, Señor, el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado” (Plegaria Eucarística V/b) y aleja estas palabras aterradoras.
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