lunes, 29 de agosto de 2011

La vocación personal. El examen de conciencia.

      Llevo ya años oyendo a sacerdotes, religiosos y seglares comprometidos, durante los ejercicios y fuera de ellos, que han abandonado hace mucho la práctica del "Examen de Conciencia". Se les ha convertido en pura rutina sin sentido. ¿Qué sentido tiene, preguntan, recorrer un día tras otro, cuando no dos veces al día, los puntos de lo que se les enseñó que era el "Examen de Conciencia": primero, dar gracias a Dios por los beneficios de creación, redención, santificación, vocación, dones personales, etc.; seguidamente pedir luz para ver sus faltas y pecados; luego examinarse para encontrar algunos pecados, etc. (con frecuencia no pueden encontrar ninguno, dicen, pero seguramente que tienen alguno...); y por fin hacer un acto de contrición y propósito de la enmienda, sin saber exactamente lo que se proponen enmendar, hacer o dejar de hacer...?.

     Tanto me ha impresionado esta historia tan repetida que me he preguntado seriamente cual podría ser la razón por la que esta práctica tradicional, pero profunda y espiritual, se ha convertido en “rutinaria” para tantos cristianos comprometidos y consagrados. Creo que he averiguado la razón: el “examen de conciencia” lo hemos convertido en un ejercicio de pura moralidad, cuando de hecho es el ejercicio diario de discernimiento.

     La moralidad como tal pertenece al Antiguo Testamento; lo típico del Nuevo no es la pura moralidad sino el discernimiento. Como cristianos, discípulos de Jesús, nuestro criterio de conducta y acción no es puramente lo justo en cuanto se opone a lo injusto, lo bueno en cuanto se opone a lo malo. La ley del Nuevo Testamento es la ley del amor, escrita no en placas de piedra fuera de nosotros mismos, sino en nuestro interior, en nuestros corazones. El cristiano, persona del Nuevo Testamento, pregunta dónde está el “mayor amor”: no es moralmente libre para escoger una de dos alternativas cuando las dos son buenas. Por medio del discernimiento, trata de encontrar dónde le llama el “mayor amor”, y según eso decide. En este sentido, como ejercicio de discernimiento, el “Examen de Conciencia” es el ejercicio típico del Nuevo Testamento.

     Lo característico del discernimiento cristiano es que está basado en la experiencia: el discernimiento de espíritus es un cerner las experiencias internas para rastrear su orientación, y así determinar su origen, si son de Dios, para abrazarlas y hacerlas propias; si del mal espíritu, para rechazarlas. Segundo, para ocuparnos de nuestras experiencias tenemos que empezar por hacernos conscientes de ellas, por eso, precisamente, porque se trata de un ejercicio de discernimiento, el “Examen de Conciencia” es un examen de consciencia, consciencia de nuestra experiencia real y concreta, cualquiera que sea.

     Llama la atención que, tanto en latín como en las lenguas derivadas del latín, una misma palabra significa la conciencia moral y la psicológica: castellano, francés, italiano. Ignacio popularizó el examen de conciencia, que es en realidad el “examen de consciencia”, como un ejercicio de discernimiento.

     ¿Cómo lo hemos de hacer?. ¿Cuáles son los pasos concretos?


1.- Acción de gracias.

     Porque se trata de un ejercicio típicamente cristiano, comenzamos dando gracias. La imagen de la vida espiritual cristiana no es la de una persona que lucha por llegar hasta Dios. Según la revelación bíblica, la primacía o iniciativa la tiene Dios: Él es el que está siempre viniendo a nuestras vidas con sus dones, su gracia, su amor y su poder; nuestro papel es el de recibirle activamente a Él y a su acción salvadora.

     Por eso, para situar nuestro "examen de conciencia" en su contexto apropiado como ejercicio típicamente cristiano, comenzamos por reconocer la venida de Dios a nuestras vidas, sus dones, su gracia, su acción dentro de nosotros: le damos gracias.


2.- Experiencia.

     Dentro de ese contexto típicamente cristiano empezarnos nuestro ejercicio de discernimiento. Lo cual quiere decir que primero nos fijamos en la experiencia real del día, sea positiva o negativa. Si hemos de afrontarla, tenemos que hacernos conscientes de ella, y luego aceptarla como es.

a) Conciencia o caer en la cuenta de la experiencia como ha tenido lugar en realidad.

b) Aceptación de la misma.

     Tenemos que detenernos en esta fase de la aceptación porque con harta frecuencia se da por hecha. Deberíamos distinguir claramente entre "aprobar" y "aceptar": "aprobar" o "desaprobar" implica un juicio, mientras que "aceptar" o "no aceptar" es una actitud. Hay muchas cosas que Dios no puede "aprobar" en lo que digo o hago, y no obstante me "acepta" incondicionalmente en esas mismas cosas. Estoy certísimo de ello. Esta actitud de Dios para conmigo la debo tener también yo. La experiencia me ha enseñado que o confundimos "aprobación" y "aceptación", "desaprobación" y "no aceptación". o damos por descontado que la "conciencia" o "caer en la cuenta" de una experiencia supone ipso facto su "aceptación". Lo que pasa de hecho es que tenemos una especie de dinámica interna espontánea de "no aceptación" que funciona en cada uno de nosotros. Y uno de los grandes frutos de mi experiencia de dirección espirituales es haber visto que la “no aceptación” de la experiencia humana real es un obstáculo fundamental que en tanta gente de buena voluntad bloquea el crecimiento efectivo humano y espiritual.

     Valdría la pena explorar lo espontáneamente que esta dinámica interna nuestra de "no aceptación" nos domina en la práctica. O huimos de la experiencia que hemos tenido, o le cobramos miedo, o nos sentimos culpables, la reprimimos o suprimirnos -todas formas de "no aceptación"-. ¿Cómo vamos a tratar una experiencia si comenzamos por hacer tabula rasa de ella?

     Pongamos por ejemplo mi consciencia de haber sido impaciente, de haberme enfadado y perdido los estribos. Sin caer en la cuenta, adopto en mi interior, pero sin formularla en palabras (ahí está la insidia, porque si la formulara muchas veces la reconocería), una de estas dos posturas: o comienzo a lamentarme, en términos que implícitamente quieren decir: "En el fondo soy un buen chico, lo que pasa es que no me entienden, desgraciado de mí"; o me atrinchero justificándome, como si dijera: "Es que me han provocado y se han llevado lo que se merecían". No es difícil descubrir que la queja del uno y la autojustificación del otro son, psicológicamente una forma de “no aceptación”.

     Ahora bien, para demostrar que en mi “Examen de Conciencia” tengo que tratar no solamente los casos de experiencia "negativa" sino también “positiva”, tomemos este ejemplo: veo que he sido verdaderamente servicial. También aquí puedo tomar una de dos posturas extremas: o comienzo a "sentirme incómodo por sentirme complacido" en el sentido que no me atrevo a reconocer que he obrado bien (se me ha acostumbrado a no reconocer lo bueno que hago por temor de enorgullecerme); o hasta tal punto exagero mi experiencia que me considero como un modelo de virtud por haber sido tan amable (me encuentro dispuesto a que se proponga como modelo), que no son sino otras tantas formas sutiles de “no aceptación”.

     Esto demuestra la absoluta necesidad de emplear tiempo y energía para aceptar realmente nuestra experiencia: no podemos dar esta “aceptación” por descontada.


3.- “Libertad” por medio del discernimiento.

     Sólo cuando hayamos aceptado conscientemente nuestra experiencia real y concreta, cualquiera que sea, podemos ser cristianos auténticos en y por medio de esa misma experiencia. Lo característicamente cristiano, hemos visto, es darse y entregarse al Señor, es decir, hacerse “libre” para el Señor, abrírsele, y a los demás en Él en la experiencia humana concreta y real.

     Pero cada uno de nosotros tiene, en su "vocación personal", su manera profundamente personal y única de ser "cristiano", es decir, de darse, o hacerse "libre", en toda experiencia humana. Dicho con otras palabras, cada uno de nosotros tiene un criterio de discernimiento único y secreto en medio de toda nuestra experiencia humana.

     La fase específicamente "cristiana" del "Examen de Conciencia" es, por tanto, que al llegar aquí nos pongamos en la actitud de nuestra "vocación personal", la cual nos "liberará" de nosotros mismos para llegar hasta el Señor en y por medio de nuestra experiencia real y concreta. Y ello tanto en las experiencias llamadas "negativas" como en las "positivas.

     Poniendo juntos todos estos pasos, puedo ahora ofrecer esta definición o descripción del "Examen de Conciencia": es, en la oración, una reorientación del corazón que comienza por la acción de gracias, y pasa seguidamente a centrarse en el Señor por medio de la propia experiencia real y conscientemente aceptada.

     El sacramento de la reconciliación está íntimamente ligado con el "Examen de Conciencia" tal como lo hemos definido. Para la mayoría de los católicos, que tienen la idea cristiana justa de la economía sacramental, la práctica de la "confesión" obligatoria en el caso de pecados graves no presenta dificultad. Lo que muchos de ellos no parecen entender ni estimar es el sentido que pueda tener la “confesión de devoción”.

     Si el "Examen de Conciencia" significa, como he dicho, mi esfuerzo diario para entregarme a mí mismo en el crisol de mi experiencia real y concreta que es mi esfuerzo diario por ser auténticamente “cristiano”, entonces la “confesión de devoción” significará llevar ese esfuerzo, de vez en cuando o a intervalos periódicos (quincenales, mensuales…) al culmen de la expresión sacramental.

     La mejor manera es concentrarse en una o dos zonas que la práctica fiel del examen de conciencia nos revele como particularmente necesitadas. El arrepentimiento se concentra así en una zona concreta, y la gracia del sacramento se canaliza también hacia la misma, lo que nos ayuda a crecer en ese preciso aspecto de la vida y servicio cristianos. La experiencia ha demostrado que,"en la práctica, la "confesión de devoción" no surte sus efectos de vida cristiana a causa de la disgregación del esfuerzo en demasiadas zonas y un terreno demasiado amplio.
 

   


No hay comentarios: