lunes, 2 de abril de 2012

XVIII.- El Santo Entierro (Jn. 19, 39-4 l)



Choca la sobriedad con la que los evangelios narran el descendimiento y la sepultura de Jesús, sobre todo si la comparamos con las urnas, imágenes y procesiones del llamado santo entierro. Realmente no fue enterramiento ya que ninguno dice que fuera sepultado en tierra. Es más, todos los evangelios dicen que “lo pusieron” en un sepulcro nuevo, después de envolverlo en unas sábanas y que este sepulcro estaba en un huerto.

Cuando lo prendieron estaba también en un huerto. El huerto es signo de vida por esto choca el contraste intencionado en la narración entre la muerte y la vida. Si su entrega hasta la muerte comienza donde hay vida y su desenlace termina también donde hay vida, está claro que las narraciones están contemplando la muerte desde la vida y van preparando las escenas del acontecimiento de la resurrección. Esto se confirma al decirnos que “lo pusieron”, es como si vieran en el sepulcro nuevo el lecho nupcial y a Jesús, en unas sábanas, y untado de aromas. Ni era costumbre entonces utilizar sábanas, se hacia con vendas de lienzo, ni tampoco perfumes de mirra y áloe que si se usaban para perfumar la alcoba y los vestidos en las nupcias. Todo lo cual está diciendo que la muerte no ha tenido la última palabra sobre Jesús. La tiene la vida que está significada en el huerto ‑fuente de vida‑ en el sepulcro nuevo situado donde está la vida ‑donde no ha tenido antes presencia alguna la muerte‑, puesto en él -no sepultado‑ con sábanas y aromas que expresan más la cámara nupcial que el lugar donde impera la muerte. En Jesús, físicamente muerto, están contemplando el origen mismo de la vida.

Todo lo cual nos muestra que la autenticidad de nuestra fe se expresa en nuestras actitudes respecto de la muerte. Si entendemos la muerte trágicamente como una derrota estaremos sometidos a todos los miedos que nos privarán de la libertad necesaria para resistir a todo mal. También nos impedirá dar el testimonio, que nos demanda como discípulos, nuestra fe y nuestra apuesta por la vida. Jesús es el Salvador no la víctima. La muerte ha sido absorbida en la victoria (1ª Cor. 15, 54‑56).



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