Por Dolores Aleixandre
Voy a
decir lo que sigue en voz baja y a escribirlo con lápiz y letra pequeña para
que quede entre nosotros: me parece que Dios es un genérico. Voy a repetirlo de
otra manera aún más discreta para evitar posibles represalias mafiosas de
alguna multinacional farmacéutica: Dios ha elegido estar entre nosotros en
formato de genérico. En vez de incorporar el principio activo y la
biodisponibilidad de su presencia a alguna corporación reconocida y poderosa
(fariseos, sacerdotes o escribas que eran entonces las Bayer, Merck o Roche de
hoy), prescindió de la protección de sus patentes y, para estar al alcance de
todo el mundo, corrió el riesgo de comercializarse a precio ínfimo y con margen
cero de beneficio. (Si a alguien le escandaliza esto de la comercialización, le
recuerdo aquella antiquísima antífona de la liturgia navideña que llama a la
encarnación admirabile commercium
entre Dios y nosotros).
Hoy
resulta decisivo el lanzamiento promocional de lo que sea: un medicamento, un
famoso, una película o un libro y de cómo se haga esa campaña dependerá la
clave de su éxito y su prestigio futuro. Se supone que para promocionar el
"evento Jesús" habría que cuidar al máximo las estrategias: cuál iba
a ser la población diana, qué emociones despertar, qué sueños poner en marcha,
cómo presentar sus rasgos más seductores y lo más impactante de su mensaje.
Al
evangelista Lucas le tocó hacer de cronista de la campaña y dada la rareza de
las cosas que pasaron, va preparando poco a poco a los lectores para que no se
le desquicien: presenta primero al venerable Zacarías con todos los atributos y
cachiperres de la más rancia estirpe: de casta sacerdotal, residente en
Jerusalén, con su barba y su incensario y oficiando solemnemente en el templo.
A continuación aparece María, genérica total, diminuta e insignificante: joven,
pueblerina y domiciliada en una aldea perdida de Galilea, comarca cuajada de
indignados y de rebeldes anti-sistema. Pero, mira por dónde, es ella y no el
honorable Zacarías la inundada de gracia y la elegida para vivir a la sombra
del Espíritu; es ella la primera en escuchar el nombre de Jesús y la invitada a
presenciar y participar en la primera mañana de la nueva creación. Ya empiezan
a descolocarse las cosas para nuestros ordenados criterios.
Luego
llegó la "operación lanzamiento" del Dios-con-nosotros. Qué
desatinado y desconcertante resultó su diseño: por qué Belén, por qué un
pesebre en una cuadra; por qué en medio de la oscuridad y el anonimato de la
noche. Por qué en la peor franja horaria en vez de en el cenit resplandeciente
del mediodía y la audiencia; por qué en el extrarradio y no en Eurovegas o en
el World Trade Center de Jerusalén. Por qué recibieron su anuncio unos
indocumentados y no la gente con glamour, la clase docta, religiosa, pudiente y
refinada, capaz de influir en el vulgo. Sin consultar al G8, ni a los lobbies
de poder, al FMI o al Banco Mundial. Sin hacer un cálculo del daño irreparable que
iba a sufrir la marca Emmanuel y de sus consecuencias en la reacción de los
mercados.
Aquella
noche fue un "especial genéricos", destinado a los que nunca verán su
foto en el Huffington Post o en la revista Forbes; a los que nunca se sentirán
aludidos al leer: "Marca la diferencia. Haz un master", o
"Acostúmbrate a sentirte único", porque su destino no es ser ni
diferentes ni únicos, sino rellenar estadísticas: el 25% en situación de
riesgo, el tercio que no llega a fin de mes, los amenazados por desahucio o que
ya han perdido la tarjeta sanitaria.
Los
signos de la gloria del Emmanuel serán también para ellos: apiñados en torno a
Jesús le escucharán proclamarlos "dichosos", probarán el mejor de los
vinos en una boda de pueblo, se sentarán en la hierba y comerán sardinas y pan
hasta saciarse.
Estaba
con ellos el que no había retenido ávidamente su denominación divina de origen,
el que se había despojado de todo prestigio, el que había elegido estar entre
nosotros como uno de tantos, como el último del ranking. Y por eso recibió el
Nombre sobre todo nombre y la Marca sobre toda marca.
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