18. SUPLICA MÁS A
MARÍA
¡Si supieses cuán bella es
la sonrisa de Nuestra Señora! ¡Si pudieras verla, tan sólo un instante, toda tu
vida resultaría iluminada! Es una sonrisa de bondad, de ternura, de protección,
de misericordia, en una palabra, de amor. Lo que no puedes ver con los ojos del
cuerpo, lo puedes percibir con los del alma, por la fe.
Pide incansablemente al
Espíritu Santo que haga resplandecer en tu pensamiento esa sonrisa inefable que
es como la expresión genuina de la Amantísima y de la Inmaculada. Su sonrisa
basta para disipar las penas y sanar las heridas. Ella ejerce una influencia
profunda hasta en los corazones más empedernidos y proyecta una luz inefable
sobre los espíritus más lóbregos.
Contempla esa sonrisa en
todos los misterios de su vida. Contémplala en la alegría del cielo, uniéndote
a los bienaventurados que en ella encuentran una de las fuentes más abundantes
de su felicidad.
Contémplala por la fe, pues
está cerca de ti. Mírala mirarte. Mírala sonreírte. Con su sonrisa ella te
ayudará, pues su sonrisa materna es una luz, una fuerza y una fuente viva de
caridad.
Tú mismo, sonríele lo mejor
que puedas. Permíteme que yo le sonría por ti. Comulga en mi sonrisa para con
Ella.
Confíate a Ella. Sé cada
día más delicado para con Ella. Tú sabes lo que Ella ha sido para ti en tu
infancia y en tu vida sacerdotal.
Contigo estará Ella en el
ocaso de tu vida y en la hora de tu muerte; Ella misma vendrá a buscarte para
presentarte a mí, pues es, por excelencia, Nuestra Señora de la Presentación.
Sin cansarte comulga con
los sentimientos del corazón de María. Expresa a tu manera lo que sientes.
Hay una manera de traducir
las disposiciones del alma de mi madre que te es personal e incomunicable. Tú
haces verdaderamente tuyas sus disposiciones sin que por eso dejen de ser
suyas. En realidad, es el mismo Espíritu el que inspira, anima, amplifica, y tú
sirves sencillamente de acompañamiento a la melodía única e inefable que brota
del corazón de mi madre.
Ven a refugiarte en el
regazo de Nuestra Señora. Ella sabrá, mejor que nadie, acariciar tu frente y
valorizar tu cansancio. Ella te ayudará, con su presencia materna, a subir
lentamente en pos de mí mi largo vía crucis.
Oirás sin duda su llamada
tres veces reiterada: penitencia, penitencia, penitencia; es para que tu
transfiguración espiritual sea más resplandeciente. Per crucem ad lucem.
Sobre todo, mantente en
paz; no fuerces tu talento. Comulga lo mejor que puedas, en unión con Ella, en
la gracia del momento presente, y tu vida, por apagada que parezca a los ojos
de muchos, será fecunda y de gran utilidad para una muchedumbre.
No dejes de ponerte con
frecuencia bajo la influencia conjugada del Espíritu Santo y de Nuestra Señora
y pídeles que se acreciente tu amor.
Comparte mis sentimientos
para con mi madre, sentimientos hechos de delicadeza, de ternura, de respeto,
de admiración, de confianza total y de loco agradecimiento.
Si Ella no hubiese asentido
a ser lo que fue, ¿qué hubiera podido hacer yo por vosotros? Con toda exactitud
Ella es, en la creación, la proyección fiel de la bondad materna de Dios. Ella
es tal como nosotros la concebimos, tal como nosotros la podíamos desear. ¡Si
supieses cuán encantadoras son todas sus iniciativas! Ella es como el encanto
de Dios hecho mujer.
Únete a mí para hablarle,
pedirle su ayuda para ti y para los demás, para la Iglesia, para el desarrollo
del Cuerpo Místico.
Imagina su felicidad en la
gloria del Cielo donde no olvida a ninguno de sus hijos de la tierra.
Piensa en la realeza
materna de María. Su realeza, toda espiritual, Ella la ejerce sobre cada uno de
los hombres de la tierra – pero no es eficaz sino en la medida en que los
hombres la integran en su vida.
Yo no hago milagros sino
donde se siguen sus consignas como en Caná: “Haced
cuanto Él os diga”.
Vosotros no podéis oír mi
voz ni hacer lo que yo os pido sino en la medida en que respondéis fielmente a
su influencia y a sus llamadas. Así es como ambos continuamos trabajando juntos
para que todos los hombres colaboren con nosotros a difundir un poco más de
amor verdadero sobre la tierra.
María te ayudará par que
nunca olvides al Único necesario, para que no te embotes con frivolidades, para
que no confundas lo accesorio con lo principal, para que sepas hacer las
opciones fecundas. Ella está siempre a tu lado, dispuesta a ayudarte, a
conseguirte, por su intercesión, alegría y fecundidad para los últimos años que
has de pasar sobre la tierra. Ahora bien, Ella lo podrá conseguir tanto más
fácilmente cuanto mayor sea tu confianza en su ternura y en su poder.
Vive en la acción de
gracias para con Ella. Cuando me das las gracias, únete a su Magnificat; Ella no deja de cantarlo con
todas las fibras de su corazón y quisiera prolongarlo en todos los corazones de
sus hijos de la tierra.
Sigue pidiendo esa fe
clara, luminosa y cálida que Ella te ha conseguido pero que tiene que ir
creciendo hasta el momento de nuestro encuentro.
Piensa en el instante aquel
en que la veas en el esplendor de su gloria eterna. ¡Cuánto te reprocharás
entonces el no haberla ni suficientemente amado ni filialmente complacido!
Porque Ella se dio
totalmente, sin demora, sin reserva, sin réplica, yo me di totalmente a Ella y
Ella puedo darme al mundo.
La Encarnación no es tan
sólo la inserción de lo divino en lo humano, es asimismo la asunción de lo
humano por lo divino.
En María se ha verificado
gloriosamente la asunción de su humanidad por mi divinidad. Convenía que en
cuerpo y alma, Ella fuese asumida por mí en una alegría que compensará
infinitamente tantos dolores generosamente ofrecidos en espíritu de
colaboración con mi Obra redentora.
En la luz divina, Ella ve
todas las necesidades espirituales de sus hijos – Ella quisiera ayudar a tantos
ciegos para que recuperen la vista de la fe, a tantos paralíticos de la
voluntad para que vuelvan a encontrar la energía y el denuedo indispensables
para darse a mí, a tantos sordos para que oigan mis llamadas y pongan todo su
empeño en contestarlas.
Ella, empero, no lo puede
hacer sino en la medida en que se multipliquen las almas de oración que la
imploren para que interceda por la humanidad tantas veces tambaleante.
Tú eres uno de sus hijos
privilegiados. Muéstrate con Ella hijo cada día más afectuoso y servicial.
María es la hermosísima, la
buenísima, la omnipotencia suplicante. Cuanto más la conozcas, tanto más te
acercarás a mí.
Única es su dignidad. ¿No
soy yo la carne de su carne, la sangre de su sangre? ¿No es Ella la proyección
ideal del Padre en la creatura humana, reflejo de la Belleza y de la Bondad
divinas?
Acude a Ella más
filialmente, con una inmensa confianza. Suplícala por cuantas necesidades
descubras en ti y en el mundo, desde la paz en los corazones, en los hogares,
entre los hombres, entre las naciones, hasta el amparo materno para los pobres,
los lisiados, los enfermos, los heridos, los moribundos.
Confía a su influencia
misericordiosa los pecadores que te son conocidos o de los que oyes hablar.
Componte un alma de niño
para con Ella. Arrímate a Ella, escóndete en su regazo. ¡Son tantas las gracias
que podrías conseguir más fácilmente para ti, para tu trabajo y para el mundo,
si la suplicases con mayor frecuencia y si te esforzases por vivir bajo su
influencia!
Hay, en la vida interior,
profundizaciones que son consecuencia de los rayos que yo hago emitir a mi
madre y de los que sólo se aprovechan los que a Ella recurren con fidelidad.
Muchas almas, en la
actualidad, se dejan conducir a callejones sin salida o, por caminos extraviados,
hacia barrizales donde su vida se vuelve estéril, porque no recurrieron
bastante a la ayuda tan poderosa y tan providencial de María. Piensan – las
pobrecillas – poder pasarse sin Ella, como si un niño pudiese, sin
inconvenientes, privarse de la solicitud materna. El caso es que María nada
puede hacer por ellas si ellas no le piden que intervenga. Maniatada por el
respeto a su libertad, es preciso que de la tierra suba hacia Ella una
apremiante llamada a su intercesión.
¿Qué puedes hacer tú, frente
a la inmensidad de la labor? : ¡la evangelización de tantos hombres, la
conversión de tantos pecadores, la santificación de tantos sacerdotes! Te
sientes pobre y desarmado. Es, pues, el momento de pedir en unión con mi madre
intensa y perseverantemente. Muchos corazones serán conmovidos, renovados,
abrasados.
Su misión es facilitar,
proteger, intensificar su unión profunda conmigo.
Unido a Ella, tú te unes a
mí en profundidad.
María es la que continúa
intercediendo por ti e interviniendo, con mucha mayor frecuencia de lo que
piensas, en todos los detalles de tu vida espiritual, de tu vida laboriosa, de
tu vida dolorosa, de tu vida apostólica.
La Iglesia está actualmente
en crisis. Lo cual es normal cuando mi madre ya no es suficientemente invocada
por los cristianos. Mas precisamente, si tú y todos tus hermanos, que han
experimentado alguna vez en su vida el alcance de su mediación, os decidieseis
a suplicarla ardientemente en nombre de los que no lo piensan, esta crisis se
transformaría pronto en apoteosis.
Créeme: mi poder no ha
menguado – sí, yo puedo suscitar, como en los siglos pasados, grandes santos y
grandes santas que asombrarán al mundo; mas yo quiero necesitar esa vuestra
colaboración que permita a mi madre, siempre atenta a la miseria del mundo,
interceder como en Caná.
La espiritualización
progresiva de la humanidad no se hace sin sacudidas, sin rupturas, algunas
veces. Sin embargo, mi Espíritu siempre está ahí. Ahora bien, por pedagogía, en
atención a vuestra aportación humana, por mínima que sea, Él no puede ejercer
su influencia sino en conexión con su Esposa, vuestra madre, María.
Mañana es la fiesta por
excelencia de nuestra madre, la mía y la tuya y la del género humano en su
totalidad.
Contémplala interiormente
en su inefable belleza de Inmaculada que dice siempre SÍ a la voluntad del
Padre, y de Transfigurada en la gloria de su Asunción.
Contémplala en la Bondad
insondable, esencial, existencial de su maternidad divina y humana, de su
maternidad universal.
Contémplala en su Omnipotencia
suplicante que postula tu llamada y la de todos los hombres a su intercesión.
Contémplala en su intimidad
exquisita y delicada con las Tres personas de la Santísima Trinidad: Hija
perfecta del Padre, Esposa fiel del Espíritu Santo, Madre consagrada al Verbo
Encarnado, hasta el olvido total de sí misma.
Ella es la que te condujo a
mí. Ella es la que te presentó a mí – como Ella es la que no ha dejado de
protegerte a lo largo de tu vida y la que, en el día bendito de tu muerte, te
ofrecerá a mí en la luz de la Gloria.
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