Cuando en mis
manos, Rey eterno, os miro,
y la cándida
víctima levanto,
de mi atrevida
indignidad me espanto,
y la piedad de
vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma
con temor retiro,
tal vez la doy
al amoroso llanto;
que,
arrepentido de ofenderos tanto,
con ansias temo
y con dolor suspiro.
Volved los ojos
a mirarme humanos;
que por las
sendas de mi error siniestras
me despenaron
pensamientos vanos.
No sean tantas
las miserias nuestras
que a quien os
tuvo en sus indignas manos
vos le dejéis
de las divinas vuestras.
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