lunes, 2 de abril de 2012

XV.- El Calvario (Jn. 19, 2 5 -27)



Jesús no estuvo sólo ni en su entronización ni en su Hora. Junto a la cruz estaba María y otras mujeres. También el discípulo al que Él quería y los condenados con Él. Otros se mantenían lejos. En los desfiles procesionales no falta la escena del crucificado y, junto a la cruz, la madre y el discípulo amado. Era lógico que la madre estuviera allí. Del discípulo nunca se nos dice el nombre. Acompaña a Jesús siempre, goza de su intimidad, es su confidente, está presente junto a Él en toda su pasión arriesgando su propia vida. Sólo el evangelio de Juan nos relata esta escena que presenta el paso. Él no mira el hecho histórico y los personajes en cuanto tales sino en el significado teológico que descubre en cada uno. ¿Qué es lo que ve en el discípulo a quién Jesús quería?,  ¿qué ve también en la madre?, ¿por qué encarga a cada uno del otro respectivamente llamándoles madre e hijo?

Al no utilizar el nombre de la madre, que seria Maria, llamándola mujer, está claro que, para él, es una figura representativa de alguien que se ha identificado con Él hasta en su muerte, en el estar dispuesto a dar la vida como Él. El discípulo es llamado hijo de esa mujer sin nombre que le es fiel. No hace falta discurrir mucho para ver en la madre a la comunidad fiel a Dios, que ha vivido la alianza y ha confiado en el cumplimiento de la Promesa. Es todo el A. Testamento donde se ha gestado el Nuevo y que, al aparecer éste, se integra en él. Es madre porque engendra y se integra en el hijo engendrado. San Agustín lo vio así: “Novuni in Vetere latet et in Novo Vetus patet”. El hijo mira a su madre y desde aquella hora la acogió el discípulo en su casa (Jn.19, 25‑27).

Alzado en alto todo lo atrae hacia si, lo antiguo y lo nuevo. La Promesa está cumplida en esa cruz y la alianza se ha hecho nueva en la sangre. El discípulo representa la comunidad creyente identificada con Jesús en su vida y en su muerte, que debe reconocer su origen ‑mira a tu madre‑ que al cumplirse la Promesa se ha quedado sin casa, ha cumplido su misión y debe integrarse en la nueva comunidad que debe reconocer como hija suya, ser acogida “en su casa”.



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