José M. Castillo
La noticia
circula por la red. Y es tema de cometarios preocupados y preocupantes. Se
trata de esto: por cada 10 sacerdotes que mueren en Europa, se ordena de
presbítero 1 seminarista.
A este paso, si
no se produce muy pronto un milagro impensable, ¿qué futuro le espera a la
Iglesia en el continente donde reside el centro de la cristiandad y que ha
difundido la fe por todo el mundo? Insisto: si las cosas no cambian muy pronto,
de aquí a diez años, el catolicismo será un residuo histórico, una curiosidad
del pasado, reducida a casi nada, y que se recordará como ahora recordamos los
tiempos antiguos, cuando a los herejes se les quemaba en la plaza pública o los
esclavos se compraban en el mercado.
Por supuesto,
es posible que estas estadísticas no se ajusten exactamente a la verdad de los
hechos, por igual y en todas partes. Eso, sin duda, puede suceder. Y seguramente
sucede. De hecho, el Vaticano y la Conferencia Episcopal difunden, de vez en
cuando, informaciones que aseguran un aumento de vocaciones en la Iglesia. Y
puede ser que, algún que otro año, eso sea cierto. En todo caso, hay hechos que
nadie me puede negar. Hace más de quince años, hablé detenidamente con un
sacerdote francés que, ya entonces, me dijo que era párroco de cuarenta
parroquias.
Y conste que,
ante mi asombro, me insistió: "Sí, ha oído Usted bien. Hablo de cuarenta
parroquias". Y añadió: "A lo más que alcanzo, los fines de semana, es
a poder decir siete misas". Ahora, hace pocos días, un cura amigo, que ha
estado en la vendimia del sur de Francia, con trabajadores de su pueblo, me
contaba la impresión que le ha hecho ver que los párrocos son casi todos
africanos, venidos del Congo, o rumanos que han huido de la penosa situación de
su país.
Las
consecuencias, que todo esto arrastra, le llaman la atención a cualquiera. Por
ejemplo, es notable la cantidad de iglesias y conventos que se están vendiendo,
en Alemania, Holanda, Austria, Francia..., para dedicarlos a centros
comerciales, salas de cultura, almacenes, hoteles, etc. En la mayoría de los
conventos, lo que predomina son los ancianos y ancianas, mientras que los
noviciados se han agrupado porque ya quedan pocos y además están medio vacíos.
Y conste que los síntomas, que se palpan en Europa, se empiezan a notar en
otros continentes, por ejemplo, en no pocos países de América Latina. Hoy, con
el exceso de información que funciona por todas partes, este tipo de fenómenos
nunca son estrictamente locales.
¿Quiere decir
esto que la Iglesia se hunde y desaparece? No. Lo que quiere decir, por lo
pronto, es que el tipo de sacerdotes, obispos y papas, que viene teniendo la
Iglesia, desde hace un siglo, ya no sirve para estos tiempos y para la cultura
dominante. Pienso que esto no es una hipótesis. Es un hecho, que ahí está, a la
vista de todos. Es más, no se trata sólo del tipo de personas que ocupan esos
cargos. El problema está en los cargos mismos. Quiero decir: la Iglesia se
tiene que organizar de otra manera. Se les tiene que dar más poder de
participación a los laicos. Más presencia a las mujeres. Más autoridad a las
Conferencias Episcopales en el gobierno general de la Iglesia.
La Curia Romana
tiene de cambiar de manera radical. El poder supremo, en la Iglesia, no puede
seguir concentrado en un solo hombre, el papa. Está visto que de esa manera la
Iglesia no puede ni aceptar en ella el complimiento de los derechos humanos.
Muchos menos, el Evangelio. Por supuesto, debe modificarse el sistema económico
de las diócesis y del Vaticano, que, cuanto antes, debe dejar de ser un Estado.
Tiene que pensarse muy en serio si lo mejor para la Iglesia es mantener esa
forma de presencia de pompa y boato que lleva consigo cualquier obispo,
cualquier cardenal y no digamos si es que hablamos del Vaticano y del papado.
Todo eso, tal
como lo ve la gente, no se parece, prácticamente en nada, a los que leemos en
el Evangelio. Mientras la Iglesia no afronte en serio estas cuestiones, esto no
tiene arreglo. Y, además, le queda poco tiempo. Sin olvidar que ninguno de los
cambios, que acabo de mencionar, son cuestiones que tienen que mantenerse
porque son verdades obligatorias de la fe cristiana. Todo lo contrario, si es
que nos atenemos a la forma de vivir que escogió Jesús, tal como la relatan los
evangelios.
¿Qué vendrá
después, si lo que tenemos se hunde del todo? ¡Cualquiera lo sabe!
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