lunes, 29 de agosto de 2011

La vocación personal. El examen particular.

      La sola mención del “Examen Particular” despierta enseguida recuerdos de esfuerzos, generalmente estériles, de los primeros estadios de la formación espiritual para mantener una experiencia de “contabilidad espiritual”: o tomábamos u defecto y apuntábamos día tras día las faltas que cometíamos, procurando disminuir su número progresivamente; o elegíamos una virtud y contábamos los actos que lográbamos realizar a diario, procurando aumentar su número de un día a otro.

     Si tenemos en cuenta la experiencia de tantas personas que se formaron en la práctica del "Examen Particular" así entendida, tendremos que reconocer que esta clase de “contabilidad espiritual” sencillamente no funcionaba: muy pronto se abandonaba por “inútil” e “imposible”. Nada menos que el P. Luis de la Palma, el gran escritor y director espiritual de fines del siglo XVI y principios del XVII indica que según su experiencia y la de otros que dirigía, esta manera de practicar el "Examen Particular" era por lo general inútil.

     Con todo, los autores espirituales clásicos han calificado el examen particular como "el pulso de la vida espiritual". Recuerdo que. siendo novicio,se me aseguró como de muy buena tinta -si bien hasta la fecha no he podido verlo documentado- que San Ignacio confesó haber llevado el "examen particular" los últimos veinte o veinticinco años de su vida sobre la vanidad, ambición, vanagloria. Sea como sea, uno se siente inclinado a tachar de piadosa exageración las ponderaciones de los autores espirituales sobre el examen particular como "pulso de la vida espiritual". Yo lo descarté al comienzo de mi formación en la Compañía, como tampoco di crédito al dicho de que San Ignacio llevó el examen particular sobre la vanidad, la ambición y la vanagloria los últimos veinte o veinticinco años de su vida (precisamente los años en que experimentó las grandes gracias místicas que Dios le concedía con tanta profusión). "Estos santos siempre tienen que salir con algo 'piadoso' sobre sí mismos", recuerdo que fue mi reacción.

     ¿Quién era de hecho este Ignacio de Loyola cuando Dios le sorprendió en Pamplona rompiéndole la pierna de un cañonazo? Nos lo dice él mismo en las primeras líneas de su Autobiografía (nn. l; 4-6): su único sueño era de ganar honra, realizar grandes proezas por su rey y su dama. Fue entonces cuando Dios le asió y le dio un giro de 180 grados. Le dijo a Ignacio: "Estás soñando sobre tu mayor gloria; ¿sabes el significado que he dado a tu vida? No tu mayor gloria sino mi mayor gloria (la mayor gloria de Dios )". Yo no tengo duda de que la "vocación personal" de Ignacio era la mayor gloria de Dios. Ignacio no lo olvidó jamás; cuanto mayores eran los dones que Dios le prodigaba, más vigilante se hacía para emplearlos en la mayor gloria (a la cual seguía inclinado), pero no la suya sino la de Dios. ¿Sería sorprendente, si pudiéramos probarlo, que su examen particular en sus últimos veinte o veinticinco años versaba sobre la vanidad, ambición. vanagloria?

     Lo que esto, pero sobre todo mi propia experiencia personal junto con mi ministerios espirituales, me ha revelado es que el "examen particular" es con toda verdad el examen "particular", "específico" o "único", el propio de una persona. ¿Y qué hay más "particular", "específico" y "único" de una persona que su “vocación personal”? No deja de ser significativo que en castellano la palabra "particular" no es simplemente lo opuesto a "general", como ocurre en inglés, por ejemplo, sino que muchas veces se emplea para referirse a un individuo, como cuando se dice: "este particular me lo dijo".

     El "examen particular" no es, pues, algo diferente de la "vocación personal". En este sentido más profundo, no hay muchos temas de "examen particular"; cada persona tiene sólo uno, y no es otro que su "vocación personal". No es extraño que el "examen particular" llegue a ser el criterio exclusivo de discernimiento de una: persona para toda la gama de la experiencia humana, su manera propia y específica de disponerse a encontrar al Señor en la situación en que se halle. En resumen, es su manera personal y exclusiva de "hallar a Dios en todas las cosas", de ser "contemplativo en la acción". De esta forma, la práctica del "examen particular" abarca toda la vida espiritual. ¿Sería una exageración decir que el "examen particular" es de verdad "el pulso de la vida espiritual"? Porque no se puede decir que uno está espiritualmente vivo si no vive el significado que Dios le ha conferido en la vida; pues en tal caso, puede decirse que está muerto.


Práctica del Examen Particular

     He hecho antes referencia al Padre Luis de la Palma y su magistral comentario de los Ejercicios Espirituales, "Camino Espiritual". Yo lo leí siendo joven estudiante de Filosofía en Barcelona (1952-1955). Lo que este ilustre director de espíritu enseña sobre la práctica del "examen particular" me resultó ya entonces esclarecedor y aun liberador.

     Dejando de lado los métodos que he calificado de "contabilidad espiritual", la Palma ofrece otra manera de practicar el “examen particular”, aun cuando su idea de "examen particular" está todavía atada a concentrarse en una zona particular (positiva o negativa) de nuestra vida diaria real. Su sugerencia puede parecer engañosamente sencilla; de hecho responde a una profunda intuición de la naturaleza de la vida espiritual cristiana y de su desarrollo.

     La práctica del "examen particular", dice la Palma, consiste en elegir algunos momentos muy concretos del día -momentos bien determinados y ciertos, aunque sean pocos- y en ellos ponerse en la actitud del punto escogido como tema para el “examen particular” Nada de hacer sumas de cuántas veces he faltado o dejado de faltar (el caso de una zona "negativa") o las veces que he practicado una virtud (zona "positiva"); todo lo que hay que hacer es comprobar si hemos sido fieles al número fijo de momentos escogidos para ponernos en la actitud respectiva.

     ¿Engañosamente sencillo, verdad? Y. sin embargo, contiene la profunda intuición de que la libertad humana no tiene otro papel que desempeñar en la vida espiritual sino disponerse activamente para recibir a Dios, que es quien hace el resto. A Él pertenece la iniciativa y la primacía de la acción: Dios es el que está siempre viniendo a nuestras vidas para salvarlas y redimirlas ("Viene, viene, siempre viene", como cantó nuestro gran poeta laureado Rabindranath Tagore en su Gitanjali.). Si nuestros corazones están “dispuestos” para Dios, experimentaremos la unión con el Señor. En concreto, lo que la Palma sugiere no es otra cosa que un "disponerse" regularmente a ser o hacer lo que uno fija como tema de su "examen particular". Si lo hacemos fielmente en los momentos determinados, tendremos todas las probabilidades de que no seamos cogidos de improviso: seremos o haremos lo que cuidadosa y diligentemente hayamos decidido ser o hacer.

     Hasta aquí La Palma. Después de recibir la gracia no sólo de discernir mi propia "vocación personal" sino de experimentar su poderoso influjo para mi vida y trabajo, he captado más radicalmente aún lo que es la práctica auténtica del "examen particular". Si, como he explicado, el "examen particular" no es diferente de la "vocación personal", si la "vocación personal" es la manera irrepetiblemente única y propia mía de disponerme para el Señor, entonces la forma más relevante para mí de practicar el "examen particular" es asumir en profundidad la actitud de mi "vocación personal" en esos momentos concretos que he escogido en mi vida diaria. Esto mismo me dispone como ninguna otra cosa podría disponerme para salir al encuentro del Señor en las personas, acontecimientos y circunstancias de tiempo, lugar y actividad de la vida diaria. Es, en último análisis, mi manera exclusiva y personal de "hallar a Dios en todas las cosas".
 
 


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