20. MIRA LA MUERTE
CON CONFIANZA
Otros han predicado los
terrores de la muerte. Tú, predica las alegrías de la muerte.
“Yo
vendré a vosotros como un ladrón”. Esto lo dije no para espantaros, sino por
amor, para que estéis siempre preparados, y para que viváis cada instante como
quisierais haberlo vivido en el momento de vuestro nacimiento a la vida
definitiva.
Si los hombres mirasen más su vida en el
retrovisor de la muerte, ya le darían su verdadero significado.
Por eso, que no consideren
la muerte con espanto, sino con confianza, y que así comprendan todo el precio
de la fase meritoria de su existencia.
Vive sobre la tierra como
si volvieses del cielo. Sé en ella el hombre que vuelve del más allá. Eres un
muerto postergado. Mucho ha que hubieses debido entrar en la eternidad y
¿quién, en la actualidad, hablaría de ti sobre la tierra?
Yo te consiento aún varios
años en la tierra para que en ella vivas una vida impregnada de nostalgia, en
la que se vislumbre un destello de nuestra morada.
¿No te he dado bastantes
pruebas de mi solicitud? Y entonces, ¿qué temes? Yo estoy siempre ahí y siempre
cerca de ti, hasta cuando todo parece derrumbarse, hasta, y sobretodo, en el
momento de tu muerte. Verás entonces lo que son mis dos brazos, cuando se
cierren sobre ti y te estrechen contra mi Corazón. Descubrirás para qué y para
quien habrán sido útiles tus trabajos, tus sufrimientos. Me darás las gracias
por haberte conducido como te conduje, preservándote muy a menudo de muchos
peligros de orden físico y moral, conduciéndote por caminos insospechados,
desconcertantes algunas veces, pero haciendo de tu vida una unidad profunda en
pro de tus hermanos.
Tú me darás las gracias
porque comprenderás mejor la conducta de tu Dios para contigo y con los demás.
Tu cántico de acción de gracias se irá ampliando a medida que vayas
descubriendo las misericordias del Señor para contigo y con el mundo.
Sin efusión de sangre no
hay remisión. Mi Sangre no puede cumplir con su inapreciable cometido de
expiación eficaz sino en la medida en que la humanidad consienta en mezclar
algunas gotitas de su sangre con la Sangre de mi Pasión.
No dejes de ofrecerme la
muerte de los hombres para que vivan de mi vida.
Como si estuvieses llegando
al cielo, ora, dame los buenos días, ama, muévete y alégrate.
Imagina lo que será nuestro
encuentro en la luz. Precisamente para eso fuiste creado, para eso has
trabajado y sufrido. Llegará un día en el que, cuando llegue tu hora, yo te
recoja. Piénsalo a cada paso y ofréceme de antemano la hora de tu muerte
uniéndola a la mía.
Asimismo no dejes de pensar
en lo que será el más allá de la muerte: la alegría sin fin de un alma
irradiada de luz y de amor, capaz de vivir en plenitud el ímpetu oblativo de
todo su ser por mí hacia el Padre y recibiendo por mí, procedente del Padre,
toda la riqueza de la Juventud divina.
Sí, mira la muerte con
confianza y aprovecha el final de tu vida para prepararte a ella con amor.
Piensa en la muerte de
todos los hombres, tus hermanos: 300.000 por día. ¡Qué poder de corredención
todo eso representa si fuese ofrecido! No lo olvides: “oportet sacerdotem offerre”. Te toca a ti ofrecer en nombre de
quienes no lo piensan. Es una de las maneras más eficaces de valorizar mi
sacrificio del Calvario y de enriquecer tu misa de cada día.
¡Hay tantos que ni
sospechan que yo les voy a llamar esta tarde! ¡Tantos accidentes de la
carretera, tantas trombosis brutales, tantas causas imprevistas! ¡Hay asimismo
tantos enfermos que no barruntan la gravedad de su estado!
Duérmete en mis brazos cada
noche. Así es como morirás y entrarás en el paraíso, cuando llegue el momento
del gran Encuentro.
Hazlo todo pensando en
aquel momento. Eso te ayudará en muchas circunstancias, a guardar tu serenidad
sin entorpecer tu dinamismo.
Yo, por amor por ti, acepté
morir. Tú no puedes darme mayor prueba de amor que aceptando morir en unión
conmigo.
No sufrirás el menor
desengaño. Deslumbrado por los esplendores exaltantes que vayas descubriendo,
no tendrás más que un solo pesar: el de no haber amado bastante.
Continúa uniendo con
frecuencia tu muerte a la mía y ofreciéndola al padre por las manos de María,
bajo el impulso del Espíritu Santo.
En nombre de tu muerte
unida a la mía, tú puedes asimismo solicitar auxilios oportunos para mejor
vivir, hoy por hoy, conforme a la caridad divina. Nada hay que de esta manera
no puedas conseguir. Aprovecha, pues, la oportunidad.
Que tu corazón esté cada
día más abierto a mi misericordia, confiando humildemente en mi ternura divina
que te envuelve por todas partes y fecunda invisiblemente tus actividades más
ordinarias dándoles un valor espiritual que trasciende el tiempo.
¿Para qué sirve el vivir si
no es para crecer en el amor? ¿Para que sirve el morir si no es para dilatar
eternamente su amor y dilatarse en él por siempre jamás?
Hijo mío querido, yo te he
hecho presentir algo de lo que puede ser la fiesta del cielo, más lo que tan
confusamente has divisado no es nada comparado con la realidad. Entonces verás
hasta qué punto yo he sido y soy un Dios tierno y amante. Comprenderás por qué
yo me empeño en que los hombres se amen unos a otros, se perdonen y se asistan
recíprocamente. Entenderás el por qué espiritualizador y purificador de la
paciencia y del dolor.
El que sin cesar vayas
descubriendo nuevas profundidades divinas, será una aventura primorosa y
apasionante. El ser impregnado por mi divinidad te transfigurará y te hará ver
a todos tus hermanos transfigurados ellos también, en una acción de gracias
común y exaltante.
Créeme, las fiestas
litúrgicas de la tierra que tienen sus múltiples razones de ser, no son sino la
prefiguración de las festividades eternas que nunca hastían y mantienen el
alma, por una parte,, siempre harta y, por otra, incesantemente hambrienta.
Yo he vivificado el mundo
por mi muerte. Y es siempre por la oblación de mi muerte como yo puedo
continuar dando a los hombres la vida. Pero necesito un suplemento de muertes
para vencer – sin menoscabar su libertad – las dudas, las reticencias, las
resistencias de los que no quieren oír mi llamada o que, habiéndola oído, no
quieren dejarme penetrar en su corazón.
¡El cielo, soy yo! ¡Sólo en
la medida en que, conforme a vuestro grado de caridad, podáis ser asumidos por
mí, vosotros saborearéis la alegría infinita y recibiréis del Padre toda luz y
toda gloria!
Entonces ya no habrá ni
llanto, ni dolor, ni ignorancia, ni inadvertencia, ni envidia, ni equivocación,
ni pequeñeces, sino acción de gracias filial respecto a la Santísima Trinidad y
acción de gracias fraterna de unos para con otros.
Naturalmente os acordaréis
de los pormenores de vuestra vida terrenal, pero los veréis en la síntesis del
amor que los ha permitido, transfigurado, purificado.
¡Cuán grande y gozosa será
vuestra humildad! Ella os hará transparentes como el cristal a todos los
reflejos de la divina misericordia.
Sí, vosotros vibraréis al
unísono con mi Corazón y en perfecta armonía de unos con otros, reconociéndoos
como bienhechores recíprocos y contemplando la fracción de causalidad que, para
la felicidad de todos, yo mismo os proporcioné.
Sí, tendrás una muerte
alegre, rápida y amorosa. El paso no es largo ara quien expira en un acto de
amor y se reúne conmigo en la luz. Ten confianza en mí. Como estuve contigo en
cada momento de tu vida terrenal, así estaré contigo en el momento de tu
entrada en la Vida Eterna, y mi Madre, que tan buena se ha mostrado contigo,
estará presente, Ella también, toda dulzura, toda mamá.
¿Piensas tantas veces como
debieras en tus compañeros del purgatorio que no pueden conseguir su progresiva
incandescencia luminosa por sus propios medios? Necesitan que uno de sus
hermanos de la tierra les merezca lo que ellos mismo hubiesen logrado
realizando antes de morir la opción de amor que tú haces en su nombre.
Ahí tienes el porqué de tu
permanencia en la tierra y el de la prolongación de la vida humana. Si los ancianos
estuviesen mejor informados de su poder y de las repercusiones de sus humildes
oblaciones meritorias en favor de sus hermanos de la tierra y de los del más
allá, comprenderían mejor el precio de sus últimos años, durante los cuales
pueden, en la paz y en la serenidad, alcanzar tantas gracias para los demás y,
al mismo tiempo, lograr para sí mismos un aumento no despreciable de luz y de
alegría eternas.
La muerte les sería más
placentera pues yo prometo una gracia especial de asistencia en ese gran momento
a todos los que hayan vivido para los demás antes que para sí. ¿No consiste en
eso precisamente el amor? ¿No es así, por medio de sacrificios insignificantes,
como uno se prepara a morir amando?
Yo conozco la hora y la
modalidad de tu muerte, pero ten por seguro que soy yo quien la he escogido
para ti, con todo mi amor, para dar a tu vida terrestre su máximo de fecundidad
espiritual. Feliz serás al abandonar tu cuerpo para entrar definitivamente en
mí.
En ese gran momento de tu
última salida, con mi Presencia dispondrás de todas las gracias indispensables,
actualmente insospechadas. Y es la medida de tu amor la que te permitirá
cooperar con estas gracias a plenitud.
Cada uno muere como ha
vivido. Si tú vives de amor, así te encontrará la muerte y expiarás en un
suspiro de amor.
Yo mismo me encuentro al
final de tu carrera, después de haber sido a lo largo de tu vida tu Compañero
de camino. Tú, empero, aprovecha cada día mejor el tiempo que te separa del
gran encuentro: cada hora, únete a mi oración, comulga con mi oblación,
deslízate en mis ímpetus de amor. Aspira con frecuencia a mi Espíritu. Abrázale
en tus respiraciones para reavivar los latidos de tu corazón. ¿No es por Él por
quien se difunde en ti la Caridad de tu Dios?
Saca del pensamiento del
Cielo que te espera la alegría en medio de los sufrimientos y el optimismo en
medio de los trastornos del momento. Predica este optimismo a los espíritus
desalentados. El que la tempestad arrecie y embista la barca de mi Iglesia no
es una razón para perder la cabeza.
¿No soy yo el que permanece
en ella hasta la consumación de los siglos? En lugar de descorazonaros, lanzad
vuestras llamadas hacia mí: Señor, sálvanos que perecemos. Acrecentad vuestra
fe en mi presencia y en mi poder.
Entonces comprobaréis mi
ternura y verificaréis mi inagotable misericordia.
La manera de encararos con
la muerte ha de ser para vosotros cuestión de fe, cuestión de confianza,
cuestión de amor.
¡Fe! Esta percepción
del cielo no puede directamente responder a imagen de experiencia alguna pues
excede toda impresión sensible, y eso es lo que os hace posible el merecimiento
durante la fase terrestre de vuestra existencia – porque ¿dónde estaría el
mérito si pudieses conocerlo todo por adelantado? Cada cosa a su tiempo.
¡Confianza! Porque lo que no
sabéis por experiencia directa, lo podéis conocer descansando en mi palabra y
fiándoos de mí. Yo nunca os he engañado sin contar que soy incapaz de hacerlo.
Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida. Todo lo que yo os puedo asegurar, es que
será mucho más bello de lo que podéis imaginar y hasta de lo que podéis
anhelar.
¡Amor! Sólo el amor os
permite, no ver, sino presentir lo que yo os tengo reservado – y eso en la
medida en que, sobre la tierra, os hayáis esforzado, hayáis sufrido.
¡Es cosa bella, la luz de
Gloria! ¡Es tan embriagante la participación de nuestra alegría trinitaria! ¡Es
tan “por encima de todo calificativo” la llama de amor que os hará
incandescentes para esta comunión total en una caridad universal y definitiva!
Si pudieseis experimentarlo en la tierra de una manera sensible y duradera,
vuestra vida se haría imposible y entonces, ¿cómo podría yo recurrir a vuestra
libre colaboración, por insignificante que sea, para que trabajéis conmigo en
la redención y en la espiritualización progresiva de toda la humanidad,
destinada a ser asumida por mí?
Si los que están a punto de
morir pudiesen vislumbrar el torrente de felicidad que puede asaltarlos de un
momento a otro, no sólo no temerían, sino que anhelarían ¡y con qué brío!
Reunirse conmigo.
Tú has pensado mucho estos
días en tu después de la muerte, sin descuidar por eso tu tarea terrenal; ¿no
has notado que el pensar en el más allá confiere a tu trabajo su verdadera
dimensión respecto a la eternidad?
Lo mismo ocurre con los
pequeños sacrificios, las decepciones, las contrariedades. ¿Quid hoc ad aeternitatem? Es en medio de estos sacrificios,
grandes y pequeños, donde se opera mi obra de redención universal, día tras
día, sin que vosotros os percatéis.
Vive ya por el pensamiento
y por el deseo tu después de la muerte. Es la mejor piedra de toque de la
realidad.
La muerte, como tú bien lo
sabes, será menos una salida que una llegada, con más encuentros que
separaciones. Será encontrarme a mí en la luz de mi hermosura, en el fuego de
mi ternura, en el ardor de mi reconocimiento.
Será verme a mí tal cual yo
soy y dejarte absorber totalmente en mí para que ocupes tu lugar en la mansión
trinitaria.
Entonces tú saludarás a
Nuestra Señora llena de gloria. Verás cuán íntimamente Ella está con el Señor y
el Señor está con Ella.
Tú, loco de alegría le
dirás tu agradecimiento por su conducta maternal para contigo.
Podrás reunirte con tus
amigos del Cielo, empezando por tu Ángel de la guarda y continuando por todos tus
amigos de la tierra, incandescentes de amor y luminosos de alegría sin par.
Tú te encontrarás con tus
hijos e hijas según el Espíritu y te alegrarás al mismo tiempo por lo que debes
tanto a cada uno de los miembros más mínimos como a los más preponderantes de
mi Cuerpo glorioso.
Cuando llegue la hora de
nuestro Encuentro, tú comprenderás cuán preciosa es para mi Corazón la muerte
de mis servidores cuando se confunde con la mía.
Ella es mi gran recurso
para vivificar a la humanidad rebelde y para procurar la espiritualización del
mundo.
COLOQUIO
FINAL
Finaliza
el verano de 1970.
El 22
de septiembre, por la noche, el Padre escribe en su libreta las líneas que a
continuación transcribimos, y traza una raya.
Esa
noche, se encuentra mejor que de costumbre. Se queda un poco “en familia”
después de la cena, tranquilizándonos con su bondadosa sonrisa.
Se
retira, por fin, a su habitación, después de habernos dado las “buenas noches”.
Y esa
noche es cuando el Señor viene en busca de su fiel servidor.
“Por
la noche, duérmete en mis brazos; así es como morirás…”, había escrito el Padre
como al dictado de Jesús el 18 de octubre de 1964. Esta muerte serena, sin
sombra de agonía, durante el sueño, acaecida casi seis años después de haber
sido escritas estas palabras, ¿no se presenta como una nueva “señal” sobre la
autenticidad de su mensaje?
“Si
permaneciereis en Mí, y mis palabras permanecieren en vosotros, cuanto
quisiereis, pedidlo y lo obtendréis” (Juan 15, 7) ¿No te das cuenta tú, por la
coincidencia de tantas señales providenciales, de cuán verdadera es esta
palabra?
Soy yo mismo en ti el que
te conduce a veces en sentido contrario al de tus proyectos aparentemente más
lógicos y más legítimos ¡Cuánta razón tienes al depositar en mí toda tu
confianza! Las situaciones más enmarañadas se desenlazan en el momento oportuno
como por arte de magia.
Pero son indispensables dos
condiciones:
1.- Permanecer
en Mí.
2.- Estar
pendiente de mis palabras.
Es preciso que pienses más
en Mí, que vivas más para Mí, que te pongas más a mi disposición, que compartas
todo más conmigo, que conmigo más te identifiques.
Es preciso, por otra parte,
que percibas la realidad de mi Presencia en ti – Presencia simultáneamente
locuaz y silenciosa – y que estés más pendiente de lo que, sin ruido de
palabra, yo te digo.
Yo soy el Verbum silens, el Verbo silencioso; no
obstante, yo impregno con mis ideas tu espíritu, y, si prestas atención, si
vives en el recogimiento, mi claridad ahuyenta las tinieblas de tu pensamiento
y éste, entonces, puede traducir a tu propio vocabulario lo que yo quiero
enseñarte.
Si se estrecha más la
intimidad entre Yo y tú, nada hay que tu no puedas conseguir de mi poder, para
ti, para todos los que viven a tu alrededor, para la Iglesia y para el mundo.
Así es como el contemplativo puede hacer fecunda toda su actividad; ésta,
además, se encuentra purificada de toda ambigüedad y es fértil en profundidad.
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