16. SE TODO BONDAD,
CARIDAD, ACOGIDA, BENEVOLENCIA
No tengas sino pensamientos
de benevolencia, palabras de benevolencia, aun cuando debas rectificar,
enderezar, corregir.
Habla de las cualidades de
los demás, nunca de sus defectos.
Ámales a todos. Ábreles
interiormente los brazos. Envíales las ondas de felicidad, de salud, de
santidad que has acumulado para ellos. Todos serían mejores si se sintiesen más
amados.
La gran historia del mundo
es la historia secreta – a través de los acontecimientos – de la aceleración o
de la pérdida de velocidad o de intensidad de la caridad en los corazones…
caridad oblativa, naturalmente, caridad a base de ascesis, de olvido de sí
mismo en provecho de los demás.
Lo importante de tu misión
es, interiormente, contribuir a que haya
una corriente más intensa de amor circulando por el mundo.
¿Por qué no intentas
cautivar, complacer a los demás? Si lo pensaras, fácil te sería. Olvidarse a sí
mismo, postergar sus preocupaciones para pensar en los demás y en lo que les
podría agradar, sembrar una pizca de alegría a su alrededor, ¿no es contribuir
a vendar muchas heridas, a mitigar muchas penas? Yo os he colocado al lado de
vuestros hermanos para facilitaros el ejercicio del don.
Pídeme el gusto del don, el
sentido del don. Es una gracia que puedes conseguir. Es una costumbre que
puedes adquirir. Es un hábito de pensamiento o mejor aún una rutina del
corazón. María ha sido don total de sí misma. Que ella te consiga el don de la
disponibilidad.
Sonríe a todo, aun cuando
te sientas decaído, achacoso. Mayor es el mérito. Yo vincularé una gracia a tu
sonrisa.
Acoge cada vez mejor a los
demás. Esa es tu forma de caridad. Naturalmente, eso te pide que renuncies a lo
que te concierne pero, lo sabes por experiencia, nunca has tenido que lamentar
una opción en favor de los demás. Yo nunca me dejo vencer en generosidad.
Si los cristianos fuesen
buenos los unos para con los otros, cambiaría la faz del mundo. Es esa una
verdad elemental pero ¡olvidada con tanta facilidad!
¿Por qué, con frecuencia,
tanta hiel, tanto desdén, tanta indiferencia, cuando un poco de simpatía
bastaría para acercar las almas y abrir los corazones?
Esfuérzate, en el puesto
que ocupas, por ser un testigo de mi divina benevolencia para con todos. Mi
benevolencia está hecha de respeto y de amor, de optimismo y de confianza. Sin
duda, se encuentran algunos que abusan, pero no son mayoría y además ¿quién
puede señalar las circunstancias atenuantes de su responsabilidad?
Ver en cada uno o, por lo
menos, adivinar lo mejor que tiene. Hacer una llamada a lo que en él es anhelo
de pureza, de don de sí, incluso de sacrificio.
La caridad fraterna es la
medida de mi crecimiento en el mundo. Ora para que ella se incremente. Así me
ayudarás a crecer.
Quien no comparte la carga
de los demás no es digno de tener hermanos.
Todo se reduce a las
maneras: una sonrisa amable, una acogida afable, el desvelo por el otro, una
cortesía gratuita, una voluntad discreta de no hablar sino bien de los
demás…¡Cuántos modales pueden ser para muchos otros tantos rayos de sol! Un
rayo de sol, parece como que no tiene consistencia. Lo cierto es que ilumina,
calienta y brilla.
Sé bueno para con todos. Yo
nunca te reprocharé un exceso de bondad. Eso exigirá de ti mucho desinterés,
pero créeme, yo considero como hechas a mí mismo todas las amabilidades que
manifiestas a los demás – y para mí será una alegría el devolvértelas
centuplicadas.
Pide con frecuencia al
Espíritu Santo que te proporcione ocasiones de ser bueno.
Yo no te pido nada imposible,
ni difícil, sino el conservar esa disposición íntima de desear que a tu
alrededor todos sean felices, consolados y reconfortados.
Así es como se ama a los
demás en espíritu y en verdad, y no de manera abstracta y teórica – y
frecuentemente es en los humildes detalles de la vida cotidiana donde se
verifica la autenticidad de una caridad que es la prolongación y la expresión
de la mía.
¿Cómo quieres que los
hombres se sientan amados por mí si los que me continúan sobre la tierra no les
ofrecen un testimonio manifiesto de mi amor?
Desea ardientemente, en
nombre de todos, lo que yo mismo deseo para cada uno de ellos.
A la raíz de muchas
agresividades, se encuentra, casi siempre, un elemento más o menos consciente
de frustración.
El hombre, creado a mi imagen,
ha sido plasmado para amar y ser amado. Cuando es víctima de una injusticia, de
una falta de cariño o de deferencia, se repliega sobre sí mismo y busca una
compensación en el odio o en la maldad. Gradualmente el hombre se convierte en
un lobo para el hombre. Es la puerta abierta a todas las violencias y a todas
las guerras. Así se explican, por una parte, mi extremada indulgencia y, por
otra, mi insistencia sobre el mandamiento del amor, tal como os lo ha
transmitido San Juan.
Recuerda con frecuencia las
almas desamparadas del vasto mundo:
· Las desamparadas
físicamente, víctimas de las guerras, obligadas a buscar refugio lejos de su
hogar, por caminos interminables – víctimas de la enfermedad, de los achaques,
de la agonía.
· Las desamparadas
moralmente, víctimas del primer pecado, víctimas del abandono, víctimas de la
noche oscura.
· Las almas
sacerdotales postradas, en las que sopla el viento de la rebeldía y que no
encuentran sino indiferencia y desprecio de parte de quienes están más
obligados a socorrerles.
· Las almas de los
esposos destrozados por el hastío de la saturación, por el nerviosismo del
agotamiento, por la exasperación de sus caracteres antagónicos – siempre a
merced de una palabra o de un gesto desafortunado – olvidando que su amor, para
perdurar, tiene que venir a purificarse y alimentarse en Mí.
· Las almas de los
ancianos que se niegan a la nueva juventud de la última edad como preparación a
la transfiguración eterna; que temen la muerte, despilfarran sus últimas
fuerzas en la amargura, la crítica y la rebeldía.
¡Cuán numerosas son, en el
mundo entero, las almas que, por desgracia, han perdido la satisfacción del
luchar y del vivir, ignorando que soy yo mismo el secreto de la verdadera
felicidad hasta en medio de las coyunturas más desventuradas!
Envía frecuentemente a
través del mundo ondas de simpatía, de bondad, de aliento. Todo eso, yo lo
transformo en gracias de consuelo que confortan los ánimos. Ayúdame a hacer más
felices a los hombres. Sé un auténtico testigo del Evangelio. Da a los que te
ven, a los que se te acercan, a los que te oyen, la impresión de tener una
Buena Noticia que anunciarles.
Tal proceder, aparentemente
incomprensible, logrará todo su valor con la secuencia de los arrepentimientos,
de las satisfacciones y… de mis perdones – en la visión global de cada
existencia considerada y colocada en el conjunto del Cuerpo místico.
Yo soy optimista a pesar de
todas las ruindades y de todas las felonías.
Tú tienes que amar con mi
Corazón para ver con mis ojos. Sólo así participarás de mi extremada
magnanimidad y de mi inalterable indulgencia.
Yo no veo las cosas como
las veis vosotros, que os hipnotizáis sobre un detalle insignificante y
desdeñáis la visión del conjunto. Por otra parte, ¡cuántos elementos os pasan
desapercibidos!: intención profunda, hábitos adquiridos que se han vuelto
inveterados y atenúan considerablemente la responsabilidad, emotividad pueril
que crea la inestabilidad – sin hablar de los atavismos escondidos e ignorados
hasta por los mismos interesados.
¡Si los cristianos que son
mis miembros aceptasen cada mañana aspirar algo de la caridad de mi Corazón
para aquellos que encuentren o de los que tengan que hablar durante el día, la
caridad fraterna sería otra cosa que un tema gastado de discursos o de predicación.
Sé todo bondad.
Bondad hecha de
benevolencia, de “benedicencia”, de beneficencia sin el menor complejo de
superioridad, sino con todo cariño y humildad.
Bondad que se expresa por
el garbo de la acogida, por la servicialidad, por la búsqueda de la felicidad
ajena.
Bondad que se origina en mi
corazón y más profundamente enel seno de nuestra vida trinitaria.
Bondad que dona y perdona
hasta el punto de olvidar las ofensas como si nunca hubiesen existido.
Bondad que tiende sus
manos, su espíritu y, más que todo, su corazón hacia Mí en el otro, sin
estrépito de palabras ni demostraciones contemplativas.
Bondad que alienta, que
consuela, que reconforta y ayuda discretamente al otro a superarse a sí mismo.
Bondad que me revela mucho
más inequívocamente que los más bellos sermones y me granjea los corazones
mucho más eficazmente que los discursos más elocuentes.
Bondad hecha de sencillez,
de dulzura, de esa caridad genuina que se preocupa por el más mínimo detalle al
mismo tiempo que crea un ambiente de simpatía.
Pide muchas veces esta
gracia en unión con María. Es un don que yo nunca rehúso y que muchos
recibirían si más me lo pidieran.
Implóralo para todos tus
hermanos y contribuye de esta manera a elevar algo más el nivel de la bondad,
de mi Bondad, en el mundo.
Sé un reflejo, una
expresión viva de mi bondad. Dirígete a Mí a través de los que encuentres.
Verás entonces cuán fácil es mostrarse positivo, abierto y acogedor.
Pon cada día más bondad en
tu alma para que se refleje sobre tu rostro, en tus ojos, en tu sonrisa y hasta
en el tono de tu voz y en toda tu conducta.
Los jóvenes perdonan
gustosamente a los ancianos su edad si los encuentran bondadosos.
Tú has notado sin duda cómo
la bondad, la indulgencia, la benignidad aureolan la frente de los ancianos.
Sí, pero eso exige toda una serie de pequeños esfuerzos y de opciones generosas
en favor de los demás. La tercera edad, es por excelencia, la edad del olvido
de sí mismo al divisar como inminente mi Presencia.
Los ancianos no son
inútiles ni mucho menos, si, en medio de sus limitaciones progresivas, de sus
mermas aparentes o escondidas, saben encontrar en mí el secreto de la caridad,
de la humildad y de la alegría a pesar de los pesares. Su serenidad puede
revelarme a muchos de los que les frecuentan y atraer hacia mí a muchos jóvenes
que piensan poderse pasar sin mí porque se sienten fuertes y lozanos.
Donde se encuentren el amor
y la caridad, ahí ESTOY YO para bendecir, para purificar, para proporcionar
fecundidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario