12. ADHIÉRETE A MI
ORACIÓN
Adhiérete a mi oración. Esta es constante, poderosa y adecuada a todas
las exigencias de la gloria de mi Padre y de la espiritualización de la
humanidad.
Deposita tu oración en la mía. Hazte oración conmigo. Tus intenciones las
conozco yo mejor que tú. Confíamelas globalmente. Únete a lo que pido yo. Únete
incondicionalmente, como el que no sabe se fía del que sabe, como el que nada
puede se fía del que todo lo puede.
Sé la gotita de agua que se confunde con el surtidor poderoso de la
Fuente Viva que salta hasta el corazón del Padre. Déjate asumir, déjate llevar
y quédate en paz. Tú realizas mejores cosas más por tu adherencia a mí que por
tus esfuerzos múltiples pero estériles si lo haces sin Mí.
Te quedarías maravillado si vieses lo que logras cuando te echas en mí y
te quedas unido a mi oración en la oscuridad de la fe.
Yo no te impido tener
intenciones personales y comunicármelas, más, por encima de todo, comulga con
las mías. Puesto que tú eres un elemento diminuto de mí mismo, interésate más
por mis intenciones que por las tuyas.
Yo
soy la oración substancial –adoración adecuada a la inmensidad del Padre –
alabanza equivalente a sus perfecciones infinitas (nadie conoce al Padre como
el Hijo) – acción de gracias proporcionada a su bondad total – oblación
expiatoria por todas las faltas de los hombres – petición consciente y lúcida
en pro de cuantas necesidades temporales y espirituales aquejan a la humanidad
entera.
Yo
soy la oración universal adecuada a los
deberes todos del universo para con el Padre el universo material y del
universo de los hombres, - adecuada a las necesidades de la creación y de todas
las creaturas., - orando por medio de todo y por medio de todos – pues he
querido necesitar vuestra unión, vuestra adhesión por lo menos de principio,
para añadir la característica del medio humano a mi oración divina.
¡Si supieses con qué empeño
yo busco esa aportación meritoria de mis miembros que da a la oración que yo
soy la plenitud, el complemento que yo les brindo poderme dar!
Únete a mi oración en ti,
en los demás, en la Eucaristía.
En ti, puesto que ahí
estoy yo, elevando sin cesar hacia mi Padre cuanto eres, cuanto piensas y
cuanto haces – como un homenaje de amor, de adoración, de acción de gracias –
Yo estoy dispuesto a recolectar todas tus peticiones y a tomarlas por mi propia
cuenta. ¡Cuántas cosas podrías conseguir tú si te decidieses a insertar tu
oración en la mía!
En
los demás, porque yo estoy también de manera única aunque no uniforme, en cada uno
de tus hermanos, los hombres: en todos los que te rodean y en cuántos
aparentemente tan lejos están de ti, pero que por mí te están tan cercanos.
En la
Eucaristía, porque ahí estoy yo con la plenitud de mi humanidad en estado de
oblación para provecho de todos los que consienten unir su ofrenda a la mía.
Centro de todos los
corazones humanos, yo doy su plena dimensión a todas las llamadas, de cualquier
punto del horizonte que vengan.
Ahí estoy yo, como un
tesoro vivo, capaz de transformar en impulsos divinos, purificados de toda
escoria humana, las aportaciones de cada uno.
Ahí estoy yo, como un
servidor, pero como un servidor a quien nada se le pide y a quien se arrincona.
Yo me hice hostia para
estar en medio de vosotros como el que sirve. Hazme dar fruto – teniendo bien
en cuenta que, para hacerlo, tan sólo disponéis del corto tiempo de vuestro
paso por la tierra.
¡Su conocieras tu poder con
sólo solicitar de mí tal intervención para la cual yo no esperaba sino tu
llamada! Así podrás cerciorarte que prestas mayores servicios en la inactividad
exterior aparente y que lo que cuenta, ante todo, es mi actividad interior
suscitada por vuestra comunión de alma conmigo. Los deseos son ya oraciones y
las oraciones no valen más que lo que valen los deseos como objetivo y como
intensidad.
Raros son los que me llaman
con sus oraciones. ¡las más de las veces, éstas son recitaciones de labios
afuera que pronto se hacen fastidiosas tanto para aquel a quien, en principio,
van dirigidas como para el que las profiere sin atención! ¡Cuántas energías
derrochadas, cuánto tiempo perdido, cuando un poco de amor bastaría para
llenarlo todo de animación!
Grita muy fuerte en el
fondo de tu corazón que deseas mi llegada. Era el grito de los primeros
cristianos: Maran Atha.
Llámame,
para
que yo entre más y más profundamente en ti.
Llámame en la santa Misa
para que, mediante la comunión, yo pueda entrar más intensamente en ti e
integrarte más en mí.
Llámame en las horas de
trabajo para que mis pensamientos influyan más en tu espíritu e inspiren tu
comportamiento.
Llámame cuando vayas a
orar para que yo te introduzca en el diálogo incesante, en el seno de mi Padre.
El que ora en mí y en quien yo oro produce mucho fruto.
Llámame cuando vayas a
orar para que yo te introduzca en el diálogo incesante, en el seno de mi Padre.
El que ora en mí y en quien yo oro produce mucho fruto.
Llámame en las horas de
dolor para que tu cruz sea mmi cruz y para que así te ayude yo a llevarla con
valentía y paciencia.
Llámame nombrándome
interiormente por mi nombre pronunciado con todo el fervor del que te sientas
capaz y oyendo mi contestación: “Hijo mío de mi alma, aquí estoy; yo también
tengo el deseo ardiente de penetrar más profundamente en ti”.
Llámame en unión con todos
los que me llaman porque me aman o porque sienten la necesidad de mi presencia
o de mi ayuda.
Llámame en nombre de los
que no piensan en llamarme porque no me conocen, porque ignoran que sin mí su vida
corre el riesgo de la esterilidad, o porque no lo quieren.
Donde tú no puedes estar,
allí obra tu oración.
Tú puedes, a distancia,
extremar una conversión, despertar una vocación, aliviar un dolor, asistir a un
moribundo, inspirar a un responsable, pacificar un hogar, santificar a un
sacerdote.
Tú puedes hacer pensar en
mí, hacer brotar un acto de amor, incrementar la caridad en un corazón,
rechazar una tentación, calmar iras, suavizar asperezas.
¡Qué es lo que no se puede
hacer en lo invisible de mi Cuerpo Místico! Vosotros desconocéis las conexiones
misteriosas que os unen unos con otros y cuyo centro soy Yo.
Ponte bajo la influencia
del Espíritu Santo – y ahora, deslízate en mí para meditar adorando al Padre.
Habita así en mi oración – pero tomando parte activa en ella por la voluntad
amante y humilde de unirte a mi alabanza. Tu inteligencia no lo puede
comprender. ¿Cómo podrías tú, que no eres nada, poseer al Infinito? Más por mí,
conmigo y en mí tú rindes al Padre un homenaje total.
Quédate así,
silenciosamente, sin decir nada… Por mí rinde este homenaje al Padre en tu
nombre y también en nombre de tus hermanos – en unión con los enfermos, los
lisiados, todos los que sufren y experimentan la miseria de un mundo sin Dios –
en unión con todas las almas consagradas, que viven en la contemplación y la
caridad verdadera, el don total que de sí mismas me hicieron. Rinde también ese
homenaje en nombre de todos los hombres que no nos conocen, que son
indiferentes, agnósticos u hostiles. ¿Quién puede saber la claridad que
proyecta en un alma, aun aparentemente cerrada, un homenaje o una llamada
emitida en su lugar?
Son tantos los que se
imaginan que su dinamismo natural, su inteligencia penetrante, su fuerza de
carácter les permitirán salirse con la suya. ¡Desgraciados! ¡Cuán grande será
su decepción y muchas veces su rebelión cuando flaqueen por primera vez!
Yo nunca desengaño a los
que se fían de mí. ¿Por qué pides tan poca cosa’ ¿Qué es lo que no puedes
conseguir?
Yo
soy
el que ora en ti y acumula tus aprietos como tus necesidades para
presentárselos al Padre.
Yo
soy
El que suple tus insuficiencias y, enviándote mi Espíritu, hace crecer la
caridad en tu corazón.
Yo
soy
el tierno Amigo siempre presente, siempre misericordioso, siempre dispuesto a
perdonarte y estrecharte contra mi Corazón.
Yo
soy
El que vendrá a buscarte un día para asumirte en mí y hacerte compartir con tus
múltiples hermanos las alegrías de la Vida Trinitaria.
Cuando oras, hazlo con una
inmensa confianza tanto en mi omnipotencia como en mi inagotable misericordia.
Nunca pienses: “Es imposible…no me lo puede conceder…” Si supieses cuán
ardientemente deseo yo que se arranque la cizaña de mi campo, pero sin prisa.
Podríais arrancar el trigo que crece con la mala hierba. Llegará un día en el
que cosecharéis con alegría, en el que, vencedor del mal y del maligno, yo os
aspiraré a todos en mí para haceros compartir la dicha de vuestra unidad, que
será tanto más sabrosa cuanto mayor haya sido la experiencia de vuestras
oposiciones.
Adora: reconoce que yo soy
todo y que tú no eres sino por mí, Mas por mí ¿qué no eres tú? Un pedacito, sin
duda, pero un pedacito de mí. Recuerda que eres polvo y que al polvo volverás,
pero en polvo asumido, espiritualizado, divinizado en mí y por mí.
¿Deseas algo y qué deseas?
No se puede tratar de un deseo superficial, sino de una aspiración profunda en
la que esté comprometido todo tu ser. Cuando verdaderamente te haces un alma de
deseos, no hay nada que tú no me puedas pedir o pedir a mi padre en unión
conmigo.
Cuando tu deseo se fija en
mí, cuando solicitas poseerme y ser poseído por mí, cuando ardientemente
aspiras a mi predominio, a mi abrazo, a mi impronta, - ten la seguridad de ser
escuchado aun cuando no percibas ninguna mutación brusca, ningún cambio
aparente. Es poco a poco como se ejerce mi acción y en lo invisible donde
opera. Mas al cabo de cierto tiempo, descubrirás en ti una nueva disposición,
una orientación más habitual de tus pensamientos y de tus quereres, una opción
más espontánea en mi favor o en beneficio de los demás – y ese es el resultado
tangible al que aspirabas.
Cuando tú deseas
verdaderamente el advenimiento o el crecimiento de mi Reino en todos los
corazones, cuando tú deseas la multiplicación de las vocaciones contemplativas,
de los misioneros y de los educadores espirituales, apóstoles de mi Eucaristía,
de Nuestra Señora y de la Santa Iglesia, aun cuando aparentemente y por un
tiempo las estadísticas se manifiesten en sentido contrario, ninguno de tus
deseos será defraudado, y las semillas de vocaciones a la vida mística que
hayan logrado producirán frutos en cantidad.
Pídeme la gracia de hacer
siempre lo que yo quiero que hagas, donde lo quiero y como lo quiero. Así tu
vida será fecunda. Pídeme la gracia de amar intensamente con mi corazón a
cuantos yo propongo a tu amor: a mi Padre del cielo, a nuestro Espíritu, a mi
Madre que es también la tuya, a tu Ángel y a todos los ángeles, a los santos
que tú has conocido y a los demás santos, tus hermanos, tus amigos, tus hijos e
hijas según el Espíritu, y a todos los hombres. De esta manera mi influencia
bienhechora se desarrollará por ti hasta hacerse unificante y universal.
Búscame primero en ti y en
los demás y en mis “signos”, los acontecimientos corrientes de cada día.
Búscame reiniciando la búsqueda sin cesar e intensificando tu deseo de
encontrarme para que yo te conduzca y te purifique cada día más. Entonces todo
lo demás te será dado por añadidura, a ti y a tu posteridad invisible pero
innumerable. Así, día tras día, durante el tiempo que aún tienes que pasar en
la tierra, yo podré prepararte eficazmente a la “Luz de Gloria” donde tantos de
los que tú has conocido ya te han precedido.
“Oh
Jesús mío, concédeme ser en Ti y por Ti lo que quieres que sea; pensar en Ti y por Ti lo que quieres que piense.
Concédeme
hacer en Ti y por Ti lo que quieres que haga
Concédeme
decir en Ti y por T lo que quieres que diga.
Concédeme
amar en Ti y por Ti a cuantos Tú propones a mi amor.
Dame
la fuerza de sufrir en Ti y por Ti, con amor, lo que quieres que sufra.
Haz
que te busque siempre y en todo lugar para que me guíes y me purifiques según
tu divina Voluntad”.
Esta
oración, el Padre la repetía cada día durante los últimos años de su vida. La
comunicaba gustoso y recomendaba su recitación cotidiana.
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