Por Teófilo Amores Mendoza
Comentario
a Mt. 9, 9-13
El evangelista Mateo ha
dedicado los capítulos 5, 6 y 7 a plasmarnos el meollo de la enseñanza de Jesús
en lo que se ha llamado “el Sermón de la Montaña” y toda la enseñanza que en el
mismo se contiene.
Los capítulos 8 y 9 los
dedica a mostrarnos a Jesús poniendo por práctica todo lo que les ha dicho a
sus discípulos que ellos mismos tienen que hacer.
Una de las claves del
mensaje de Jesús es la acogida, la acogida INDISCRIMINADA, sin excluir a nadie
por más que las leyes religiosas así lo establecieran. Por eso acoge a leprosos
(8,1-4), a extranjeros (8,5-13), a mujeres (8,14-15), a enfermos (8,16-17), a endemoniados
(8,28-34), a paralíticos (9,1-8), a publicanos (9,9-13) o a personas impuras (9,20-22)
y todo ello por más que las normas de la religión que profesaba, insisto,
establecieran otra cosa.
Jesús rompe con unas normas
y unas costumbres que considera caducas y fuera de lugar, estableciendo que con
él ha terminado el tiempo del miedo y la condena y ha llegado el del amor. Ha
terminado la validez de la antigua Ley y ha comenzado la vigencia de la nueva;
se ha acabado el tiempo del castigo y ha comenzado el tiempo del perdón (9,
2-7). Enseña que hay que romper, sin miedo, con la forma de vida que se ha
llevado hasta entonces y que hay que comenzar una nueva etapa, viviendo de un
modo distinto (8,18-22), radicalmente distinto.
Así, nosotros debemos
atender a la enseñanza de Jesús pero, sobre todo, debemos fijarnos en cómo vive
él la vida, cómo se comporta para tratar de seguir su ejemplo.
Hoy vamos a examinar unos
pocos versículos del capítulo 9. Poco antes, en el capítulo 4, Jesús ha llamado
en su seguimiento a los primeros discípulos, unos hombres sencillos. No son
gente culta, no saben de escrituras, ni son sacerdotes ni gente especialmente
cercana al servicio religioso. Jesús no quiso cerca de sí a ninguno que tuviera
esas características. En el capítulo 9 nos cuenta cómo llama a su seguimiento a
Mateo, al que Marcos y Lucas llaman Leví.
Mateo es un pecador público,
un hombre que es tratado como impuro por los judíos más conservadores de la
época que no querían ningún tipo de trato con los recaudadores a los que
consideraban pecadores. Jesús, sin embargo, actuando de acuerdo con lo que
predica llama a Mateo y le invita a seguirle. Y éste, dejándolo todo, abandonando
su mesa de recaudador, se va tras Jesús.
Aunque el evangelio no lo
cuenta, hemos de suponer que entre la llamada a Mateo y la escena siguiente (9,
9-10), en la que Jesús está en casa de Mateo, sentado a la mesa y comiendo con
él y sus amigos, debió mediar una conversación entre ambos. Como mínimo, una
conversación en la que Mateo le invita a ir a su casa. Pero lo lógico es que
fuera bastante más extensa que solo eso. Mateo debió preguntarle “¿porqué a mi?”. Y la respuesta de Jesús
debió ser de tal calado para Mateo que éste no pudo dejar de invitar a MUCHOS
publicanos y pecadores para que se sentaran con ellos a la mesa y escucharan de
boca de Jesús lo que éste tenía que decirles. Algo totalmente distinto a lo que
estaban acostumbrados a escuchar.
A mi me llama la atención de
un modo poderoso la actitud de Jesús. No pierde el tiempo en disculpar ni en
perdonar a Mateo, pese a su condición de pecador, sino que se apresta a
llamarlo junto a él, se hace su amigo, se sienta a su mesa y pasa un rato largo
de charla y disfrute de las cosas de este mundo con él y sus amigos. Y cuando
los “puros” y cumplidores recriminan a sus discípulos que Jesús haga esto, no
permite que sean ellos quienes respondan, sino que es él mismo el que da razón
de sus actos: no he venido a llamar junto a mí a los justos, sino a los pecadores; no
a los sanos, sino a los enfermos. No quiero sacrificios, sino misericordia.
Decíamos antes que teníamos,
no solo que atender a lo que Jesús, dice sino, sobre todo, a lo que Jesús HACE.
Por eso deberíamos preguntarnos: ¿a quien llamamos a nuestro lado? ¿Con quien
preferimos juntarnos, pasar nuestras veladas? ¿No es cierto que, en nuestras
relaciones preferimos juntarnos con los justos, excluyendo a los pecadores? ¿No
es verdad que nos avergüenza andar y que nos vean con aquellos que son mal
vistos por nuestra sociedad? ¿Nos acobarda el que aquellos a quienes
consideramos “importantes” puedan
decirnos que somos amigos, colegas, que nos sentamos a la mesa de los que en
nuestro entorno religioso o social se consideran pecadores, marginados y
excluidos?
Si nuestra respuesta a estas
preguntas es SÍ, evidentemente no estamos siendo discípulos de Jesús, pues no
estaremos actuando como él lo hizo. Seremos, simplemente, como aquellos
sacerdotes, letrados y fariseos a los que Jesús nunca quiso cerca de sí.
Es el momento, pues, de
modificar, radicalmente, nuestra forma de actuar.
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