domingo, 23 de septiembre de 2012

Cuando el Señor habla al corazón (12)


12. ADHIÉRETE A MI ORACIÓN
Adhiérete a mi oración. Esta es constante, poderosa y adecuada a todas las exigencias de la gloria de mi Padre y de la espiritualización de la humanidad.
Deposita tu oración en la mía. Hazte oración conmigo. Tus intenciones las conozco yo mejor que tú. Confíamelas globalmente. Únete a lo que pido yo. Únete incondicionalmente, como el que no sabe se fía del que sabe, como el que nada puede se fía del que todo lo puede.
Sé la gotita de agua que se confunde con el surtidor poderoso de la Fuente Viva que salta hasta el corazón del Padre. Déjate asumir, déjate llevar y quédate en paz. Tú realizas mejores cosas más por tu adherencia a mí que por tus esfuerzos múltiples pero estériles si lo haces sin Mí.
Te quedarías maravillado si vieses lo que logras cuando te echas en mí y te quedas unido a mi oración en la oscuridad de la fe.
Yo no te impido tener intenciones personales y comunicármelas, más, por encima de todo, comulga con las mías. Puesto que tú eres un elemento diminuto de mí mismo, interésate más por mis intenciones que por las tuyas.
Yo soy la oración substancial –adoración adecuada a la inmensidad del Padre – alabanza equivalente a sus perfecciones infinitas (nadie conoce al Padre como el Hijo) – acción de gracias proporcionada a su bondad total – oblación expiatoria por todas las faltas de los hombres – petición consciente y lúcida en pro de cuantas necesidades temporales y espirituales aquejan a la humanidad entera.
Yo soy la oración universal adecuada a los deberes todos del universo para con el Padre el universo material y del universo de los hombres, - adecuada a las necesidades de la creación y de todas las creaturas., - orando por medio de todo y por medio de todos – pues he querido necesitar vuestra unión, vuestra adhesión por lo menos de principio, para añadir la característica del medio humano a mi oración divina.
¡Si supieses con qué empeño yo busco esa aportación meritoria de mis miembros que da a la oración que yo soy la plenitud, el complemento que yo les brindo poderme dar!
Únete a mi oración en ti, en los demás, en la Eucaristía.
En ti, puesto que ahí estoy yo, elevando sin cesar hacia mi Padre cuanto eres, cuanto piensas y cuanto haces – como un homenaje de amor, de adoración, de acción de gracias – Yo estoy dispuesto a recolectar todas tus peticiones y a tomarlas por mi propia cuenta. ¡Cuántas cosas podrías conseguir tú si te decidieses a insertar tu oración en la mía!
En los demás, porque yo estoy también de manera única aunque no uniforme, en cada uno de tus hermanos, los hombres: en todos los que te rodean y en cuántos aparentemente tan lejos están de ti, pero que por mí te están tan cercanos.
En la Eucaristía, porque ahí estoy yo con la plenitud de mi humanidad en estado de oblación para provecho de todos los que consienten unir su ofrenda a la mía.
Centro de todos los corazones humanos, yo doy su plena dimensión a todas las llamadas, de cualquier punto del horizonte que vengan.
Ahí estoy yo, como un tesoro vivo, capaz de transformar en impulsos divinos, purificados de toda escoria humana, las aportaciones de cada uno.
Ahí estoy yo, como un servidor, pero como un servidor a quien nada se le pide y a quien se arrincona.
Yo me hice hostia para estar en medio de vosotros como el que sirve. Hazme dar fruto – teniendo bien en cuenta que, para hacerlo, tan sólo disponéis del corto tiempo de vuestro paso por la tierra.
¡Su conocieras tu poder con sólo solicitar de mí tal intervención para la cual yo no esperaba sino tu llamada! Así podrás cerciorarte que prestas mayores servicios en la inactividad exterior aparente y que lo que cuenta, ante todo, es mi actividad interior suscitada por vuestra comunión de alma conmigo. Los deseos son ya oraciones y las oraciones no valen más que lo que valen los deseos como objetivo y como intensidad.
Raros son los que me llaman con sus oraciones. ¡las más de las veces, éstas son recitaciones de labios afuera que pronto se hacen fastidiosas tanto para aquel a quien, en principio, van dirigidas como para el que las profiere sin atención! ¡Cuántas energías derrochadas, cuánto tiempo perdido, cuando un poco de amor bastaría para llenarlo todo de animación!
Grita muy fuerte en el fondo de tu corazón que deseas mi llegada. Era el grito de los primeros cristianos: Maran Atha.
Llámame, para que yo entre más y más profundamente en ti.
Llámame en la santa Misa para que, mediante la comunión, yo pueda entrar más intensamente en ti e integrarte más en mí.
Llámame en las horas de trabajo para que mis pensamientos influyan más en tu espíritu e inspiren tu comportamiento.
Llámame cuando vayas a orar para que yo te introduzca en el diálogo incesante, en el seno de mi Padre. El que ora en mí y en quien yo oro produce mucho fruto.
Llámame cuando vayas a orar para que yo te introduzca en el diálogo incesante, en el seno de mi Padre. El que ora en mí y en quien yo oro produce mucho fruto.
Llámame en las horas de dolor para que tu cruz sea mmi cruz y para que así te ayude yo a llevarla con valentía y paciencia.
Llámame nombrándome interiormente por mi nombre pronunciado con todo el fervor del que te sientas capaz y oyendo mi contestación: “Hijo mío de mi alma, aquí estoy; yo también tengo el deseo ardiente de penetrar más profundamente en ti”.
Llámame en unión con todos los que me llaman porque me aman o porque sienten la necesidad de mi presencia o de mi ayuda.
Llámame en nombre de los que no piensan en llamarme porque no me conocen, porque ignoran que sin mí su vida corre el riesgo de la esterilidad, o porque no lo quieren.
Donde tú no puedes estar, allí obra tu oración.
Tú puedes, a distancia, extremar una conversión, despertar una vocación, aliviar un dolor, asistir a un moribundo, inspirar a un responsable, pacificar un hogar, santificar a un sacerdote.
Tú puedes hacer pensar en mí, hacer brotar un acto de amor, incrementar la caridad en un corazón, rechazar una tentación, calmar iras, suavizar asperezas.
¡Qué es lo que no se puede hacer en lo invisible de mi Cuerpo Místico! Vosotros desconocéis las conexiones misteriosas que os unen unos con otros y cuyo centro soy Yo.
Ponte bajo la influencia del Espíritu Santo – y ahora, deslízate en mí para meditar adorando al Padre. Habita así en mi oración – pero tomando parte activa en ella por la voluntad amante y humilde de unirte a mi alabanza. Tu inteligencia no lo puede comprender. ¿Cómo podrías tú, que no eres nada, poseer al Infinito? Más por mí, conmigo y en mí tú rindes al Padre un homenaje total.
Quédate así, silenciosamente, sin decir nada… Por mí rinde este homenaje al Padre en tu nombre y también en nombre de tus hermanos – en unión con los enfermos, los lisiados, todos los que sufren y experimentan la miseria de un mundo sin Dios – en unión con todas las almas consagradas, que viven en la contemplación y la caridad verdadera, el don total que de sí mismas me hicieron. Rinde también ese homenaje en nombre de todos los hombres que no nos conocen, que son indiferentes, agnósticos u hostiles. ¿Quién puede saber la claridad que proyecta en un alma, aun aparentemente cerrada, un homenaje o una llamada emitida en su lugar?
Son tantos los que se imaginan que su dinamismo natural, su inteligencia penetrante, su fuerza de carácter les permitirán salirse con la suya. ¡Desgraciados! ¡Cuán grande será su decepción y muchas veces su rebelión cuando flaqueen por primera vez!
Yo nunca desengaño a los que se fían de mí. ¿Por qué pides tan poca cosa’ ¿Qué es lo que no puedes conseguir?
Yo soy el que ora en ti y acumula tus aprietos como tus necesidades para presentárselos al Padre.
Yo soy El que suple tus insuficiencias y, enviándote mi Espíritu, hace crecer la caridad en tu corazón.
Yo soy el tierno Amigo siempre presente, siempre misericordioso, siempre dispuesto a perdonarte y estrecharte contra mi Corazón.
Yo soy El que vendrá a buscarte un día para asumirte en mí y hacerte compartir con tus múltiples hermanos las alegrías de la Vida Trinitaria.
Cuando oras, hazlo con una inmensa confianza tanto en mi omnipotencia como en mi inagotable misericordia. Nunca pienses: “Es imposible…no me lo puede conceder…” Si supieses cuán ardientemente deseo yo que se arranque la cizaña de mi campo, pero sin prisa. Podríais arrancar el trigo que crece con la mala hierba. Llegará un día en el que cosecharéis con alegría, en el que, vencedor del mal y del maligno, yo os aspiraré a todos en mí para haceros compartir la dicha de vuestra unidad, que será tanto más sabrosa cuanto mayor haya sido la experiencia de vuestras oposiciones.
Adora: reconoce que yo soy todo y que tú no eres sino por mí, Mas por mí ¿qué no eres tú? Un pedacito, sin duda, pero un pedacito de mí. Recuerda que eres polvo y que al polvo volverás, pero en polvo asumido, espiritualizado, divinizado en mí y por mí.
¿Deseas algo y qué deseas? No se puede tratar de un deseo superficial, sino de una aspiración profunda en la que esté comprometido todo tu ser. Cuando verdaderamente te haces un alma de deseos, no hay nada que tú no me puedas pedir o pedir a mi padre en unión conmigo.
Cuando tu deseo se fija en mí, cuando solicitas poseerme y ser poseído por mí, cuando ardientemente aspiras a mi predominio, a mi abrazo, a mi impronta, - ten la seguridad de ser escuchado aun cuando no percibas ninguna mutación brusca, ningún cambio aparente. Es poco a poco como se ejerce mi acción y en lo invisible donde opera. Mas al cabo de cierto tiempo, descubrirás en ti una nueva disposición, una orientación más habitual de tus pensamientos y de tus quereres, una opción más espontánea en mi favor o en beneficio de los demás – y ese es el resultado tangible al que aspirabas.
Cuando tú deseas verdaderamente el advenimiento o el crecimiento de mi Reino en todos los corazones, cuando tú deseas la multiplicación de las vocaciones contemplativas, de los misioneros y de los educadores espirituales, apóstoles de mi Eucaristía, de Nuestra Señora y de la Santa Iglesia, aun cuando aparentemente y por un tiempo las estadísticas se manifiesten en sentido contrario, ninguno de tus deseos será defraudado, y las semillas de vocaciones a la vida mística que hayan logrado producirán frutos en cantidad.
Pídeme la gracia de hacer siempre lo que yo quiero que hagas, donde lo quiero y como lo quiero. Así tu vida será fecunda. Pídeme la gracia de amar intensamente con mi corazón a cuantos yo propongo a tu amor: a mi Padre del cielo, a nuestro Espíritu, a mi Madre que es también la tuya, a tu Ángel y a todos los ángeles, a los santos que tú has conocido y a los demás santos, tus hermanos, tus amigos, tus hijos e hijas según el Espíritu, y a todos los hombres. De esta manera mi influencia bienhechora se desarrollará por ti hasta hacerse unificante y universal.
Búscame primero en ti y en los demás y en mis “signos”, los acontecimientos corrientes de cada día. Búscame reiniciando la búsqueda sin cesar e intensificando tu deseo de encontrarme para que yo te conduzca y te purifique cada día más. Entonces todo lo demás te será dado por añadidura, a ti y a tu posteridad invisible pero innumerable. Así, día tras día, durante el tiempo que aún tienes que pasar en la tierra, yo podré prepararte eficazmente a la “Luz de Gloria” donde tantos de los que tú has conocido ya te han precedido.
“Oh Jesús mío, concédeme ser en Ti y por Ti lo que quieres que sea; pensar  en Ti y por Ti lo que quieres que piense.
Concédeme hacer en Ti y por Ti lo que quieres que haga
Concédeme decir en Ti y por T lo que quieres que diga.
Concédeme amar en Ti y por Ti a cuantos Tú propones a mi amor.
Dame la fuerza de sufrir en Ti y por Ti, con amor, lo que quieres que sufra.
Haz que te busque siempre y en todo lugar para que me guíes y me purifiques según tu divina Voluntad”.

Esta oración, el Padre la repetía cada día durante los últimos años de su vida. La comunicaba gustoso y recomendaba su recitación cotidiana.

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