Varias veces quisieron elegirle rey. Casi siempre después de haber hecho algún signo portentoso. El último lo ha realizado en Betania donde ha mostrado que Lázaro, que llevaba ya cuatro días sepultado y hasta olía mal, estaba vivo. Muchos que han conocido el signo le acompañan desde allí. Otros, que están ya en Jerusalén, y los que han escuchado lo que ha sucedido en Betania, salen a su encuentro al saber que llega. Todos necesitan salvación. Viven oprimidos por la institución judía y por los romanos. Ven en Jesús “al que llega en el nombre del Señor, el rey de Israel” (Jn. 12,13). Así lo aclaman y piden el remedio a su necesidad. Todos gritan "Hosanna", sálvanos. Entienden el Mesías salvador como heredero de David, el rey mítico exponente de la grandeza de Israel. El librará de la opresión y establecerá el reino, desde el poder, la fuerza y la violencia de las armas. Un Mesías, hijo de David por tanto parecido a su padre‑ poderoso y reformador.
La respuesta de Jesús es más que significativa: "encontró un borriquillo y se sentó en él (Jn.12, 14)”. Así responde a las aclamaciones. El no es Mesías como ellos lo ven. El asno no era el animal que utilizaban los reyes de Israel, sino la mula. Si lo era de la gente humilde. Él no es el Mesías Hijo de David, aunque descienda de él, es el Mesías Hijo de Dios, que en todo se parece a su Padre, que rechaza todo tipo de violencia y no ejerce otro poder y otra fuerza que la del amor, en la humildad de un servicio a los hombres hasta la muerte en cruz.
Sus propios discípulos no entienden el gesto, lo entenderán más tarde "cuando Jesús manifestó su gloria" (Jn. 12,16). Sucederá en "su Hora", cuando desde la cruz atraerá a todos hacia El. Allí mostrará como es su realeza y la calidad de su mesianismo.
Hoy, la comunidad cristiana le aclama no como los que vemos en el paso y que el viernes lo negaron, sino sintiéndose palma y olivo que, agitados por el viento del Espíritu, es movida a identificarse con su Salvador en su pasión, muerte y resurrección.
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