No es un pan corriente lo que Jesús parte y reparte a sus discípulos. Aparentemente es como los demás panes pero, sobre ese pan Jesús ha dicho: "Tomad y comed; esto es mi cuerpo" (Mt. 26, 26), que significa "esto soy yo mismo". Cuerpo expresa la persona en cuanto es reconocible e identificable. El hombre entero en cuanto exterioriza su identidad. Entre sus manos el pan no reniega de su carácter de alimento, necesario para la vida, pero es transformado en alimento de vida eterna porque su condición natural ha sido cambiada por la condición de Aquel que sobre él confiesa su identidad. Sigue siendo alimento que, para dar vida, se asimila pero, al ser la Vida misma quién sobre él se pronuncia y en él se reconoce, la asimilación que de él se hace identifica y asimila a su propia persona.
El pan partido y la sangre derramada gritan a los creyentes y al mundo el insondable Misterio de una persona hasta la muerte entregada. El pan que se parte y se reparte, y el cáliz que se bebe y se comparte, son la expresión sacramental de lo que Jesús iba a realizar más tarde, llegada su Hora, donde su vida será partida y entregada. El pan y el vino consagrados en la mesa harán presente en ella el sacrificio redentor de Cristo. Allá donde se realice esta consagración se re‑presentará su inmolación y se compartirá. No será un simple recuerdo, ni tampoco un mero símbolo. La fuerza del Espíritu hará Presencia del recuerdo y actualizará su Memoria.
¿Por qué un Misterio sublime como éste quiso Jesús que lo viviéramos de una forma tan humilde y sencilla en una comida y una bebida? El quiso, mediante este sencillo banquete, que el significado y la realidad de su vida sacrificada y repartida fuera asimilada. Como se asimila y se hace nuestra la comida y la bebida que hacemos ordinariamente. Era la mejor expresión y el mejor modo para que pudiéramos identificamos y entrar en comunión con Él.
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