14. PÍDEME LA
INTELIGENCIA DE LA EUCARISTIA
No te canses de pedirme la inteligencia de la Eucaristía.
Contempla.
Lo que la
Eucaristía te ofrece.
Primero una presencia, después un remedio, por fin un alimento.
Una presencia: sí, mi presencia actual de Resucitado, presencia gloriosa aunque
humilde y escondida, presencia total como savia del Cuerpo Místico, presencia
viva y vivificante.
· Presencia activa, con una sola preocupación:
impregnar a todos los hombres, mis hermanos, llamados todos a ser mi plenitud,
prolongaciones de mí mismo – e incluirlos en el impulso que sin cesar me remite
al Padre.
· Presencia amorosa, pues yo estoy ahí para darme,
para purificar, para continuar por ti mi vida de oblación y tomar por mi cuenta
cuanto eres y cuanto haces.
Un remedio: contra el egoísmo, contra la soledad, contra la esterilidad.
· Contra el egoísmo, porque es imposible exponerse a
las radiaciones de la Hostia sin que se infiltren, sin que acaben por abrasar
el alma con el fuego de mi amor. En este caso, mi caridad purifica, ilumina,
intensifica, fortalece la llamita que ardía en tu corazón. La pacifica, la
unifica, la fecunda también orientándola al servicio de los demás para propagar
en ellos el incendio que yo vine a encender sobre la tierra.
· Contra la soledad, yo estoy ahí, cerca de ti, sin
abandonarte nunca ni con el pensamiento ni con la mirada. En mí tú encuentras a
María. En mí tú encuentras a todos los hombres, tus hermanos.
· Contra la esterilidad: El que mora en Mí y en quien
Yo moro, lleva mucho fruto – ese fruto invisible en la tierra, que no
descubriréis sino en la eternidad – pero es el único que cuenta: mi crecimiento
en las almas.
Un alimento: que enriquece, que espiritualiza, que universaliza.
Sí, yo vengo a ti como el
pan de Vida bajado del cielo para colmarte de mis gracias, de mis bendiciones,
para comunicarte el principio de toda virtud y de toda santidad, para hacerte
participar de mi humildad, de mi paciencia, de mi caridad, para hacerte
compartir mi visión de todas las cosas y mis designios sobre el mundo, para
darte la fuerza y el valor de emprender lo que te pido.
· Alimento que espiritualiza, purificando todo lo que
en ti tendería a animalizarte, que da a tu vida el impulso hacia Dios y prepara
tu progresiva divinización. Es evidente que esto no se puede realizar en una
sola vez, sino día tras día, por tu estado de comunión frecuente, tanto
espiritual como sacramental.
· Alimento que universaliza. Yo estoy en ti, yo vengo
a ti como el Dios hecho Hombre que lleva en Sí y compendia en Sí toda la creación,
pero más especialmente a la humanidad entera con sus miserias, sus necesidades,
sus aspiraciones, sus trabajos, sus penas y sus alegrías.
Quien en Mí comulga,
comulga con el mundo entero y acelera el movimiento del mundo hacía Mí.
Lo que te
pide la Eucaristía:
Primero una ATENCIÓN:
· A mi espera, humilde, discreta, silenciosas, pero tantas veces
angustiada.
¡Cuántas veces yo espero
de ti una palabra, un movimiento del corazón, un pensamiento espontáneo! ¡si supieses
cuánto lo necesito, por ti, por mí, por los demás! No me decepciones.
Tantas veces Yo estoy a
la puerta de tu corazón, y llamo…
¡Si supieses cómo Yo
escudriño los movimientos interiores de tu alma!
Naturalmente, yo no te
pido que fijes tu mente en mí constante y conscientemente. Lo esencial es que
la orientación de tu voluntad profunda sea Yo; empero, necesario es que no te
dejes corroer demasiado el espíritu por la bagatela, por lo que pasa a expensas
del que permanece en ti para ayudarte a permanecer en Él. Pídeme la gracia de
poner más frecuente y más intensamente tu atención en Mí, en lo que tal vez
tenga que decirte, pedirte o mandarte hacer.
Señor, hablad, vuestro
servidor os escucha.
Señor, ¿qué esperáis de
mí en este momento?
Señor, ¿qué queréis que
haga yo?
· A mi ternura, infinita, divina, exquisita de la que te hice probar algunas
dulzuras. ¡Ah, si en ella creyera la gente! ¡Si de veras creyeran que yo soy el
Dios bueno, tierno, solícito, ardiente deseoso de ayudaros, de amaros, de
alentaros, pendiente de vuestros esfuerzos, de vuestros adelantos, de vuestra
buena voluntad, siempre dispuestos a oíros, a escucharos, a otorgaros lo que
pedís!
· A mi impulso vital, que me impele a recapitularlo todo en mí para
ofrecérselo al Padre.
¿Piensas de verdad que
eso constituye toda mi vida, que es la razón de mi encarnación, de mi
eucaristía: uniros, reuniros, unificaros en Mí y arrebataros conmigo en el don
total de todo mi yo al Padre, para que el Padre sea, por Mí, todo en todos?
¿Piensas que yo no te
puedo asumir sino en la medida en que tú te das interiormente a Mí?
Entrégate
incondicionalmente a mi predominio. Ahora bien, para eso es indispensable que
prestes atención a mi deseo constante de
apoderarme de ti y de asimilarte, de asumirte, de tomarte por mi propia cuenta.
Esta atención te ayudará
a multiplicar, sin contención, por supuesto, tus donaciones interiores a mi Amor que serán como otros tantos impulsos del corazón para reunirse con mis
impulsos divinos.
Lo que la eucaristía te
pide a continuación es una ADHESIÓN: la adhesión de tu fe, de tu esperanza, de
tu caridad.
· Adhesión de tu fe que permitirá percibir mi presencia, mi actividad
irradiante, mi voluntad de unión contigo.
Ahora es cuando tienes
que amoldarte a mí, introducirte en mí, representar el papel de parte en el
gran todo que soy yo para ejecutar la espléndida partitura de mi Amor a la
Gloria del padre. Quédate más pendiente, más atento a mis deseos, si los
quieres conocer. Ofréceme tu oído interior para entender lo que te pido.
Cree en mi trascendencia.
Lo mismo que cuanto más
progresa un sabio en una ciencia, tanto mayor cuenta se da de que no sabe nada
en comparación con lo que debería saber – y los límites del saber se pierden en
unas lejanías que le causan vértigo…
…así, cuanto más tú me
conozcas, tanto más experimentarás que lo que en mí es incognoscible resulta
mucho más cuantioso que todo lo que de mí puedes conocer.
Mas asimismo cree en mi
inmanencia. Puesto que tal cual yo soy, he aceptado hacerme uno de vosotros. Yo
soy dios, he aceptado hacerme uno de vosotros. Yo soy Dios entre vosotros, Dios
con vosotros, el Enmanuel. Yo he vivido vuestra vida y continúo viviéndola
mediante cada uno de los miembros de mi humanidad. No es necesario ir a
buscarme muy lejos para encontrarme, y encontrarme auténticamente. ¡Ah si
supieseis lo que es un Dios que se da!
· Adhesión más plena de tu
esperanza.
Si tuvieses mayor
confianza en el asoleo que te procura el cara a cara conmigo en la hostia, ¡ya
vendrías más gustoso a exponerte a los rayos de mi influencia! Y ¡cómo te
gustaría dejarte penetras por mis irradiaciones divinas!
¡No temas que te quemen!
Teme más bien el descuidarlas y el no aprovecharlas bastante para beneficio de
los demás.
Tú ya crees en todo eso,
pero demás tienes que sacar las consecuencias prácticas. Si actualmente yo
limito tu actividad exterior, es para incrementar las posibilidades de tu
actividad interior. Ahora bien, tú no tendrás fecundidad más que si vienes, por
largo tiempo, a recargarte junto a mí, vivo en el sacramento de mi amor.
¡Hace tanto tiempo que yo
vivo en la Hostia bajo tu mismo techo!
Sí, ya lo sé, hay que
renunciar a muchas cosas secundarias, aparentemente más urgentes y más
agradables, para consagrarte y consagrar algún tiempo a montar la guardia junto
a mí. Pero ¿No es preciso renunciarse para seguirme?
Sí, lo sé muy bien.
Tienes miedo de no saber ni qué decir ni qué hacer. Tienes miedo de perder tu
tiempo. Sin embargo, como más de una vez tú lo has experimentado, yo estoy
siempre dispuesto a inspirarte, lo que tienes que decirme y a sugerirte lo que
me tienes que pedir – y ¿no es verdad que después de algunos momentos de
silencio y de comunión interior, tú te sientes más fervoroso y más amante?
¿Y entonces?
· Adhesión más plena de tu
amor.
¿Hay alguna palabra que
exprese realidades tan diferentes, sentimientos aparentemente tan opuestos?
Amar es salir de sí. Es
pensar en el ser amado antes de pensar en sí. Es vivir para él, ponerlo todo en
común con él, unirse a él, identificarse con él.
¿De dónde sacar el
impulso oblativo del verdadero amor sino de la Hostia que es, por excelencia,
la oblación total y substancial?
Comulga con frecuencia en
espíritu en el fuego que “arde” en la Eucaristía.
Trata de hacer pasar
dentro de ti algo de los sentimientos ardientes de mi corazón. Aspira y
expresa. Haz de vez en cuando algunas series de aspiración y de expresión
amorosas. Esos “ejercicios” fortalecerán el potencial de amor que yo deposité
incoativamente en el día de tu bautismo, y que yo tanto quisiera desarrollar
con ocasión de cada una de tus comuniones. Entonces, tu adhesión a mí será
profunda y sólida. Con la repetición de esas prácticas, tú te dispondrás a no
hacer más que uno conmigo y a dejarte absorber por mi divina e inenarrable
Dulzura.
Lo que la Eucaristía te
pide es absorberme y dejarte absorber por mí – hasta el punto de que ambos ya
no seamos más que uno bajo la influencia del Espíritu – y eso para Gloria del
Padre. Como la gota del rocío absorbe el rayo de sol que la hace centellear y
finalmente se deja absorber por él – como el hierro absorbe el fuego que le
penetra y se deja absorber por él hasta el punto de hacerse fuego también,
luminoso, ardiente y maleable como él – así debes tú absorberme y dejarte
absorber por mí.
Mas eso no se puede
conseguir sino bajo la influencia de mi Espíritu que predispone el tuyo y lo
adapta a mi entrada en ti. Son hijos de Dios los que se dejan conducir por el
Espíritu Santo. Pídele con frecuencia que obre en ti. Él mismo es Fuego
devorador.
Esta absorción recíproca
propenderá a una verdadera fusión. Entonces, tú razón de vivir, de hacer todo
lo que tienes que hacer, de soportar los sufrimientos que yo te proporciono,
seré yo. Mihi vivere Christus est.
Esa es la verdadera comunión, y a esa comunión tiende la Eucaristía.
Bajo la irradiación eucarística es como tú enriqueces tu alma a mi
presencia – iba casi a decir de mi perfume. A ti te toca captarlo, conservarlo
largo tiempo y perfumar con él a tus vecinos. ¿Hay algo más silencioso y al
mismo tiempo más penetrante y más elocuente que un perfume?
(Habiendo oído estos últimos días varias
críticas contra las Horas Santas, las Exposiciones del Santísimo Sacramento y
las “Bendiciones”, yo le preguntaba lo que de ellas había que pensar).
Sí, yo deseo ser expuesto a vuestras miradas en el Sacramento de la
Eucaristía, no es por mí, es por vosotros.
Mejor que nadie sé yo hasta qué punto vuestra fe necesita, para fijar su
atención, ser atraída por un signo que exprese una realidad divina. Vuestra
adoración necesita con frecuencia sustentar la mirada de vuestra fe por la
vista de la Hostia consagrada.
Esto es una concesión a la debilidad humana pero está en perfecta
conformidad con las leyes de la psicología. Además, la expresión de un
sentimiento lo refuerza – y el ceremonial de las luces, del incienso y de los
cánticos, por modesto que sea, predispone al alma a adquirir en la fe una
conciencia más lúcida, aunque siempre imperfecta, de la presencia transcendente
de Dios.
Aquí es la ley de la Encarnación la que tercia; mientras vivís en la
tierra, vosotros no sois ni espíritus puros, ni inteligencias abstractas; es,
pues, indispensable que todo vuestro ser, físico y moral, coopere en la
expresión de vuestro amor para intensificarlo.
A ciertos privilegiados les es posible pasarse sin ellas, por lo menos
durante algún tiempo, pero ¿por qué privar a la masa de los hombres de buena
voluntad de lo que les puede ayudar a orar mejor, a unirse mejor, a amar mejor?
¿No he manifestado yo, a lo largo de la historia, muchas veces y manera
diferente, mi divina condescendencia para con todos estos medios exteriores que
favorecen en muchas almas la educación de la devoción y las incitan a más amor?
¿Creen ellos que bajo el pretexto de simplificación radical, se evitaría
el fariseísmo de quien se estima más puro que los demás? ¿Creen ellos que se
estimulará más la fe y el amor de los hombres sencillos que quieren venir a mí
con un corazón de niño?
Los seres humanos necesitan fiestas y demostraciones destinadas a su
inteligencia por medio de su sensibilidad y que estas fiestas les den ya, de
antemano, un gusto anticipado, por no decir una nostalgia de las bodas eternas.
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