Apenas recuerdo momento en mi vida en que mi cabeza no haya sido un continuo elucubrar pensamientos, ideas, situaciones… Una amiga me decía, hace unos años, que ella podía dejar la mente completamente en blanco, de modo que no hubiera imagen alguna en la que reparar. Desconozco esa situación. No me ha pasado nunca. Creo que nunca me pasará.
Al realizar una actividad, sea del tipo que sea, siempre hay un pensamiento; a veces engarza con hechos acaecidos poco antes o con actividades que he de llevar a cabo poco después. Otras responden, simplemente, al juego de mi imaginación, capaz de elaborar una historieta en base a una sola palabra, o de inventarme una canción que le canto a mi perro mientras me mira con cara entre sorprendida y resignada. Es el regalo que recibí un día de una imaginación capaz de dar forma a lo que, en sí, no es más que una semilla minúscula.
Me duele el mundo, me duele la vida. Me causan un profundo sinsabor todo un cúmulo de acontecimientos que suceden a mi alrededor y en los que veo aflorar la crueldad de la vida. Dolor (evidente u oculto) de mis semejantes, lágrimas que son indicios de una profunda pena, miradas silenciosas que no llegan a transformarse en gritos, adquiriendo con ello la categoría de reclamación muda e inútil ante circunstancias injustas… Todo son situaciones que vivo a diario y que a diario quisiera patentizarlas en estas líneas.
Durante decenios me he limitado a elucubrar sobre todas esas situaciones. Las más de las veces he podido mascullar una maldición o una alabanza por aquello que veía o vivía. Ahora quiero escribirlo, quiero echarlo fuera porque tengo la sensación de que el dolor del prójimo será menos intenso, las lágrimas que contemplo en otras mejillas menos amargas o el grito contenido encontrará, por fin, una vía de escape para expresar la justa reclamación del oprimido.
Y me falta la práctica de tomar a diario, a diario, a diario la pluma de las teclas para expresarme. Y un cierto decoro cobarde en plasmar esos pensamientos y sentimientos en frases con sentido.
Homo homini lupus est, dice el viejo aforismo. Y yo contribuiré a la veracidad del mismo si no logro erradicar mi silencio comodón y un tanto cómplice.
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