Por José Arregi
A sus
40 años, había llegado a tanta plenitud, a tanta libertad y paz en el alma,
había llegado a tanta vida, que ya no cabía en la estrechez de nuestras
dimensiones, y tal vez no le quedaba más que irse. Y se fue. ¿Adónde se fue? A
la Libertad, a la Paz, a la Vida.
Estas
líneas pueden parecer retóricas. O alguien puede pensar que hablo de algún
religioso con hábito y con votos recluido en un monasterio. Nada más lejos.
Pero sí, Antxon encarnaba de manera singular, en su manera tan natural y laica,
lo más verdadero de toda iglesia y religión: la libertad, la sencillez, la
bondad alegre y el amor de la vida, el amor del cuerpo, de la tierra y del
cielo estrellado.
Fue
un peregrino enamorado del camino de Santiago. Enamorado del camino, no de la
meta. Fue un gran caminante, y caminando aprendió a ser feliz con poco y a ser
compañero samaritano. Y aprendió que el camino es la meta y que es más
importante saber caminar que llegar. Y caminando se volvió camino. Un camino de
tierra y de aire, de piedra y de fuentes, de árboles y nubes, de encrucijadas
inciertas y horizontes luminosos. Una vez, en un albergue, se encontró con un
rótulo que decía: "Tú eres el camino". Sí, tú también eres el camino,
la verdad y la vida. Tú también eres Cristo, como Jesús.
Como
el de Jesús, su camino fue de cruz y de pascua. Un día, hace dos años, se vio
incapaz de responder a una pregunta de un compañero de trabajo. Conversador tan
ingenioso y animado como era, perdió la fluidez en el habla, le costaba
articular las palabras. Pasó por consultas, pruebas, psicólogos y toda clase de
terapias alternativas, y al final le dieron el terrible diagnóstico:
"Tienes ELA". Pronto sus piernas dejaron de correr, luego de andar,
luego de moverse. Pero él no se derrumbó. Luego tampoco pudo mover las manos,
ni los dedos, ni los labios, sino solamente los ojos, tan llenos de luz. Pero
su ánimo siguió en pie, en paz.
El 28
de agosto, una amiga que le visitaba con frecuencia fue a verle y le preguntó:
¿Cómo estás, Antxon?". Sus ojos enfocaron una tecla y en la pantalla
apareció: "COJONUDAMENTE"; luego, su mirada fue señalando letra a
letra en el teclado hasta escribir: "Muy animado". Al día siguiente,
también sus ojos se cerraron. El 1 de septiembre, a las tres de la madrugada,
mientras la luna llena jugaba con las nubes y las olas de Zumaia, Antxon sonrió
y emprendió la última, la mejor etapa de su camino, a donde el corazón siempre
le llevó. Al Infinito que es Alma, Cuerpo, Vida.
Antxon
quiso plasmar por escrito sus recuerdos y experiencias del camino de Santiago
en un libro que siguió escribiendo, lleno de paz, hasta la misma víspera. Un
día escribió: "Sí, este Camino tiene alma. Me siento tan a gusto que
cierro los ojos y evito moverme. Es como si la gravedad dejará de ejercer su
fuerza. Soy una hoja que se mece en el aire. La frescura del aire es una caricia
en la cara y el alma del Camino está tocando mi alma. Sí, soy una hoja que se
mece en el aire... que flota en la niebla". Otro día escribió: "En
cualquier caso, mis entrañas permanecen iluminadas por una antorcha inagotable:
la llama siempre prendida".
A
Paula, su hija mayor de seis años, le han dicho que su padre está ahora en una
estrellita del cielo. Pero ella se pone triste cuando mira las estrellas de
noche, pues no sabe en cuál de ellas está su aita. Querida Paula, no estés
triste mirando al cielo de noche; tu aita está en todas las estrellitas, es
cada una de ellas y la luz de todas.
Querido
Antxon, sigue caminando con nosotros. Sigue iluminando nuestra noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario