José Antonio Pagola
Jesucristo: Catequesis Cristológicas (D.4)
A partir de la resurrección y a su luz, los primeros creyentes volvieron a recordar la actuación y el mensaje de Jesús y, reflexionando sobre su vida y su muerte, fueron descubriendo la verdadera personalidad de Jesucristo.
Legitimación de la vida y el mensaje de Jesús
La muerte de Jesús en la cruz, abandonado por todos y condenado en nombre de la Ley, parecía dejar claro que Jesús era un falso profeta abandonado también por Dios. Ahora los discípulos comprenden que no es así. Dios lo ha resucitado desautorizando a todos los que lo habían rechazado (Hch 2, 23-24). Al resucitarlo, Dios le ha dado la razón y ha legitimado y confirmado con su gesto vivificador, el mensaje y la actuación de Jesús.
Jesús tenía razón, Dios está con él. Los discípulos comprenden que en la vida y el mensaje de este hombre se encierra algo único e incomparable, que es necesario anunciar a todos los hombres: Jesús ofrece verdaderas garantías para alcanzar una liberación definitiva, incluso, por encima de la muerte.
El valor salvador de la muerte de Jesús
Si Dios ha resucitado a Jesús, ¿por qué ha permitido su muerte? El Dios que ha resucitado a Jesús, ¿qué hacía en la hora de su ejecución? ¿Dónde estaba en el momento de su asesinato? Los discípulos han comprendido que la muerte de Jesús no ha sido un accidente, una desgracia cualquiera, una injusticia más. Esta muerte ha sido algo previsto y preparado en los designios de Dios. Esta muerte ha sido para salvación del hombre.
Este Dios que en la resurrección se ha manifestado plenamente identificado con Jesús, estaba también con él en la cruz. Al abandonar a Jesús, en realidad, se estaba abandonando a sí mismo por amor a los hombres. En Cristo, moribundo en la cruz, estaba Dios compartiendo nuestra vida humana hasta el fracaso y la destrucción total, y realizando el máximo gesto de su solidaridad y su amor salvador al hombre. “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2 Co 5, 19)
Jesús confesado como Mestas e Hijo de Dios
Si Jesús ha sido resucitado por Dios, los discípulos comprenden que no deben seguir esperando a ningún otro Mesías. Las promesas de Dios han encontrado ya su cumplimiento en Jesús. Es Jesús el Mesías esperado, pero lo es de una manera que ha rebasado todas las esperanzas del pueblo.
En este Mesías resucitado se encierra algo inesperado. La muerte de Jesús ha dejado claro que el
Mesías es un hombre débil, mortal como nosotros. La muerte nos iguala a todos y, si Jesús ha muerto, quiere decir que es hombre como todos nosotros. Pero, la resurrección, nos descubre en Jesús algo nuevo, que ciertamente Israel no esperaba. Si Jesús ha resucitado quiere decir que es un hombre que vive una relación única con Dios. En Jesús hay algo que no se puede encontrar en los demás hombres. A partir de la Resurrección, los discípulos descubrirán cada vez con más claridad, que Dios estaba en él, que Dios en este hombre ha querido compartir nuestra vida humana (véase siguiente catequesis).
El Señor vive para siempre en Dios
La muerte de Jesús no ha sido su destrucción, sino su paso a la vida del Padre. Jesús estuvo muerto pero ahora está vivo (Ap 1, 17-18). Resucitado, vive en una condición nueva junto al Padre (Filp 2, 8-11). Con razón, se le puede llamar ya Señor de la vida y de la muerte (Rin 14, 79). Los cristianos ya no se sienten solos. Cristo no es un difunto. Los creyentes saben que junto al Padre tienen a Cristo intercediendo y preocupándose por todos los hombres (Hb 7, 25; Rm 8, 34).
El Resucitado vive en medio de los creyentes
El Señor no solo vive ahora para los hombres, sino entre los hombres. Los discípulos viven animados por la presencia viva del Resucitado (Lc 24, 13-35). Cuando hablan del Resucitado no están hablando de un personaje del pasado, sino de alguien vivo que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
La comunidad creyente no se siente huérfana. El Resucitado camina con nosotros como “jefe que nos lleva a la vida” (Hch 3, 15). Es necesario saber descubrirlo en nuestras asambleas (Mt 18, 20), saber escucharlo en el Evangelio (Mt 7, 24-27), dejarnos alimentar por él en la cena eucarística (Lc 24, 28-31), saber encontrarlo en todo hombre necesitado (Mt 25, 31-46).
El retorno del Resucitado
Cristo, resucitado por el Padre, solo es el “primero que ha resucitado de entre los muertos” (Col 1, 18-19). El se nos ha anticipado a todos para alcanzar esa vida definitiva que nos está también reservada a nosotros. Su resurrección es fundamento y garantía de la nuestra (1 Co 15, 20-23). Uno de los nuestros, un hermano nuestro, Jesús de Nazaret, ha resucitado abriendo una salida a esta vida nuestra que termina fatalmente en la muerte. Su resurrección nos abre la posibilidad de alcanzar la liberación última y total (1 Co 15, 22; Ef 2, 4-6). Si vivimos desde Cristo, un día resucitaremos con El. “Dios que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza” (1 Co 6, 14).
Por eso, los creyentes, en medio de las luchas, los sufrimientos y las dificultades de cada día, ponen su mirada en el Resucitado que un día volverá a consumar y llevar a su término todos nuestros esfuerzos de liberación: “Ven, Señor, Jesús” (Ap 22, 20)
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