6. LLAMA AL ESPÍRITU
Llama más a menudo al Espíritu Santo. Él solo puede purificarte, inspirarte, instruirte, inflamarte, “mediadorizarte”, fortificarte, fecundarte.
Es Él quien puede liberarte de todo espíritu mundano, de todo espíritu superficial, de todo espíritu utilitario.
Es Él quien te hace valorar exactamente las humillaciones, el sufrimiento, el esfuerzo, el mérito en la síntesis de la Redención.
Es Él quien proyecta un destello de nuestra sabiduría sobre tus disposiciones interiores conforme al plan de nuestra providencia.
Es Él quien garantiza a la fase meritoria de tu existencia su rendimiento total al servicio de la Iglesia.
Es Él quien te sugiere lo que has de hacer y te inspira lo que has de pedir para que yo pueda actuar por tu actividad y orar por tu oración.
Es Él quien mientras tú prosigues tus actividades te purifica de todo espíritu propio, de todo juicio propio, de todo amor propio, de toda voluntad propia.
Es Él quien mantiene tu vida centrada en mi amor. Es Él quien te impide apropiarte el bien que Él mismo te hace realizar.
Es Él quien prende fuego a tu corazón y le hace vibrar al unísono con el mío.
Es Él quien hace brotar en tu inteligencia esas ideas en las que nada te hacía pensar. Y la medida que Le eres dócil, es Él quien te inspira la decisión oportuna, tal comportamiento saludable, y así mismo tal retorno al desierto.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para desarrollar en ti el espíritu filial para con el Padre: Abba Pater, y el espíritu fraterno para con los demás.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para que tu oración quede centrada sobre la mía y pueda lograr toda su eficacia.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para que tu querer sea firme, inflexible, poderoso. Bien sabes que sin él tú tan sólo eres debilidad, fragilidad.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para gozar de la fecundidad que yo quiero para ti. Sin Él tú no eres sino polvo y esterilidad.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para ver todas las cosas como las veo yo, y para disponer de un índice indiscutible de referencia sobre el valor de los acontecimientos en la síntesis de la Historia vista por dentro.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para prepararte a lo que será tu vida definitiva y ayudarte a orar, a amar, a obrar como si llegases al paraíso.
Cree en la presencia del Espíritu Santo en ti. Él, empero, no puede obrar ni hacerte percibir su divina realidad más que si tú le llamas en unión con Nuestra Señora.
Llámale por ti, pero asimismo por los demás –pues en muchos corazones está como amordazado, atado, paralizado. Es la razón por la que el mundo demasiadas veces marcha mal.
Llámale en nombre de todos los que te salen al paso. Entrará en cada uno según la medida de su receptividad y progresivamente aumentará en cada uno su capacidad.
Llámale en nombre de todas las almas desconocidas que yo te confío y en favor de las cuales tu fidelidad puede lograr gracias valiosas.
Llámale sobre todo en nombre de los sacerdotes y de las almas consagradas, para que en el mundo de hoy se multipliquen los auténticos contemplativos.
El periodo posconciliar es siempre para la Iglesia un periodo delicado en el que la cizaña es sembrada de noche por el inimicus homo con el buen grano.
Quien aspira a mi Espíritu respira la caridad de mi Corazón
¡Cuánto mejor iría el mundo, cuánto más viva y unida estaría la Iglesia, si el Espíritu Santo fuese más ardientemente deseado y acatado con mayor fidelidad!
Pide a mi Madre que te incluya en el cenáculo de las almas pobres y pequeñas que, bajo su dirección materna, merecen para la Iglesia y para el mundo una efusión más abundante y más eficaz de mi Espíritu de amor.
Confianza, hijo mío, Yo quiero que se sienta, cada día más, mi vida palpitar en ti.
Todo lo que me ofreces, todo lo que haces, todo lo que me das, yo lo recibo como Salvador y en la unidad del Espíritu Santo, yo puedo, por mi parte, ofrecérselo al Padre purificado de toda ambigüedad humana, enriquecido con mi amor para beneficio de toda la Iglesia y de toda la humanidad.
¡Ojalá conocieses el poder de unión y de unificación del Espíritu Santo, Espíritu de unidad! Él obra suaviter et fortiter en lo íntimo de los corazones que lealmente se sujetan a su influencia. ¡Hay relativamente tan pocos hombres que le llamen de verdad! Esa es la razón por la que tantas naciones, tantas comunidades, tantas familias viven divididas.
Llámale para que haga crecer nuestra alegría trinitaria en tu alma, esta alegría inefable que dimana del hecho que cada una de nuestras personas, aun permaneciendo totalmente ella misma, se da sin reserva a las otras dos. Alegría total del don, del trueque, de la comunión incesante, en la que soñamos insertaros libremente.
Fuego de amor cuya única ambición es invadir, pero que, con relación a vosotros, está limitado en su acción y en su intensidad porque estáis distraídos y porque rehusáis entregaros a Mí.
Fuego que quisiera devoraros, no para destruiros, sino para transformaros, para transfiguraros en él –de tal manera que todo lo que toquéis se inflame por contacto-
Fuego de luz y de paz –porque yo pacifico todo lo que conquisto y comparto mi alegría luminosa con todo lo que asumo.
Fuego de unidad donde, respetando las legítimas y enriquecedoras virtualidades individuales, yo suprimo todo lo que divide y todo lo que se enfrenta, para asumirlo todo en mi amor. Pero tienes que desear aún con mayor fuerza mi llegada, mi crecimiento, mi toma de posesión, -tienes que desear la fidelidad al sacrificio y a la humildad, tienes que permitirme que yo me sirva de ti para manifestar la delicadeza de mi bondad.
¡Qué bajo la influencia de mi Espíritu, tú llegues a ser un incendiario de amor!
Siempre se gana tiempo cuando se utiliza el de ponerse bajo la influencia de mi Espíritu y cuando se me da el que yo pido.
El Espíritu Santo no deja de trabajar en lo íntimo de cada ser como en el interior de cada institución humana. Pero son indispensables los apóstoles fieles a sus inspiraciones –dóciles a la jerarquía que me representa y me continúa entre vosotros. Colaboración activa que significa dinamismo a mi servicio – haciendo fructificar lo mejor que podáis los talentos y los recursos, por limitados que sean, que yo os he impartido. Colaboración activa, es decir, fidelidad al trabajo en unión conmigo y en comunión con todos vuestros hermanos. Y todo eso, en la serenidad. Yo no os pido que carguéis sobre vuestros nervios la miseria del mundo, ni tan siquiera las crisis de mi Iglesia –pero sí que los llevéis en vuestro corazón, en vuestra oración y en vuestra oblación.
Mi Espíritu está contigo. Mi Espíritu es luz y vida.
Es luz toda interior sobre cualquier cosa que necesites saber y ver. Él no tiene que revelarte de antemano todos los designios del Padre, pero, en la fe, te proporciona las luces indispensables para tu vida interior y para tu actividad apostólica.
Es vida, es decir: movimiento, fecundidad, poder. Movimiento, ya que actúa por medio de sus impulsos discretos pero tan preciados, motiva tus aspiraciones, inspira tus deseos, orienta tus opciones, estimula tus esfuerzos. Fecundidad, ya que es Él el que aumenta mi vitalidad en ti y acrecienta tu ya innumerable posteridad. Él utiliza tu pobre vida y tus escasos recursos para obrar por ti y atraer hacia mí. Poder, ya que obra no estrepitosamente, sino como el aceite que penetra, empapa, fortalece y facilita la actividad humana impidiendo sus chirridos.
Cuando el Espíritu Santo se precipita sobre un ser humano, lo transforma en un hombre diferente, pues ese hombre se encuentra bajo el dominio directo de Dios.
Que se intensifique tu deseo de la venida más abundante del Espíritu Santo a ti y a la Iglesia. Tú mismo quedarás sorprendido por los frutos que producirá en ti y en aquellos en cuyo nombre le solicites.
No hay comentarios:
Publicar un comentario