domingo, 31 de marzo de 2013

Francisco de Asís y Francisco de Roma


por Leonardo Boff
Desde que el obispo de Roma electo, y por eso Papa, asumió el nombre de Francisco, se hace inevitable la comparación entre los dos Franciscos, el de Asís y el de Roma. Además, el Francisco de Roma se remitió explícitamente a Francisco de Asís. Evidentemente no se trata de mimetismo, sino de constatar puntos de inspiración que nos indiquen el estilo que el Francisco de Roma quiere conferir a la dirección de la Iglesia universal.
Hay un punto común innegable: la crisis de la institución eclesiástica. El joven Francisco dice haber oído una voz venida del Crucifijo de San Damián que le decía: “Francisco repara mi Iglesia porque está en ruinas”. Giotto lo representó bien, mostrando a Francisco soportando sobre sus hombros el pesado edificio de la Iglesia.
Nosotros vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal («la voz del pueblo es la voz de Dios»): «reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en su moralidad y su credibilidad». Y se ha confiado a un cardenal de la periferia del mundo, a Bergoglio, de Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la Iglesia a la luz de Francisco de Asís.
En el tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198-1216) que se presentaba como «el representante de Cristo». Con él se alcanzó el grado supremo de secularización de la institución eclesiástica con intereses explícitos de «dominium mundi», de dominación del mundo. Efectivamente, por un momento, prácticamente toda Europa hasta Rusia estaba sometida al Papa. Se vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con muchas dudas, Inocencio III reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La crisis era teológica, pues una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que Jesús quería.
Francisco vivió la antítesis del proyecto imperial de Iglesia. Al evangelio del poder, presentó el poder del evangelio: en el despojamiento total, en la pobreza radical y en la extrema sencillez. No se situó en el marco clerical ni monacal, sino que como laico se orientó por el evangelio vivido al pie de la letra en las periferias de las ciudades, donde están los pobres y los leprosos, y en medio de la naturaleza, viviendo una hermandad cósmica con todos los seres. Desde la periferia habló al centro, pidiendo conversión. Sin hacer una crítica explícita, inició una gran reforma a partir de abajo pero sin romper con Roma. Nos encontramos ante un genio cristiano de seductora humanidad y de fascinante ternura y cuidado que puso al descubierto lo mejor de nuestra humanidad.
Estimo que esta estrategia debe haber impresionado a Francisco de Roma. Hay que reformar la Curia y los hábitos clericales de toda la Iglesia. Pero no hay que crear una ruptura que desgarraría el cuerpo de la cristiandad.
Otro punto que seguramente habrá inspirado a Francisco de Roma: la centralidad que Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó ninguna obra para los pobres, sino que vivió con los pobres y como los pobres. Francisco de Roma, desde que lo conocemos, vive repitiendo que el problema de los pobres no se resuelve sin la participación de los pobres, no por la filantropía sino por la justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que castigan a América Latina y, en general, al mundo entero.
El tercer punto de inspiración es de gran actualidad: cómo relacionarnos con la Madre Tierra y con los bienes y servicios escasos. En la alocución inaugural de su entronización, Francisco de Roma usó más de 8 veces la palabra cuidado. Es la ética del cuidado, como yo mismo he insistido fuertemente, la que va a salvar la vida humana y garantizar la vitalidad de los ecosistemas. Francisco de Asís, patrono de la ecología, será el paradigma de una relación respetuosa y fraterna hacia todos los seres, no encima sino al pie de la naturaleza.
Francisco de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor. Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas «damas». Ojalá inspire a Francisco de Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de la Iglesia, no sólo de respeto, sino también dándoles protagonismo en la toma de decisiones sobre los caminos de la fe y de la espiritualidad en el nuevo milenio.
Por último, Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo occidental de la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión de los que sufren y a los gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia de Benedicto XVI, expresión de la razón intelectual, es un claro ejemplo de la inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a las personas, besa a los niños y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna se amalgama con la sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a los hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana de que abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.

martes, 26 de marzo de 2013

Acerca de una sincera amistad


Rabino Abraham Skorka
Rector del Seminario Rabínico Latinoamericano M. T. Meyer
La real y sincera amistad, al decir de los sabios del Talmud,
es aquélla en la que el uno abre la intimidad de su corazón al otro. Es a través de dicho conocimiento que uno adquiere del otro que ambos pueden forjar una consistente senda en la vida. De tal modo he caminado en los últimos 15 años con el hoy Papa Francisco. Resulta difícil dejar de lado el pudor y la humildad, y comentar a los cuatro vientos acerca de la intimidad de esta amistad. Pero hay circunstancias que lo merecen. El mundo inquiere acerca de Francisco y, dado mi conocimiento, siento el deber de dar testimonio de su ser.
Su lenguaje es sencillo, pero transmite muy profundos conceptos. Es un hombre de una meditada religiosidad, que entiende que se dignifica a Dios sólo a través del respeto y la honra que se le brinda al prójimo, tal como nos enseñan los profetas. Siempre manifestó un especial compromiso para con los necesitados, los desposeídos, los ultrajados y los humillados en la sociedad. Los acompaña en su dolor. Desarrolló una capacidad empática superlativa.
La modestia y humildad caracterizan cada uno de sus actos. No sólo las declama, las practica con fervor. No hay doble discurso en él.
Entiende que debe crearse un profundo acercamiento entre judíos y católicos. No con propósitos proselitistas, no para propiciar estériles e inconducentes polémicas teológicas, como acaeció en el pasado. Sino para que cada parte profundice en sus raíces, eleve lo más genuino de su tradición y fe, a fin de labrar, mediante una labor mancomún, una realidad de justicia y paz. Habla de los «hermanos mayores en la fe» no cual mero eufemismo, sino como designación real de la íntima relación entre los miembros de ambos credos.
Busca las sendas para acercar a las distintas denominaciones cristianas y mantener un diálogo franco con todos los credos. El diálogo siempre refiere en él al conocimiento del otro y el darse a conocer al otro, no a un mero acto de simpatía. Una vez establecido el diálogo, el desafío que propone es el de generar proyectos comprometidos y mancomunados en la construcción de una realidad mejor. Aborrece la imposición de un discurso único e indiscutible en todas las materias que hacen a la vida. Escucha con atención y respeto la postura de su interlocutor.
En los últimos tres años nos veíamos al menos una vez por mes. En 2010 escribimos el libro Sobre el cielo y la tierra, que contiene nuestros diálogos acerca de temas tan variados como Dios, el diablo, los ateos, la muerte, la eutanasia, el aborto, el divorcio, etcétera. Todo aquello con lo que se enfrenta el hombre. Después, entre 2011 y 2012, hicimos un programa de televisión. Siempre me sorprendía con un gesto con el que acariciaba mi corazón. Tras ser elegido Sumo Pontífice se comunicó conmigo. ¡Hablamos de tantas cosas! Le pregunté si tenía presente el tema que acordamos grabar para el próximo programa televisivo. Sin dudar, me contestó: «Sí. La amistad».

jueves, 21 de marzo de 2013

Ante el Crucificado


(Reflexión a Lc. 22, 14-23,56)
Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.
El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que descubren lo que hay en su corazón: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Así es Jesús. Ha pedido a los suyos "amar a sus enemigos" y "rogar por sus perseguidores". Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.
Esta petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.
Marcos recoge un grito dramático del crucificado: "¡Dios mío. Dios mío! ¿por qué me has abandonado?". Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?
Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?
Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.
Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la Pasión y la Muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.
José Antonio Pagola

miércoles, 20 de marzo de 2013

Al Papa Francisco


Por José Arregui
Querido hermano Francisco:
Me alegré como un niño cuando supe que Ud., un jesuita hecho y derecho, había adoptado ese nombre: Francisco. ¡Perfecta combinación!, me dije. Si ha de haber reformas profundas en la Iglesia y el papado –y salta a la vista que ha de haberlas–, aquí tenemos el hombre y el nombre.
Francisco de Asís: humilde y libre, manso y subversivo, y siempre el menor. Ignacio de Loyola: lleno de luz en la mente y de lágrimas en los ojos, maestro y director de almas y de obras, y siempre peregrino. Ambos amaron a Jesús con inmensa ternura y quisieron vivir como él: sin nada y con todos. A tres siglos de distancia –en el umbral del Renacimiento Francisco, en el umbral de la Modernidad Ignacio–, ambos soñaron con que la Iglesia volviera a Jesús, con que aquel imponente aparato de poder y de riqueza erigido en torno a Roma se despojara, se desarmara, se humanizara, se evangelizara, y pudiera ofrecer de nuevo el consuelo y la liberación de Jesús. No sucedió. A Francisco le organizaron una gran Orden, y a Ignacio le utilizaron para la Contrarreforma, y su sueño no pudo ser. Pero sigue en pie, y es más urgente que nunca.
Ud. conoce bien la historia del Poverello que tanto inspiró a Iñigo de Loyola, mientras se reponía de las heridas de su cuerpo y de su espíritu. También Francisco estaba herido y buscaba, y le gustaba retirarse en la penumbra de la capillita semiderruida de San Damián, fuera de la ciudad de Asís, amurallada con sus iglesias y mercaderes. Una tarde, le pareció que los labios de Jesús crucificado le hablaban dulcemente y le decían: "Francisco, repara mi Iglesia, que amenaza ruina". Y salió contento a mendigar piedras y cuidar leprosos.
Me traslado al atardecer del pasado miércoles día 13, en el momento en que dos tercios de los cardenales reunidos en la suntuosa Capilla Sixtina le acababan de elegir papa. No alcanzo a imaginar a Jesús de Nazaret, el profeta compasivo y sanador, itinerante y libre, en medio de aquel Cónclave solemne, entre sotanas negras y fajas púrpura, y afuera 5.000 periodistas expectantes y el gentío en la plaza de San Pedro, y la chimenea y las fumatas y las agencias frenéticas del mundo llenando de imágenes y de palabras vacías el vacío espiritual que padecemos. Y me acude a la mente la imagen de otra escena en el atrio del templo de Jerusalén: el látigo profético, las mesas volcadas, las palomas y los corderos sueltos, libres del sacrificio, libres para volar y vivir.
Pero vuelvo a la Sixtina y le imagino a Ud., humilde y decidido, ajeno al boato y al show, escuchar de labios de Jesús la misma palabra dulce y exigente que le habló al joven soñador de Asís: "Francisco, repara mi Iglesia, que amenaza ruina. Pero no te empeñes en recuperar las ruinas. Déjalas perderse, y construye algo nuevo, lo que yo soñé: un templo sin piedras, un templo de vida sin torres de poder ni muros sagrados, un templo de corazones libres y buenos".
Querido hermano Francisco, sus primeros gestos nos han conmovido. Nos ha pedido la bendición y le bendecimos de todo corazón. Pero permítame decirle: ni los gestos personales ni las reformas curiales bastarán. La figura y el sistema del papado es el problema. Deje que las ruinas de una Iglesia del pasado se arruinen del todo. Deje que caiga la enorme cúpula del poder absoluto construido contra el evangelio. Cuanto más tiempo deje pasar, será peor para la Iglesia y para quienes esperan de ella la buena noticia y la presencia de Jesús. Declare solemnemente que no hay otra herejía que la falta de paz y de piedad. Y ponga otra base para construir otra Iglesia plural y tolerante, otra Iglesia democrática desde abajo, desde el Espíritu que sopla donde quiere y en todos. No sea que todo siga dependiendo de un papa que nunca sabemos de quién depende, y dentro de pocos años volvamos a otro Cónclave para que, en el fondo, todo siga igual que en tiempos de san Francisco y san Ignacio.

Francisco y la Iglesia de los pobres


Por Juan José Tamayo
La elección del cardenal Bergoglio como nuevo Papa, su procedencia argentina y el nombre elegido, Francisco, constituyen tres claves importantes que nos permiten ofrecer unas primeras reflexiones sobre las expectativas que puede generar no solo en el seno del catolicismo, sino en el mundo entero.
Con esta elección América Latina, el continente con cerca de 500 millones de católicos y católicas, adquiere el protagonismo que le corresponde en la Iglesia. Por primera vez en la historia del cristianismo el Tercer Mundo adquiere la justificada y merecida visibilidad, se coloca en el centro de la escena eclesial y se hace presente en el Vaticano, que en épocas anteriores apenas le prestó atención y en algunas ocasiones se mostró beligerante con él.
América Latina es la cuna de la teología de la liberación, de las comunidades eclesiales de base, una de las manifestaciones más vivas del cristianismo de todos los tiempos, de las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla, donde toda la Iglesia latinoamericana pasó del cristianismo, primero conquistador, después colonial y luego desarrollista, al cristianismo liberador que hizo de la opción por los pobres el imperativo ético y recuperó la fuerza profética de Jesús de Nazaret y de los misioneros que, como Bartolomé de Las Casas, Antonio Montesinos y Antonio Valdivieso, defendieron la dignidad y los derechos de los indígenas y el diálogo intercultural e interreligioso.
En América Latina se hizo realidad de manera ejemplar la Iglesia de los pobres, siguiendo la orientación de Juan XXIII: "La Iglesia de Cristo es la Iglesia de todos, pero para los países subdesarrollados es la Iglesia de los pobres". El nuevo Papa es buen conocedor de dicha Iglesia y, a través de sus responsabilidades pastorales, ha participado activamente en su desarrollo. Esto permite albergar la esperanza de que desde el Vaticano aliente el compromiso por la liberación de las personas, de los grupos humanos, de los pueblos latinoamericanos y de los países del Tercer Mundo sometidos a la explotación del Primer Mundo.
El nombre elegido, Francisco, el primero que utiliza un Papa en la larga historia del cristianismo, muestra su intención de seguir el espíritu de Francisco de Asís renunciando a todo tipo de ostentación y caminando por la senda de la pobreza y, así, hacer más creíble el mensaje de las Bienaventuranzas, que constituye la mejor herencia de Jesús de Nazaret y es la Carta Magna del cristianismo, con frecuencia olvidada y apenas puesta en práctica, salvo en los movimientos proféticos.
Para llevar a cabo tales intenciones y propósitos, el nuevo Papa no puede apoyarse en los movimientos neoconservadores, que miran al pasado y reproducen un cristianismo preconciliar, como han hecho los papas anteriores, sino que ha de contar con las fuerzas eclesiales vivas que miran al futuro y trabajan por "otra Iglesia posible" en el horizonte de los movimientos sociales comprometidos en la construcción de "otro mundo posible". Ello requiere un cambio estructural, que ya diseñara el teólogo Karl Rahner en el libro Cambio estructural en la Iglesia publicado hace cuarenta años y que conserva hoy la misma actualidad, o mayor si cabe, que cuando fue escrito.

martes, 19 de marzo de 2013

Francisco: un Papa que presidirá en la caridad


Por Leonardo Boff
La grave crisis moral que atraviesa todo el cuerpo institucional de la Iglesia ha hecho que el Cónclave eligiese a una persona con autoridad y coraje para hacer reformas profundas en la Curia romana y presidir la Iglesia en la caridad, y menos en la autoridad jurídica debilitando a las Iglesias locales. Fue lo que señaló Francisco en su primera alocución. Si sucede eso, será el Papa del tercer milenio e iniciará una nueva "dinastía" de papas venidos de las periferias de la cristiandad.
La figura del Papa es tal vez el mayor símbolo de lo sagrado en el mundo occidental. Las sociedades que por la secularización exiliaron lo sagrado, la falta de líderes referenciales y la ausencia de la figura del padre como aquel guía, orienta y muestra caminos, concentraron en la figura del Papa estos viejos anhelos humanos, que se podían leer en los rostros de los fieles que estaban en la plaza de San Pedro. En ese espíritu, rompió los protocolos, se sintió como uno más del pueblo, pagó la cuenta de su albergue, fue en un automóvil corriente a la Iglesia de Santa María Mayor y conserva su cruz de hierro.
Para los cristianos es irrenunciable el ministerio de Pedro como aquel que debe «confirmar a los hermanos y hermanas en la fe», según lo dispuesto por el Maestro. Roma, donde están enterrados Pedro y Pablo, fue desde el principio, la referencia de unidad, de ortodoxia y de celo por las demás Iglesias. Esta perspectiva la acogen también otras Iglesias no católicas. El problema es la forma como se ejerce esta función. El Papa León Magno (440-461), en el vacío de poder imperial, tuvo que asumir el gobierno de Roma para enfrentar a los hunos de Atila. Tomó el título de Papa y Sumo Pontífice, que eran del Emperador, e incorporó el estilo de poder imperial, monárquico y centralizado, con sus símbolos, vestimentas y estilo palaciego. Los textos referidos a Pedro, que en Jesús tenían sentido de servicio y de amor, se interpretaron al estilo romano como estricto poder jurídico. Todo culminó con Gregorio VII, que con su Dictatus Papae (la dictadura del Papa) se arrogó para sí los dos poderes, el religioso y el secular. Surgió la gran Institución Total, obstáculo a la libertad de los cristianos y al diálogo con el mundo globalizado.
Este ejercicio absolutista siempre fue cuestionado, sobre todo por los reformadores, pero nunca se suavizó. Como reconocía Juan Pablo II en su documento sobre ecumenismo, este estilo de ejercer la función de Pedro es el mayor obstáculo a la unión de las Iglesias y a su aceptación por los cristianos que vienen de la cultura moderna de los derechos y la democracia. No basta la espectacularización de la fe con grandes eventos para suplir esta deficiencia.
La actual forma monárquica deberá ser reconsiderada a la luz de la intención de Jesús. Será un papado pastoral y no profesoral. El Concilio Vaticano II estableció los instrumentos para ello: el sínodo de los obispos, hasta ahora sólo consultivo, cuando fue pensado para ser deliberativo. Se crearía un órgano consultivo que con el Papa gobernaría la Iglesia. Mediante el Concilio se creó la colegialidad de los obispos, es decir, las conferencias nacionales y continentales tendrían más autonomía para permitir el enraizamiento de la fe en las culturas locales, siempre en comunión con Roma. No es impensable que representantes del Pueblo de Dios, desde cardenales hasta mujeres pudiesen ayudar a elegir un Papa para toda la cristiandad.
Es urgente una reforma de la Curia en la línea de la descentralización. Sin duda, lo hará el Papa Francisco. ¿Por qué el Secretariado de las religiones no cristianas no podrían trabajar en Asia? ¿El Dicasterio para la unidad de los cristianos en Ginebra, cerca del Consejo Mundial de las iglesias? ¿El de las misiones en alguna ciudad de África? ¿El de los derechos humanos y la justicia en América Latina?
La Iglesia Católica podría convertirse en una instancia no autoritaria de valores universales, de los derechos humanos, los de la Madre Tierra y de la naturaleza, contra la cultura de consumo y a favor de una sobriedad compartida. La cuestión central no es la Iglesia sino la humanidad y la civilización, que pueden desaparecer. ¿Cómo la Iglesia ayuda a preservarlas? Todo esto es posible y factible, sin renunciar en nada a la esencia de la fe cristiana. Es importante que el Papa Francisco sea un Juan XXIII del Tercer Mundo, un «Papa buono». Sólo así podrá rescatar su credibilidad perdida y ser un faro de espiritualidad y de esperanza para todos.

sábado, 16 de marzo de 2013

El Papa Francisco nos sugiere cómo orar


UNA ORACIÓN EN CADA DEDO
1. El pulgar es el más cercano a ti. Así que empieza orando por quienes están más cerca de ti. Son las personas más fáciles de recordar. Orar por nuestros seres queridos es "una dulce obligación".
2. El siguiente dedo es el índice. Ora por quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los maestros, profesores, médicos y sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y sabiduría para indicar la dirección correcta a los demás. Tenlos siempre presentes en tus oraciones.
3. El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes. Ora por el presidente, los congresistas, los empresarios y los gerentes. Estas personas dirigen los destinos de nuestra patria y guían a la opinión pública. Necesitan la guía de Dios.
4. El cuarto dedo es nuestro dedo anular. Aunque a muchos les sorprenda, es nuestro dedo más débil, como te lo puede decir cualquier profesor de piano. Debe recordarnos orar por los más débiles, con muchos problemas o postrados por las enfermedades. Necesitan tus oraciones de día y de noche. Nunca será demasiado lo que ores por ellos. También debe invitarnos a orar por los matrimonios.
5. Y por último está nuestro dedo meñique, el más pequeño de todos los dedos, que es como debemos vernos ante Dios y los demás. Como dice la Biblia "los últimos serán los primeros". Tu meñique debe recordarte orar por ti. Cuando ya hayas orado por los otros cuatro grupos verás tus propias necesidades en la perspectiva correcta, y podrás orar mejor por las tuyas.

viernes, 15 de marzo de 2013

El Papa Francisco, llamado a restaurar la Iglesia


Por Leonardo Boff
14/03/2013
En las redes sociales había anunciado que el futuro Papa se llamaría Francisco. Y no me equivoqué. ¿Por qué Francisco? Porque San Francisco comenzó su conversión al oír el Crucifijo de la capilla de San Damián decirle: “Francisco, ve y restaura mi casa, mira que está en ruinas” (San Buenaventura, Leyenda Mayor II, 1).
Francisco tomó al pie de la letra estas palabras y reconstruyó la iglesita de la Porciúncula, en Asís que aún existe en el interior de una inmensa catedral. Después  se dio cuenta de que era algo espiritual restaurar la «Iglesia que Cristo rescató con su sangre» (ibid.). Fue entonces cuando comenzó su movimiento de renovación de la Iglesia, presidida por el Papa más poderoso de la historia, Inocencio III. Comenzó a vivir con los  leprosos y del brazo de uno de ello iba por los caminos predicando el evangelio en lengua popular y no en latín.
Es bueno saber que Francisco nunca fue sacerdote sino laico solamente. Sólo al final de la vida, cuando los Papas prohibieron a los laicos a predicar, aceptó ser diácono a  condición de no recibir ningún tipo de remuneración por el cargo.
¿Por qué el cardenal Jorge Mario Bergoglio eligió el nombre de Francisco? Creo que fue porque se dio cuenta de que la Iglesia está en ruinas por la desmoralización de los diversos escándalos que afectaron lo más precioso que ella tenía: la moral y la credibilidad.
Francisco no es un nombre, es un proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y desprovista de todo poder. Es una Iglesia que anda por los caminos junto con los últimos, que crea las primeras comunidades de hermanos que rezan el breviario bajo los árboles con los pajaritos. Es una Iglesia ecológica que llama a todos los seres con las dulces palabras de «hermanos y hermanas». Francisco fue obediente a la Iglesia y a los papas y al mismo tiempo siguió su propio camino con el evangelio de la pobreza en la mano. Entonces escribió el teólogo Joseph Ratzinger: «El no de Francisco a ese tipo  de Iglesia no podía ser más radical, es lo que podríamos llamar una protesta profética» (en Zeit Jesu, Herder 1970, 269). Francisco no habla, simplemente inaugura lo nuevo.
Creo que el Papa Francisco tiene en mente una iglesia fuera de los palacios y de los símbolos del poder. Lo mostró al aparecer en público. Normalmente los Papas y Ratzinger principalmente ponían sobre los hombros la muceta, esa capita corta bordada en oro que sólo los emperadores podían usar. El Papa Francisco llegó sólo vestido de blanco. En su discurso inaugural se destacan tres puntos, de gran significado simbólico.
El primero: dijo que quiere «presidir en la caridad», algo que desde la Reforma y en los mejores teólogos del ecumenismo se pedía. El Papa no debe presidir como un monarca absoluto, revestido de poder sagrado como prevé la ley canónica. Según Jesús, debe presidir en el amor y fortalecer la fe de los hermanos y hermanas.
El segundo: dio centralidad al Pueblo de Dios, como destaca el Concilio Vaticano II, pero dejada de lado por los dos papas anteriores a favor de la jerarquía. El Papa Francisco pide humildemente al pueblo de Dios que rece por él y lo bendiga. Sólo después él bendecirá al pueblo de Dios. Esto significa que él está allí para servir y no para ser servido. Pide que le ayuden a construir un camino juntos  y clama por fraternidad pata toda la humanidad, donde los seres humanos no se reconocen como hermanos y hermanas sino atados a las fuerzas de la economía.
Por último, evita todo espectáculo de la figura del Papa. No extendió ambos brazos para saludar a la gente. Se quedó inmóvil, serio y sobrio, yo diría, casi asustado. Solamente se veía una figura blanca que saludaba con cariño a la gente. Pero irradiaba paz y confianza. Usó el humor hablando sin una retórica oficialista, como un pastor habla a sus fieles.
Vale la pena mencionar que es un Papa que viene de Gran Sur, donde están los más pobres de la humanidad y donde vive el 60% de los católicos. Con su experiencia como pastor, con una nueva visión de las cosas, desde abajo, podrá reformar la Curia, descentralizar la administración y dar un rostro nuevo y creíble a la Iglesia.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Todos necesitamos perdón


(Reflexión a Jn. 8, 1-11)
Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a "proclamar la liberación de los cautivos...y dar libertad a los oprimidos. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.
De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?
La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?
Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.
Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitan su perdón.
Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propio pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?
Los acusadores "se van retirando uno tras otro". Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo sino para salvarlo".
El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice "Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más".
Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que "Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva".
José Antonio Pagola

viernes, 8 de marzo de 2013

Con los brazos siempre abiertos


( Reflexión a Lc. 15, 1-3.11-32)
Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.
Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado "reprimida" en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía "la parábola del hijo pródigo", pero nunca la han escuchado en su corazón.
El verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: "Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado". Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.
A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.
El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre "lo vio" venir hambriento y humillado, y "se conmovió" hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.
Enseguida "echa a correr". No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. "Se le echó al cuello y se puso a besarlo". Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.
El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.
 El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.
Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que en el misterio último de la vida hay Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.
José Antonio Pagola

viernes, 1 de marzo de 2013

Antes que sea tarde


(Reflexión a Lc. 13, 1-9)
Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como Profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.
Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en esta Buena Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.
Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios". Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.
En cierta ocasión cuenta una pequeña parábola. Un propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año, viene a buscar fruto en ella y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando inútilmente un terreno, lo más razonable es cortarla.
Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no la quiere ver morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, a ver si da fruto.
El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, "el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento" o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.
Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia.
José Antonio Pagola