sábado, 13 de agosto de 2011

Las abuelas


(Reflexión a Lc. 2, 22-40)

     La crisis de fe que se observa en la sociedad repercute de diversas formas en la familia, verdadera «caja de resonancia» de cuanto se produce en el entorno social.

     Algo ha cambiado durante estos años en no pocos hogares: han desaparecido, en buena parte, los signos religiosos, se han perdido costumbres cristianas, son pocas las familias que se reúnen para rezar. En general lo que se transmite a los hijos no es fe, sino indiferencia religiosa y silencio.

     La situación concreta es, sin embargo, más variada y compleja.

     Hay ciertamente familias donde los padres adoptan una postura de rechazo a lo religioso e impiden que sus hijos sean iniciados en la fe. No son muchos. En esos hogares lo religioso sólo aparece para ser objeto de ataque o de burla.

     Hay, por el contrario, hogares donde se mantiene viva la identidad cristiana. La fe es un factor importante a la hora de configurar el clima familiar. Se reza, se cuidan los valores religiosos, y los padres se preocupan de la educación cristiana de los hijos. Se trata de un grupo más numeroso de lo que a veces se piensa.

     La situación más generalizada es otra. No pocos padres se han alejado de la práctica religiosa y viven instalados en la indiferencia. No rechazan la fe, pero tampoco les preocupa la educación religiosa de sus hijos. No les parece algo importante para su futuro. Bautizan a sus hijos, celebran su primera comunión, pero no les transmiten fe.

     En estos hogares son las abuelas las que están desempeñando muchas veces una labor de gran importancia dentro de su aparente humildad. Calladamente y de la forma más natural, van enseñando al nieto o a la nieta a rezar, lo llevan a la iglesia y, a su estilo y manera, le van explicando las «cosas más fundamentales» sobre Dios y Jesús. Ni ellas mismas se dan cuenta de que están despertando en el niño las primeras experiencias religiosas.

     Algunas van más lejos, y se preocupan de comprarles una «Biblia para niños» o libros adecuados para explicarles con detalle las parábolas de Jesús o el sentido de las fiestas cristianas. No siempre es una labor solitaria. Cuentan muchas veces con la «complicidad» del abuelo y el asentimiento agradecido de los padres que, en el fondo, saben que todo eso es bueno para el hijo.

     En esta fiesta de la Sagrada Familia quiero alabar la actuación de estas mujeres. Tal vez un día, más de uno recuerde agradecido a la «abuela» que le habló de un Dios que nos ama sin fin o le contó la parábola del hijo pródigo.

José Antonio Pagola

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