Todo fue así, tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.
«Así mi cuerpo os doy en alimento...»
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste,
diste tu carne al pan y te nos diste
Dios, en el trigo para sacramento.
Y te quedaste aquí, patena viva,
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.
Hostia de nieve, nube, nardo, fuente,
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así, sencillamente.
Antonio y Carlos Muriano
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