15.TODO EL PROBLEMA
DE LA EVANGELIZACIÓN: EL AMOR
Todo el problema de la evangelización del mundo, es el de la fe en un
Amor. ¿Cómo inculcársela a los hombres? Aquí es donde tu caridad ardiente y
desbordante tiene que hacer mi Amor patente, evidente para los hombres. Sí,
todo el problema se reduce a esto: incrementar el amor en el corazón de los
hombres que viven actualmente sobre la tierra. Ahora bien el amor hay que
sacarlo de su fuente, de mí. Tiene que ser aspirado por una vida de oración y
expresado por una vida de acción, es decir, de testimonio que le permita pasar
y ser transmitido por “contagio”
Se trata de “caridadizar” a los hombres del mundo entero para
purificarlos de su animalidad agresiva muchas veces, egocéntrica siempre, y
espiritualizarlos de tal manera que vayan progresando en la participación de mi
naturaleza divina.
Tienen que optar libremente por el amor, de preferencia al odio, a la
violencia, a la voluntad de poder, al instinto de dominación. Este crecimiento
en el amor es rectilíneo; pasa por recodos y hasta sufre retrocesos. Lo
esencial es que, con mi ayuda que nunca falta, reanude siempre su marcha hacia
adelante.
El amor se purificará por el desprendimiento del dinero y la renuncia a
sí mismo. Se desarrollará en la medida en que el hombre piense en los demás
antes de pensar en sí, en que viva para los demás antes de vivir para sí, en
que humildemente comparta las preocupaciones, las penas, los sufrimientos y
hasta las alegrías de los demás; y asimismo en la medida en que tenga conciencia
de necesitar de los demás y que acepte recibir tanto como dar.
Soy YO la salvación; soy YO la vida; soy YO la luz. Nada es imposible
cuando los invitados a sacar del tesoro que soy yo, lo hacen por amor y sin
vacilación.
Por amor, porque el amor es el vestido nupcial. Sin vacilación, porque
quien teme cuando yo le llamo, se hunde y se va a pique. Cuando alguien es mi
invitado, cuando alguien es de mi casa, tiene que ver con amplitud, querer
desmesuradamente, dar con magnanimidad a cuanto no lo rehúsen deliberadamente.
Muy pocos lo comprenden. Tú, por lo menos, compréndelo y hazlo
comprender. No se trata en realidad de una comprensión intelectual sino de una
experiencia personal. Sólo los que tienen la experiencia vivida de mi amor para
con ellos pueden encontrar los acentos que persuaden y enardecen; sin embargo,
la experiencia se olvida rápidamente y se amortigua por la bagatela si no es
frecuentemente renovada, rejuvenecida, por reiterados abrazos interiores.
Ser misionero, no es ante todo activarse a mi servicio; es primero poner
por obra la eficacia concreta de mi presencia redentora. Tú no ves en absoluto,
mientras estás en la tierra, el resultado de esta oblación misionera. Es para
fomentar la humildad imprescindible del verdadero apóstol y asimismo porque en
la fe desnuda es donde se ejerce esta acción en profundidad –más puedes
creerlo, así es como se operan en lo íntimo de los corazones las revoluciones
de mi gracia, las conversiones inesperadas, y así como se alcanzan para los
trabajos apostólicos las bendiciones que los hacen fecundos.
Uno es el que siembra, otro el que cosecha. Sucederá que uno coseche con
alegría lo que otros hayan sembrado con lágrimas, pero lo esencial es unirse a
mí que soy el eterno sembrador y el divino cosechador, y nunca atribuirse el
bien que yo hago hacer. En realidad, vosotros, todos, sois responsables
colegialmente de la evangelización del mundo y vuestra recompensa,
proporcionada a vuestra valentía y a vuestra fidelidad en la unión y en el
amor, será tal que vuestro júbilo excederá todas vuestras esperanzas.
Lo importante es, en todos los ambientes, en todos los países, tanto
entre los laicos como entre los sacerdotes, la multiplicación de almas rectas y
sencillas que investiguen mi pensamiento y mis deseos y que se esmeren por
realizarlos en toda su vida para manifestarme así, sin ruido, a sus semejantes
y atraer hacia mí a todos los que se encuentren con ellos. Ese es el verdadero
apostolado en el desprendimiento de sí mismo al servicio de los problemas
ajenos.
¿Quién mejor que yo podría no sólo dar con su solución, sino proporcionar
su realización?
Amarse, no es tan sólo mirarse el uno al otro; es mirar juntos hacia
adelante y juntos consagrarse a los demás.
¿El desvelarse por los demás no es uno de los fundamentos prácticos de
esta comunión entre dos seres que se aman? ¿No es él el que tasa la intensidad
de esta comunión y garantiza su perennidad? Háblame a menudo de los demás con
mucho amor y deseo. Piensa de vez en cuando en la sed que yo tengo de ellos y
en la necesidad que ellos tienen de mí. Pertinentemente sabes tú que por ti soy
yo mismo el que continúa trabajando y ofreciéndose en su favor.
Hazte cargo de mis intereses. Esto quiere decir: trabaja por la oración,
por la acción, por la palabra, por la pluma, por todos los medios de peso que
yo he puesto en tus manos, para hacer reinar mi caridad en los corazones. Eso
es lo esencial. Si mi caridad sale victoriosa, yo crezco en el mundo.
La única historia que cuenta en definitiva es una serie de opciones en pro
o en contra del amor.
Cualquiera que sea el movimiento de las ideas, el progreso de la técnica,
el “aggiornamento” de la teología o
de la pastoral, lo que más necesita el mundo – aún más que ingenieros o
biólogos o teólogos – son hombres que por su vida hagan pensar en mí y me
revelen a los demás; hombres tan impregnados de mi presencia que me granjeen
sus hermanos y me permitan remitirles a mi Padre.
Son raros los que piensan en mí con un mínimo de amor. Para tantos
hombres yo soy el Desconocido y hasta el “Incognoscible”. Para algunos, nunca
he existido y ni siquiera soy problema. Para otros, yo soy alguien a quien se
teme y se reverencia por miedo.
Yo no soy un señor austero, ni un deshacedor de entuertos, ni un contable
escrupuloso de yerros y de culpas. Conozco mejor que vosotros todas las
circunstancias atenuantes que disminuyen en muchos la culpabilidad real. Yo
considero a cada uno más por lo bueno que hay en él que por sus defectos.
Detecto en cada uno sus aspiraciones profundas hacia el bien y, por lo tanto,
inconscientemente, hacia mí. Yo soy la misericordia, el Padre del hijo pródigo,
dispuesto siempre a perdonar. Las categorías de la teología moral no son mi
criterio, sobretodo cuando son objeto de una aplicación geométrica.
Yo soy un Dios de buena voluntad que abre sus brazos y su corazón a los
hombres de buena voluntad para poder purificarlos, iluminarlos, abrasarlos,
asumiéndoles en mi ímpetu hacia el Padre que es también su Padre.
Yo soy un Dios de amistad que desea la felicidad de todos, la paz de
todos, la salvación de todos y que acecha el momento en que mi mensaje de amor
pueda ser acogido favorablemente.
Obra como miembro mío. Considérate como alguien que no goza de una
existencia independiente sino que tiene que hacer todas las cosas subordinado a
mí. Sé cada día más consciente de que no eres nada por ti mismo, de que, solo,
ni puedes ni vales nada – sin embargo ¡qué fecundidad cuando me aceptas como
Maestro de obras y como principio de acción!
Obra asimismo como miembro de los demás, porque en mí están todos los
demás y por mí los encuentras en una actualidad apremiante. Tu caridad,
iluminada por la fe, tiene que pensar en ellos con frecuencia, recapitular su
desamparo, su miseria, asumir sus aspiraciones profundas, valorar todas las semillas
de bondad que mi padre ha depositado en el fondo de su corazón. ¡Hay tantos
hombres que son mejores de lo que parecen y que podrían progresar aún más en el
conocimiento de mi amor, si de él fuesen testigos vivos los sacerdotes y los
cristianos!
Pide cada mañana a Nuestra Señora, en tu meditación, que te asigne un
elegido del cielo, un alma del purgatorio, uno de tus hermanos, un hombre aún
sobre la tierra, para que puedas vivir ese día en unión con ellos: con el
Bienaventurado ad honorem, con el
alma del purgatorio ad auxilium, con
tu hermano de la tierra ad salutem.
Por su parte, ellos te ayudarán también a vivir más en el amor. Obra en
su nombre; ora en su nombre; desea en su nombre; sufre, si es preciso, en su
nombre; ama en su nombre.
Yo quiero mantener mi fuego en ti, no para que seas el único que ardas,
sino para que contribuyas a propagar en lo íntimo de los corazones la llama de
mi amor.
¿Para que servirían tus contactos con los hombres si perdieses el
contacto conmigo? Si yo te pido que estreches tus lazos con la fuente es por
ellos. Por una especie de mimetismo espiritual, cuanto más seas un
contemplativo, más te parecerás a mí y mejor me permitirás irradiarme por ti.
En el mundo actual, presa de tantas corrientes contrarias, lo que mejor puede
ayudarle a estabilizarse en la serenidad, es la multiplicación de almas
contemplativas que aceleren su asunción por mí. Sólo los contemplativos son
verdaderos misioneros y pueden ser auténticos educadores espirituales.
Desea ardientemente ser un emisor de alta fidelidad. La fidelidad de tu
vida es la que asegura la fidelidad de mi Palabra y la autenticidad de mi voz a
través de la tuya.
Querido hijo mío, no olvides esta frase que antaño pronuncié pensando en
ti y en cada uno de los hombres repartidos a través del mundo como a través de
los siglos: “quien me ama será amado de
mi Padre, Yo le amaré y me manifestaré a él… Si alguno me amare guardará mi
palabra y mi Padre le amará y a él vendremos y en él mansión haremos”. (
Juan 14, 21-23)
¡Trata de comprender lo que es llegar a ser morada de Dios, del Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de
Dios que te invade, te posee y te introduce paulatinamente en la corriente de
luz, de alegría y de amor que le constituye!
¿Comprendes hasta dónde puede llegar en tu espíritu, en tu corazón, en tu
vida, la manifestación de Dios que se revelará en ti y a través de ti en tus
palabras, en tus escritos y en tus gestos más ordinarios?
Así es como puedes llegar a ser mi testigo y atraer a mí a cuantos
encuentres.
Así es como tu vida llega a ser verdaderamente fecunda, en lo invisible,
por de pronto, pero asimismo en la realidad profunda de la comunión de los Santos.
En esta víspera de Pentecostés, emplaza con frecuencia la suave, ardiente
y amorosa llama del Espíritu Santo por quien nuestra caridad divina aspira a
difundirse en el corazón de todos los hombres.
Repíteme y pruébame por tus opciones a veces sacrificantes que me quieres
más que a ti mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario