José Manuel Vidal
El Mundo
Hace unas
semanas, un hombre, el español, San Juan de Ávila, y una mujer, la alemana
Hildegarda de Bingen, recibían uno de los máximos honores de la Iglesia: la entrada
en el selecto club de los Doctores de la Iglesia, un mundo dominado por los
varones. De los 34 doctores de la Iglesia, 30 son hombres y sólo cuatro
mujeres: Teresa de Ávila, Catalina de Siena y Teresita de Lisieux, a las que se
suma ahora Hildegarda.
Las cuatro con
méritos sobrados. Hildegarda de Bingen, en concreto, fue toda una personalidad.
Llamó ave de rapiña al arzobispo de Colonia, predicó en los mercados ante las
masas entusiasmadas como antes sólo habían hecho los herejes y, siendo una
octogenaria, se rebeló contra la jerarquía eclesiástica.
Muchas de las
cosas que hizo y escribió fueron inauditas para el siglo XII. Mantuvo
correspondencia con Papas, gobernantes y obispos, con la pareja real inglesa y
con mujeres que necesitaban su consejo. Desempeñó numerosos oficios a la vez:
era poetisa, naturalista, farmacéutica; dirigía simultáneamente dos abadías y
fue autora de uno de los intercambios epistolares más abundante de la Edad
Media. Es considerada la primera naturalista y autora de temas médicos en
Alemania.
¿En toda la
Historia de la Iglesia solo hubo cuatro mujeres con méritos para ser declaradas
doctoras? Evidentemente que no, pero la lista de los 'Doctores' de la Iglesia
refleja a la perfección la situación de la mujer en la institución. Y eso que
hay otros muchos clubes eclesiásticos todavía más exclusivos y cerrados a cal y
canto a las mujeres. Desde el cardenalato, al episcopado, pasando por el
sacerdocio y todos los demás ministerios eclesiásticos. Muchos obispos hasta
les prohíben subir al altar... como monaguillas.
La Iglesia
católica es mayoritariamente femenina en sus cuadros; la componen un 61% de
mujeres, organizadas en distintas órdenes religiosas, frente a un 39% de
hombres, entre sacerdotes, obispos, religiosos y diáconos. Pese a ello, el
gobierno eclesial, la toma de decisiones, y la visibilidad de la institución
están casi exclusivamente en manos de varones. ¿Por imperativo evangélico?
El biblista
Xabier Pikaza, autor de 'El evangelio de Marcos. La buena noticia de Jesús'
(Editorial Verbo Divino), tras investigar a fondo el tema en su denso volumen,
concluye que "Jesús no quiso algo especial para las mujeres. Quiso, para
ellas, lo mismo que para los varones. Como entendió bien San Pablo en Gal 3,
28: 'Ya no hay hombre ni mujer...'. La singularidad de la visión de Jesús sobre
las mujeres es la 'falta de singularidad'. No buscó un lugar especial para
ellas, sino el mismo lugar de todos, es decir, el de los 'hijos de Dios'".
Pero pronto
llega la traición al Evangelio de Jesús. "Al convertirse en institución de
poder religioso y social, dejando de ser un movimiento mesiánico de liberación,
la Iglesia tuvo que aceptar las estructuras normales del poder, que había
estado (y estaba) en manos de varones. Lógicamente, los varones justificaron
después esa situación (esa dominación patriarcal) con pseudo-argumentos
religiosos, que van en contra del espíritu de Jesús".
'Un escándalo y un pecado'
Y así desde
entonces. Las mujeres son mayoría en la iglesia católica aunque se trate de una
mayoría silenciada. Una situación, que, como dice Pikaza "es un pecado
contra el Espíritu de Cristo (contra su inspiración básica, de tipo mesiánico)
y contra los signos de los tiempos, que van en línea de igualdad entre varones
y mujeres".
Una marginación
que duele especialmente a las mujeres. "Me duele la situación actual de la
mujer en la Iglesia o, más que dolerme, estoy cansada", explica la teóloga
Dolores Aleixandre. Y añade: "Tengo la impresión de que llevamos con el mismo
discurso demasiado tiempo. Muy anclado, por una parte y por otra, en sus
respectivas posturas. Hay un temor en la Conferencia Episcopal, como si
cualquier mujer que defiende sus derechos estuviera reclamando la ordenación. Y
no se trata de eso, sino de que el Evangelio empuja de abajo a arriba, porque
habla de una comunidad circular en la que alguien tiene la presidencia, pero en
la que todos somos hermanos y hermanas. Me pregunto por qué tenemos tanto miedo
al sueño circular y fraterno de Jesús y creo que tenemos mucha confusión entre
autoridad y poder".
Otra teóloga,
María José Arana, vieja luchadora por la igualdad de la mujer, explica:
"Las mujeres han permanecido en la Iglesia como las grandes ausentes, una
ausencia que perdura hasta nuestros días. Evidentemente la ausencia de las
mujeres empobrece enormemente a la Iglesia en múltiples aspectos y en sí misma;
pero además pierde credibilidad ante el mundo que va despertando rápidamente en
estos aspectos y ante los cuales la Iglesia, Luz de las Gentes como se llamó a
sí misma en el Concilio, debería brillar con su ejemplo y alumbrar caminos
nuevos."
Entre otras
cosas, para hacer justicia también histórica a su papel. Lo dice así la también
teóloga española Felisa Elizondo: "Las mujeres en la Iglesia reclaman otro
reconocimiento y otra confianza. Que eso se traduzca en lo que tenga que irse
traduciendo. Pero desde luego hace falta rescatar la aportación de las mujeres
a la experiencia cristiana, textos, afirmaciones... No ya de santas conocidas,
sino de mujeres cristianas que han aportado cosas espléndidas. Eso es hacer
justicia en la historia".
Una revolución femenina en
ciernes
Durante siglos,
la mujer aguantó, pero, ahora, parece dispuesta a conquistar espacio de
libertad también en la Iglesia. Los ejemplos de luchadoras por el cambio de la
institución se multiplican. 'Dones en l'Esglesia' son un grupo de mujeres
profundamente católicas, pero que se sienten "absolutamente
discriminadas" en la Iglesia a la que pertenecen. Una Iglesia jerárquica
que "sólo se visibiliza con cara de varón".
Por eso, el
colectivo catalán pide una solución urgente. "Tenemos derecho a reclamar,
y reclamamos, la paridad en la Iglesia", dicen en los múltiples
manifiestos que vienen lanzando desde hace años.
Y lo piden
tanto por razones instrumentales como teológicas. En cuanto a las primeras, el
colectivo asegura que son mujeres las que atienden todos los servicios de las
parroquias e incluso, "la mayor parte de las personas que asisten a los
actos religiosos". De ahí que, como dice Dolors Figueras, una de las
dirigentes del grupo, "si las mujeres hiciésemos huelga, las iglesias se
quedarían casi vacías del todo".
Pero, aunque
son aplastante mayoría, no cuentan con representación alguna en la jerarquía.
"El Papa, los cardenales, obispos, presbíteros y todos los que tienen
responsabilidades de dirección en la Iglesia son varones", denuncian. Y
eso, según el colectivo de mujeres católicas, atenta contra los derechos
humanos y contra el Evangelio. "La Iglesia no respeta en su interior esos
derechos humanos que tanto proclama para los demás. Ha llegado la hora de decir
basta a este atropello. No admitimos que se nos siga discriminando por razón de
género", explica Dolors.
Una situación
que hasta las avergüenza. "Me da pena, porque nuestra Iglesia está
haciendo el ridículo. Debe ser ya la única institución del mundo, al menos en
el ámbito occidental, que sigue marginando a las mujeres". Y eso que hay
muchos creyentes, sacerdotes e incluso algunos obispos que apoyan su causa. Eso
sí, estos últimos son los menos. Y Dolors cita, por ejemplo, a monseñor
Casaldáliga, el obispo de los pobres brasileños, y a monseñor Godayol, un
prelado catalán que trabajó toda su vida en Latinoamérica y, ahora, vive
jubilado en Cataluña.
El colectivo
'Dones en l'Església' está integrado, cuenta Figueras, por unas 500 mujeres,
que llevan más de 20 años reivindicando un sitio al sol en la Iglesia. Entre
ellas, hay varias teólogas, como Mari Pau Trayner, Mercedes Navarro o María
Antonia Sabaté, que imparten clases de teología feminista en la universidad.
El paso adelante de las monjas de
EEUU
La
"rebelión eclesial femenina" se extiende. Unas veces de manera
silenciosa. Y otras, con abierta y clara confrontación. "Es posible",
dice Xabier Pikaza, "que ya se esté dando la gran rebelión y no nos demos
cuenta. Hay un tipo de Iglesia que puede quedar vacía (seca), mientras están
surgiendo ya formas de vida que responden mejor al Evangelio. El proceso
resulta, a mi juicio, imparable". Y el prestigioso teólogo vasco cita un
ejemplo concreto: "Pienso que en esa línea es importante el movimiento de
religiosas de los Estados Unidos".
Las monjas de
Estados Unidos llevan años en el ojo del huracán de la Curia vaticana. Pero
resisten. El pasado mes de agosto celebraron su convención anual. Se reunieron
en San Luis unas 1.000 religiosas en representación de las 87.000 compañeras
que hay en EEUU. Y allí pidieron "una Iglesia más sana, comprometida,
encarnada y samaritana".
No discuten
dogmas ni principios básicos doctrinales. Sólo piden que el gobierno de la
Iglesia sea, como ya exigió el Concilio, más corresponsable; piden "una
Iglesia que no discrimine a la mujer y que, por lo tanto, le permita el acceso
al sacerdocio".
Piden que la
Iglesia, en el campo de la moral sexual, reconozca en teoría lo que el pueblo
de Dios viene haciendo en la práctica desde hace muchos años: el control de la
natalidad, por ejemplo.
No cuestionan
dogmas, luchan por "una Iglesia sin poder ni privilegios, al servicio de
los más pobres, esperanza de los desvalidos, con entrañas de misericordia. Una
Iglesia libre, que viva, luche y sufra con el pueblo".
Y para defender
su visión eclesial (la aprobada por la Iglesia en el Vaticano II), las monjas
estadounidenses ofrecen vida entregada, pasión por el Evangelio, misericordia y
diálogo serio, profundo y honesto con la jerarquía. No son exaltadas. Ni
radicales. Son monjas que aman a Dios y a la Iglesia. Y luchan para que su
forma de ser Iglesia tenga carta de naturaleza en la institución.
Y lo
reivindican: "En la vida civil, la mujeres lucharon y, al fin,
consiguieron sus derechos, hoy reconocidos. ¡Qué pena que en la Iglesia de
Jesús todavía no se nos reconozcan! Nuestra discriminación hace tanto daño...
Algún día, no muy lejano, los jerarcas de nuestra Iglesia tendrán que pedir
perdón por ello".
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