martes, 23 de julio de 2013

Tres llamadas de Jesús


(Comentario a Lc. 11, 1-13)
Yo os digo: Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá”. Es fácil que Jesús haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. Él sabía aprovechar las experiencias más sencillas de la vida para despertar la confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.       
Curiosamente, en ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.
Las tres llamadas de Jesús nos invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices diferentes. “Pedir” es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el perdón, la paz interior, la salvación. “Buscar” no es solo pedir. Es, además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno para todos. “Llamar” es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios cuando lo sentimos lejos.
La confianza de Jesús en el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: “el que pide, está recibiendo; el que busca, está hallando y al que llama, se le abre”. Jesús no dice que reciben concretamente lo que están pidiendo, que encuentran lo que andan buscando o que alcanzan lo que gritan. Su promesa es otra: a quienes confían en él, Dios se les da; quienes acuden a él, reciben “cosas buenas”.
Jesús no da explicaciones complicadas. Pone tres ejemplos que pueden entender los padres y las madres de todos los tiempos. “¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza de pan, le da una piedra de forma redonda como las que pueden ver por los caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que a veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?
Los padres no se burlan de sus hijos. No los engañan ni les dan algo que pueda hacerles daño sino “cosas buenas”. Jesús saca rápidamente la conclusión: “Cuánto más vuestro Padre del cielo dará su Espíritu Santo a los que se lo pidan”. Para Jesús, lo mejor que podemos pedir y recibir de Dios es su Aliento que sostiene y salva nuestra vida.
José Antonio Pagola

sábado, 20 de julio de 2013

Nada hay más necesario


(Reflexión a Lc. 10, 38-42)
El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.
Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.
En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?
La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.
 Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.
Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.
José Antonio Pagola

domingo, 14 de julio de 2013

No pasar de largo


(Reflexión a Lc. 10, 25-37)
“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. Para comprender la revolución que quiere introducir en la historia, hemos de leer con atención su relato del “buen samaritano”. En él se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.
En la cuneta de un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca”. Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos. Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros.
Lo decisivo es reaccionar y “acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. “Vete y haz tú lo mismo”.
José Antonio Pagola

domingo, 7 de julio de 2013

Sin miedo a la novedad


(Reflexión a Lc. 10, 1-12.17-20)
El Papa Francisco está llamando a la Iglesia a salir de sí misma olvidando miedos e intereses propios, para ponerse en contacto con la vida real de las gentes y hacer presente el Evangelio allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y trabajan.
Con su lenguaje inconfundible y sus palabras vivas y concretas, nos está abriendo los ojos para advertirnos del riesgo de una Iglesia que se asfixia en una actitud autodefensiva: “cuando la Iglesia se encierra, se enferma”; “prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una que esté enferma por encerrarse en sí misma”.
La consigna de Francisco es clara: “La Iglesia ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”. No está pensando en planteamientos teóricos, sino en pasos muy concretos: “Salgamos de nosotros mismos para encontrarnos con la pobreza”.
El Papa sabe lo que está diciendo. Quiere arrastrar a la Iglesia actual hacia una renovación evangélica profunda. No es fácil. “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros, si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida según nuestros esquemas, seguridades y gustos”.
Pero Francisco no tiene miedo a la “novedad de Dios”. En la fiesta de Pentecostés ha formulado a toda la Iglesia una pregunta decisiva a la que tendremos que ir respondiendo en los próximos años: “¿Estamos decididos a recorrer caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheraremos en estructuras caducas que han perdido la capacidad de respuesta?
No quiero ocultar mi alegría al ver que el Papa Francisco nos llama a reavivar en la Iglesia el aliento evangelizador que Jesús quiso que animara siempre a sus seguidores. El evangelista Lucas nos recuerda sus consignas. “Poneos en camino”. No hay que esperar a nada. No hemos de retener a Jesús dentro nuestras parroquias. Hay que darlo a conocer en la vida.
“No llevéis bolsas, alforjas ni sandalias de repuesto”. Hay que salir a la vida de manera sencilla y humilde. Sin privilegios ni estructuras de poder. El Evangelio no se impone por la fuerza. Se contagia desde la fe en Jesús y la confianza en el Padre.
Cuando entréis en una casa, decid :”Paz a esta casa”. Esto es lo primero. Dejad a un lado las condenas, curad a los enfermos, aliviad los sufrimientos que hay en el mundo. Decid a todos que Dios está cerca y nos quiere ver trabajando por una vida más humana. Esta es la gran noticia del reino de Dios.
José Antonio Pagola