Por José Arregui
Por
fin, los obispos han hablado sobre la crisis, y no sé si debemos darles la
enhorabuena, pero al menos debemos agradecerlos su declaración, por tardía y
tímida que sea, y por mucho que la hayan camuflado y condicionado,
desnaturalizado y rebajado en una polémica política ajena al tema: la sagrada
unidad de la "nación española". Han aprovechado que el Manzanares
pasa por Madrid o la senyera ondea en Cataluña para hablar de lo que, al
parecer, importa más a la cúpula del episcopado español: el movimiento
independentista catalán o vasco. Han mezclado churras con merinas,
intencionadamente tal vez para despistar al personal o desviar la atención de
lo realmente importante. Eso ha sido una pena. (Los obispos catalanes, claro
está, se han desmarcado).
Pero
dejemos esa cuestión. Pienso que los obispos son habitualmente demasiado
locuaces, aunque lo malo no es que hablen, sino de qué hablan y cómo lo hacen.
Hablan sin cesar, por ejemplo, de la familia, como si ellos fueran los únicos
guardianes de la verdadera familia –ellos que no conocen los gozos y angustias
de criar unos hijos, más si cabe en estos tiempos–. Hablan sin cesar del
matrimonio homosexual, y lo reprueban como contrario a la naturaleza y a la ley
inmutable de Dios, como si ellos conocieran toda la naturaleza y como si Dios
tuviera alguna ley inmutable fuera del amor, como si el amor no fuera la
esencia de toda ley, la vocación de la naturaleza, el misterio de Dios. Y
hablan sin cesar de la enseñanza de la religión católica en la escuela pública
y la reclaman, como si la religión que ellos enseñan no fuera precisamente lo
que aleja a la gente de toda religión.
Pero
hay cuestiones de las que debieran hablar a tiempo y a destiempo, a fondo y en
detalle, y de las que, sin embargo, habitualmente callan o tratan en términos
demasiado generales y vagos: la justicia social, la injusticia vigente, la
economía alternativa... O esta situación que padecemos y que llamamos
"crisis económica". Sobre esto, los obispos, con honrosas excepciones,
han callado con un silencio que ofende a la gente más pobre y más numerosa cada
vez. Han callado con un silencio que afrenta al Evangelio. Han callado con un
silencio que clama al cielo. Nicolás Castellanos, un obispo que dimitió hace
años para irse a Bolivia y darse a los últimos, dijo recientemente: "No sé
por qué la Iglesia española guarda silencio; es el momento de denunciar como
los profetas".
Pues
bien, por fin han hablado, y justo es reconocerlo. Y son de agradecer algunas
afirmaciones claras y tajantes, como ésta: "Las autoridades han de velar
por que los costes de la crisis no recaigan sobre los más débiles, con especial
atención a los inmigrantes". O esta otra: "Hoy deseamos pedir a quien
corresponda que se dé un signo de esperanza a las familias que no pueden hacer
frente al pago de sus viviendas y son desahuciadas".
Pero,
aparte esas dos concreciones importantes, encuentro que la Declaración de la
Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, después de tanto
silencio, se queda muy corta de contenido. Y no por falta de extensión (más de
2.000 palabras, y otras 1000 palabras en el anexo político sobre los
nacionalismos periféricos), sino por falta de concreción en la denuncia y en
las propuestas, por vaguedad e indefinición en el llamamiento a la conversión,
la fe, la esperanza y la caridad. Y en toda la declaración subyace una apenas
velada invitación a la resignación y al espíritu de sacrificio de los
ciudadanos.
¿Por
qué han callado tanto los obispos y por qué, cuando han hablado, no lo han hecho
de manera más incisiva, señalando responsabilidades, ofreciendo criterios,
sugiriendo pautas, inspirando una esperanza concreta y activa, como haría
Jesús? ¿Por qué no lo hacen? ¿Será –sería terrible– que la Iglesia
institucional tiene poderosos intereses ligados a los más poderosos, a los
grandes bancos y a las subvenciones del Gobierno? No puedo reprimir la
pregunta: ¿La Conferencia Episcopal Española se andaría con tantos remilgos si
gobernaran los socialistas en vez de los populares?
Dirán
que la situación es compleja. Claro que la situación es compleja y que la
solución no es fácil, y que no basta con enunciar grandes principios como yo
estoy haciendo, pero han de saber que no solo los principios sino también las
concreciones de la justicia son infinitamente más sagrados e inviolables que
los grandes dogmas, todos ellos tan relativos y contingentes, tan discutibles.
Dirán
que hay que ser realistas. Claro que hay que ser realistas, pero resulta
incomprensible que apelen al realismo cuando están en juego el trabajo, el
sueldo y la vivienda de toda una generación, y que sean tan poco realistas, por
ejemplo, con el sexo, el aborto o la eutanasia; y, sea como fuere, no hace
falta saber mucha economía para dudar de que sea razonable un gobierno que
rescata a unos bancos endeudándose con otros o incluso con los mismos que
rescata, y que dedica la mitad de los ahorros obtenidos con los recortes
sociales a pagar los intereses de los créditos de los bancos rescatadadores o
rescatados, y la otra mitad a pagar los subsidios del paro provocado por sus
recortes sociales. ¿Es eso realismo económico o es la parábola de la perversión
del sistema y de la necedad de los gobernantes?
Dirán
que todos somos responsables. Claro que lo somos, por haber codiciado y
derrochado tanto, pero es mucho mayor la responsabilidad de individuos y de
empresas que durante décadas nos han animado a ello y así han amasado ingentes
fortunas, y la responsabilidad de quienes hoy todavía siguen ganando más y más
a costa de la pobreza creciente de la mayoría, y eso no se puede tolerar.
Que
los obispos sigan hablando, pues, pero lo hagan con más claridad y valentía,
aun a riesgo de equivocarse. Que condenen de manera mucho más contundente la
mayor infamia de nuestros tiempos y de todos los tiempos: este sistema
capitalista neoliberal basado en el mayor lucro. Que denuncien de manera
unánime y firme esta dictadura universal que hace que el 0,16% de la población
mundial sea dueña del 66% de los ingresos mundiales anuales, y hace que en
España 1.400 personas (el 0,0035% de la población) controle recursos
equivalentes al 80,5% del PIB, e hizo que en el año 2010 las 35 empresas más
grandes de España hubieran aumentado sus beneficios en un 24% respecto del año
anterior, mientras que los trabajadores se hicieron un 2% más pobres. Que digan
bien alto que hablar de democracia mientras las cosas estén así es una farsa.
Que
enseñen lo que el Vaticano II enseñó con tanto énfasis: que los bienes de la
tierra pertenecen a todos, y que el que acumula roba, y que "quien se
halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza
ajena lo necesario para sí". Que recuerden el dicho de los Santos Padres:
"Si no socorres al necesitado, lo matas". Que imaginen lo que
hubieran enseñado todas las Santas Madres si se les hubiera dejado enseñar,
ellas que engendraron y dieron a luz tanta vida con tanto dolor.
Que
anuncien el "Reino de Dios" que Jesús anunció con la misma unción y
el mismo fuego de Jesús. Y que no olviden que el Reino de Dios ha de hacerse en
la tierra, como Jesús pensaba.
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