lunes, 30 de julio de 2012

Cuando el Señor habla al corazón (10)

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10. SÉ HUMILDE
Olvídate. Renuncia a ti mismo. Interésate por mí y te encontrarás en tu propio lugar sin haberte buscado. Lo que cuenta es seguir adelante, la ascensión de mi Pueblo. Lo que cuenta es el conjunto y cada uno en ese conjunto. Déjame conducir mi gran negocio a mi manera. Yo he menester mucho más de tu humildad que de tu acción exterior. Te utilizaré como mejor me parezca. Ninguna cuenta me tienes que pedir, tú y yo, ninguna te tengo que dar. Sé dócil, sé disponible. Ponte enteramente a mi discreción, escudriñando mi voluntad. Yo te indicaré paso a paso lo que espero de ti. Tú no descubrirás en el acto la utilidad, de lo que te pido; por ti, no obstante. Yo obraré, en ti me percibirán cada día más y, a menudo, sin que tú te des cuenta, por ti yo haré pasar mi luz y mi gracia.
Las dificultades humanas, casi todas, provienen del orgullo humano. Pídeme la gracia del desprendimiento de todas las vanidades humanas y te sentirás más libre para llegarte a mí y para llenarte de mí. ¡Es tan nada lo que no es yo! ¡Cuántas veces las dignidades imposibilitan mi presencia! Cada vez que los galardonados por ellas están como encadenados.
Aprecio cuando tú te sientes “nada”, “insignificante” cuando físicamente te sientes decaído, anonadado. No temas nada pues soy yo entonces tu remedio, tu auxilio, tu fortaleza. Tú estás en mis manos. Yo sé adónde te llevo.
Te llevo por el camino de la humillación. Acéptala con amor y confianza. Es el regalo más lindo que yo te pueda hacer. Hasta, y sobre todo, cuando es ácida, la humillación conlleva tantos elementos de fecundidad espiritual que, si tú vieses las cosas como las veo yo, nunca querrías ser menos humillado. ¡Si supieses lo que tú logras por tus humillaciones unidas a las mías! La obra magna del amor se opera mediante sufrimientos, humillaciones y caridades oblativas. ¡Lo demás es tan fácilmente ilusión! ¡Cuánto tiempo perdido, cuántos esfuerzos derrochados, cuántos trabajos totalmente estériles! Y eso porque todo fue averiado por el gusano del orgullo o de la vanidad.
Cuanto más tú me veas a mí actuando en ti y recibiendo en los demás lo que yo te inspiro que les digas, tanto más se incrementará tu influencia sobre ellos y tanto más mermará en ti tu opinión sobre ti mismo. Llegarás a pensar: “No, no es el fruto de mi esfuerzo personal. Es Jesús el que estaba ahí, en mí. A Él sólo hay que tributar el mérito y la gloria”.
No te inquietes por la merma de algunas de tus facultades, de la memoria por ejemplo. Yo no aprecio el valor de los hombres por la intensidad de las mismas, sin contar que mi amor viene a suplir las deficiencias y hasta las flaquezas humanas. Todo eso es parte de las limitaciones impuestas por la edad a la naturaleza humana, y te hace comprender mejor la contingencia de lo que pasa y, por lo tanto, de lo accesorio.
También es bueno que caigas en la cuenta, con humor, de que por ti mismo nada eres ni tienes derecho alguno. Utiliza, jubiloso, lo gran poco que te dejo, pensando con gratitud en los medios que, aunque disminuidos, te sigo concediendo. Nada de lo que te es indispensable para cumplir día tras día la misión que te confío te será restado pero lo utilizarás de una manera más genuina porque estarás más consciente de que los dones puestos a tu disposición son absolutamente gratuitos y al mismo tiempo relativamente precarios.
Es normal que a veces no seas comprendido, que tus intenciones más rectas sean desfiguradas y que te atribuyan sentimientos o decisiones que no proceden de ti. Quédate en paz y no te dejes afectar por nada semejante. Otro tanto ocurrió conmigo, y eso es parte de la redención del mundo.
Sé manso. Las ocasiones de probar que tú tienes razón pueden ser numerosas, más la lógica divina no es la lógica humana. Mansedumbre y paciencia son las hijas del verdadero amor que descubre siempre las razones atenuantes y restablece la justicia en beneficio de la equidad verdadera.
Comulga con frecuencia en mi mansedumbre. Mi suavidad no es afectación. Mi Espíritu es simultáneamente unción y fuerza, bondad y plenitud de poder. Recuerda: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra y se quedarán siempre en posesión de sí mismos. Mejor aún: ellos ya me poseen y pueden así más fácilmente revelarme a los demás.
Mi grado de irradiación en un alma depende de la intimidad de mi presencia. Ahora bien, yo nunca me encuentro en ella a no ser que descubra en un corazón de hombre mi mansedumbre y mi humildad. En la medida en que tú renuncias a toda superioridad, en esa medida me permites crecer en ti, y tal es, bien lo sabes tú, el secreto de toda verdadera fecundidad espiritual en el campo de lo invisible. Pídeme la gracia de ser humilde como deseo yo que lo seas, no para vanagloriarte sino con sinceridad.
La humildad facilita el encuentro del alma con su Dios y difunde nueva claridad sobre todos los problemas de la vida corriente. Entonces, yo consigo ser verdaderamente el centro de tu vida. Es para mí para quien tú obras, escribes, hablas y oras. Ya no eres tú el que vive, soy yo el que vive en ti. Yo me hago TODO para ti y tú me hallas en todos aquellos con los que bregas. Tu acogida es entonces más bondadosa, tu palabra mejor vehículo de mi pensamiento, y tus escritos son aún más la expresión fiel de mi Espíritu. Pero ¡cuánto tienes que desprenderte todavía de tu yo!
Que tu humildad sea leal, confiada, constante. Pídemelo como una gracia. Cuanto más humilde seas, más te acercarás a la Luz, y más por lo tanto la difundirás a tu alrededor.
Sin compartir aún la plenitud de la plenitud de la alegría eterna que te espera, tú puedes ya desde ahora y cada día más, hacer brotar sus reflejos en tu alma y hacerlos rutilar a tu alrededor.
Sé siempre más un servidor de mmi bondad, de mi humildad, de mi alegría.
Yo necesito más de tus humillaciones que de tus éxitos. Yo necesito más de tus renuncias que de tus satisfacciones. ¿cómo puedes engreírte de lo que no te pertenece? Todo cuanto eres y todo lo que posees tan sólo te lo han prestado, como los talentos del Evangelio. Hasta tu propia colaboración, tan preciosa a mis ojos, no es sino el fruto de mi gracia, y cuando yo recompense tus méritos, lo que en realidad coronaré serán mis propios dones. Tan sólo te pertenecen en propiedad tus errores, tus resistencias, tus ambigüedades, pero éstos los puede borrar sin dificultad mi inagotable misericordia.

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