lunes, 2 de abril de 2012

XIII.- La Crucifixión (Mc 15, 22-24)



La cruz no estaba hecha para poner en ella a Jesús y sujetarlo con los clavos. Los reos llevaban el travesaño horizontal, que era al que clavaban al reo por las muñecas, luego era colocado sobre el madero vertical que estaba hincado en el suelo permanentemente pues servía para otras ejecuciones. Luego se clavaban los pies bien separadamente bien con un solo clavo. Era entonces cuando se formaba la cruz bien tal y como tradicionalmente la conocemos bien de otras formas. Interesa destacar que no estaba hecha, se hace en el momento de la crucifixión, aunque este era el destino del reo. Antes ofrecieron a Jesús "vino con mirra" pero Él no lo tomó, posiblemente para que aguantara los dolores de la crucifixión sin que se les muriera pues llegaba deshecho al monte de la Calavera.

Los imagineros, recogiéndolo de la piedad popular, nos presentan a un Jesús maltrecho acostado sobre la cruz a la que es clavado. Así también lo representa la iconografía religiosa aunque no sucediera exactamente así. Se ha dicho y repetido a lo largo de siglos en la predicación popular y en la enseñanza de los teólogos que Jesús se sometió a un precepto del Padre de morir en la cruz. Como si la cruz estuviera hecha y a ella se sometiera Jesús. Pero esto resulta inconcebible, la cruz no estaba hecha, se hace para su muerte. ¿Cómo el horror de una crucifixión puede ser la voluntad preceptiva del Padre para con su Hijo? A Dios no puede gustarle el horror del sacrificio sea de la forma que sea. Nunca admitió sacrificios de victimas humanas y tampoco le gustaron los sacrificios de animales (Hbr. 10, 4-9). Si le agrada el amor con que se realiza y la misericordia por la que se hace. Esto si le complace porque tiene el olor mismo de su divinidad “porque Él es amor”, (1ªJn. 4, 8). No había ningún otro precepto que el de amar salvando al hombre. Jesús lo vivió hasta las últimas consecuencias, esta fue su voluntad, hasta dar la vida.

Fueron los hombres los que formaron la cruz y dieron forma a su decisión de dar la vida: “Fuera, fuera, crucifícalo” (Jn. 19,15). El Padre, junto al Hijo, han respetado la voluntad errada de los hombres. La voluntad de los verdugos daba forma a la decisión de Jesús, hasta el odio de los verdugos fue puesto a su servicio: “Por eso me ama mi Padre, porque yo me desprendo de mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Está en mi mano desprenderme de ella y está en mi mano recobrarla. Este es el encargo que me ha dado el Padre” (Jn. 10, 17-18)



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