martes, 24 de abril de 2012

Aprendiendo a orar (7)


LA ORACIÓN ADULTA
¿PARA QUÉ VALE LA ORACIÓN?
Ya vamos viendo que lo central de la oración es escuchar, estar con Dios y dejarse querer y querer. Esto es lo importante.
Pero, de vez en cuando, nos surge la pregunta o nos viene de otros: ¿para qué sirve la oración?
Especialmente, cuando el ambiente religioso que tenemos alrededor está hinchado de oraciones de petición. Parecería que la oración es, fundamentalmente, un dirigirse a Dios para obtener algo de El.
Tenemos que combatir esta reducción de la oración a petición y a petición para lograr algo de Dios.
Una oración madura, adulta, en primer lugar, sabe que la oración es encuentro, comunicación amorosa con Dios.
¿Para qué sirve la oración? Sería lo mismo que preguntar: ¿”para qué sirve el amor, la amistad”? No para obtener cosas, sino para muchísimo más, para sentirse bien, ser feliz, ser yo mismo.
Sin amor no somos personas; sin contacto cercano, amistoso, amoroso, con Dios, no sabemos quién es Dios; como no sabemos quién es alguien si solo tenemos una relación comercial con él.
La oración para pedir y pedir bienes materiales es una oración idólatra: trata comercialmente a Dios y reduce a Dios a ser un dios supermercado o “solucionario” de nuestras limitaciones y necesidades.
El evangelio mismo nos lo enseña. Si comparamos dos textos sobre la oración de petición (Mt 7, 11 y Lc 11, 13), nos encontramos que mientras Mateo nos dice que el Padre nos dará “cosas buenas” a los que se las piden, Lucas avanza un paso más y dice que el Padre nos dará “Espíritu Santo” a quien se lo pida.
Es decir, las cosas buenas espirituales de Mateo, lo expresa Lucas diciendo que Dios se nos dará, se nos comunicará El mismo a nosotros, pues eso es el Espíritu Santo (=Dios en nosotros).
Aprendamos la lección: a la oración se va no a pedir cosas, sino a recibir a Dios mismo ya presente en nosotros (=Espíritu Santo).
En la oración de petición que espera lograr algo de Dios, además de mercantilismo hay una mala comprensión de Dios: se presenta el dios-solucionario, que además suele ser un dios-intervencionista en el mundo que manipula las cosas, acontecimientos a su placer y, a unos, les da enfermedades y accidentes y, a otros, bienes y trabajo; a unos buena suerte y a otros mala suerte.
En el fondo, no se acepta que Dios es el Creador del mundo, pero que ha dejado este mundo en nuestras manos, bajo nuestra responsabilidad.
El mundo funciona según las leyes que Dios mismo le ha dado: tiene un dinamismo divino, pero sigue sus propias leyes.
Se dice teológicamente: el mundo tiene su propia autonomía, como expresa el Vaticano II (L. G, 36; AA, 7b).
Todo esto nos lleva a comprender que Dios no hace nada sin nosotros. Siempre actúa en, con, a través nuestro, pero nunca sin nosotros.
Si entendemos así a Dios, entonces también entenderemos que la oración de petición de cosas y bienes para nosotros, es una oración no madura y corre el peligro de ser idólatra.
Sucede a menudo que la gente cuando dice que “pide a Dios” hace otras muchas cosas, además de pedir: expresa a Dios su situación, se confía a él, dice lo que desea respecto al mundo, a una necesidad o catástrofe, a una enfermedad de un ser querido… aunque no obtenga nada de Dios.
Es decir, aunque sólo saque el consuelo y la fuerza para seguir siendo fiel, luchar por mejorar este mundo, atender al ser querido en necesidad, etc.
Y es precisamente esto último lo que debiéramos pedir desde el principio: no que Dios cambie nada, como con una varita mágica, sino que me cambie a mí, mi corazón, mis sentimientos y mi disponibilidad.
De esta manera vamos viendo que la oración de petición suele ser muchas más cosas que eso. Por esta razón, es mejor que nos eduquemos y ayudemos a otros a entender que la oración no sólo es pedir; se puede dar gracias, desear, alabar, hacer actos de amor, de ofrecimiento de sí mismo, de adoración.
Se puede y debe, sobre todo, escuchar, estar con El y dejarnos querer y querer, porque Dios ya sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos (Mt 6,7-8).
Y Dios nos quiere hijos adultos y libres que cooperemos a hacer de este mundo, un mundo verdaderamente humano.
Por tanto, cambiemos el chip mental: no digamos tanto lo que Dios tiene que hacer por mí; no pidamos tanto, digamos más bien: “te presento Señor, tal necesidad, preocupación”, etc. Sabiendo que El desea estar intensamente conmigo para cambiarme a mí y así que yo le ayude a cambiar la realidad de este mundo.
Oremos diciendo: ¿”qué puedo hacer hoy Señor, por ti”?
SORDO Y MUDO.
Oh Dios, mi querido Dios,
tú eres mi padre-madre y me quieres muchísimo.
Pero eres sordo y no oyes mis súplicas,
aunque te llame a gritos cuando estoy angustiado.
Y, lógicamente, no respondes a mi llamada.
Oh Dios, mi querido Dios,
tú eres mi padre-madre y me amas infinitamente.
Pero eres mudo y no puedes hablarme,
cuando necesito orientaciones para decidir lo mejor.
Y, lógicamente, no me dices lo que debo hacer.
Tú me regalaste el Espíritu,
que me ilumina, me fortalece y me dinamiza.
Después te volviste sordo, mudo y ciego.
Oh Dios, mi querido Dios,
es maravillosa tu presencia y tu potencia,
ciega, sorda y muda,
en mi vida adulta y libre.
Patxi Loidi
completo en Subiendo a Jericó, 105

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