José Antonio Pagola
Jesucristo: Catequesis Cristológicas (C.3)
La resurrección de Jesús obligó a sus seguidores a reflexionar sobre la muerte de aquel hombre abandonado por todos pero resucitado por Dios. A la luz de la resurrección, se vieron obligados a descubrir el significado profundo encerrado en la muerte de aquel hombre condenado en nombre de la Ley como blasfemo, arreligioso, perturbador del orden público, peligroso para la sociedad, pero resucitado por Dios.
Si Dios ha resucitado a Jesús, ¿por qué ha permitido su muerte? El Dios que ha resucitado a Jesús ¿qué hacía en la hora de su ejecución? ¿Por qué lo ha abandonado en la cruz? Los primeros creyentes han comprendido que la muerte de Jesús no ha sido un accidente más, una injusticia cualquiera. Esta muerte ha tenido que estar prevista en los designios de Dios. Esta muerte ha sido para la salvación del pueblo y de la humanidad entera.
La muerte del Profeta
Los cristianos han descubierto que la muerte de Jesús, resucitado ahora por Dios, no ha sido la muerte de un blasfemo sino la muerte del Profeta. En Jesús se ha cumplido el destino trágico que parece esperar a todo profeta que sabe luchar por la justicia, la libertad y la dignidad del hombre.
El profeta muere a manos del pueblo y dentro del pueblo. Pero, el profeta muere por amor al pueblo y su muerte es un servicio a la comunidad ya que descubre en toda su profundidad el pecado del pueblo y, de alguna manera, le posibilita su conversión y redención.
Pero, Jesús es más que un profeta. Los primeros creyentes han comprendido que la muerte de Jesús tiene un valor único no solo para el pueblo judío sino para la humanidad entera. En la muerte de Jesús, el mismo Hijo de Dios ha muerto por amor a los hombres. Y su muerte es el mayor servicio a la humanidad, pues no solo nos descubre la profundidad de nuestro pecado sino que al mismo tiempo nos abre la posibilidad de salvación y perdón.
La muerte del Justo
Los cristianos han descubierto que la muerte de Jesús, resucitado ahora por Dios, no ha sido la muerte de un pecador impío, sino la muerte del justo. La resurrección les ha hecho ver que la justicia definitiva de Dios termina por triunfar por encima de todas las injusticias de los hombres.
En una sociedad injusta, el hombre justo resulta insoportable y su actuación es condenada y perseguida incluso en nombre de la ley y de la religión. Pero Dios no puede permitir que la justicia no triunfe y el sufrimiento del justo se pierda inútilmente.
Ahora los cristianos descubren que en la cruz ha muerto el Hijo santo de Dios, «aquel que no conoció pecado» (2 Co 5, 21). No era Jesús el pecador. Somos nosotros los pecadores. Pero la muerte de Jesús no ha sido inútil. La resurrección nos descubre que la injusticia, el mal y la muerte no tienen la última palabra. La resurrección del crucificado nos abre un camino de redención. Desde ahora podemos esperar liberación si sabemos decir no a la injusticia con el mismo espíritu de Jesús.
La muerte del Siervo
Los cristianos han comprendido también que la muerte de Jesús no ha sido la muerte de un revolucionario judío que pretendía hacerse con el poder, sino la muerte del Siervo que ha vivido la obediencia al Padre y el amor a los hombres hasta el extremo.
Inspirándose en los cantos del Siervo de Yavé (sobre todo en Is 52, 13-53, 12), los creyentes han visto en la muerte de Jesús el servicio salvador del Hijo de Dios que ha querido “llevar sobre sí” los pecados de los hombres, sufrir por nuestras injusticias y dar la vida por nuestra salvación.
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