Por José Arregui
Miro
a Jesús de Nazaret en medio de esta crisis que no cesa de agravarse. No porque
piense que él –y mucho menos la fe cristiana– sea la única alternativa, ni
siquiera necesariamente la mejor. Simplemente, cada uno tiene sus raíces, y las
mías están en Jesús, a él le quiero y le sigo. Pero las raíces nos conducen a
lo más profundo, al agua y el humus que a todos nos nutren, al Fondo sin
nombre, a la Misericordia sin fondo, donde somos Uno.
Miro,
pues, a Jesús, en esta crisis global que padecemos, y en todas las crisis
profundas que padece nuestro pobre corazón. En él busco más que en ningún otro
aquel "gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos". En
él exploro chispitas de luz que permiten vislumbrar otro mundo posible y dar
pasitos hacia él.
Miro
a Jesús encarnado en cada uno de los rostros que lloran, en cada una de las
víctimas que padecen el paro y la pobreza creciente, pues él dijo una vez:
"Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo
hicisteis". Todo gobernante de este país o de cualquiera que se llame
cristiano debiera preguntarse: "¿Le negaría yo atención sanitaria a un
inmigrante porque no tiene papeles, si fuera Jesús? ¿Le mandaría al paro con
toda su familia porque el mercado financiero lo exige, si fuera Jesús?". Y
los grandes señores de la especulación financiera –que son, por mucho que
digan, los mayores responsables de los peores males y que no sé cómo pueden
llamarse cristianos–, ¿se atreverían a hundir en la miseria, con sus políticas
de precios y sus transacciones de capitales, a casi todos los habitantes de los
países más pobres y a las especies de seres vivientes en peligro de extinción,
si fueran Jesús? Pues lo son. Cada uno son Jesús. "A mí me lo hicisteis. A
Dios se lo hicisteis". Y no sé cómo el papa y los obispos no se lo
recuerdan a voz en grito todos los días a todas horas.
Miro
a Jesús y le oigo. Oigo de sus labios aquellas palabras de luz y de consuelo,
de gracia y liberación, que proclamó en Galilea hace dos mil años y que siguen
teniendo toda su actualidad. Son palabras certeras que desenmascaran la raíz
primera de esta crisis planetaria, que es la codicia, y trazan el horizonte de
otro mundo posible, realmente fraterno, con otra economía.
¿Qué
dijo Jesús? Empezó diciendo lo primero de todo: "Alegraos: el Reino de
Dios está cerca". Eran tiempos de dura crisis política, económica,
cultural, religiosa en Galilea y Judea. Y Jesús les dijo:
"¡Alegraos!". ¿Cómo que "alegraos"? Sí, alegraos, porque
está cerca el "Reino de Dios", que es como decir: un mundo justo,
bueno y feliz.
¿Qué
dijo Jesús a los pobres campesinos, pescadores y artesanos, hundidos en el paro
y la miseria? Les dijo: "Dichosos vosotros, los pobres, porque es vuestro
el Reino de Dios", es decir: porque todo va a cambiar, porque dejaréis de
sufrir la miseria, y porque está en vuestras manos transformar la situación.
¿Qué
dijo Jesús a los que por miedo sufrían –sufrimos–y a los que por miedo hacían
–hacemos- sufrir tanto? Les dijo insistiendo una y otra vez: "No
temáis". Mirad las flores del campo y las aves del cielo, cómo son felices
con poco. Mirad la semilla poderosa que crece. Es posible. El poder del bien es
siempre más grande, a pesar de todo. Vosotros podéis. Dios puede en vosotros.
¿Qué
dijo Jesús a los ricos terratenientes, a los ricos del campo y de las ciudades,
a los ricos del palacio y del templo? Les dijo severamente: "No podéis
servir a Dios y al dinero". Y ahí estaba la clave, ahí sigue estando. El
Dinero: esa divinidad en cuyo altar se sacrifica la vida, todo lo que haga
falta. Pues bien: o la Vida o el Dinero. Decidid si queréis servir a la Vida o
a las finanzas, a los Bancos, al Mercado con sus ajustes y crecimientos. Servid
a la Vida.
¿Qué
dijo Jesús a los unos y a los otros, a los tentados por el desaliento o por la
violencia en un mundo inhumano? Les dijo, y ahí se resumió: "Sed
compasivos, como vuestro padre del cielo es compasivo". Sed compasivos
como el Misterio del que todo proviene, donde todo se funda. Solo la bondad
crea. Solo la compasión cura. Solo la compasión libera. Solo la compasión es
verdaderamente subversiva y poderosa.
Son
palabras que concuerdan con la enseñanza inspirada de los profetas y profetisas
de todas las religiones o de fuera de toda religión. Son palabras que indican
el camino para crear un mundo nuevo de las cenizas de este mundo violento.
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