Guy de Larigaudie
Pensamientos
1
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Admira y haz tuya la belleza del universo esparcida a tu alrededor. Esfuérzate en traducirla, aunque sea en páginas imperfectas, para que suba en humilde homenaje hacia el Señor.
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2
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Sigue el camino -tortuoso o recto- que Dios te ha señalado. Pase lo que pase no lo abandones, porque es el tuyo. Lánzate audaz y alegremente, y cuando tropieces con la única aventura, el don total a Dios, acéptala. Sólo Dios cuenta. Sólo su luz y su amor pueden colmar nuestro pobre corazón, demasiado grande para el mundo que lo rodea.
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3
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Una religión negativa: no harás esto, no harás lo otro. ¡Nunca! Sino un amor a Dios tan profundo, tan intenso, que brote a flor de labios siempre, constantemente. Esto es lo positivo, lo único capaz de mantenerte en pie contra viento y marea.
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4
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Sentir dentro de ti todo el barro, el fango y el horror de los instintos, y permanecer sin hundirte, como se camina sobre un terreno pantanoso, dejándose elevar por una especie de ingravidez de todo el ser, para que el pie no se hunda. Permanecer en el amor de Dios, como la pureza de un amanecer sobre la extensión brillante de un pantano, sin que el cuerpo se hunda en el lodo.
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5
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Estremecerte de pies a cabeza al oír una orquesta de ritmo violento, darte cuenta que tus deseos de pureza y de paz no son más que castillos de naipes, saberte abocado a la violencia, al goce brutal, a lo que venga. Y permanecer firme por una fe tenaz, por un acto de amor casi maquinal pero fiel en lo más hondo del alma.
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6
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La castidad es una aventura imposible y ridícula si no se cuenta más que con preceptos negativos. Pero es posible, bella y enriquecedora si se apoya sobre algo positivo: el amor a Dios, un amor vivo, total, el único capaz de saciar la inmensa ansia de amor que llena nuestro corazón de hombre.
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7
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Tan hermoso es pelar patatas por amor de Dios, como edificar catedrales.
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8
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La vida ideal es aquella donde Dios quiere a cada uno: monje, aventurero, poeta, zapatero o corredor de una compañía de seguros.
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9
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Hacer de la vida una conversación con Dios.
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10
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El baile es la inmensa alegría de todas las fibras del ser, arrastradas por el ritmo de la orquesta, con todo lo que una presencia femenina le añade de gracia y encanto. Con una pareja sana y pura es algo sublime. Pero si sólo se piensa en dar vueltas para abrazarse, lo sublime degenera en ocasión de pecado.
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11
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Nuestras faltas han de servirnos de trampolín para el amor.
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12
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No somos más que almas imperfectas en pobres cuerpos humanos cargados de deseos. Pero os amamos, Dios mío, os amamos con toda la fuerza de estas pobres almas, con toda la fuerza de estos pobres cuerpos.
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13
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No comprendemos nada de nada. Se esconde un misterio tan profundo en la germinación de un grano de trigo como en el movimiento de las estrellas. Pero sabemos perfectamente que sólo nosotros somos capaces de amar. Por esto el más pequeño de los hombres es mayor que todos los mundos reunidos.
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14
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Muchos viven casi sin pecado. Su vida discurre sin tropiezos en el marco ordinario de su oficio, de su familia. Cumplen la voluntad de Dios a través de las principales obligaciones de su vida cotidiana. Pero su existencia parece vulgar, fría, sin luz; les falta amor de Dios. Son como hogares bien construidos, pero sin fuego. Son buenos, pero no santos.
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15
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Hay horas duras, en las que la tentación es tan fuerte, tan irresistible, en todo el cuerpo, que uno sólo sabe repetir maquinalmente con los labios y casi sin creerlo: "Dios mío, a pesar de todo os amo; pero apiadaos de mí".
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16
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Hay ciertas tardes en las que -sentado en el rincón de una iglesia o en el campo, bajo las estrellas- para sentir cerca de sí algo grande, no se puede hacer otra cosa que repetir esta pobre frase, a la que uno se agarra como a un salvavidas para no ir a pique: "Dios mío, a pesar de todo os amo".
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17
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Aprender a charlar con Dios.
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18
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Descabezando zanahorias, masticando una brizna de hierba, afeitándose por la mañana, se le puede decir a Dios, sin cansarse, sencillamente, que se le ama. Y esto vale tanto como los torrentes de lágrimas que no pudieron arrancarnos los libros de piedad.
Contarse a sí mismo, cantando, toda la propia vida pasada y los sueños que acariciamos para el porvenir, y hablar así a Dios, cantando. Y hablarle, incluso saltando de alegría bajo el sol de la playa o esquiando sobre la nieve. Tener a Dios siempre cerca, como a un compañero del que podemos fiamos.
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19
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¡Hace falta tan poco para que los buenos lleguen a santos! Simplemente más amor de Dios, mayor sumisión a su voluntad, algo de sacrificio y la perfección en las pequeñas cosas de cada día. Sólo esto.
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Hay que tener el corazón totalmente lleno de Dios, como un novio tiene el corazón lleno de la mujer que ama.
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21
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Dios mío, os ofrezco este día. Todas mis acciones, todos mis padecimientos, todas mis palabras, todos mis gestos.
Todas mis alegrías y mis tristezas.
Todo el bien que pueda hacer en este día, Dios mío, lo deposito a vuestros pies para gloria vuestra y salvación de las almas.
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22
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Los malos pensamientos escogen el atardecer para invadirnos, porque las horas de la noche son propicias a la fiebre de la imaginación y del cuerpo.
Un excelente medio de vencerlos es coger una manta y dormir, sencillamente, al pie de la cama, en el suelo. Nuestro cuerpo, calmado, se queda corrido y los malos pensamientos, dominados, se alejan.
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23
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Durante una tentación violenta, cuando la voluntad se debilita y el cuerpo entero languidece y va a ceder, es bueno, para mostrar que a pesar de todo aún amamos a Dios, imponerse una mortificación pequeña: no poner sal en la sopa demasiado sosa, no apartar un objeto que nos molesta. Este acto ínfimo de amor, siempre posible, aun en el mayor desastre aparente del alma, es como una llamada a la gracia y la voluntad se siente fortalecida.
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24
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Debía ser mestiza: hombros espléndidos, labios macizos, ojos inmensos. Era bella, salvajemente bella. No tenía que hacer más que una cosa. No la hice. Monté a caballo y partí a toda velocidad, llorando de desesperación y de rabia. Creo que en el día del Juicio, si no tengo otra cosa positiva, podré ofrecer a Dios, como una gavilla, todos esos abrazos que, por su amor, no he querido dar.
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Nuestro mundo no está hecho a nuestra medida y tenemos el corazón triste a veces de tanta nostalgia del cielo.
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La naturaleza es violencia, robos, muertes. Aves de rapiña que se acechan, huyen, se persiguen encarnizadamente y se devoran. Su objetivo, matar y no ser muerto. Sólo el hombre ha inventado la dulzura. La Hermana de la Caridad rehace el mundo.
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Hay mujeres que conservan alma de muchacha durante toda la vida.
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Es necesario identificarse con la vida como se identifica uno con su caballo. Hay que seguir flexiblemente sus más pequeños movimientos, sin enfrentarse con ella.
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Cuando, frente al mar, el desierto o una noche tachonada de estrellas, se siente el corazón a punto de estallar de felicidad, es bueno pensar que más allá encontraremos algo mucho más hermoso, más grande, algo a la medida de nuestra alma, algo que colmará el inmenso deseo de felicidad que es, a la vez, nuestro sufrimiento y nuestra grandeza de hombres.
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Asistiendo a un concierto aburrido o a una película pesada, se puede rezar repitiendo interiormente, al compás de las imágenes o de la música, oraciones maquinales. Unas, para los actores, para el director o la comparsa; otras, para el público que se divierte o se aburre; para el vecino de la derecha o de la izquierda. Es una buena manera de aprovechar el tiempo.
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En la última torreta del palo mayor de un velero, cuando no hay tierra a la vista, uno posee para él solo el círculo del horizonte. Pero inmediatamente aflora el deseo de empujar más esa línea, de hacer estallar ese límite que, a pesar de todo, nos aprisiona, porque estamos hechos para lejanías más dilatadas que las pobres perspectivas de los horizontes de este mundo.
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Nuestro deseo de felicidad es demasiado grande para que pueda colmarse con algo distinto del Más allá. Aun corporalmente aquí somos unos insatisfechos.
No hay caballo que pueda galopar teniendo el mundo por pista, no hay esquí acuático ni ola capaz de arrastrarnos por océanos más vastos que los conocidos, ni trampolín que nos lance a los espacios interplanetarios, no hay inmensidad que calme la sed infinita de nuestra mirada. Limitados por todas partes, cuando estamos hechos para lo infinito.
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"Si el grano de trigo no muere...". Hay pocas parábolas tan consoladoras como ésta, porque nos incorpora e integra en el ciclo mismo del mundo y porque legitima nuestros sueños ambiciosos.
Toda belleza y toda vida nace de la podredumbre y del sufrimiento. Es necesario el dolor del alumbramiento para poder contemplar la maravilla de un recién nacido. El estiércol más inmundo produce las flores más delicadas. Toda planta nace de una primera descomposición No hay excepción a esa regla universal, y es magnífico pensar que no estamos sobre la tierra más que en período de sufrimiento y de podredumbre.
Sólo la muerte nos hará nacer y nos depositará en nuestro verdadero mundo.
Por lo que conocemos aquí nos es fácil imaginar el grado de esplendor de allá arriba. Un rostro, un cuerpo perfecto de mujer, una melodía que electriza las fibras de nuestro ser, un caballo de raza, la embriaguez del esquí, el esplendor de las noches o de los días llenos de sol, la impresión de plenitud física del mar o del desierto, la satisfacción del esfuerzo o de una obra cumplida, una página, un cuadro, una estatua que despierta en nosotros resonancias secretas, un alma de muchacha o de monje, todo lo que constituye la belleza del mundo, nuestra alegría o nuestra exaltación, todo lo que podemos amar a través del más minúsculo reflejo de Dios, todo eso no es más que podredumbre frente a la Belleza que será nuestra y para la que estamos hechos.
No son demasiados los pocos años pasados en esta tierra dura y gris para merecer, aunque sea en pequeño grado, el don del Infinito.
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34
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Una bestia perseguida y acosada desarrolla un esfuerzo físico mayor que el nuestro al atravesar una elevada montaña. Pero sólo el hombre puede dar sentido a su esfuerzo.
El chiquillo de trece años que se levanta un cuarto de hora antes para hacer gimnasia delante de la ventana abierta, produce un esfuerzo de un valor muy superior al de un transporte realizado por un rebaño de búfalos.
La suma de esfuerzos humanos hacia la belleza, el bien, hacia lo mejor, hacen subir la humanidad continuamente, como un movimiento de marejada que hincha la masa del océano.
Cada guijarro, cada granito de arena, cada gota de agua cargada de sal, desgasta el acantilado en la esfera mínima de su acción.
Cada uno de nuestros esfuerzos desgasta lo que hay de material, de terrestre en nosotros. Y el movimiento de todos los esfuerzos humanos es como un movimiento irresistible y eterno de guijarros y de marejada que abre nuestro camino hacia el Infinito.
Nuestro esfuerzo no es inútil. Ningún esfuerzo humano es estéril.
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Sueños demasiado grandes para nuestra talla pesan a veces sobre nuestras espaldas: sueños de conquistador, de santo, de descubridor; sueños que fueron realidad en un Gengis-Khan o en un Francisco de Asís.
No debemos avergonzarnos de ser sencillamente lo que somos.
La aventura más prodigiosa es nuestra propia vida. Y esa está hecha a nuestra medida.
Aventura breve: treinta, cincuenta, ochenta años quizá, que será necesario superar duramente, aparejados como un velero que tiene por meta esa estrella en alta mar, que es nuestra morada única y nuestra única esperanza.
¡Qué importan los ladridos de perro; las tempestades o las calmas, si existe esa estrella! Sin ella no habría más remedio que escupir el alma y destruirse de desesperación. Pero su luz brilla y su meta convierte la vida humana en una aventura más maravillosa que la conquista de un nuevo mundo o el curso de una nebulosa.
Nos basta marchar hacia nuestro Dios para estar a la altura del Infinito. Esto solo justifica todos nuestros ensueños.
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Sólo Dios puede, de la materia, hacer brotar el espíritu.
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Somos testimonios, testigos de Dios.
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Nuestra vida no es más que una sucesión de gestos ínfimos que divinizados labran nuestra eternidad.
El valor material de una obra de arte -cuadro o estatua- es el resultado de una serie de golpes de cincel o de pincel. En cambio su valor inmaterial, el que verdaderamente vale, es el pensamiento del artista que informa cada golpe y hace de su síntesis la realización de la idea. Creamos eternidad en cada uno de nuestros actos. He aquí nuestro poder maravilloso de hombres. Segundo a segundo edificamos nuestro reino.
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Cualquier acto humano que realicemos es algo irreversible. Sus órbitas y sus resacas se prolongan en lejanías inaccesibles. Creamos lo definitivo y esa prolongación de nuestras acciones más insignificantes en la eternidad es lo que constituye nuestra grandeza de hombre.
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Me he bañado en el lago de Tiberíades y he enfocado con mis faros la raposa de las parábolas.
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Debemos juntar nuestra piedra al edificio del esfuerzo humano.
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Un oficinista puede no ser más que un horroroso burgués de clase media, embrutecido de burocracia y obnubilado por su ascenso o la esperanza de su retiro. Pero si quiere, también puede, cargado su pobre navío de papeles y de rutina, marchar hacia la Estrella.
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Acaso parezca imposible pasar toda la vida sin tener cerca la dulzura de una presencia femenina.
Se consigue esforzándose en reemplazar la necesidad de amor humano por un amor profundo a Dios. Teniendo siempre a Dios por compañero.
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La oración del campesino y la del monje debería ser la misma: "Dios mío, haz que sea fiel a mi vocación". El uno debe esforzarse en ser un buen monje y el otro, un buen campesino.
Sus destinos no son distintos. Cada uno se perfecciona poniendo en su trabajo sus capacidades y sus dotes, y de este modo trabaja para la gloria de Dios.
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De Tahití a Hollywood, sobre las playas de coral o en el puente de los trasatlánticos, he tenido en mis brazos, al ritmo del baile, a las mujeres más hermosas del mundo. No he querido recoger ninguna de esas flores que se me ofrecían o cuya conquista me hubiera apasionado.
De nada servían los motivos humanos, ya que ninguno me hubiera convencido. Solamente lo hice por amor de Dios, sólo por Él pisoteé mi cuerpo y me mantuve indiferente.
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Hay que amarlo todo: una orquídea bruscamente abierta en la jungla, un caballo hermoso, un gesto de niño, un chiste, una sonrisa de mujer. Hace falta admirar toda la belleza, descubrirla, aunque sea en el lodo, y elevarla hacia Dios. Pero no atarse a ella. Porque sólo es un rayo de luz y nosotros estamos hechos para el sol, no para el mar oscuro donde juegan sus reflejos.
Porque estamos amasados de una materia eterna, buscamos obstinada y desesperadamente construir en lo duradero. Por algo se experimenta un gozo tan grande cuando se tiene un hijo o se levanta un edificio. Pero las generaciones no son más que pasarelas; la mejor de todas no pasa de ser un pobre navío. Por esto hay tanto desencanto en este mundo.
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Mi vida entera no ha sido más que una larga búsqueda de Dios. Por todas partes, siempre, a todas horas, he buscado su huella o su presencia. La muerte no será para mí más que un maravilloso encuentro.
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Me he acostumbrado tanto a la presencia de Dios en mí que siempre, desde el fondo del corazón, me sube una oración a flor de labios. Esa oración, apenas consciente, ni siquiera cesa en la somnolencia que acompasa la marcha del tren o el ronroneo de una hélice, no me abandona ni en la exaltación del cuerpo o del alma, ni en la agitación de la ciudad o en la tensión del espíritu durante una ocupación absorbente. Es, en mi interior, como un lago infinitamente manso y transparente que no pueden alcanzar ni las sombras ni los remolinos de la superficie.
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Las hermosas extranjeras no podían comprender cómo, aun en medio de la música de baile más insinuante, mi corazón, dentro de mi, cadenciara una oración y que esa oración fuese más fuerte que su encanto y su atractivo.
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No se recibe mayor recompensa que sirviendo a un señor. Y no hay señor más grande que mi Dios.
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Dos cosas son necesarias para viajar a gusto: un smoking y un saco de dormir.
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El Paraíso de mi esperanza de hombre es exactamente el mismo que el Paraíso de mis sueños de niño.
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Inmersión... La idea de la muerte me ha sido tan dulce como la caricia del agua envolviendo mi cuerpo sumergido.
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Hay cristianos que un buen día dicen: "Mañana iré a misa". Cuando lo excepcional tendría que ser: "Mañana no iré a misa"; como el no comer o el no dormir.
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La comunión diaria ha sido para mí, cada mañana, el baño de agua que vigoriza y tonifica todos los músculos, el alimento sustancial antes de reemprender el camino, la mirada tierna que da osadía y confianza.
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Aunque la he sentido alguna vez, nunca he gustado la amargura de saber frágiles y efímeras todas las hermosuras y alegrías del mundo, ya que nunca he visto en ellas más que el reflejo imperfecto de las bellezas y de las alegrías de un más allá del cual nunca he dudado.
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1 comentario:
A mis quince años un texto de este hombre me marcó mucho: (Me lo sé de memoria)
Mi vida entera no ha sido más que una BÚSQUEDA DE DIOS. En todas partes he buscado su huella o su presencia. LA MUERTE NO SERÁ MÁS QUE UN MARAVILLOSO ENCUENTRO.
No había vuelto a localizar a este hombre genial.
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