¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.
Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.
Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.
Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.
Francisco de Quevedo y Villegas
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